Enrique
Creí que todo saldría bien con Edén, hasta el incidente en la cocina donde casi me produce un infarto cuando no vi los documentos, pero quedé sin palabras al saber que ella había prestado atención a algo tan importante, sugerencias que para mí eran tontas en su momento, para ella fueron primordiales y eso eliminó la frustración que me produjo minutos antes; sin embargo, y por extraño que parezca, esta surgió a lo largo del día en medio de tanto silencio, uno que fue muy extraño ya que Edén es una niña muy activa, le gustaba buscarme conversación, me enseñaba sus dibujos y me ofrecía jugar a cualquier cosa mientras yo la rechazaba o me ocupaba en mi trabajo.
No le quise dar importancia al asunto, pero cuando llegó Oskar y ella corrió a abrazarlo, una extraña sensación me invadió, pues me recordó los primeros años con Joan en Roma cuando él me saludaba con ese entusiasmo, pero sucumbí en cuanto ella le contó alegre sobre la comida y las palabras en italiano. Todo era muy extraño para mí y necesitaba hablarlo con Oskar, pero no creí que él me confrontaría cuestionándome si le había cogido cariño a esa niña, aunque esto desencadenó una turbulenta idea que me sacó de mis casillas al creer que me estaba juzgando por algo indebido, pero en vez de enojarse por mi dura actitud, Oskar dijo confiar en mí tanto como esa niña, entonces mi atención se posó en ella quien me aniquiló con sus bellísimos ojos rasgados.
Al final no pude terminar bien mi día y ya en la noche, cuando llegó la hora de dormir, esperé a que Edén lo hiciera y me quedé en la sala para despedirme de Oskar, quien no tardó en aparecer con maleta en mano.
—Hijo, discúlpame, no quise desquitarme contigo.
—No tiene que explicarme nada, padre, pero sí le pediré algo —me entregó una hoja con una lista de reglas—. Quiero que usted y Edén sigan esto al pie de la letra, no será difícil y les permitirá una mejor convivencia, porque algo me dice que tardaré en venir.
—¿Crees que la lastimaré?
—Mi confianza en usted es infinita, pero necesito que ponga de su parte porque no puede permitir bajo ningún motivo que ella lo vea flagelarse —esa frase me derrumbó por completo dejándome vencido en el sofá y a él con su mano en mi hombro—. Padre, no sé si esto sirva de algo, pero sé que Joan lo habría querido así, él desearía que usted conviviera con ella y afrontara el miedo que tiene por su pecado, por eso… por él, le pido que por favor intente acercarse de a poco a esa niña.
—¿Y si la lastimo? ¿Y si mi pecado me obliga a…?
—No sucederá —la determinación en su voz me hizo observarlo en el acto—, usted sería capaz de cortarse las manos e incluso castrarse antes de tocar a un niño con esas perversiones, pero sé que ella es diferente y no la lastimará.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Siga mi consejo y más adelante lo sabrá, por ahora acate estas reglas, Edén también las conoce y accedió a hacerlo, incluso puso su firma y su sticker como sello —vi ese detalle al final de la hoja ladeando una curiosa sonrisa.
—Pensé que pondría una flor, no una cruz.
—Ella dijo que en las hojas importantes de su padre Enrique había un sello y como no tenía llaves ni coronas, colocó una cruz —reí negando con mi cabeza solo de recordar su dibujo del escudo de El Vaticano.
—Esa niña es única.
—Y por eso debería darle una oportunidad —su inesperado abrazo retumbó mi corazón—. El padre Monteiro no está con nosotros, pero permítame ser su voz y escúchelo a través de mí, padre, usted no está solo.
—Gracias, hijo —lo abracé más fuerte y, quizás, un poco más seguro—, solo te pido que no le digas a Claude, no imagino lo que sería capaz de hacer.
—Descuide, no diré nada, pero recuerde que él tiene ojos en todas partes.
—Lo sé, por eso no he salido con ella y procuro cubrir los micrófonos.
—Eso me recuerda —se apartó dejando su mano en mi hombro—, conviva más con Edén, juegue un poco con ella y permítale apoyarlo, recuerde que es una niña que no tiene a nadie más que a su mamá, ya no está Mina para entretenerse, tampoco tiene amigos y se la pasa encerrada todo el día con usted, un poco de atención no le caería mal.
No sé de qué hablaron ese par, pero si él lo dice, por algo es…
(…)
Esta mañana quedé intrigando cuando me levanté otra vez con el peluche de esa niña en mi almohada, no sabía por qué lo dejaba, tampoco la sentía entrar a la habitación y aunque pensé en cerrar la puerta, mi instinto me dijo que desistiera si no quería una sorpresa desagradable más adelante, pero debía aclarar este asunto antes de que llegara Carmen.
—Edén, necesito que hablemos —dije cuando ingresé a su habitación mientras ella dibujaba en la cama.
—¿Hice algo malo?
—No, es por esto —le devolví su peluche—. No debes ingresar a las habitaciones de otros y menos si son de los adultos, eso solo lo puedes hacer con tu mamá.
—¿Nunca? —negué silencioso—. ¿Y qué haré si algo malo pasa?
—Llama desde la puerta, pero solo debes ingresar cuando te dé permiso o cuando sea importante, pero no para dejar un peluche tarde en la noche y menos porque deberías estar dormida.
—Está bien… —se notaba triste, pero era por su propio bien, de por sí su vida ya corría demasiado peligro quedándose conmigo.
—Gracias. Por cierto, ¿sabes a qué hora llega tu mamá? Ya debería estar aquí.
—Ella llamó cuando te bañabas, dijo que trabajaría los dos turnos en el restaurante y no vendría por ahora.
—¿Y cuándo vendrá?
—El martes para llevarme a mi primer día de colegio —Dios, ¿no tendré un día libre de esa niña? —. Papi, ¿me acompañas al colegio? Quiero que tú y mamá vayan conmigo.
—Estoy ocupado y eso debes hacerlo con ella.
—Por favor, solo será un ratico y llegarás temprano a tus clases —suplicó haciendo un mohín que la hacía ver hermosa.
—Edén, no… —en eso sonó el móvil salvándome de su súplica—. Pórtate bien, después hablaremos.
Me encerré en mi habitación al tratarse de Claude, no quiero que él sepa de su estadía y antes corro con mucha suerte al no saber todavía de su existencia, pero no puedo fiarme de ese demonio. No obstante, hoy me habría encantado que Oskar estuviese aquí para entretenerla, pues yo tenía que atender las tres ceremonias dominicales solo.
La primera pasó sin contratiempo y Edén se quedó sentada en la primera banca observando, de vez en cuando hablaba con los feligreses y cuando yo la observaba para saber qué hacía, ella me saludaba entusiasta llamándome “papá” frente a todos, resultando muy incómodo para mí, pero la prueba de fuego vendría en la misa de las once de la mañana y las siete de la noche cuando venían algunas mujeres con lenguas muy filosas.
—Edén —la llamé llegada la hora para prepararme—, dentro de poco se hará la segunda misa y necesito que hagas algo por mí.
—¡Dime, yo te ayudo! —exclamó entusiasta dando esos brincos que la hacían ver graciosa.
—Tranquila, solo necesito que dejes de llamarme papá, está bien si me llamas padre Enrique, pero no papá.
—¿No entiendo? Es igual.
—No, pequeña, créeme que no lo es. ¿Podrías hacerlo por mí?
—Está bien, ¿pero podemos ir en la noche a la plaza? Mamá nunca me deja ir y una señora dijo que es bonita de noche.
—De acuerdo, pero solo si te portas bien.
—¡Lo haré!
Me habría encantado que ella cumpliera su palabra, pero otra vez dijo a todos que yo era su padre Enrique y aunque la mayoría enterneció por esto, sí hubo varias víboras que hicieron sonaron sus cascabeles, así que debí aclarar en varias ocasiones que solo cuidaba de ella al ser hija de un conocido y el resto de la tarde me limité a continuar mi trabajo con su silenciosa compañía en el despacho.
Llegado el anochecer, partimos al salón de la iglesia que ya estaba ocupándose con los feligreses quienes, según me comentaron algunos, quedaron encantados en la mañana con la presencia de Edén por su fluidez al hablar con tanto respeto, el cariño que demostraba por mí y el cómo silenciaba a los que murmuraban, provocando más de una sutil risa que enterneció a los presentes. No negaré que estaba petrificado por el hecho, pero quería creer que todo saldría bien en la última ceremonia, aunque fuese la hora en que más personas venían.
—Esta es la última misa por hoy y podrás descansar —le recordé a Edén mientras yo sacaba las hostias, el vino y demás.
—¿Y después iremos a la plaza?
—Sí, cuando termine y haya cerrado la iglesia.
—¡Entonces te ayudaré para terminar más rápido!
—No hace falta, solo siéntate y espera a que termine.
—No, ya sé lo que haces y yo también puedo.
Sin darme tiempo a reaccionar, y más porque me distraje cuando se enredó mi pantalón con una saliente, Edén llenó sus manos con el cáliz, las hostias, algunas telas y dos botellas de vino corriendo con todo hasta el altar ignorando por completo mi insistente orden, pero lo peor vino cuando un mantel resbaló de su brazo haciéndola tropezar y ella cayó al suelo soltando los implementos que hicieron un gran estruendo, por suerte las botellas no estallaron al haber unas alfombras blancas en los escalones, pero sí alcanzaron a resquebrajarse derramándose sobre estas.
En mi preocupación, creyendo que se había herido de gravedad, tiré de mi pantalón rasgándolo, ella me observó preocupada notando lo ocurrido y sus ojos cristalizaron cargándose de miedo, uno que me petrificó al aparecer una fugaz alucinación que se desvaneció en cuanto el murmullo a nuestro alrededor llamó su atención y observó cómo los feligreses presenciaban la escena diciendo algunas cosas hirientes: que su madre no le enseñaba modales, que no debía haber niños aquí porque solo ocasionaban daños, entre otros que me afectaron, pero sé que no tanto como a ella.
—¿Edén? —me acerqué en un esfuerzo por ayudarla a levantarse, pero no pude hacerlo al notar que temblaba como un animalillo indefenso—. Edén, ¿estás bien? ¿Estás herida?
—L-Lo siento, solo quería ayudar, no quise portarme mal —su vocecilla quebrada fue como un puñal para mí y más cuando corrió a la casa parroquial hecha pedazos.
No tenía que ser un experto ni preguntarle para saber que ella creía que la alejaría de mi vida por ser “una niña mala”, como tantas veces lo ha de recalcar. Sin embargo, no pude ir tras ella por perderme en la amorfa figura que se había hecho en la alfombra con el vino derramado, misma imagen que desprendió una extraña sensación en mi pecho.
—Padre, ¿se encuentra bien? —preguntó una feligresa que se había sentado con Edén en la mañana.
—Sí, ¿por qué?
—Está llorando —susurró señalando mi mejilla izquierda en tanto el murmullo incrementaba, entonces supe debía terminar con esto de inmediato.