Enrique
Hay un enorme pasillo frente a mí con paredes oscuras, huele a humedad y hace mucho frío, camino en automático como si mi cuerpo supiera a dónde ir, pero me siento perdido, tengo miedo y una ráfaga de viento, que no sé de dónde proviene, me congela los huesos, entonces me detengo frente a una puerta de madera, tiene el mismo aspecto descuidado de las paredes, pero al poner mi mano en el pomo, puedo sentir cómo mi ropa desaparece.
De pronto el terror se apodera de mí cuando abro y encuentro a Edén dormida en una cama vieja, sucia y maloliente, no hay ventanas, el lugar es inmundo siendo ella lo único impoluto y más al vestir prendas muy blancas que casi parecieran brillar, pero es ahí cuando comprendo lo que pasa e intento huir despavorido, entonces la puerta detrás de mí desaparece sin más incrementando mi angustia y muchas manos salen de las paredes soltando unas cuerdas que me sujetan obligándome a moverme igual que un títere, entonces tiro y tiro de estas intentando alejarme de la pequeña en lo que grito desesperado desgarrándome la garganta, pero no sé qué pasa pues estos parecieran ser inaudibles.
No quiero estar aquí, no quiero que ella despierte y me vea así, aunque, para mi maldita desgracia, es justo lo que ocurre cuando otra mano la despierta al acariciar su rostro.
—¡Edén, no abras los ojos! —grité preocupado.
Intenté tirar mi cuerpo hacia atrás creyendo que caería al suelo, pero otras manos me empujaron en la espalda haciéndome caer sobre ella, apenas pude colocar mis brazos a la altura de su cabeza evitando aplastarla y sus rasgados ojitos me observaron indescifrables.
—Papá…
—E-Edén, cierra los ojos, te lo suplico, ciérralos.
—¿Por qué estás desnudo? ¿Vamos a jugar en la piscina?
—No, Edén, ciérralos ¡Ciérralos!
Un fuerte azote casi me hace ir sobre ella, mas fueron sus manos las que ataron el látigo a mi cuello siendo esto lo que ahora controlaba mi cuerpo y, sin que yo quisiera, rasgué la prenda de su inocente cuerpecillo, ella gritó horrorizada y una línea de sangre ensució tan blanquecina tela, pero fue ese mismo hilo carmesí en su piel lo que me convirtió en la bestia que estaba dispuesta a tomarla como sea, pero antes de lanzarme sobre ella, noté que su rostro había cambiado siendo ahora aquella niña que me marcó años atrás.
De pronto, una lejana voz susurró en mi oído y desperté agitado, estaba bañado en sudor, siendo aquel peluche lo único que había a mi lado, entonces corrí al sótano donde volví a descargar mi penitencia en la espalda sin piedad.
Hace muchos años no sentía esta culpa recorriéndome, hace muchos años no flagelaba con la intensidad en que lo hago esta noche, hace muchos años no pensaba en esa niña por la cual casi arruino nuestras vidas, esa niña que, de no haber sido mi objetivo aquella mañana, jamás habría conocido a Claude ni me habría convertido en su pupilo, pero Edén despertaba en mí más emociones que aquella pequeña y eso me dolía porque no quería lastimar a nadie, el único que merecía cada azote era yo.
(…)
No volví a conciliar el sueño después de esa pesadilla, pero al menos recuperé mi tranquilidad cuando en la mañana Edén entró a la cocina con su pijama de flores y el cabello desmarañado, todavía parecía inquieta y distante conmigo a pesar de habernos acercado anoche con la compra, así que decidí dar un paso más creyendo que quizás esta descabellada idea sería la solución a nuestro problema… o uno de tantos.
—Edén, hoy he decidido algo importante respecto a ti y debes saberlo.
—¿No volveré a quedarme? —preguntó triste ofuscándome un poco.
—No es eso, he decidido acompañarte a tu primer día de escuela —sus ojos se abrieron a más no poder y soltó un fuerte grito dando esos graciosos saltos frente a mí que me alegraron la vida misma—. ¡Ya, ya, tranquila!, no grites.
—¿¡No estás mintiendo!? —negué feliz dejándola más tranquila.
—Solo quiero compensarte un poco más y creí que te alegraría la noticia.
—¡Es la mejor de todas, pero la cafetera también me gustó porque ahora yo te haré el café más rico de todo el mundo! —ella es única.
—Lo harás, pero ahora ve a arreglarte, no quiero que llegues tarde, yo te haré la merienda.
—¡Sí, papi! —corrió con todas sus fuerzas, pero enseguida regresó asomando su carita—. ¡Gracias por acompañarme, hoy será mi mejor día de escuela! —me lanzó un beso y se fue.
Sé que no debí, pero la felicidad que ella irradió, hace que valga la pena cada maldito azote que me daré esta noche.
Después de un rápido desayuno porque Edén me discutía por llevar todos sus cuadernos, yo diciéndole que no era necesario, luego corriendo porque no sabía cómo peinarse y salir como una loca siendo detenida por su madre, quien por suerte llegó para socorrernos, además de recibir la noticia de que yo iría con ellas (sin saber todavía lo ocurrido estos días ya que Edén y yo no quisimos hablar del tema), terminamos en una curiosa caminata a dos cuadras y media desde la catedral, aunque, al llegar, no sabía si sorprenderme por la corta distancia o por la escuela donde estudiaría esa pequeña.
—Señora Ruso, no me lo tome a mal, pero me sorprende que pueda darse el lujo de pagar una escuela privada para su hija —comenté neutro observando el lujoso interior del recinto.
—Sé que estoy sola y no tengo muchos recursos, pero no me mato trabajando para darle juguetes costosos a mi hija que no usará, prefiero invertir en su educación, salud y alimentación —alegó Carmen a la defensiva sacándome una sonrisa—. ¿Le parece gracioso?
—Al contrario, me siento orgulloso de saber que su hija tiene una madre que vela por ella a pesar de todo —ella no dijo nada y en vez de eso quiso ir con su hija al salón, Edén me pidió ir, pero no lo consideraba apropiado.
—Por favor, ven, quiero que lo veas —me suplicó la pequeña haciendo su mohín.
—Ve con tu madre, este día es importante para ustedes y recuerda que debo dar clases.
—Está bien, ¿pero lo verás después?
—Lo haré, ahora ve a tus clases que yo iré a las mías y no olvides comer tu merienda.
—¡Me lo comeré todo porque lo hiciste tú! Adiós, padre Enrique.
Fue extraño que esta vez no me llamara “papá” o “papi” como en otras ocasiones, pero no tuve tiempo para pensar, pues ella me lanzó un beso moviendo dos dedos al aire igual a cuando unimos los nuestros aquella noche y, por loco que parezca, algo dentro de mí me hizo estirar el brazo permitiéndole rozar los mismos dos dedos, dejándola muy feliz antes de partir con su madre.
Me alejé con una confusa mezcla de emociones y esperé afuera de la escuela algunos minutos hasta la salida de Carmen, partiendo juntos por donde nos vinimos.
—¿Por qué me sigue, padre? —esta mujer pareciera vivir a la defensiva cada hora de su vida.
—No sé si lo recuerde, señora, pero esta es la ruta más rápida para ir a la iglesia, aunque me gustaría hablar con usted de algo importante.
—¿Edén se comportó mal? —cuestionó agotada frotando las marcadas ojeras que cada día parecían más oscuras—. Discúlpela, padre, solo dígame qué hizo y hablaré después con ella.
—En realidad, es de usted de quien quiero hablar.
—No le entiendo —su tono parecía convincente, pero ya Edén me había contado que su madre solía rascarse el cuello cuando mentía y ese gesto no tardó en aparecer.
—No pretendo juzgarla ni decirle cómo ser madre porque no tengo la autoridad para hacerlo, pero sí me gustaría saber un poco más de ustedes.
—¿Qué le dijo Edén?
—Nada a detalle, pero es claro que le molesta las constantes mudanzas, también las promesas rotas de su parte y las excusas que cada vez parecen tomar más peso en su vida —dio un suspiro de agobio, el segundo de resignación…
—Lo único que debe saber es que soy una mujer sola que cría a una niña maravillosa incapaz de lastimar a nadie y que le encanta ayudar, aunque a veces puede ocasionar problemas a otros, pero nunca por mal.
—Créame, lo sé a la perfección, pero dígame algo que no sepa, al menos hábleme del verdadero padre para saber cómo quitarle esa idea que tiene de mí, así nos quitaría un peso de encima —rascó su cuello y suspiró dos veces. Parece algo propio de ella.
—Fue una época muy difícil para mí, su padre no quiso saber nada de ella y nos abandonó, igual preferí estar sin él porque no tenía nada bueno que ofrecerle a mi hija.
—¿Y este hombre falleció o fue una mentira de su parte? Y por favor, antes de discutirme —advertí al notarla dispuesta a hacerlo—, solo pregunto porque así podré actuar mejor con ella.
—No sé si está vivo y por el estilo de vida que llevaba, no me sorprendería que estuviera muerto o en alguna esquina con una aguja en las venas. ¿Ahora comprende por qué le mentí a mi hija? —parecía cierto por la rudeza de su pregunta, pero al rascarse me dejó con la duda.
—Comprendo, igual no se preocupe, no le quitaré la idea que usted le ha dado.
—Gracias… —un silencio y su profundo mirar cargado de odio y resentimiento generaron una fuerte presión en mi pecho—. Padre, no pretendo juzgarlo, pero sí quiero advertirle algo.
—Dígame sin rodeos.
—Mi hija es lo más sagrado que tengo en la vida y si me entero que usted o alguien cercano se atreve a lastimarla, le arrancaré el alma así sea lo último que haga en mi vida.
Eso no era una advertencia, era una amenaza contundente con un claro motivo detrás.
—Señora Ruso, si un día yo o cualquier otra persona cercana a mí se atreve a tocar a su hija, le juro que le daré mi alma para que la destroce como mejor considere sin penalización alguna —mis palabras fueron tan determinantes como las suyas dejándonos en un helado aire que, al parecer, ambos conocíamos a la perfección.
—¿Hay algo que deba saber de usted?
—Poseo tormentos como todo ser humano y un pasado que todavía duele, pero lastimar a una criatura tan inocente como lo es un niño, no es algo propio de mí y no importa si me cree o no, sé que su hija no dudará en contarle si algo malo le ocurre.
—Lo hará. Quizás yo no le dé toda la atención que requiere, pero puedo ver las señales cuando algo no va bien con ella —antes de separarnos, Carmen me dio una última mirada indescifrable—. Yo le conté un tormento de mi pasado, padre, espero que la próxima vez usted me cuente uno, sería lo justo.
—Cuando usted tenga tiempo libre, avíseme, estaré esperándola para hablar.
Sí, hoy supe un poco de su pasado, uno que me recordaba al mío en cierta medida y aunque estaba lejos de llegar a comprenderla, al menos habíamos dado un paso.