Capítulo VIII: Nacidos para morir

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—Le dije que esa mujer está muerta, ahora ni su cuerpo podrán recuperar, ¡Créame! —exclamó Bruno —Más te vale, por ti, y por tu hijo que así sea, ahora toma —dijo dándole dos fajos de billetes—. Toma uno, y el otro, quiero que lo des a esos aldeanos. El hombre arrugó el gesto —Pero, esto es mucho menos dinero del que juró pagarme por matar a la chica. —¡Cállate! Eso te lo daré después, ahora ve y diles que les darás ese dinero a quienes se unan para matar a esa mujer, que la quemen, como la bruja que es —dijo con una gran sonrisa. Bruno tomó el dinero, y caminó hacia la aldea, maldecía a la mujer en su mente, luego la vio irse. Ámbar miraba al suelo, lo pateaba en suaves golpes, con la mirada baja —Diego, ve a buscar madera, y ve a buscar un lugar seguro. Diego preguntó para que, y

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