Capítulo I: Detrás de las máscaras
Ámbar lloraba, mientras el féretro era enterrado, mientras la tierra caía sobre él, sostenida por el abrazo fuerte de su esposo Augusto, su padre estaba a su lado, se veía triste, agotado, pronto fue el momento más difícil, ese en el que te tienes que ir, y solo dejar que la persona que amas se quede bajo la tierra, Ámbar se quedó un momento más
«Madre, ¿Cómo seré fuerte sin ti? Eras la única que me protegía, ahora me siento tan sola» pensó con tristeza, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, pronto Augusto estuvo a su lado, tocó con suavidad su mejilla, y la miró con ternura mezclada con compasión
—No estás sola, nunca lo estarás, mientras yo viva, te cuidaré y te protegeré del dolor.
Ella se abrazó a su pecho, como si fuera una pequeña niña, en busca de protección.
A lo lejos estaba Roberta, la miraba con los ojos llenos de envidia y coraje, era la hija de su madrina Agatha, también era su mejor amiga, casi como una hermana, pero Ámbar no sabía del rencor o de la envidia con que Roberta cada día veía sus ojos, y anhelaba su desgracia, no, Ámbar era demasiado ingenua de la maldad a su alrededor.
Agatha tocó el hombro de su hija, y le hizo una señal de que debían irse
—Parece que tu amiga no te doliera nada, no has derramada ni una lágrima, madre.
—¿Crees que me importa? —exclamó Agatha indignada—. Estaré feliz si no tengo que volver a ver a la insípida de Blanca por el resto de mis días.
Roberta alzó las cejas con un gesto de sorpresa que rápidamente cambió por una sonrisa
—¿Y ahora que pasará, madre? —exclamó
—No te preocupes, ya lo tengo todo fríamente planeado, muerta Blanca, ha llegado mi turno de ser la gran señora Parma —sentenció con alevosía, sonriendo victoriosa
—Pero, ¿Y si Ámbar se opone? Mi padrino Fernando la adora, no podrá disgustarla —dijo Roberta
—No te preocupes, nena, tengo planeado el destino de Ámbar, y no será otro que el mismo infierno —sentenció con rabia
Pasaron dos meses, el dolor del duelo seguía golpeando con fuerza a Ámbar, pero fingía que todo estaba bien, necesitaba ser la misma mujer feliz, la buena esposa para Augusto, sobre todo ahora que él era el CEO de Industrias Parma, su padre lo dejó a cargo, y él necesitaba todo su apoyo.
Mientras Augusto dormía, ella estaba en el baño, era la segunda vez que realizaba la prueba de embarazo, cuando volvió a salir positiva, ahogó un grito de felicidad, sus ojos brillaron intensos, creía tener poco tiempo, quizá seis semanas o siete, ella debía ir con el doctor, y planeaba hacerlo pronto, Augusto quería un hijo, y al fin su deseo se volvería realidad, caminó a su lado y lo observó dormir, era un hombre muy atractivo, se enamoraron a primera vista, él le había dicho cientos de veces que fue su dulzura y bondad lo que lo conquistó, ella sonrió, a pesar de extrañar tanto a su madre, se sabía una mujer afortunada, era bella, tenía dinero que jamás gastaría en toda su vida, le gustaba pintar y sus obras se vendían en galerías, además, tenía amor, de su esposo, padre, de su madrina y mejor amiga, sí, ella creía tenerlo todo.
Tras el desayuno, Fernando los llamó al salón, pues debía hacer un importante anuncio, fueron hasta ahí, Ámbar se sorprendió de ver a su madrina y a Roberta, pero las saludó con tranquilidad
Cuando Ámbar intentó abrazar a su padre, él retrocedió, rechazando su saludo, lo cual la impactó, su padre nunca era indiferente o frío como ahora parecía
—¿Qué es lo que sucede, padre? —exclamó
—Tomen asiento, los he citado para informarles de mi decisión.
Ámbar se sentó al lado de su esposo y esperaron a que él hablara
—Bien, lo escuchamos, suegro.
—Quiero informarles, que me voy a casar de nuevo.
El rostro de Ámbar pasó a ser de una incredulidad enorme, casi al borde de un colapso, Augusto sostuvo su mano con fuerza, dándole ánimos para que no perdiera el control
—¿Qué? —exclamó extrañada
Pero, su padre alzó la mano, y Agatha fue a su lado, la sorpresa fue enorme en todos, aunque Roberta solo fingía
—Me casaré con Agatha —dijo el hombre
Ámbar se levantó irresoluta, no podía entender lo que pasaba
—Mi madre no lleva más que dos meses bajo tierra y ¿Me dices que te quieres casar? ¿Acaso te escuchas? ¿Has olvidado tu amor por ella?
—¡Cállate! ¿Cómo te atreves a hablarme así, insolente! No tengo que rendirle cuentas a nadie, y menos a ti, no puedes juzgarme, te crie desde siempre, ¿Quién te crees que eres?
—Tu hija, y esto es una blasfemia, que nunca consentiré —Ámbar sentía la rabia que nunca había experimentado, salió de prisa y se echó a llorar.
Augusto intentó ir tras ella, pero sintió la mano de Roberta reteniéndolo
—Déjala sola, necesita espacio —dijo con voz cálida.
Augusto dudó si tenía razón, pero esperó
Mientras tanto, Augusto fue a su despacho y Agatha salió en busca de Ámbar.
Ámbar estaba sentada afuera, en una banca del jardín, lloraba, sin entender lo que ocurría, ¿Qué había pasado con su padre? Ya no era el mejor padre del mundo, el hombre que ella admiraba y amaba, su mirada ahora era tan fría, tan despiadada, sentía como si hubiese despertado a un nuevo mundo, que no era el de ella.
Agatha se sentó a su lado y Ámbar limpió sus lágrimas, le dolía más, porque esa mujer había sido la gran amiga de su madre, con la que se había ido de viaje a ese lago, donde había muerto ahogada, un escalofrío recorrió el cuerpo de Ámbar al recordarlo. La mujer tomó su mano y la miró con tristeza
—Perdóname, pequeña, nunca quise causarte este dolor, tu padre se siente tan solo, tan triste, extraña a Blanca y siente que yo, se la recuerdo, me enamoré, no pude evitarlo, fue hace poco, sé que para ti es difícil de entender, pero a estas alturas de la vida, nosotros tenemos menos tiempo por perder —Agatha la abrazó y ella lloró un poco, Agatha era la mejor amiga de su madre, también se la recordaba, nadie podría reemplazar a su madre, pero Agatha sería un dulce consuelo, eso creyó
—Perdóname, madrina, nunca volveré a ser así de cruel contigo o con papá, si ustedes se aman, yo los amaré también y seré feliz por ustedes.
Agatha le dirigió una dulce mirada, y sonrió, luego se levantó para irse, Ámbar no pudo notar como el rostro de Agatha cambiaba a uno de hastío por tener que soportarla.
Después de un rato, Ámbar decidió ir con su padre, sentía que debía pedir perdón por su actitud, y decirle que estaría feliz, si él lo estaba, estuvo a punto de entrar a la biblioteca, cuando escuchó esas voces con toda claridad
—Ámbar ya no se opondrá.
—¡No me importa lo que ella quiera! Ahora te daré el lugar que mereces, tantos años a mi lado, siempre juntos, amándonos a escondidas, y ahora al fin, podremos disfrutar de nuestro amor, sin que nadie interfiera o juzgue —dijo Fernando abrazándola
Ámbar aprovechó la puerta entre abierta, y observó todo, mordió sus labios para no gritar, pero sintió las lágrimas calientes correr por su rostro
—Mi amor, llevamos tres años juntos, ya era hora de que, por fin, pudiéramos dejar de ser amantes, ahora seremos esposos ante la ley —dijo Agatha
Ámbar se fue corriendo de ahí
«¡Hipócritas! Todo este tiempo se burlaron de mi pobre madre» pensó ahogando sus sollozos de dolor.