CAMILLE
Cuando me enteré sobre el arresto de mi padre, por un supuesto fraude, no tenía a quién pedirle ayuda más que a Daniel. Al principio recé porque todo fuera un error, pero cuando Daniel me contó su situación, supe que era algo realmente serio.
Le rogué que me dejara ir a verlo, pero con la escusa de que nos podían acusar de complicidad, fue que no me lo permitió. Ni siquiera podía usar mi móvil para buscar noticias sobre mi padre. Desearía poder escapar de esta maldita prisión, pero es imposible.
Denisse me mantiene vigilada todo el tiempo, aunque quisiera, sería inútil. Entonces tuve que armarme de valor, arrodillarme frente a Daniel y rogarle por ayuda. Jamás entendí el verdadero significado de sus palabras; sin embargo, muy pronto lo sabría.
Daniel me prometió ayudarme, pero su ayuda sería un precio bastante caro. Una mañana, me encontraba ayudando en la cocina a Yolanda, ella me notó bastante distraída, incluso hasta se me estaba quemando el desayuno y me pidió que me sentara.
Reaccione en ese mismo instante, diciéndole que no era necesario y que volvería a preparar todo rápidamente, puesto que estaban a punto de bajar a desayunar.
—Camille, no hace falta que te mates haciendo todo de nuevo, de todas maneras, siempre encuentran la manera de humillarte o de hacerte sentir que no haces bien las cosas.
—No importa Yolanda, lo único que quiero ganar con esto, es hacerle entender a Daniel, que no importa los retos que me ponga, los haré con gusto. Solo quiero… que me perdone.
—¡Ay, niña! Ese hombre está cegado por el dolor y la ira, ¿de verdad crees que algún día te perdonara?
—Yo espero que sí —sonreí con tristeza.
—Pero cuéntame, ¿por qué te encuentras tan triste y distraída el día de hoy, Camille?
—Por mi padre, ¿no has visto las noticias?
—Sinceramente, con tanto trabajo, no tengo tiempo ni para mi querida, pero algo escuche, aunque no le preste demasiada atención.
—Al parecer, están acusando a mi padre falsamente, y según Daniel, no tiene mucha oportunidad de salir libre.
—¿De verdad?, entonces… ¿Irás a visitarlo? —negué con la cabeza.
—No puedo, Daniel, me lo prohibió, según, porque nos pueden acusar de complicidad; sin embargo, yo pienso que solo es para seguirme castigando —no pude retener un par de lágrimas, así que me limpié el rostro—. Lo siento, no debería estar hablando de esto contigo, seguro no te interesa.
—¿Pero de qué hablas, niña? Aunque el tonto de Daniel nos haya prohibido ayudarte, sabes que yo no le haré caso. Nunca estuve de acuerdo en la forma en que comenzaron a tratarte y jamás lo estaré. Lo preferible hubiera sido… el divorcio, ¿has pensado en ello?
—Sí, pero Daniel me dijo que nunca me lo daría —ella negó con la cabeza.
—Sabes que, te voy a ayudar, aunque no puedas salir de esta casa, yo te ayudaré a que puedas comunicarte con tu padre. Yo misma iré a visitarlo —dijo con una gran sonrisa.
—¿De verdad lo harás? —me levanté y la abracé.
—Claro que si niña, yo te ayudaré, cuando tengas tiempo libre, escríbele una carta, se la entregaré y… le explicaré sobre tu situación, sobre cómo es que Daniel te ha tratado durante estos meses, si tú quieres hacerlo por medio de la carta, también puedes hacerlo.
—No —, negué con la cabeza— no quiero mortificarlo, por favor no le digas nada sobre… mi situación, por ahora, solo quiero saber cómo se encuentra.
—Camille, creo que deberías decirle lo que en verdad está sucediendo, quizá él pueda…
—Por favor, Yolanda, hazme saber cómo se encuentra. No creo que le haga nada bien saber cómo la estoy pasando, además, aunque él quisiera ayudarme, no creo que pueda hacer nada, por ahora.
—Está bien, solo por esta ocasión te haré caso, pero después… ya veremos —asentí y le agradecí.
No sabía cuándo es que Yolanda podría ir a visitar a mi padre, solo esperaba que fuera lo más pronto, estoy desesperada por saber algo de él. Mi padre es la única familia que me queda, y si le llegara a pasar algo, ni siquiera sabría qué hacer.
Me encontraría sola en esta vida y eso no puedo permitirlo. Ya perdí a mi madre hace algunos años y aunque mi padre trató de hacer que su amor no me hiciera falta, siempre la extrañé. Por ello no quiero que se entere sobre la porquería de vida que estoy viviendo justo ahora, porque seguro se pondría mal.
Lo importante ahora, es saber que mi padre será liberado y dejarán de acusarlo por algo, que estoy segura de que no cometió y ya después encontraré la forma de pedirle ayuda para mí. Cuando tuve tiempo libre, fui a escribir la carta para mi padre y poder dársela a Yolanda al siguiente día.
…
La siguiente mañana, no vi a Yolanda por ningún lado, me sentí triste, porque supuse a donde había ido, y no pude entregarle la carta para mi padre; aun así, no pregunté por ella. Solo me dediqué a hacer mis tareas del día.
Por la noche, cuando estaba a punto de ir a descansar, Yolanda entró a mi habitación como si alguien la estuviera siguiendo.
—Perdón por entrar de esta manera, pero nadie puede enterarse de esto —fruncí el ceño— tu padre me entrego esto para ti, una vez que la leas, necesitas quemarla o de lo contrario nos descubrirán.
—¿Tan grave es su asunto?
—En realidad, tu padre tiene la sospecha de que lo están inculpando, no sabe quién, pero es lo que piensa. Me preguntó por ti y por no fuiste tú a verlo, y yo… no pude mentirle.
—Pero ¿Qué has hecho?
—Solo déjame explicarte por qué no pude callar, ¿de acuerdo?
—Está bien.
En cuanto terminó de explicarme todo lo que mi padre le había dicho, no pude evitar llorar de rabia y frustración. ¿Cómo es posible que le hagan esto? Sabía que él no tuvo nada que ver con ese supuesto fraude.
Lo importante aquí, es saber quién lo hizo, quién fue tan infame como para planear todo esto. Me llegó a la mente una persona, y aunque en un inicio no quería creerlo, por cómo se está comportando ahora, ya no sé qué pensar.
Quizá por eso no quiere que lo visite, pero ¿cómo puedo saberlo? La única manera es entrar a su oficina y buscar algún papel que pueda demostrar que mi padre no hizo nada. Además de que no entiendo qué es lo que gana al culparlo, ¿qué puede ganar?
—Tu padre quiere saber la verdad sobre lo que está sucediendo ahora, así que ten lista esa carta, cuando pueda volver a escaparme, lo haré. Hoy fue mi día de descanso, pero creo que no podemos esperar hasta la próxima semana.
—Tienes razón Yolanda, no podemos esperar.
—Tú… ¿Has pensado en alguien que pueda estar inculpando a tu padre?
—Sí, y creo que tú también lo haces, pero hasta no tener alguna prueba, no lo podemos saber con certeza. Y no importa lo que nosotras creamos, porque nadie jamás nos va a creer.
—Eso es cierto. Yo te ayudaré a buscar la verdad y por favor… ten mucho cuidado. Te dejo para que puedas leer la carta de tu padre. En cuanto hayas escrito la carta para tu padre, la dejarás en mi mandil, siempre lo dejo colgado, nadie se dará cuenta.
—Pero… eso está a simple vista, ¿qué pasará si alguien se le ocurre…?
—Te aseguro que nadie se acercará a un simple mandil, es mejor mantenerlo a simple vista, que, en otro lugar, donde podamos generar sospechas.
—De acuerdo, eso es lo que haremos.
Una vez que Yolanda se fue, abrí rápidamente la carta que mi padre me había escrito. No tenía la menor idea de lo que estaba a punto de leer; sin embargo, su situación era mucho peor de lo que yo misma pensaba.