Capítulo 8

1721 Words
EMMA Presente Septiembre de 2016 El viernes había llegado más rápido de lo que deseé y para el final de la noche mi teléfono sonó por un mensaje de un número desconocido. Estoy afuera, sal antes de que me vea obligado a entrar a buscarte. —Bastardo —espeté al leer. Era obvio que fue a asegurarse de que no le jugaría una de las mías para dejarlo plantado, lo que no solo hablaba de lo retorcido del asunto, sino del control que tenía sobre mí. No puede evitar que me sentara mal. —Es solo otro cliente más. Me dije como un mantra para recordarme que Luc no podía afectarme más de lo que le dejaba hacerlo, así que antes de abrir la puerta puse una sonrisa impostada. Estaba recostado en su espectacular auto, y no pude evitar vislumbrar la forma tan exquisita en la que le quedaban esos jeans oscuros, lo bien que le sentaba la camisa blanca con los botones superiores abiertos y que mostraban algo de su piel bronceada, así como la chaqueta que se apretaba a sus brazos de forma tal que resalta sus músculos trabajados. Todo el porte era de alguien maduro, de un hombre en todo el sentido de la palabra, de alguien que iba al gimnasio, se cuidaba y atendía. Era diferente del chico que me engatusó hacía años. En respuesta, sonrió por mi repaso y me devolvió la acción con descaro. —¿Te gustó lo que viste? No pude evitar rodar los ojos. —¿Tienes idea de cuántos hombres he visto con y sin ropa? La pregunta dio en el clavo, su ceño se frunció y no pude evitar sonreír victoriosa, pero su respuesta fue tenderme la mano con una inclinación coqueta, lo que me parecía una burla porque de caballero no tenía un pelo. ―Me lo imagino, pero eso a mí no me interesa —respondió restándole importancia y casi me reí—. Por si olvida la única condición del servicio, te la recuerdo: durará hasta el lunes. Lo informó con una firmeza atípica en él que fue una clara advertencia, solo asentí con resignación y tomé su mano. Es solo un servicio, un trabajo más que se irá en nada. Rogué eso con muchísima fuerza. Luego de un largo tramo en la vía, me di cuenta de que nos dirigíamos a su casa, lo que hizo que los engranajes de mi cabeza trabajasen más de la cuenta porque un cliente jamás llevaba a la amante de turno a su hogar. Era un pecado y resultaba ser desconcertante. Al llegar, me hizo pasar con rapidez dentro de la mansión y ahí dejé de respirar. Era un maldito palacio moderno con adornos vanguardistas, amplios espacios decorados con muebles impecables en tonos grises y azules, remarcando la platería que se podía observar en cada parte de la casa. Un lujo muy sutil que no se pasaba desapercibido. Si lo hubiese hecho en oro, se burlaba en la madre de todos, pensé con ironía, por lo que me quedé estática mientras esperaba por sus indicaciones. —¿Qué te parece? —Muy diferente a la cabaña que te prestó mi abuelo. Era un mundo por completo diferente, lo que reafirmaba el hecho de que Luc no solo era un mentiroso, sino que era un miserable de primera categoría. —Lo sé —dijo mientras se dirigió directo al bar que se aprecia a un costado del amplio salón, tomó una de las botellas de color ámbar que se exhibían como una especie de colección y tuvo el tino de servir el líquido en dos vasos de cristal—. Pero te puedo decir que fui más feliz en esa cabaña que en cualquier otro lado, Emma. No pude mitigar mi molestia, salió a flote de la única forma que pudo. ―Sí claro ―espeté con sarcasmo mientras me entregó el vaso con la bebida. Di un sorbo más que necesario, aunque su respuesta me desarmó por completo. ―Lo creas o no, en Britton descubrí qué era sentir, qué era la vida y lo que significaba el esfuerzo. —A mí no me interesa saber si lo aprendiste o no en Britton —espeté con una sonrisa. —Emma… —¡Vamos, Luc! Seamos honestos, no malgastemos tiempo, me trajiste aquí porque quieres jugar un juego retorcido conmigo y, aunque es gracioso que me traigas a tu casa, me da igual… Este espacio no es nada más que nada para mí. Me miró con una seriedad aplastante. —No estoy jugando juegos contigo, es más, quiero ser tan honesto como no pude serlo antes y te traje aquí, es para que podamos conversar. —Pierdes tu tiempo. —Esta casa fue lo que quedó de mi matrimonio ―respondió a mi comentario para desequilibrarme y funcionó, mi corazón dio un respingo, pero no lo demostré—. Me gustaría hablarte de todo… Me gustaría saber qué fue de tu vida, si te casaste… La pregunta me descolocó por completo, pero enseguida me reí con socarronería y negué por el solo hecho de pensarlo. ―Un marido no es un eje en mi vida ―dije con auténtico desprecio—. Así como esta conversación. —Bien, pronto lo será, por ahora, ya que estás empeñada en que solo te use… —Me tomó de la mano con una simpleza que casi me dejó pasmada, se sentó en el hermoso mueble gris de la sala, recostó su cuerpo en un extremo y abrió las piernas de manera clara para que me sentara entre ellas―. Quiero que me sorprendas, Emma. Las palabras fueron una orden con toda la intención de retarme. Una que me hizo contener las ganas de golpearle la cabeza con toda la potencia de mi puño y respiré con la intensidad que la situación presentaba, pero tenía un punto, uno despreciable, sin embargo, solo cedí. Lo tomé de las manos para levantarlo, llevarlo a otro sitio más divertido. Lo halé para que caminase conmigo y nos dirigimos hacia el gran comedor de cristal, lo dejé parado a un costado y me miró con el ceño fruncido, como si intentase entender qué era lo que iba a hacer, pero no le di cabida a grandes cavilaciones, me quité todas las prendas de ropa que traía encima y me subí al vidrio con sumo cuidado. Los adornos que estaban sobre la mesa los eché al piso sin miedo, haciendo que algunos cristales se esparcieran por el suelo. Con odiosidad tomé el envase con azúcar, mojé mi piel con el agua servida y me unté un poco de azúcar para luego llevarle el dedo a la boca y bajar hasta mis senos, los que amasé con saña. Luego abrí lo más que pude mis piernas y recorrí de forma lenta una mano por estas, dándole un vistazo claro de lo que iba a tocar. Sin meditarlo mucho, introduje un dedo en mí y luego lo saqué para exhibirlo como una ofrenda a sabueso a punto de enloquecer. ―¿El señor desea probarme? El brillo de sus ojos me indicó sorpresa, luego se acercó apresurado mientras se quitó lo que lo cubría y asaltó la mesa como una bestia a punto de perder la cordura. Me acomodó sobre el maldito vidrio y comenzó una tortura lenta con sus dedos a través de mi piel expuesta, haciendo un recorrido por mi cintura hasta llegar a mi ombligo, luego ascender hasta apretar mis senos y eso me hizo gemir por el tacto agresivo. Esto está mal, muy mal, pensé, contrariada con las sensaciones que me abordaban. —Amo tus senos, es una de las cosas más ricas que tienes —dijo de una manera en la que jamás me habló y que, en vez de molestarme, me encendió muchísimo. Siguió toqueteándome con agarrones, apretones y caricias decadentes que me pusieron al límite. Me dio una ligera palmada en el trasero que me hizo morderme el labio para no gritar de gusto y así, sin más, luego de ponerse un preservativo, se metió dentro de mí sin censura, de una forma brusca que me sacudió. Luc me poseyó con un salvajismo que me puso la piel caliente, que, por primera vez, en muchos años, me dio todo lo que necesitaba para disfrutar. Sus impulsos fueron rápidos, certeros y firmes, su pene se amoldaba muy bien a mi cavidad, llenándola por completo, por lo que me sentía extasiada de tenerlo dentro de mí; alelada de poder sentirlo de esa manera tan fascinante. Lo estuve disfrutando tanto, que mi instinto fue mandar a volar todo al fondo del infierno y sin más perdí la cordura para domarlo. Lo detuve con fuerza, me giré de bruces y con una mirada lo incité a reposar sobre la mesa en tanto me di a la tarea de bajar de espacio y asumir el control del movimiento. Me alcé apoyada en mis rodillas e inicié una danza rápida donde su mirada y la mía fueron todo lo que conectó en ese instante. Se sintió bien, demasiado bien. Sus manos masajearon con profuso placer y sus dedos decidieron todas partes de mi cuerpo, estaba explorando y leyéndome con una rapidez que no tuve tiempo de asimilar, solo de disfrutar, por lo que brinqué con mayor rapidez y sin perder el impulso, llevé mis manos hacia el sur para explotar las sensaciones. Estaba ida por lo que nos ocurría en ese momento. Quité mis manos y él aprovechó de meter un dedo en mi boca. Este lo chupé con esmero y luego de tanto soltar palabras inentendibles, lo sacó para ir directo a estimular mi clítoris. Lo toqueteó de formas tan geniales, tan furiosas, tan impactantes que nuestros clamores fueron todo lo que se podía escuchar en esa estancia. Sentí mi cuerpo tensarse y el suyo igual. Incrementé un poco más la intensidad, moví con más fuerza las caderas y grité de felicidad al sentir los estremecimientos violentos en mi ser. Eso fue como una especie de alucinación. Aspiré aire para alejar un poco la sensación apabullante y cuando abrí mis ojos, me encontré con una mirada oscura, una llena de promesas, de deseos que me dijeron lo fácil que caí en su trampa y sin más me besó.
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