Capítulo 9

1659 Words
EMMA Presente Septiembre de 2016 Lo que comenzó en la mesa recorrió el salón, las escaleras y los muebles. Luc me marcó allá donde quiso, cuanto quiso y siempre lo hizo mirándome a la cara, sin dejar pasar el hecho de que era él quién lo hacía y que me gustase o no, yo no estaba disfrutando como nunca hasta que cenamos. ―Nunca imaginé que seríamos así de imparables, Emma. ―Dejé de masticar al escucharlo hablar―. Mis fantasías se quedan cortas. ―Bien —dije con resquemor—, ¿complacido con el servicio o hay más fantasías que deseas explorar? Después de todo, fue tu dinero el que me compró. Ante mi respuesta monocorde, me miró como si entendiese por primera vez, desde nuestro reencuentro, que yo era otra persona y que no iba a ceder, por lo que fue lo suficientemente inteligente como para mantener la boca cerrada luego de ello. No dijo nada más, no quiso seguir, solo me guió a su habitación. Lo sorprendente al entrar, fue que tenía un parecido a lo que recordaba de su vida en Britton, la pequeña localidad de Dakota del Sur, donde nací, donde lo conocí, donde murieron mis ilusiones. Era sencilla, con lo estrictamente necesario, pero cada una de las cosas tenía un efecto de poder. Desde la impresionante cama que parecía el trono de un gobernante, hasta la repisa de cristal situada en la esquina, la que, a mi parecer, desentonaba con lo que la rodeaba. En ella la vida que no conocía se presentaba ante mí. Me sorprendió ver medallas de múltiples cosas, desde campeonatos académicos hasta competencias de karate, fotos variadas y trofeos de una vida que se me negó conocer. Suspiré con pesadez y, al alzar la vista, no pude evitar que algo en la cima me llamase al punto de que me hiciese acercarme y mi corazón se agitó por los recuerdos. Todos los momentos que traté de colocar en el fondo de mi mente salieron como un recordatorio ferviente del pasado, unos que se abrieron como un libro para mostrarme sus páginas. Fue un momento en el que me paralicé por completo. No supe cómo interpretar lo que brillaba como si fuese lo más importante de su colección. Que tuviese ese trofeo en un lugar que muchos consideran significativo me dejó en completo transe porque para una persona como él, un premio por comer carne en un pueblo olvidado en la nada, no debería ser algo de lo que sentirse orgulloso por sobre todas las cosas. No calzaba con nada de su fachada. No pude evitar rememorar su boca sucia tras la competencia que sirvió como puente para conocernos y en eso, las lágrimas se asomaron como una amenaza clara que debía aplacar, por lo que me sacudí y Luc tiró de mi brazo, me miró directamente a los ojos y el choque se fue una mala señal cuando lo vi levantar sus muros, tomar una expresión diferente y retarme. ―¿Recordabas algo en particular? ―preguntó con odiosidad, lo que me impactó. El cambio de actitud fue como un balde de agua fría. ―No señor, Basciano ―respondí con irritación y me liberó. Nos acostamos en su cama y fue como volver a ese frío encuentro en el motel, lo peor de todo es que era muy doloroso someterme de esa forma. Demasiado.… ―Buenas noches, princesa ―dijo luego de darme un beso en la cabeza con la mayor dulzura de todas. Es un gesto muy íntimo y doloroso que me recordó que todo era una maldita mentira. Despertar con Luc besándome no era lo que hubiese esperado esa mañana, pero suspirar de gusto era de las cosas más sublimes y contradictorias de la vida. Sus manos tocaron con descaro, con libertad, como si hubiesen descifrado todas mis contraseñas, y me dejé llevar por la emoción que me causaba el hecho de que Luc me acariciase en los lugares que me hacían arder. Las caricias fueron cada vez más vivas, más calientes, el deseo se hizo muy presente y no pude evitar compenetrarme con la mirada gris que tanto odiaba. Acercó sus labios a mi oído y susurró con voz ronca: ―Buenos días, princesa. Entró en mí y me sujeté con fuerza a sus hombros, ida por completo de todo, respirando agitada y sintiendo el goce que muchas veces emulé en mis fantasías, uno que podía tener de una forma muy real. La gloria fue tan exquisita que grité extasiada, anonadada por conseguir esa reacción tan rápido. Él logró salir feliz, entonces sentí cómo su semilla salía y ahí fue que reaccioné en el letargo de mi recuperación. ―Hora de un baño ―dijo con un tono tan dulce que no pude negarme, lo necesitaba y por ello acepté su mano extendida. Lo seguí, pero al sentir su semilla escurrirse de mí para luego recorrer mis piernas, me devolvió a la realidad. Estuve tan aturdida por el momento, que no caí en la cuenta de que no usamos protección, por eso me detuve en la puerta del baño y lo miré con seriedad. Me aterraban las implicaciones de lo que eso podía significar. ―¿El señor está consciente sobre la ausencia de preservativo? ―pregunté con un deje de rabia y volví a mis cabales. ―Soy muy consciente de que te cuidas a la perfección y tus análisis están en regla, me los mostró tu jefe ―dijo con una sonrisa irónica, a lo que alcé las cejas―. ¿Te dejas llevar muy a menudo por tu actuación? Se supone que ustedes son las que prevén estas situaciones… La puya me irritó de forma tal que me cayó como un balde de agua fría. Él tenía razón, fui tan estúpida que me puse en riesgo, me dejé llevar por mis deseos y no usé mi cabeza. —No te preocupes, Emma. Sé cuidarme muy bien y no te sucederá nada. No le creí. Era un mentiroso patológico. Nos bañamos, me tendió un traje de baño y luego me invitó al desayuno en absoluto silencio, uno que tomó para estudiarme a su antojo. ―Quiero hacer un trato contigo —dijo sorprendiéndome y negué con la cabeza sin dejar que terminase. No valía la pena. ―No voy a seguir jugando a lo que pretendas —afirmé con toda la seriedad del mundo—. No entiendo lo que buscas, así que ahorrémonos inconvenientes y evitemos malestares. ―¿Por qué sería un malestar? La pregunta me dejó boquiabierta por la carencia de sarcasmo en su tono. ―Sabes a la perfección a lo que me refiero. No tengo que decirte las cosas, creo que has obtenido parte de lo que querías conmigo, así que lo mejor es que me largue… Ya debes estar contento, pasemos la página y nos olvidamos que alguna vez nos vimos —pedí con serenidad. ―¿Tanto te afecta? ―preguntó con una sonrisa de cretino y ahí estuvo la trampa. Quería retarme a decir que me dolía y tuve que frenarlo por mi propio bien. ―No es por lo que imaginas ―espeté enseguida y alzó las cejas en desconfianza―. Necesito dinero y este trabajo me lo hace fácil, solo que no necesito obtenerlo con personas con las que no me siento… A gusto. Aclaré con rapidez. La verdad no era mala en el caso, podía apelar a ella si por fin me dejaba ir. ―Entonces sí te molesto. ―No lo voy a negar. ―Enarcó una ceja ante mi brutal honestidad―. No esperaba verte jamás y si te soy sincera, te hacía muy lejos de aquí, Luc. Su mirada se endureció ante mi tono de burla al mencionar el diminutivo de su nombre y sé que di en el clavo. ―Debí darte explicaciones… Lo callé de inmediato alzando la mano; no estaba lista ni quería escuchar su mierda. ―Lo dijiste muy bien. Debiste, no debes ―recalqué las palabras con énfasis―. Lo que hagas ahora me interesa un rábano. No entendí tu intención de pedirme y la acepté solo al escuchar la oferta. Dinero es dinero… Y tú ya sabes lo que tienes que saber, el resto no importa. Lo expresé con obviedad, pero él no estuvo de acuerdo, apretó la mandíbula dándome un indicio de su enojo. ―Pues el trato es por dinero ―especificó enseguida, en un intento de seguir con el juego, y fruncí el ceño por su mala idea de darle la vuelta a todo―. Tú y yo no tendremos más relaciones a menos que tú quieras y te pagaré por ello. Negué, divertida por su locura, su osadía y su cinismo, que no tenía límites. »Te daré las cifras que te ofrecí y un cheque igual al que te di la vez pasada. Solo quiero que seas sincera conmigo y me expliques qué fue lo que pasó para que te largaras de Britton sin siquiera decirme, sin esperar… Yo estaba alucinando. No podía creer que se atreviese a preguntar para confundirme, para darme la vuelta, para obtener algo de mi dolor. Era un miserable. ―¿Crees que el dinero me soltará la lengua? —Emma… ―El dinero te suelta mi cuerpo para que lo uses, pero nada más, de lo contrario, entiendo que hay una puerta bien grande por la que me puedo largar ―espeté con toda la determinación y el enojo que me invadió en ese momento. En respuesta, su mirada me heló la sangre. —Quiero la maldita verdad. Cerré los ojos y contuve la respiración, pero él me tomó de las manos en un intento de que lo viera a los ojos. —La necesito para poder contarte la mía… Su tono de voz roto fue suficiente para saber que estaba perdida.
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