Sonrió antes de añadir: —Supongo que, si perdiera todo mi dinero, siempre podría encontrar trabajo en una orquesta o en el teatro. —Creo que es más probable que sea en el Castillo de Windsor, con su majestad, la Reina, escuchándolo— se rio Richard. El Príncipe alzó los brazos en ademán de horror. —Si me amenaza con eso— dijo—, juraré que soy un sordo para la música. Richard se rió de nuevo y dijo: —Con frecuencia he tenido que escuchar conciertos en Windsor y le aseguro que la mayoría son muy aburridos. No hay duda de que usted sí alegraría el salón con su música. —Eso es algo que no tengo intención de hacer— manifestó el Príncipe casi en tono cortante. Aquello le pareció muy extraño a Richard. Si se encontraba en Inglaterra actuando como espía, según se sospechaba, era evidente q