Como si fuera una fugitiva de la ley, heme aquí llegando en taxi y con el rostro cubierto al complejo residencial de Enzo. Los lentes de sol, más la sudadera, deberían bastar para no llamar la atención, o más bien, no llamarla tanto teniendo en cuenta que me había convertido en una figura pública. La primera barrera de seguridad que debo atravesar está en la portería externa, esa en la que solo les hace falta pedir mi partida de nacimiento para comprobar quién era. Después de varios minutos de espera me dejan pasar al edificio, con eso puedo salir del auto, no para encontrar un ascensor amigable aguardando por mí, sino otro paso más de seguridad, una recepción. —Buenas tardes. ¿Es usted la señorita Amelia? — me detiene una de las empleadas uniformadas detrás del puesto. —Lo soy. ¿Algú