Prólogo
Algunos me conocen como Sabrina, otros como la chica de tal comercial de labial y otros como la niña mimada que no sabe en lo que se ha metido. Como sea que nombren a este rostro, eso no cambia quién soy y cuáles son mis intenciones en este endemoniado club con sonido ensordecedor. Mi nombre es Amelia, Amelia Fernández una actriz novata de 20 años con más ambiciones que cabellos en la cabeza.
Pero lo que esta cabecita codiciosa no se había planteado en su ingenuidad, es que el mundo del espectáculo estaba regido no por el arte, sino por los negocios. Interacciones que no eran lo que aparentaban, asociaciones que dejaban mensajes secretos entre ellas y una competencia salvaje tras cada rol por ganar.
En una de estas sesiones de caza ridícula me encuentro, tratando de que mi risa no suene más falsa de lo que es ante los chistes de este productor.
—¿Tu novio vendrá por ti más tarde? — arroja tratando de que le escuche sobre la música fuerte del local.
Lamentablemente lo podía escuchar con precisión por la cercanía que tomaba conmigo. Estábamos los dos en una mesa privada de una de las terrazas, una con la mejor vista de la pista del baile.
—No tengo uno que lo haga — sonrío y voy con mi quinto intento de ir a lo que me interesa — sobre lo de la película ¿por qué no me cuentas más del proceso de casting?
—¿Por qué una niña tan linda como tú no tiene enamorado más bien? — me devuelve él.
Mi paciencia comienza a perderse en las profundidades de su desfachatez. Mi ira hacia mi agencia comienza a incendiarse dentro de mí. Si había accedido asistir a esta fiesta y acercarme a este viejo, era porque ellos me lo ordenaron. Agradar a este susodicho que previamente había mostrado su interés en mí era uno de los primeros pasos para obtener ese papel que tanto quería en estos meses. El papel que comprobaría que era más que una moda pasajera en el cine.
—Estoy concentrada en mi carrera, no tengo tiempo para ello — respondo políticamente y al mismo tiempo doy un trago muy largo a mi segundo mojito de la noche.
—Yo tampoco, se lo digo cada vez que puedo a mi esposa y no me cree — sus risas estúpidas me hacen querer largarme de aquí.
También me provocan absorber otra vez por el pitillo de mi bebida. Esta sería una larga noche, una larga noche que se suponía sería una cena de negocios. Solo si el alcohol y las miradas a mi escote fuesen comida, mi estómago estaría reventando.
—Acerca del proyecto, podría ser un match perfecto por mi agenda, casualmente estoy disponible para mudarme a Los Ángeles los meses necesarios — presento una de las razones que creía más fuertes para obtenerlo.
—No lo sé linda — soba su desordenada y grasosa barba — hay muchas más actrices queriendo ese papel.
Si hay muchas otras, y es difícil seleccionarme por su estúpida expresión, quisiera saber por qué “pauto esta reunión de negocios”. Sin embargo, me quedo con ganas de defenderme, la música inicia a taladrar en mis oídos, y más tarde en mi vientre. Mi cabeza duele y mi visión se vuelve confusa.
Tan confusa que lo siguiente que siento es que soy elevada de mi asiento por el hombre. Escucho en una nube de confusión cómo me indica que me llevará al baño, y es lo único que deseo. También deseo comprender por qué con dos mojitos que ni fuertes estaban soy incapaz de mantenerme de pie.
Espero estar libre de este tipo pronto al llegar al tocador.
Ingenua de mí. Estúpida de mí.
A lo único que llego es a ser arrimada a una esquina oscura y solitaria de la discoteca para ser manoseada por el susodicho. Sus manos pegajosas tantean mis muslos, y su boca apestosa a licor está pegada a mi cuello. Me lo quiero sacar de encima, quiero poder hacer algo, pero soy incapaz de comandar mi cuerpo, de enfocar mi visión en algo estable.
Lucho para que alguna de mis extremidades funcione, siguen sin hacerlo. Hasta que eso no es necesario.
Alguien jala el cabello del productor y a continuación, estrella su frente en contra de la pared detrás de mí.
En consecuencia, él me suelta, y cae al piso. En consecuencia, estando todavía aturdida, giro mi cara para ver cómo la pared había sido manchada con su sangre. En lugar de sentir alivio, una sensación de peligro se apodera de mí.
Ese peligro tiene la figura borrosa de otro hombre. Tiene un aroma fuerte a madera y la fuerza que no quisiera tuviese por mi propio bien. No me deja sola, me arrastra consigo a un espacio que me enceguece con su brillo, asimismo me hace arrodillarme a la fuerza cerca de un inodoro.
—Sácalo todo — me pide.
¿Sacar qué? Eso es lo que me pregunto todavía con la cabeza dándome vueltas. No puedo fijar mi mundo en un solo punto porque ante la primera protesta que quiero dar, él mete sus dedos en mi boca.
El resto es historia.
Una historia no muy agradable en donde vomito sin parar por varios minutos.
—Buena chica, buena chica — lo oigo animarme mientras soba mi espalda y yo vacío hasta mi alma en el agua.
….
Mi corazón se acelera y pego un grito de auxilio despertando.
Pero nadie está en esta habitación para callarme, someterme o atacarme. A mi mente llegan las imágenes borrosas de anoche, y las sensaciones de malestar que para mi desgracia todavía no han abandonado mi cuerpo. Me sigo sintiendo enferma, cansada y aturdida. Aunque no tanto como para evitar recordar quién soy y que no conozco esta cama.
En un acto de impulso toco mi cuerpo temeroso para encontrar que llevo el mismo vestido de anoche, también chequeo mi cuerpo buscando señales de lo que pudieron hacerme, no obstante, nada consigo. Con dificultad me levanto y planeo cómo irme de aquí. Parece una habitación de hotel silenciosa, una de la que salgo con cuidado y en el mayor de los silencios.
—¿A dónde corres descalza?
Mi sangre se vuelve sólida y en consecuencia me detengo en mi escape. Esta no era una habitación simple de hotel me percato, en lugar de salir al pasillo, salí a una sala en la que detrás de mí escuchaba la voz que me elogio lo buena chica que era anoche.
Cada fibra de mi ser me recomienda que siga huyendo descalza y no mire atrás, pero mi lado sensato me pide que enfrente lo que anoche ocurrió. Me giro a conocer quién me hablaba y de inmediato sé que nada bueno saldrá de esto.
Quien tenía próximo a mí era un desconocido ridículamente tranquilo desayunando. La paciencia con la que cortaba sus wafles y con la que una empleada uniformada le servía jugo, es eso, ridículo. Sus grandes manos hacían lucir minúsculos los cubiertos, y su postura recta era digna de una sesión fotográfica. Miedo, me da miedo este hombre, más que el productor. ¿Por qué eso es siquiera posible?
—Siéntate a comer o se enfriará tu comida — me ordena para después beber de su vaso, eso sin despegar sus ojos gélidos de los míos.
El aire acondicionado de la habitación estaba más bajo de lo que me gustaba, mi piel se eriza con facilidad. Atemorizada o no, tengo hambre y muchos huecos por rellenar de anoche. Ocupo el asiento frente a este y la empleada sirve mi bebida. Aclaro mi garganta antes de satisfacer mi apetito.
—¿Quién eres y por qué me… ayudaste?
—Saber quién soy no mantendrá a tu comida caliente — es lo que me responde este… hombre.
—No, pero a mi conciencia sí tranquila. No sé cómo pare en tu cama y conocerlo me impediría salir de aquí directo a la policía — explico, amenazo, lo que sea.
Él me da un gesto divertido, es como una sonrisa burlona que desaparece rápido al llenar su boca de más comida.
—Mejor no estarías si lo hubieses hecho en su cama — dice y me entran unas ganas incontrolables de llorar — come, te hará sentir mejor.
Entonces como tratando de que el malestar y el miedo se vayan de mí. Mastico sin pensar en nada más que el buen sabor de las frutas, de lo fresca que sabe la mantequilla con la que unto uno de mis Croissants.
—No te dará el rol — me habla y me obliga a parar de masticar mi desayuno.
—Dylan no da roles a la primera probada, ni siendo él el único degustador.
Atrapo de inmediato su insinuación y su implicación. Mi primera reacción es la ofensa y la segunda, la defensa.
—No me he acostado con nadie para conseguir mis trabajos, ni lo pienso hacer a futuro — le aclaro — me drogo, lo sabes, por eso me pediste que vomitara. ¿Por eso me salvaste no?
Hablo del gran elefante en la sala sin limitaciones de una sola vez. Eso era lo que me había pasado, por eso me sentía de esta forma tras dos miserables mojitos. Tuvo que drogarme, tuvo que creer que se aprovecharía de mí y él… él me salvó ¿no?
—Amelia — me sonríe y revela que conoce mi nombre — no le di una linda cicatriz en la frente a ese viejo para ayudarte exclusivamente a ti.
Las palabras de confusión que quiero soltar quedan atoradas en mi garganta. No me gusta su desfachatez, no me gusta su apariencia dominante, no me gusta nada de él. Más que un ángel enviado por Dios para salvarme parecía algo más.
—¿A quién entonces? — digo sin titubear, aunque es lo que más quiero.
—Fue por beneficio propio, beneficio mutuo, si aceptas mi propuesta, claro está…
Esa sensación de peligro retorna a mis venas, y es la que hace mover a mis labios.
—¿Cuál propuesta?
—Quiero que te conviertas en mi nuevo camino, el pase a mi nueva vida.
Si en ese entonces hubiese sabido lo que implicaba una nueva vida para ese hombre, le hubiese rechazado. Pero, esa era la trampa del diablo, enredarte en sus redes hasta que fuese imposible huir de él.