Q U I N C E

2455 Words
Derek Permanezco con los ojos fijos en ella, que está plácidamente dormida a lado mío. Mi corazón martillea desesperado y no puedo resistir el impulso de impedirme volver a hacerla mía. La despierto trazando un camino de besos por la suave curva de su cuello, lugar que descubrí es su debilidad, ella suelta un ronroneo y una sonrisa de plenitud ilumina su rostro, haciendo que pierda ese control que me prometí preservar. El simple hecho de verla de esta forma me acelera las malditas pulsaciones cómo lo ha hecho desde hace semanas y hasta el momento no logro entender el motivo. No entiendo que sucedió conmigo, con mis principios, mis valores, pero ya no encuentro las fuerzas suficientes para deshacerme de todo el d***o y el torrente de emociones que ella provoca en mí. Cegado por la ola de excitación que me nubla el juicio, sigo con lo mío buscando hacerla sentir de la misma manera en que ella me hace sentir a mí. No se demora en reaccionar ante lo que hago y sus labios se curvan en una sonrisa que no debería hacerme estremecer como lo hace. Interpreto sus gestos de placer y sus suaves gemidos como una invitación a continuar con lo mío. Desciendo de la clavícula hasta el valle de sus pechos, y mi m*****o despierta cuando sus pezones se endurecen dentro de mi boca. Suelta un leve gemido de aprobación. Le sonrío y entonces la veo abrir sus hermosos ojos con lentitud, dejándome ver el mar que carga en la mirada, ese que logra embelesarme en cuestión de segundos y que me hace perder la racionalidad. —Buenos días... —musita con la voz adormilada, y no entiendo el cosquilleo que me sacude cuando me concentro en sus labios que permanecen entreabiertos, invitandome a que me apodere de ellos. Hinchados y de un color rojo intenso a su naturalidad, que son la combinación perfecta con la belleza de ojos que posee. —Buenos días, cariño —continúo alimentándome de sus deliciosos pechos; marcándolos y reclamándolos como si fueran de mi pertenencia—, ¿aún no te has arrepentido de lo que sucedió entre nosotros? —inquiero, necesitando escuchar su respuesta tanto como necesito respirar. Ella arquea la espalda a causa del placer y menea la cabeza de manera sutil mientras me deshago de la sábana que cubre su desnudez para poder apreciar todo de ella. No hace ningún amago de detenerme, me anhela y me desea por igual, así que retiro la fábrica dejándola de nuevo expuesta ante mis ojos y paso saliva con la oleada de placer que me sacude de pies a cabeza cuando deleito mi vista con su cuerpo esbelto; sus pechos grandes y firmes, el abdomen suave y las caderas anchas, sus piernas largas y tonificadas. Mi m*****o se pone más duro cuando la contemplo por segunda vez y mi pecho se agita con una emoción descontrolada. La claridad que se filtra por el ventanal me permite detallar cada rincón de ella y por eso me percato de las pequeñas estrías descoloridas que adornan su bajo vientre y que apenas se pueden apreciar con la luz, no me sorprenden en absoluto, así que las acaricio con la yema de mis dedos y ella se estremece ante mi tacto y por primera vez no veo ningún atisbo de inseguridad brillando en su mirada. —Derek... —se remueve debajo de mí haciéndome soltar un gruñido. Vuelvo a besarla en los labios con ese toque de desesperación mientras recorro su suave piel con mi mano libre, queriendo grabar cada parte de su cuerpo que me atormenta desde que la vi en el aeropuerto. —Responde, cariño —insisto, apartándome de sus labios con dificultad porque quiero estar prendido de ella—, ¿te has arrepentido? —llevo mi mano a su entrepierna y ella deja escapar un gemido cuando hurgo dentro de sus pliegues mojados. —No, aún no... —se acomoda para abrir bien las piernas, me permite un mejor acceso a ella y le sonrío de manera lasciva, sabiendo que desea esto tanto como yo. Me humecto dos dedos con saliva antes de volver a tocarla y presiono suavemente ese lugar que la hace poner los ojos en blanco a causa del placer. El pecho me extasía con satisfacción y algo mas que no me atrevo a nombrar ni en mis pensamientos porque sé que jamas sucedera, sería demasiado complicado y terminaría por perder a mi razon de vivir, así que solo me conformo con ser el hombre que la pone de esta manera. —Bien —sin dejar de tocarla me inclino para besar su dulce boca—, déjame recordarte por qué no deberías arrepentirte de nada de lo que hicimos, castaña pervertida. Ella sonríe en medio del beso, mi estómago da un vuelco y le devuelvo el gesto, cayendo cuenta de que lo que pasó no fue un error como supuse y que si voy a ir al infierno, ha valido la pena cada m*****o segundo porque tenerla desnuda en mi cama y gimiendo mi nombre cuando me deslizo dentro de ella por quinta vez desde anoche, me demuestra que ya no puedo hacer nada para sacarla de mi mente y aunque esto me convierte en el peor de los padres, no pude resistir más la tentación que vive bajo mi techo y en este momento no quiero ni puedo pensar en mi deber como padre. Porque estoy jodidamente perdido dentro de ella, mi castaña, mi tormentoso d***o, que contrae sus paredes vaginales haciéndome alucinar por enésima ocasión, y aunque lo niegue de manera constante, me encuentro hechizado con los gestos de placer que hace cada que la embisto con fuerza, queriendo llenarla de mí. ******* La tarde llega muy a mi pesar y tengo que salir de la ducha a enfrentar ese sentimiento de culpa que se comienza a aglomerar en mi pecho. Salgo envuelto con una toalla alrededor de la cintura, me abro paso por mi habitación y cuando mis ojos recaen sobre la cama destendida es imposible no recordar lo que sucedió hace apenas unas horas. Una sonrisa involuntaria se plasma en mis labios y la borro de golpe cuando alguien llama a mi puerta. —¡Papá! —La voz de mi hija incrementa los sentimientos de culpa que me avasallan desde que cometí la peor de las equivocaciones, pero ni aunque me lo repita logro arrepentirme porque volvería a probar del fruto p*******o que se aloja en mi casa. No obstante, me quedo estático sin saber qué hacer o qué decir, Maia se fue de mi habitación desde hace horas porque no quería levantar ninguna sospecha y por miedo a que Emily nos descubriera, aunque yo quería lo contrario, porque por más ilógico que suene deseaba que ella permaneciera todo el día conmigo. Estoy perdiendo la cabeza por esa chica y pronto voy a empezar a pagar mis pecados. —¡Papá, necesito hablar contigo! —insiste, irritada—, es urgente —no me queda más que acceder a hablar con ella. Y no soy más que un cobarde que se niega a darle la cara. —Espérame unos minutos —le pido. Camino hacía el armario y cojo unos vaqueros y una remera azul, pienso quedarme en mi casa por lo que resta del día. Hoy no me apetece ir al hotel, no después de lo que sucedió con Maia. Necesito ordenar mi cabeza antes de que haga o diga una locura que pongo mi mundo al revés. Me cambio lo más rápido posible y me cercioro de que no haya rastro de esa castaña en la habitación, resoplo abrumado y abro la puerta para encontrarme a mi hija con una sonrisa radiante, y siento que es una jodida guantada en el estómago porque mi subconsciente solo me recuerda a la mujer que estuvo entre mi sábanas toda la noche. —¿Pasa algo, hija? —apenas puedo hablar sin que me falle la voz—, ¿está todo bien? ¿De que quieres hablar? —inquiero con nerviosismo, que no puedo ocultar por más que lo intente. Ella niega con la cabeza y frunce los labios. Me hago a un lado para cederle la entrada y ella no tarda en adentrarse a mi habitación, no presta atención a su entorno, sólo se centra en mí y tiene esa expresión en la cara como cada vez que quiere decirme algo que no me va a gustar. Mis músculos se tensan en anticipación y ella esboza media sonrisa. —Habla, Emily —la insto a proseguir—, ¿qué es lo que quieres decirme? —me cruzo de brazos y entorno los ojos en su dirección. Comienza a jugar con las hebras de su cabello que tienen la misma tonalidad que las mías. Puedo darme cuenta de que está nerviosa y gracias al cielo, no es por lo que ha sucedido con su mejor amiga, si lo supiera no estaría así de tranquila pero eso no quita que necesito sincerarme con ella cuanto antes porque si no lo hago voy a perder a mi hija. Si no es que ya la perdí por follarme a la única persona que no podía. Mierda. Carraspea fuertemente antes de retomar la conversación. —Solo vine a avisarte que mañana por la noche iremos a acampar con Maia y unos amigos —espeta con simpleza y por alguna razón siento una ola de enojo sacudirme—, estaremos de regreso en tres días, Evan nos acompañará y estará con nosotras así que no estaremos solas —prosigue entusiasmada y lo único que logra es enfurecerme. Aprieto la mandíbula y la miro fijamente. > —No pueden ir —las palabras salen de mi boca antes de que siquiera pueda meditar acerca del tema. Ella me mira con una mezcla de incredulidad y asombro. —¿No? —se queda perpleja. No aparto la mirada y me mantengo firme en mi posición, no irán. No quiero que vayan, no quiero que ella se vaya. —Así es, no pueden ir —sé que estoy actuando de una manera irracional, no estoy pensando con claridad, pero no entiendo qué me pasa. La escucho soltar una risa sarcástica que de alguna manera me enfurece. —¡Sólo te estaba avisando! —inquiere enojada y me mira rabiosa—, no te estaba pidiendo permiso, Maia y yo nos iremos por unos días. No tienes nada de qué preocuparte, papá. Niego rotundamente y me acerco unos cuantos pasos hasta quedar cerca de ella. —Escúchame bien Emily, si digo que no van a acampar, no van a ir —tengo muy claro que estoy sonando como un completo loco pero no sé qué me pasa, ni siquiera entiendo esta rabia que tengo atorada en el tórax. Se mofa y puedo leer en sus gestos que no piensa obedecerme. La conozco a la perfección y sé lo terca que puede llegar a ser. No por nada es mi hija. —No puedes prohibirme nada, papá —protesta con rebeldía. La miro fijamente a los ojos y no mido lo que sale de mi boca. —¡Mientras vivas bajo mi techo harás lo que yo diga! —exploto sin razón alguna que pueda justificar mi comportamiento—, si digo que no van, no van y punto. Ella parpadea sorprendida, no asimila mis palabras y al instante me arrepiento de lo que dije. —¿Qué te pasa? Nunca me habías hablado de esta forma —tiene los ojos acuosos y quiero golpearme por actuar de la forma en que lo hice—. Maia no vino a quedarse encerrada en esta casa todo el tiempo, ella quiere salir e iremos a acampar, te guste o no. Impone su voluntad como quiere hacerlo desde siempre y las ganas de disculparme se esfuman de inmediato. —Lo digo muy en serio, Emily, las dos tienen p*******o ir a ese lugar, sobre todo si es con ese inútil que tienes como novio. —increpo frustrado con ella, con Maia y conmigo mismo—, no quiero hablar más del tema, no irán y esa es mi última palabra —puntualizo, dando por cerrado el tema. Ella me mira con recelo. —¡Sabes que no es justo lo que nos estás haciendo! ¡Somos lo suficientemente mayores para cuidar de nosotras mismas! —argumenta y suelto una risa burlesca aunque no sienta el mínimo atisbo de diversión, eso no me hará cambiar de parecer y ya lo notó—. ¡Te odio, papá! —habla sin pensar y me dedica una mirada cargada de rencor antes de salir azotando la puerta. La furia y los sentimientos encontrados me llenan el pecho y un sabor amargo se instala en mi paladar. —¡Emily Morgan, regresa aquí ahora mismo! ¡Esta conversación no ha acabado! —increpo perdiendo los escrúpulos, pese a que sé que no querrá verme en lo que resta de la semana. Pasan varios minutos y sé perfectamente que Emily no regresará a hablar conmigo. Nunca lo ha hecho. Dejo escapar un resoplido con pesadez y me siento en el borde de la cama para meditar sobre la discusión que acabo de tener con mi única hija, sé que no me comporte de la mejor manera con ella y quizás me he pasado con la forma de reaccionar. No entiendo por qué me da tanta rabia que se vaya a acampar, no soporto a su novio pero algo dentro de mí me dice que Maia está influyendo en mis decisiones sin que yo pueda evitarlo. No quiero que ella vaya con un montón de adolescentes calientes, me siento fuertemente posesivo sobre ella pese a que no es mía y precisamente por eso me doy cuenta de que nunca debí besarla y mucho menos involucrarme con ella porque ahora no sé cómo deshacerme de este sentimiento que empieza a nublar mi juicio y apagar mi lado racional. He cometido una grave equivocación y mi hija será la mayor afectada. Tuve que resistirme e hice lo contrario, cedí ante ella cuando sabía muy bien quién era y lo que representaba para mi hija, por mucho que me duela reconocerlo, Maia es un completo error en mi vida. Jamás debí dejarme llevar, jamás debí cegarme por el d***o. Debí actuar conforme a mi edad y poner un alto a la situación que yo inicié. Necesito hablar con ella y dejarle muy en claro lo que pienso al respecto, necesito que ella sepa que me arrepiento de lo sucedido y que jamás volverá a ocurrir. Aunque la sola idea me llene el pecho de rabia.
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