La magia se ha esfumado
Maia
Tengo la mirada puesta sobre mi plato que consiste en una ensalada de vegetales sazonados con un buen trozo de pollo, siento un nudo formarse en mi estómago, la presión aglomerada en mi pecho no hace más que evocar recuerdos indeseados y por más que me repito mentalmente que todo va estar bien si pruebo un bocado, sé que no es así, la parte sensata de mi cabeza tiene razón, no puedo hacerlo porque mi estómago se ha desacostumbrado a ingerir alimentos por la noche y solo estaría causándome un daño.
Ignoro las miradas acusatorias que me lanzan Derek y Emily, no se han dirigido la palabra desde su discusión en la tarde. Ambos permanecen callados, ausentes y en la espera de que yo me anime a probar un bocado de lo que preparó el señor Morgan. Siento mi piel entibiarse con la sensación de asfixia que me atenaza al no poder huir de la mesa y mi corazón empieza a galopar con inquietud ya que estoy expuesta ante ellos.
Decidida a no cenar, levanto la mirada y me encuentran un par de ojos grises en el camino, que permanecen fijos y con preocupación
—No tengo hambre —digo parte de la verdad.
Mi mejor amiga frunce los labios y hace una mueca de enfado que conozco muy bien.
—¿Has perdido el apetito por nuestra discusión? —cuestiona Derek, adquiriendo una nota pasiva en su voz.
Niego, sintiéndome incómoda.
La confusión interrumpe su expresión y me lanza una mirada dubitativa.
—¿Entonces? —indaga en un tema que no quiero compartir con él—, ¿sucede algo?
—No suelo comer por las noches, no estoy acostumbrada —admito brevemente.
La misma duda que vislumbraba en los ojos de mi padre, brilla en sus ojos y puedo asegurar que no me cree.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?
Me paralizo cuando mi corazón comienza a latir desbocado con todos los recuerdos agridulces que regresan, mis manos empiezan a sudar y sin querer sentir esa sensación de asfixia, me limito a esquivar su mirada.
—¿Maia? —insiste y me muerdo el interior de las mejillas, sintiéndome sofocada por su insistencia que no hace más que avivar sentimientos no deseados.
Emily me mira fijamente, un destello de comprensión crispa sus ojos y puedo darme cuenta de que ella sospecha o se hace una idea de la razón de mi actitud.
—No tienes porque comer sino tienes hambre —interrumpe mi mejor amiga, en un intento de aliviar la tensión que se ha creado en los últimos minutos.
Derek la fulmina con la mirada para después posar sus ojos en mí. Queriendo escuchar una respuesta que no quiero dar.
—No puedes saltarte las comidas, Maia —hay una nota de preocupación en su voz—, puedes enfermarte —siento que escucho a mi padre y no puedo respirar.
Las expresiones de mi rostro decaen notoriamente y sé que ambos pueden darse cuenta porque no dejan de mirarme.
—Estoy bien —es lo único que puedo articular.
—Papá, basta...
—Emily, por favor, no intervengas —Derek la manda a callar y las ganas de hacerme diminuta incrementan.
Cierro los ojos unos segundos, sintiendo una ola de pánico mezclado con rabia sacudirme.
—Maia tiene veinte años y es perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones, deja de actuar como un padre preocupado, ya tiene uno —increpa con desdén.
Derek se queda perplejo, sorprendido por el repentino arrebato de Emily y trata rápidamente de enmascarar que el comentario de su hija le ha afectado, ya que no debería y ambos sabemos el porqué.
Un silencio nos invade, él no dice nada y yo tampoco, mucho menos cuando luego de unos segundos le veo levantarse de la mesa con una expresión decepcionada dibujada en sus facciones antes de decir > y desaparecer por el pasillo, dejándome con una opresión en el corazón.
—Fuiste muy dura con él —no entiendo porque siento la necesidad de defenderlo—, no era para tanto.
Emily se encoge de hombros y niega, con una expresión abatida que delata sus verdaderas emociones.
—No tiene que meterse en tu vida, Maia, eres mi mejor amiga y entiendo que se preocupe por ti porque eres importante para mí, pero eso no le da derecho a presionarte o hacerte sentir incómoda —me muerdo el labio, indecisa. Me siento expuesta y con los sentimientos a flor de piel—. Y regresando al tema, ¿hay algo que deba saber? —inquiere mirándome fijamente, siento que sabe algo o al menos, lo sospecha.
El color abandona mi rostro y me atraganto con mi propia saliva. Los nervios me invaden de golpe y no se como actuar enfrente de ella.
—¿Algo como qué? —evado su mirada.
—No sé, tal vez deberías explicarme esa tontería que le dijiste a mi padre de que no sueles comer por las noches —toma un sorbo del vaso de zumo y vuelve a concentrar su atención en mí—, sé que te encanta la comida y siempre aprovechamos cualquier momento para comprar golosinas —me recuerda lo que ya sé y no tengo el mínimo interés en evocar.
Suelto un bufido con hastío, tratando de no explotar contra ella ya que no tiene la culpa de mis problemas. No tiene la culpa de nada, soy yo la que no he podido sincerarme con ella y tal vez, si le hubiese contado todo lo sucedido en el pasado, me comprendería. Pero ya es muy tarde.
—Ya no es así, han pasado cinco años —espeto con dureza—. Las cosas cambian, Emily —me levanto de la silla y le doy una última mirada.
Ella me mira incrédula, sin entender porque estoy a la defensiva. Y para ser sinceros, yo tampoco me entiendo. Solo sé que no puedo quedarme cerca de ella un segundo más.
—Sabes que puedes contarme lo que sea, no te juzgaré.
> palabras que solo repite mi subconsciente, queriendo torturarme como ya lo ha hecho antes.
—Lo sé —mis labios se curvan en una sonrisa triste—, sé que tú no me juzgarás.
Soy yo la que lo hago.
Permanezco en silencio, vuelvo a acomodar la silla en su lugar y me encamino a mi habitación, dejando a Emily con una mueca de insatisfacción y llena de dudas que no puedo responder por más que quiera.
Después de cambiarme de ropa y ponerme una pijama, me dejo caer en la cama con una extraña sensación en el estómago que no puedo disipar, estoy intranquila y no entiendo esta necesidad de ver a Derek. Estoy confundida, hecha un completo lío porque sospecho que está tratando de evadir lo sucedido y no hay nada que duela más, que su indiferencia ya que me vuelvo a sentir insuficiente.
Intento cerrar los ojos pero el chillido de la puerta que captan mis oídos interrumpe mi intento de siesta, diviso una gran sombra entrando a la habitación y no me alarmo en absoluto, ya que sé perfectamente a quién le pertenece y no por nada, mi corazón comienza a latir como si su vida dependiera de ello, las pulsaciones se me disparan en anticipación y tengo que entrecerrar los ojos para intentar controlar todo lo que me provoca.
Se acerca hacia donde me encuentro con pasos decisivos, la luz proveniente del ventanal lo alumbra, una sonrisa se plasma en mi rostro y todo la emoción que sentía se desvanece cuando mi mirada desciende y veo lo que trae en las manos.
Me enderezo sobre la cama y trato de mantener la calma y no explotar.
—Te traje algo, castaña —me tiende el vaso de leche al momento de sentarse en la cama, muy cerca de mí—, también galletas de chispas de chocolate, no sé cuáles son tus favoritas, puedo traer otras si quieres.
Su gesto me hace estremecer entera y comenzar a sentir algo que no debería, no por él, sin embargo, no puedo evitar sentirme abrumada por su insistencia cuando ya le dejé muy claro que no quiero comer algo. Siento que no me escucha y eso es algo que ya he experimentado en el pasado y no estoy dispuesta a soportar nuevamente.
Aunque tampoco me pasa desapercibido la sensación de asfixia que me provoca ver esas galletas porque inevitablemente, me veo ansiando una después de todo pero una vocecita dentro de mi cabeza me detiene y me mantiene inmóvil. Congelada.
—Gracias pero no tengo hambre —le reitero sin ser grosera. Lo veo apretar la mandíbula.
Pongo el vaso de leche y el plato repleto de galletas en la mesita de noche, obviando la mirada aniquilante que me regala cuando nuestros ojos se vuelven a encontrar en medio de la oscuridad.
—No comiste nada durante la cena —percibo el reclamo en su voz—, me preocupa que duermas sin nada en el estómago —la irritación empaña sus palabras y la tensión puede cortarnos en cualquier instante si seguimos discutiendo el mismo tema.
—Pues no debería preocuparte —me frustro con él.
Él me mira rabioso y con un atisbo de contención crispando sus orbes grises. Respira con pesadez, le cuesta hacerlo y por la postura de su cuerpo semidesnudo, sé que está a punto de perder la cordura.
Sin embargo, no preveo su cercanía hasta lo tengo a escasos centímetros de mí boca, acuna mi rostro y sin pedir permiso, presiona sus labios húmedos con los míos, dejo escapar un jadeo ante el tacto y lo recibo gustosa dejándome llevar por la oleada de calor y el torrente de emociones que me atraviesan cuando siento su sabor dentro de mí.
Y no es hasta ese preciso momento cuando me doy cuenta de que no sabía lo mucho que necesitaba sentir el calor que me transmite su cuerpo y la calidez de sus labios ya que todo desaparece a mi alrededor cuando estoy junto a él y sólo puedo pensar en que no quiero que lo que tenemos se acabe porque sólo me interesa permanecer a su lado y la sola idea me aterra.
Estoy enloqueciendo. Sí, eso es. No puedo pensar con claridad cuando lo tengo así de cerca, acariciando mi piel desnuda, hurgando dentro de mi camisón con ese toque de desesperación que me condena y besándome con profundidad y d***o, aspirando cada uno de mis gemidos y exigiendo más de lo que doy.
Se separa de mí y nuestras respiraciones hacen eco en la habitación, el sonido me fascina y puede convertirse en uno de mis favoritos, después del sonido de su risa, sus manos siguen sosteniendo mi rostro y no puedo evitar sonreír como una tonta.
—Come algo, por favor —pide suavizando su voz y la comprensión de porqué me ha besado se acentúa dentro de mi cabeza.
Solo quería hacerme ceder.
Pestañeo en varias ocasiones, lo miro desentendida y me alejo de él bruscamente.
—No sé cuántas veces necesitas que te repita que no tengo hambre y no acostumbro a merendar algo por las noches —le digo molesta. La magia del momento se ha esfumado por completo y ahora me siento acorralada por él.
—Maia, deja de hacer berrinches y actúa como el adulto que eres —se enoja por igual y no tardo ni dos segundos en levantarme de la cama, furiosa con él.
Mi corazón taladra dentro de mi pecho y siento que la sangre me comienza a hervir, una sensación tan conocida y que jamás pensé sentir con él. Estaba tan equivocada.
—¡No son berrinches! —increpo mirándolo con decepción—, ¡ya te expliqué mis razones y no me escuchas!
Se levanta de la cama y trata de acercarse a mí pero soy más rápida y retrocedo, esquivando su toque porque me siento enojada y él no me ayuda a tranquilizarme.
—Si lo hago, cariño —se excusa tontamente.
Niego con la cabeza, mirándolo incrédula.
—No lo haces, si realmente lo hicieras, habrías dejado de insistir hace tiempo.
Me observa atónito, el aire se vuelve más pesado y sé perfectamente que todo ha acabado entre nosotros.
—¡Porque no entiendes que sólo estoy preocupado por ti, j***r! —arremete subiendo el tono de voz y mirándome con recelo—. No soporto saber que algo podría pasarte —su mirada se ensombrece. Se le ha agotado la paciencia, pero no es al único.
Me paso la mano por la cara, frustrada, que no me detengo ni siquiera a pensar lo que sale de mi boca.
—¡Sólo porque hayamos follado una vez no te da derecho a meterte en mi vida! —siseo en una rabieta y veo el efecto que surten mis palabras dentro de él.
Lo he herido y no hay reparación que pueda salvar algo que nunca existió.
Entreabre los labios para protestar pero se detiene a sí mismo, toma un respiro largo y profundo para después mirarme a los ojos y maldecir en voz baja.
—Tienes razón, te pido una disculpa por mi actitud, no volverá a pasar —su tono de voz cambia a uno desinteresado y quiero echarme a llorar por no poder expresar el desorden de sentimientos que siento dentro de mi pecho.
—Derek, no quise decir eso... —no quiero que se vaya. Quiero retractarme pero sé que es demasiado tarde.
—Buenas noches, Maia —se despide sin darme una última mirada.
Le veo irse por donde vino, no mira atrás y me quedo helada, sin poder moverme de donde estoy, las lágrimas y el llanto que se desencadena después de verlo ir hacen que mi garganta arda en llamas pero nada se compara con la opresión que experimenta mi corazón cuando sospecho que empiezo a sentir algo que no debería por el padre de mi mejor amiga y que aunque lo niegue, sólo quiero salir tras él y explicarle todos los miedos e inseguridades que me cruzan cuando menos me lo espero y que por hoy, han ganado.