No habrá vuelta atrás
Maia
Derek se percata de mi presencia al escucharme soltar un profundo suspiro, entorna sus ojos grises, que me tienen jodidamente atormentada, en mi dirección, haciendo que pierda el aliento por completo y, en sí, parte de mi racionalidad. Si es que aún me queda algo de ella.
Nos quedamos callados aspirando el silencio que se crea a nuestro alrededor, nos miramos fijamente, con suma delicadeza y atención. Mi piel se eriza en respuesta. La atmósfera se siente pesada y me cuesta encontrar un soporte.
Él no dice nada.
Yo no digo nada.
Pero decir algo en este momento sale sobrando cuando ambos sabemos lo que queremos, de nada sirve hablar porque las palabras no cesarán el t******o en el que vivimos al no poder detener lo que empieza a crecer dentro de nosotros.
Esto no nos hace ningún bien.
Paso saliva y tomo una bocanada de aire antes de acercarme a la encimera donde se encuentra una jarra llena de agua. Su vista está puesta sobre mí, me eriza los vellos de la piel, y siento que no respiro con regularidad, ya que él tenerlo en el mismo lugar y a oscuras, me hace estremecer e imaginar cosas que ninguna persona de veinte años debería imaginar sobre el padre de su mejor amiga.
—¿Qué haces aquí, Maia? —me sorprendo cuando lo escucho hablar. Su voz es un gruñido bajo.
Levanto la mirada para encontrarme con sus ojos llenos de ese brillo de contención que me acelera las pulsaciones.
—Tenía sed —logro decir—, sólo vine por agua.
Él asiente con la cabeza sin dejar de mirarme.
Avanza decidido hasta quedar a escasos centímetros de mí que no tengo tiempo para retroceder. Se postra frente de mí y me mira con ese atisbo de l******a. Mi corazón late desbocado y siento que las palabras se me enroscan en la punta de la lengua porque no puedo articular una respuesta coherente para alejarlo.
—Deberías irte —sisea sin apartar la vista de mí, como un depredador a punto de devorar a su presa.
Me paralizo por completo y lo miro incrédula.
—¿Me estás echando de tu casa nuevamente?
Él niega y puedo vislumbrar una pequeña sonrisa maliciosa formarse en sus labios.
—Estoy diciéndote que deberías irte a tu habitación si quieres evitar lo que sea que está pasando entre nosotros —expresa con dificultad—, no puedo tenerte cerca en este momento. No me quedan más fuerzas para luchar contra lo que siento —percibo la nota de desesperación en su voz y mi sangre se calienta.
—No puede suceder —él sabe a lo que me refiero y, por eso mismo, deja salir un bufido que me grita la frustración que siente.
—Aléjate —advierte con la voz rasposa—. Huye lejos de mí, porque si me dejas atraparte..., no te suelto.
Sé que debería obedecerle y salir corriendo si quiero evitar un desastre mayor pero no puedo moverme, aunque eso signifique que estoy a punto de traicionar mi moral.
—No quiero alejarme de ti —confieso en un susurro.
—Maldición, no estoy jugando, Maia. No resistiré más tiempo sin probarte.
—Lo sé —mi voz es apenas un eco—, pero no puedo seguir fingiendo que no quiero lo mismo aunque eso me convierta en una mala persona.
Cierra los ojos y expulsa el aire de sus pulmones, como si le doliera mi falta de resistencia.
—He perdido la razón, cariño —acorta la distancia entre nosotros—, y no me creo capaz de detener esta locura, no quiero hacerlo más, sólo te quiero a ti. —Me toma de la barbilla y siento que el corazón me martillea con fuerza dentro del pecho cuando sus ojos me comparten el martirio en el que vive.
—Yo también quiero lo mismo —admito en un susurro bajo—. Sé que está p*******o y que no debería desearte..., pero lo hago.
Sus ojos grises se oscurecen y pierdo mi capacidad de pensar con claridad.
—Te estás condenando aún más. Esta es mi última advertencia. No permitiré que cambies de parecer.
Mi respiración se entrecorta cuando me percato de la seriedad de la situación. Los dos queremos esto.
Una ráfaga de calor comienza a acumularse entre mis piernas.
—No lo haré, lo prometo.
—Respuesta incorrecta, cariño. Porque no voy a parar hasta que lo único que pueda probar en mi boca seas tú —paso saliva—. Te mostraré el hombre que has hecho de mí y no me contendré aunque me lo ruegues, me parece un trato justo cuando te has estado alimentado de toda mi cordura.
Hasta la última fibra que me conforma se remueve en el momento en que sus palabras se acentúan en mi cabeza, su tibia respiración golpea mi rostro y no sé qué hacer para detenerlo porque ya no tengo fuerzas.
La energía que tenía ha desaparecido y, por mucho que me diga que es un error, nunca he deseado a nadie tanto como a él.
—¿Quieres salir huyendo? —se mantiene en la misma posición.
Tiemblo de pies a cabeza. Él me mira fijamente sin perder detalle de las reacciones de mi cuerpo.
—No, pero es lo que debo hacer antes de que sea demasiado tarde y hagamos algo de lo que después nos arrepintamos —suelto rápidamente y siento su posesiva mirada sobre mí.
El aroma fresco que emana me penetra las fosas nasales con fuerza y tengo que apretar los dientes para evitar decir algo o emitir un sonido que me haga hacer un movimiento en falso.
Sus labios se curvan en una sonrisa perversa.
—Créeme que no me voy a arrepentir de lo que te haga en este momento contigo —asevera con voz ronca—, porque me he estado conteniendo durante semanas y escucharte dándote placer en la ducha me ha llevado al límite.
Mi pulso se vuelve loco cuando escucho esas palabras que resecan mi boca en cuestión de segundos y hacen que la sangre me suba a las mejillas, porque siento una sensación caliente abrazando mi pecho.
Me siento avergonzada. Me siento excitada.
—¿Escuchaste todo? —apenas puedo hablar.
Él se inclina en mi dirección, quedando a la altura de mi cabeza.
—Te escuché gemir mi nombre y eso fue suficiente para ponerme duro —susurra en mi oído haciendo que mi cuerpo se estremezca con la oleada de calor que me golpea.
—¿Y por qué no dijiste nada? —pregunto, intentando recobrar un poco de mi autocontrol.
Él sonríe mostrando su perfecta dentadura.
—Porque me gusta oírte gemir mi nombre cuando llegas al orgasmo, me gusta ser la persona por la que te tocas, me gusta ser la causa de tu excitación, cariño. —Confiesa sin pena.
Mis pezones se endurecen advirtiendo el d***o que me corroe. Su pecho sube y baja de manera rápida y siento que está buscando una forma de regular su respiración pero no la encuentra, ya que tenerme cerca lo pone igual o peor que a mi.
La parte racional que habita en mí me hace retroceder ya que tengo miedo de lo que siento en el pecho. Él me mira exasperado y no sé como decirle que se aleje porque siento que el corazón se va a salir por la boca.
—No digas cosas así —ni yo misma me convenzo de lo que digo—, simplemente no lo hagas.
Arruga la frente en un gesto de impotencia y su cuerpo se pone rígido.
—¿Por qué? ¿Por qué tienes miedo de lo que pueda pasar entre nosotros si sigo diciéndote todo lo que d***o de ti? —increpa con desesperación
Me frustro y lo observa con incredulidad.
—¡Deja de hacer esto, j***r! —protesto.
Él se acerca a mí nuevamente pero reserva una sana distancia y me mira fijo, es inevitable que mi cuerpo no reaccione a su cercanía, un cosquilleo me recorre la columna vertebral y tengo que tomar una bocanada de aire para aplacar los latidos erráticos de mi corazón.
Mi mirada recae sobre sus labios entreabiertos y los miro hambrienta porque necesito saber a qué saben y el hecho de tenerlo tan cerca y nunca haberlo besado me hace querer gritar de frustración.
Derek se percata de donde se encuentra mi mirada y sonríe complacido. Ha obtenido su objetivo.
—¿Acaso quieres besarme, castaña pervertida? —pregunta sonriente, enarcando una ceja, y mi piel comienza a arder con la sensación de euforia que me asalta al tenerlo cerca de mí.
Me siento desequilibrada porque quiero ceder ante lo que no debo, y la idea de caer en la tentación de sentirlo ya no es irracional. Estoy fuera de control y no me importa.
—Sí, quiero hacerlo, señor Morgan —admito sin rodeos, no tiene caso negarlo cuando estoy a punto de quebrantarme ante la única persona con la que no tengo permitido hacerlo.
Él me observa impaciente y empieza a acercarse a mí con pasos lentos, pero decisivos, puedo ver la determinación en su mirada, lo cual me grita que quiere lo mismo que yo.
Mi corazón se acelera con los pensamientos que me golpean, las yemas de mis dedos comienzan a arder por la necesidad de tocar su torso d*****o que me tienta de una manera inexplicable, y me resulta bastante difícil encontrar una razón para detener la locura que está a punto de ocurrir.
Lo d***o.
—¿Y por qué no lo haces? —me provoca y una sonrisa cargada de perversión se dibuja en la comisura de su boca.
Me relamo los labios con cierta sensualidad e intento retroceder, pero es más rápido que yo, que me toma por las caderas y me acerca a él haciendo que la respiración se me acelere. Su toque áspero me quema la piel de una manera enloquecedora, desencadenando el torbellino de sensaciones que he reprimido durante semanas por el simple hecho de que son prohibidas.
—Dime, castaña pervertida —exige en mi oído con esa nota áspera—, ¿por qué no me besas? Sé que quieres hacerlo —insiste, buscando persuadirme porque al igual que yo, no puede reprimir lo que provoco en él.
Lo miro con fijación y me enfoco en el iris gris de sus ojos, que me tiene en una nube de perversión y tormentosos deseos. Suelto el aire que no sé que estoy reteniendo y nuestras respiraciones se mezclan, impulsando el cosquilleo que me avasalla el estómago.
—Vamos, dime —su voz es un susurro—, ¿qué es lo que te detiene?
Cierro los ojos, expulsando el aire.
—Eres el padre de mi mejor amiga —confieso con pesadez, recordando el motivo por el cual no puedo dejarme llevar por mis instintos.
Sus ojos me observan un poco desconcertados, como si apenas hubiese recordado la razón que nos detiene de ceder ante lo que deseamos. Pienso que mis palabras han surtido efecto y, que por ende, me dejará escapar, pero no lo hace. Al contrario, me acerca más a él, tanto que puedo sentir cómo su cuerpo se tensa junto al mío, avivando lo que tanto anhelo.
—Y tú eres su mejor amiga —replica, frotando su hombría contra mis muslos—, eres prohibida.
Jadeo sorprendida y su mirada se ensombrece.
—No podemos —me muerdo el labio, silenciando mis gemidos—. No debemos.
—Lo sé —acaricia mi mejilla con ternura—, lo sé muy bien, castaña pervertida.
Un sin fin de vibraciones me recorren el cuerpo al sentir su tacto sobre mi piel, mi cabeza ya no piensa con claridad, no sé que hacer, solo sé que él es p*******o pero he perdido la habilidad funcional de mi cerebro y ya no puedo reprimir mis sentimientos.
Ya no quiero. Porque de nada ha servido hacerlo, hemos terminado justo en la misma situación, que hemos tratado de evitar desde que nos vimos.
—Derek... —Alargo su nombre—. Ya no hagas esto, nos duele a los dos —me mira con ese destello de contención, pero el d***o que crispa en sus ojos sobresalta, dándome a entender que no hay poder humano que detenga lo inevitable.
—¿Entonces no me besarás? —acerca sus labios a los míos, tentándome como solo él sabe hacerlo—. ¿Te quedarás con las ganas de sentir mis labios sobre los tuyos? —insiste en un tono sensual que me seca la boca y me pone a temblar las piernas.
Mi cabeza se convierte en un puto lío por sus insinuaciones, no puedo pensar en que debo hacer, más bien sé lo que debo hacer; apartarlo de mí y salir corriendo, pero mis pies no me hacen caso, porque mi cuerpo se quiere quedar aquí, con él.
—No, no te besaré —digo con la respiración agitada, resguardando el poco autocontrol que me queda.
Él me observa fijamente y me lanza esa mirada hambrienta, como si yo fuera una presa y él un depredador que busca devorarme de un solo bocado. Y sé con certeza, que si en este momento sigue haciendo sus malditas insinuaciones, caeré en la tentación de sentir sus labios sobre los míos, recorriendo cada espacio de mi cuerpo. Haciendo de mí lo que él quiera porque ya no tengo la fuerza suficiente para alejarlo.
En este preciso instante soy más suya que mía.
—No importa —sisea, pasando las yemas de sus dedos por el contorno de mis labios—. Pero no me quedaré con las ganas de besarte porque he perdido la cabeza... Y cariño, debiste haberte ido cuando te lo pedí —replica, sonriéndome de esa forma que me desviste al instante.
No proceso sus palabras a tiempo y por eso formulo la pregunta:
—¿De...
Mis palabras se ven interrumpidas por unos labios feroces que me devoran con desesperación y una frustración que me acelera las jodidas pulsaciones, porque sé que está intentando transmitirme toda la impotencia que los dos hemos sentido durante semanas. Estoy en llamas. Gimo contra su boca cuando siento que dejo de pisar el suelo y me aferro a él porque ya no hay nada que me pueda regresar la cordura que he perdido por su culpa.
Quiero mantenerme cuerda, con los pies puestos en la tierra, pero tener su sabor en mi boca se siente como una bocanada de oxígeno que necesito para poder coexistir. Mi cuerpo se calienta con la ola de excitación que me golpea en la entrepierna y aunque me obligue a mí misma a apartarlo, porque es lo correcto, no lo hago porque yo también lo d***o.
Y por eso mismo, le cedo la entrada y caigo rendida ante el dulce sabor de sus labios.
Me carga sin ninguna dificultad y no dudo en enroscar las piernas alrededor de su cintura, aferrándome a él como si mi vida dependiera de ello, su cuerpo se tensa y yo vuelvo a gemir cuando su erección sobrepasa la tela de su pijama y golpea mi pelvis expuesta.
Derek gruñe al darse cuenta de que no llevo nada debajo del camisón, se frota más rápido contra mí buscando mi propio placer y lleva ambas manos a mi t*****o, sonrío de alivio o emoción —no sé distinguir, no me importa ponerme a pensar en ello—, y arqueo la espalda cuando las aprieta con fuerza porque sentir sus manos estrujando la sensible piel de mis glúteos me hace alucinar, ya que esa sensación asola mi pecho de d***o.
Se separa de mis labios y me mira hambriento, con la respiración entrecortada y las hebras rubias alborotadas.
—No, no pienses en nada. Esta noche sólo somos tú y yo —musito con la respiración agitada.
Él me mira fijamente, asegurándose de que estoy completamente segura de mis palabras.
—No habrá vuelta atrás —advierte sin dejar de sostenerme—, no me detendré aunque me lo pidas.
Sé que está mal pero escucharlo solo me excita más así que enrosco mis dedos en su cabello y lo atraigo hacia mí, miro sus ojos grises por última vez y sonrío con malicia, olvidando parte de mis valores y apagando esa voz que me dice que voy a perder mi amistad.
—Ya no puedo pedirte que te detengas, te d***o y probablemente me iré al infierno después de esto —apenas consigo respirar.
—No te irás sin mi, cariño —promete y sé que ya no hay nada que pueda detenerme.
Su sonrisa me corrompe los sentidos y calienta mi corazón que late desenfrenado, lo miro sin contención y no tengo tiempo para poder recuperar mi respiración o tan siquiera arrepentirme porque sus labios están de nuevo sobre los míos, y solo puedo pensar en lo bien que se siente tener su sabor en mi boca.