Beso A Medias
Derek
Entreabro los labios, dejo salir un suspiro con hastío, mientras repaso la cesta de papeles de mi escritorio sin entender una palabra de lo que leo, y que hace una semanas habría podido concentrarme perfectamente si no fuera por la castaña de ojos azules que tengo atravesada en la mente y en el paladar.
Mi cuerpo se tensa y la boca se me seca con el recuerdo de sus labios a milímetros de los míos, quiero alejar el pensamiento, sé que está mal, pero es en lo único que pueda pensar desde que ocurrió aquello en su habitación, porque siento un d***o y una pasión descontrolada que ya no puedo detener.
La tengo metida hasta en la piel, la siento en mis huesos y alejarme de ella ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho en mis 39 años de vida.
No entiendo en qué momento pasó esto, porque jamás imaginé que empezara a albergar un d***o por la mejor amiga de mi hija, y por si no fuera poco, casi le doblo la edad. Sinceramente no sé qué me pudre más, si que no me permita ceder a la tentación de poseerla o que sepa que voy a hacer daño a mi hija en el proceso.
Por eso necesito deshacerme de cualquier pensamiento insano que le profeso a esa chica, que jamás debió tentarme, porque ahora los dos sufrimos una condena al no poder ceder a los deseos carnales que nos están comiendo vivos.
No entiendo porque me sentí atraído a una niñata, que fácilmente puede ser mi hija, oh Dios, el solo pensamiento me revuelve el estómago. Ni siquiera sé porque me dejé llevar y no sopesé las consecuencias que traería probarla. Yo soy el adulto y debí saber alejarme y mantenerla a raya, yo soy la persona sensata, pero nada de eso sirvió porque en cuanto mis ojos la vieron, sentí ese cosquilleo peculiar que me regresó veinte años atrás.
Esa chica llegó incendiando cada parte de mi cuerpo y cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde para detenerla.
Mi vida es la típica vida cotidiana de cualquier hombre de treinta y tantos años, una vida sedentaria y tranquila. A este punto solo busco calma, que cierta persona ha arruinado con solo una mirada. Tengo mi propia rutina que consiste en gestionar mi cadena de hoteles, dar fondos a varias organizaciones benéficas, nadar por las tardes y cenar todos los días con mi hija —aunque ya no lo hemos hecho desde que conoció a su novio—. Nunca he puesto el trabajo por encima de ella.
Tener a Emily me hace sentir completo y por eso jamás volví a casarme. Soy feliz con la monotonía y tengo la estabilidad económica que cualquier persona de mi edad desea, por esa misma razón no entiendo porque al ver a Maia sentí que ella me daba vida, como si ella fuese un respiro que siempre quise experimentar. Esa dosis de locura que sin saberlo, he estado ansiando.
Es demasiado complicado lo que ella me hace sentir y todavía sigo organizando mis pensamientos. Necesito tener la cabeza fría para poder evitar un desastre mayor. Por eso fue la mejor decisión haberme ido, tenía que darle su espacio a ella y a mi hija.
Ellas necesitan recuperar el tiempo perdido y yo necesito ser el padre de Emily y actuar conforme a mi edad. No podré hacer eso si sigo conviviendo con Maia, porque ella me hace sentir todo, menos un hombre de 39 años.
Necesito dejar de pensar en ella.
Soltando un resoplido, vuelvo a revisar los papeles y hago mi mejor intento para poder concentrarme en mi trabajo. El hotel necesita mi atención y no puedo descuidar mis prioridades por mera calentura. Maia es la mejor amiga de mi hija y así será para siempre, porque no pienso dejarme llevar de nuevo.
Mi móvil comienza a vibrar, la imagen de mi hija aparece en la pantalla, contesto de inmediato ansiando escucharla.
—¡Papá! —grita con esa voz que conozco a la perfección.
Me hace sonreír. Lo usa cuando quiere algo de mí.
—¿Qué pasa, mi amor? —sigo revisando los papeles, poniéndome el móvil en la oreja y sujetándolo con el hombro.
—Evan y yo tenemos una cita esta noche —hay una pausa—, pero no quiero que Maia se quede sola en la casa, ya sabes, me da miedo que algo pueda pasarle....
Tomo una bocanada de aire, intentando no alterarme porque la idea de que mi hija siga saliendo con ese muchacho me irrita, además de que el hecho de que piense irse con él y dejar a Maia sola me molesta aún más.
—Entonces no salgas o llévate a tu amiga, te recuerdo que si ella está aquí es porque vino a visitarte a ti —increpo con un tono duro.
Sé que no le gusta que la sermoneen, pero me siento en la obligación de hacerlo cuando sigue actuando de esta manera.
—Papá, solo quiero salir con mi novio. Maia no tiene problema en que vaya y tú puedes venir a quedarte con ella.
Pongo la llamada en altavoz, dejo el móvil en el escritorio y me paso la mano por la cara, frustrado.
—¡No soy niñero de nadie, Emily!
—¡No te estoy pidiendo que la cuides! Solo quiero que le hagas compañía para que no se sienta sola.
Me enfurezco aún más.
—¡Tú eres su amiga! —respondo—. La que debería hacerle compañía eres tú, no yo. Necesitas tener más consideración con Maia, en vez de andar pensando en dejar a tu visita para irte con ese novio.
Suelta un jadeo, enojada y frustrada conmigo.
—¡Eres imposible, papá! —grita—, gracias por nada.
Estoy a punto de argumentar cuando cuelga la llamada y me toca resoplar con pesadez, porque las peleas entre Emily y yo son más frecuentes desde que apareció Evan en su vida y no sé cómo hablar con mi hija del tema. Mucho menos cuando ella se niega a escuchar razones.
Solíamos ser muy cercanos y hacer la mayoría de las cosas juntos, cuando su madre se fue decidí quedarme con ella, no quería que ella se fuera a Texas y cuando Emily prefirió mi compañía a la de Sofía me sentí feliz. Por eso no entiendo como nuestra relación puede deteriorarse tan fácilmente con la llegada de un chico. Resiento la llegada de ese muchacho a su vida, siempre supe que llegaría alguien, pero no imaginé que sería alguien tan pedante como lo es él. No quiero eso para mi hija.
Necesito arreglar la relación con ella y volver a cómo éramos antes, porque no me gusta estar así, necesito hacerle saber que salir con ese chico no le hace nada bien y que va a terminar mal.
Sé lo que es estar enamorado a su edad y hacer todo mal, creyendo que estamos en lo correcto, porque sentimos que lo sabemos todo, pero solo somos adolescentes inexpertos creyéndonos adultos.
Tengo que proteger a mi hija, pero no sé cómo. No tengo derecho a prohibirle nada a su edad, aunque ella siga viviendo bajo mi techo. Y si tan siquiera lo intento, solo obtendré que me resienta y lo último que quiero es que mi hija me odie. Yo no podría con eso.
Espero que Maia se haya convencido de que Evan no es lo que Emily piensa. Necesito su ayuda. La necesito a ella.
*******
La incertidumbre de no saber qué pasó con mi hija y Maia no me deja trabajar más, las tengo a ambas en el pensamiento y solo puedo pensar en ir a verificar que todo esté en orden, aunque eso signifique volver a ver a esa castaña que no me hace ningún bien.
Tomo la gabardina de la silla y me la pongo rápidamente, meto el móvil en el bolsillo de mis vaqueros, salgo de la oficina haciéndome paso por el pasillo, ignorando el cosquilleo que se instala en la parte baja de mi cuerpo. Bajo por el elevador y me detengo a saludar a Cynthia, una de las recepcionistas del hotel con la cual tengo una amistad de años. Le hago un gesto amable con la mano y salgo por completo del hotel.
Me toca esperar unos minutos al que valet parking traiga mi auto, cuando lo hace le agradezco y me subo rápidamente. Enciendo el motor, sintiendo una descarga de adrenalina que se la atribuyo a la reciente pelea con mi hija, porque la parte sensata de mí se rehúsa a pensar que todo el lío que siento es por Maia.
Cuando llego a mi destino me estaciono en el garaje de inmediato y salgo apresurado, ansiando llegar a mi hogar. Saco las llaves para abrir la cerradura y entro a la casa, doy unos cuantos pasos hasta llegar a la sala de estar donde me encuentro a mi tormentoso d***o, recostada sobre el sofá, el televisor está encendido y ella está dormida, abrazando la almohada y con la lámpara de su móvil encendida.
Una cálida y refrescante sensación me sacude el pecho al verla, suelto un suspiro ahogado y aunque mi mente me grita que no lo haga, me acerco a ella. Mis músculos se tensan, la respiración se me desestabiliza, y no hago más que repetirme a mí mismo quien es ella, no se me puede olvidar, no puedo dejarme llevar como lo haría con cualquier mujer.
Pero ella no es cualquier mujer.
Me acerco, cauto, conteniendo la respiración, tengo miedo de hacer movimientos bruscos que puedan alarmarla. Me inclino y la muevo suavemente, ronronea, entre sueños y mi corazón galopea con fuerza. Sonrío embelesado mientras intento despertarla. Necesito saber dónde está Emily y qué hace dormida aquí y no en su habitación.
—Maia... —susurro.
Ella hace pucheros como si fuese una niña. Mueve su mano, en busca de algo, arqueo una ceja confundido, sin perder detalle de lo que hace.
—Vamos, cariño —la vuelvo a menear, las yemas de mis dedos arden por el roce—. Despierta.
Emite un quejido antes de abrir sus ojos y darme la vista a ese mar azul que carga en la mirada. Se me atasca la respiración en la garganta y siento que mi cuerpo se tensa, porque apenas me estoy dando cuenta de lo cerca que estoy de ella y eso me hace pasar saliva, nervioso.
Parpadea en varias ocasiones, acostumbra la vista a su entorno y me mira fijo.
—¿Derek? —frunce el ceño, desentendida—. ¿Qué haces tú aquí? —habla con la voz adormilada.
Le sonrío de forma burlona, intentando ignorar el d***o que me comienza a corroer y por el cual tengo que disimular la erección que comienza a crecer en mi entrepierna.
—Aquí vivo, Maia —espeto con simpleza.
Sus mejillas se sonrojan al instante, intenta disimular lo avergonzada que está y no me queda más que reprimir las ganas que tengo de besarla porque esta escena de ella despeinada y con las mejillas encendidas es lo más hermoso que he presenciado en años.
—Ya lo sé, Derek —se endereza, sentándose por completo—, solo preguntaba que hacías tú aquí, no habías venido desde que te fuiste.
Sus ojos me miran con intensidad, como si me pidieran una explicación que no tengo porque dársela, pero igual siento la necesidad de hacerlo.
—Sabes porque me fui, cariño —su cuerpo se tensa con mi respuesta.
—La que debió irse fui yo, no tú —me mira con ese aire de culpabilidad y niego rápidamente.
—Maia, tú no fuiste la culpable de nada, ¿me entiendes? —clavo mis ojos en los suyos—, yo soy el único culpable de lo sucedido y no tienes porque atormentarte por ello.
Hace una mueca de frustración, mordiéndose el labio inferior, lo que la hace lucir jodidamente tierna, mi corazón se exalta y sin poder evitarlo, esbozo una sonrosada, haciendo que me mire con incredulidad.
—¿De qué te ríes? —aprieta los labios.
—No es nada.
—¡Te estás riendo de mí! —hace un puchero.
—Que no, Maia —aclaro.
Arruga el entrecejo y me lanza una mirada acusadora.
—¿Entonces? —me cuestiona.
Suelto un resoplido, debatiéndome en sí debo sincerarme o no con ella, porque me cuesta demasiado controlarme cuando lo único que quiero hacer desde que la ví es besarla. Dios, sí me está costando hasta el último gramo de mi autocontrol no abalanzarme sobre ella.
—No me estaba riendo de ti, solo sonreí porque me pareció tierno el gesto que hiciste —admito sin pena—, me gusta cuando te sonrojas.
No se esperaba mi respuesta y sus mejillas se vuelven a sonrojar a causa de eso, me acerco a ella y me siento a su lado, la tomo por la barbilla, obligándola a que me mire a los ojos, porque quiero deleitarme con ese brillo que tiene en ellos cada vez que me ve.
—¡No hagas eso! —jadea avergonzada.
Me rio.
—¿Qué cosa?
—Decirme cosas así.
—¿Por qué? —la presiono, queriendo escuchar la razón.
—Porque me resulta difícil hacerme la idea de que no puedo tenerte —su voz es apenas un susurro, débil, pero mis oídos captan el sonido y mi corazón comienza a latir desbocado, con fuerza exorbitante que me obliga a tomar una bocanada de oxígeno.
—No eres la única que se siente así, cariño, pero sabes que no puede pasar.
Me hace un gesto apático mientras se pellizca el puente de la nariz.
—Lo sé, pero saber que eres p*******o no sacia el d***o. No lo apaga, no lo extingue, —musita lentamente—, no lo elimina por completo. Sólo lo intensifica.
La miro fijamente, atónito por la manera en que admite sus emociones, quiero intentar descifrar todo lo que me oculta detrásde esos ojos llenos de vida, porque sé qué hay mucho más que descubrir y que no me deja ver, pero solo me encuentro con una mirada escéptica que me resulta bastante difícil de entender.
Mis manos acunan su rostro, tiemblan al momento de hacerlo, aparto su cabello y suspiro con fuerza porque sé lo peligroso que es lo que estoy haciendo pero no puedo evitar que mis dedos acaricien cada extremidad de su suave piel, deseando profundizar la conexión que comenzó a crecer desde el momento en que la ví y por la cual estoy dispuesto a perder mi cordura.
Su respiración se agita con cada roce que advierten mis manos sobre su piel, me mira con ese ápice de d***o y delicadeza, no sé qué es lo que me pasa, pero no soy yo cuando estoy con ella, porque Maia come toda la racionalidad de mi cerebro y me convierte en este hombre salvaje que es adicto a todo lo que ella representa y precisamente por eso, me estoy muriendo por probar la tentación que carga en los labios.
Paso saliva, atormentado con los pensamientos impuros que atraviesan mi cabeza, mi cuerpo está en llamas y por eso tomo un respiro, y vuelvo a contemplar el panorama. Me resulta demasiado difícil anticipar todo lo que puede salir mal porque no soy dueño de mis actos cuando esta chica me sonríe.
—No te muevas —pido—, solo quédate quieta.
La tensión es palpable en el salón. El d***o me cala los huesos y me cuesta demasiado encontrar un equilibrio en los latidos de mi corazón. Los ojos de Maia me miran con ese brillo ansioso y excitante que me produce un cosquilleo en el estómago y con eso sé que no hay vuelta atrás.
—¿Me besarás? —respira contra mi cara.
—Sí.
Me trago mis valores y mi moral, dispuesto a probar el fruto p*******o que está en mi casa. Ella asiente, con debilidad, y cierra sus ojos lentamente. Me hace caso, pero me gustaría que se arrepintiera, me cuestionara y me detuviera antes de hacer una locura, porque ya no soy lo suficientemente fuerte para hacerlo por mí mismo.
Tomo una bocanada de aire, ajusto mi agarre sobre sus mejillas encendidas y me inclino hacia sus labios, quedo a milímetros de estos, un escalofrío me sube por la espina dorsal y tengo que gritarle a mis impulsos que se detengan porque estoy cruzando una línea prohibida. Una ola de pánico me golpea, y tengo ganas de soltarla y salir corriendo, pero no lo hago, porque la corriente eléctrica que me invade las extremidades es más fuerte.
No pienses más, Derek.
Cierro mis ojos, sabiendo perfectamente que después me arrepentiré de lo que estoy a punto de hacer, pero quiero hacerlo y ya no tengo las fuerzas para detenerme. Así que sin más, acorto la distancia y con toda la culpa vibrando en mi piel rozo mis labios con los suyos y en ese momento todo cambia. Es un roce pequeño, delicado, inexistente, que dudo que ella sienta, pero yo sí, mi cuerpo empieza a hormiguear con d***o y pasión, anhelando algo más que un simple roce.
Me maldigo mentalmente y dejo que la realidad de la situación se asiente en mi cabeza, me alejo de ella con dolor, mi cuerpo la aclama a gritos, respiro antes de abrir los ojos y me encuentro con su mirada llena de confusión y ansias.
—Maia... —resoplo abrumado.
Busco las palabras para explicar lo que acaba de pasar, no quiero que se culpe por mis jodidas acciones. Ella no me da tiempo de hacerlo porque me interrumpe.
—¿Por qué no me besaste? —suspira con pesadez y me mira con esos grandes ojos azules que empiezan a convertirse en mi perdición.
Le sonrío con tristeza, acariciando delicadamente la comisura de sus labios con mi pulgar. Ella no aparta la mirada de mí, atenta a los movimientos que hago. En sus ojos brilla la inseguridad y la duda que no sé cómo disipar.
—Lo hice, cariño. Te besé.
Ella frunce el ceño nuevamente.
—Eso no fue un beso —reniega, frustrada.
—Lo fue, cariño —le sonrío—. Fue un beso a medias.
Su mirada se entristece y trata de enmascararlo, pero percibo el cambio repentino y me maldigo internamente, conteniendo las ganas de tirar de ella y estampar mis labios con los suyos para llenar el d***o que me grita su nombre.
Tiene razón, lo que le di fue una jodida m****a de beso. Entiendo su frustración. No quiero besarla de esa forma, quiero comérmela entera si es posible, pero si lo hiciera no podría vivir con la culpa.
—¿Por qué me has dado un beso a medias...? —inquiere con una nota de miedo palpable en su voz, mordiéndose el labio inferior en un intento de reprimir las palabras que en realidad desea decirme.
Mi mente se pone en blanco con el bloqueo que me provoca tenerla así de cerca, sus labios entreabiertos a milímetros de mi boca son en lo único que puedo pensar, d***o probarla con locura y no puedo. No debo.
Trago grueso, intentando alejar esos pensamientos que me atormentan, y pese a que no tengo el mínimo interés en responder, de igual manera lo hago.
—Los besos a medias pueden olvidarse fácilmente —acoto sin atreverme a mirarla a los ojos—, y si te besara como realmente quiero hacerlo, nunca más podría sacarte de mi mente.
Mi respuesta es un balde de agua fría, una guantada en la boca del estómago que le cambia la expresión a una gélida, y no puedo evitar sentirme mal por haber sido tan egoísta y haberla besado cuando no estoy dispuesto a darle todo lo que ella quiere y necesita de un hombre.
Porque nadie quiere nada a medias.
Y Maia no es de las personas que se conforman.
Cierro los ojos durante unos segundos y me levanto del sofá. Doy varias vueltas sobre mí mismo eje, sin saber qué hacer o qué decir para arreglar la situación. Maia me mira fijamente, ese aire de contención palpando entre nosotros, suspiro y ella resopla enojada mientras se levanta por igual.
Toma su móvil, apaga la lámpara y me da una mirada llena de resignación. Quiero decir algo más pero no puedo, ni boca esta seca.
Maia me deja sin función cerebral, me apaga la racionalidad y se alimenta de los límites en los que he forjado mi vida, me asusta más de lo que quiero admitir, porque si acepto lo que siento estaré renunciando a todo lo que he conocido y creído a lo largo de mi vida y no estoy lista para dejarla apoderarse de mí de esa forma.
—Buenas noches, Derek.
Un nudo se forma en mi garganta.
—Buenas noches, Maia —intento sonreír.
Me hace un gesto con la cabeza y se vuelve hacia las escaleras, dándome la espalda. Pero aún no quiero que se vaya porque no me gusta sentirme así. Y no quiero que ella se sienta mal por mi culpa. Jamás me ha gustado terminar de esa forma con alguien. Odio la falta de comunicación pero es irónico cuando no puedo confesarle todo lo que ella me hace sentir.
—Le puedes decir a Emily que baje, necesito hablar con ella —busco una excusa para seguir escuchando su voz.
Se detiene en seco.
Mi cuerpo se tensa, espero a que se gire y cuando lo hace me mira detenidamente, sus ojos se clavan en los míos. Se pone nerviosa y sé lo que no se atreve a decirme, la rabia empieza a correr por mis venas y siento la necesidad de gritar pero no lo hago porque Maia no se merece que estalle contra ella cuando no es la culpable.
—¿No está, cierto? —aseguro.
Ella niega rápidamente, hace un intento de ocultar lo evidente.
—Claro que está, solo que se durmió temprano —miente y pongo los ojos en blanco.
—Cariño, no se te da bien mentir.
Suelta un suspiro y me da una mirada preocupada.
—No te enojes con ella, por favor. Emily no tiene porque quedarse a cuidarme, ya no soy una niña —aboga por mi hija—. Yo estoy bien aquí, me las arreglo sola.
Las ganas de besarla vuelven a medida que habla, pero me abstengo de hacerlo porque no quiero complicar las cosas.
—¿Entonces porque tenías la lámpara de tu móvil encendida? —me es inevitable cuestionarla sobre ese dato que no me pasó desapercibido.
Se tensa y mira rápidamente hacia otro lado. La duda se planta en mi interior, quiero saber qué le pasa. Aunque sé que es normal que mucha gente tenga miedo a la oscuridad, tengo la sensación de que con ella es algo diferente.
—No lo sé, debió encenderse sola —argumenta, sin mirarme a los ojos.
Suspiro lentamente y me acerco, quedando a escasos metros de ella. Los zafiros que carga en los ojos se encuentran con los míos, enviando un torbellino de emociones que me suben por el pecho y se entierran en mi corazón.
—¿Le tienes miedo a la oscuridad? —pregunto en voz baja.
Ella niega al instante y le creo.
—¿Entonces? —insisto.
—No puedo conciliar el sueño si no veo una pequeña luz o si la casa está vacía —admite y una oleada de culpa me golpea por no haber venido antes—, desde hace unos años me cuesta dormir a oscuras. No es por miedo sino por...
Se corta así misma antes de terminar la oración y quiero pedirle que prosiga pero el brillo de tristeza que adquieren sus ojos azules me obliga a mantener la calma y silenciar mis dudas por el momento.
—Puedes dormir tranquila, no me iré —le dejo saber y una sonrisa lasciva se dibuja en sus labios.
Mi cuerpo se estremece con la ola de excitación que golpea mi ingle y mis manos luchan por tocarla. Quiero acercarme a ella y hacer lo que no debo. Maldita sea. Trato de mantener mi cordura y no hacer más estupideces, ya bastó con besarla y empeorar la situación. Espero a que ella suba a su habitación, pero no hace ningún movimiento, vacila y se limita a mirarme fijamente con una pizca de indecisión y temor en sus ojos.
—¿Pasa algo? —pregunto ajeno—. ¿Estás bien?
—Si...no —Rápidamente niega y me doy cuenta de que está intentando pedirme algo pero no se atreve.
—Maia, puedes pedirme lo que quieras.
Ella asiente con la cabeza, nerviosa, e inhala profundamente antes de volver a centrar su atención en mí.
—¿Puedes dormir conmigo esta noche? —pasa saliva.
Contengo el aire y el corazón me galopea dentro del pecho, queriendo salir de la caja torácica que lo protege. Intento protestar pero no puedo pronunciar ni siquiera una maldita palabra porque verla directamente a los ojos me quita el habla y la racionalidad.
—Maia... —suspiro.
—Solo dormiremos —aclara y el comentario me molesta aún más—. Esta vez no busco algo más, Derek.
Cierro los ojos con fuerza y busco la forma de decirle que no, porque está mal y porque sé perfectamente que no podré dormir junto a ella cuando lo único que quiero es follarla, pero la respuesta que sale de mi boca es completamente distinta.
—Solo dormiremos, cariño.