Frustración
Maia
—¡Oh, Dios mío! ¿Quieres parar? —la frustración está impresa en sus palabras cuando vuelve a hablar—. j***r, ya te he dicho mil veces que lo siento, no debí haberte echado de la casa como lo hice.
Se disculpa de nuevo, puedo ver la honestidad en su mirada. Ruedo los ojos con fastidio, y es que me molesta que siga disculpándose cuando él hizo lo correcto.
Llevamos cerca de una hora discutiendo lo mismo. Él sigue con la misma actitud, repitiendo por enésima vez que se equivocó al echarme de su casa y yo sigo en el papel de querer irme de este lugar, porque sólo me hago daño a mí misma, poniéndome en situaciones de estrés y buscándome problemas que sé muy bien que no sabré resolver.
—¡Ya le dije que no tengo nada que perdonarle, señor Morgan! —grito exasperada y su rostro se desarma por llamarlo así de forma consecutiva.
He puesto una barrera entre nosotros al abstenerme de nombrarlo como en realidad quiero hacerlo, pero es lo mejor para la sanidad de ambos.
Su enfado ya es jodidamente visible, le sale humo hasta por las orejas. Su cuerpo está tenso ya que me niego rotundamente a volver a esta casa, nadie va a dar su brazo a torcer y por eso necesito hacerle saber que quedarme aquí un segundo más sería un catastrófico error.
Niega y me echa esa mirada de "cierra la boca porque no vas a ganar" pero le reto de todas formas y le regalo una sonrisa llena de suficiencia. No voy a quedarme aquí a ver cómo destruimos a Emily, es cuestión de tiempo para que los dos cedamos a la maldita tentación que nos corroe el cuerpo. Lo sé porque verle así de encendido, gritándome y regalándome toda su ira no hace más que alimentar mis ganas de sentirlo.
—Te quedarás y punto. Eso no está en discusión —zanja el tema y yo suelto una carcajada burlona por atreverse a imponer órdenes.
—Ajá, y también me subiré a horcajadas sobre ti y te follaré...—me río mordiendo el labio inferior, acción que solo hace que apriete la mandíbula con rabia.
Es tan jodidamente obvio que mi comentario no le ha hecho ninguna gracia y no se molesta en hacérmelo saber.
Mi lengua no tiene ninguna restricción, quiero romperlo, quebrantarlo y hacerlo que vea la razón por la cual no debe insistir. Aclaro mi voz para hablar, pero no tengo tiempo ya que palidezco cuando acorta nuestra distancia, quedando a escasos centímetros de mi rostro.
Su aliento caliente se mezcla con el mío creando una sensación contradictoria ya que mi mente me riñe pidiéndome que entre en juicio y retroceda, pero mi cuerpo solo me grita que selle nuestros labios para poder llenarme de su sabor, y poder apagar lo que él encendió.
No tengo palabras para poder describir todo lo que él me hace sentir, pero esta vez siento que las palabras salen sobrando ya que lo que nuestras bocas se niegan a decir, nuestros ojos lo delatan todo.
No hay mentiras entre nosotros, pese a que ambos nos rehusamos a confesar lo que en realidad deseamos.
—Cuidado con esa boca, no dudaré en darle un buen uso, Maia... —increpa a regañadientes.
El tono amenazante me hace tambalear, me marea, me toma desprevenida, desencadenando la ola de calor que me recorre de pies a cabeza. Noto como sus ojos adquieren un brillo oscuro, tanto que puedo apostar que se ha imaginado lo mismo que yo...
Mi mirada entrecerrada se encuentra con la suya, el impulso me arrebata sin más haciendo que me incline hacia él y sin medir mis acciones, sin ponerme a pensar lo que estoy a punto de desatar, beso la comisura de sus labios mientras susurro lentamente contra su piel:
—Debería castigarme, señor Morgan. Me estoy portando muy... muy mal.
Como lo predije, su cuerpo musculoso se tensa por encima de la ropa y el ronroneo que suelta me da la certeza de que he conseguido mi objetivo aunque muy a mí pesar hubiese deseado que él fuera inmune a mis insinuaciones, ya que no es el único afectado.
—Maia... —advierte en tono bajo mientras mantiene los ojos cerrados, como si no quisiera verme, como si no quisiera ver el error que está a punto de cometer y por el cual puede perder a su hija.
Ignoro la punzada de dolor que me atraviesa el corazón, alejando mi moral para no echarme golpes de culpa porque esto es necesario.
—Me estoy portando mal, ¿no crees? —continúo.
Un gruñido penetra mis oídos y antes de que pueda ajustar mi concentración en él, un jadeo de sorpresa abandona mis labios cuando sus duras y ásperas manos se posan en mis caderas, sujetándome con fuerza para que no pueda liberarme. Me entra el pánico, a pesar de querer esta reacción por su parte, no sopesé lo que sería desatar su d***o y el brillo oscuro que crispa esos orbes grises hace que mis bragas se mojen tanto que podría jurar que estoy goteando.
Mis mejillas arden por la vergüenza de los pensamientos que inundan mi mente, pero todo eso se queda en el olvido cuando siento su cara hundirse en mi la curva de mi cuello, aspirando mi aroma con su nariz que me provoca un cosquilleo inusual.
—Deja de jugar conmigo, cariño —me advierte lleno de súplica y enojo, como si estuviera a punto de romper su autocontrol, y no sé por qué la idea de llevarle al límite me excita demasiado—. No sé qué demonios quieres, pero deja de hacer esto porque sabes que no podemos —percibo la nota de frustración en sus palabras y asiento con la cabeza, dándole la razón porque esta vez la tiene.
Yo también estoy frustrada, cariño —quiero decirle, pero me lo guardo al igual que los pensamientos sucios que navegan por mi cabeza y cuerpo.
Recupero parte de mi cordura e intento apartarlo, pero no se inmuta ante mi tacto. Se queda presionado a mi cálido cuerpo, restregando su anatomía contra la mía. Suelto un leve gemido cuando en realidad quiero gritar porque estoy a punto de agarrar su cara y saborear sus labios que sólo me provocan pesadillas al no poder hacerlo.
Pero también sé que en el momento que pruebe sus labios no habrá vuelta atrás, porque las palabras, las miradas, las insinuaciones todo puede olvidarse pero temo no poder olvidarme del sabor de su boca.
—Por favor, no... —suplico y él gruñe.
—¿Por qué demonios me provocas así cuando sabes que si no fuera por Emily te estaría follando en esta mesa? —suelta de repente y es imposible mantener el equilibrio fijo.
Me balanceo lejos de él como si las palabras me quemasen como el mismísimo fuego. Me detengo sólo contra la pared, agitada y con el aliento en la boca. Pienso que eso es suficiente, ya que por fin he logrado alejarme de su insinuante anatomía, pero no es de mucha ayuda ya que mi cuerpo sigue ardiendo en llamas.
Su mirada llena de furia me quema con intensidad porque tiene razón, lo he estado provocando desde que puse pie en esta casa.
—¡Habla! —grita enfurecido—. ¡Dime a qué diablos juegas!
El corazón se me sale del pecho agravando la sensación de aplastamiento que me hace querer hundirme en su cuello de la misma manera que él lo hizo en el mío para poder aspirar su aroma y dejarme vencer ante los deseos carnales.
—¡No es un juego! —argumento.
Se burla y pone los ojos en blanco, sin creerse nada de lo que digo.
—No soy idiota, Maia —dice con ese tono de arrogancia—. Desde que llegamos a la casa me has estado coqueteando, me has estado provocando con tu maldita boca y he llegado a mi límite, no puedo más —admite, haciéndome parpadear más de una vez porque simplemente no estoy lista para recibir todo de él.
No cuando ni siquiera puedo verlo fijamente sin sentir esta l*****a emanando mi cuerpo.
—Por eso no puedo quedarme, ¿no lo ves? —revelo—. Estamos a punto de follar, porque sí, quiero follar contigo, quiero que me tomes aquí mismo, quiero que me toques, quiero sentirte y no debería. Si me quedo en esta casa pronto haremos algo de lo que ambos nos arrepentiremos así que no lo voy a negar, te he estado provocando para demostrarte que esto será un puto error, ¿no lo entiendes? —No sé cómo demonios consigo mantenerme de pie después de confesarle lo que en verdad quiero de él.
La comprensión atraviesa sus ojos, haciéndole soltar un bufido con pesadez al darse cuenta de que lo que digo es cierto, le he demostrado por qué no puedo quedarme en esta casa y sabe que la mejor manera de no fallarle a Emily es meterme en un puto avión y mandarme lejos de su vida.
—¿Es por eso que lo hiciste? ¿Para demostrarme que soy un m*****o animal que no tiene control y que te va a follar en cuanto te descuides? —Decir que está enfadado es quedarse corto con la forma en que me mira.
Me está aniquilando con los ojos y si tuviera una pizca de inteligencia pondría un océano de distancia entre nosotros porque solamente eso podrá detener lo que está a nada de pasar.
Se vuelve hacia la ventana y me entran unas incontrolables ganas de llorar por haber ido tan lejos sin medir la tormenta que desataría sobre él. No se gira, se queda quieto y en silencio, un m*****o silencio que me hiela el cuerpo y apaga mi d***o en cuestión de segundos porque sé que lo que salga de su boca me quebrará de nuevo.
Dejo escapar un suspiro decepcionada y él se vuelve hacia mí, recuperando parte de su cordura.
—Tienes razón —se pasa la mano por los mechones rubios y no puedo apartar la mirada de su cuerpo—. Si te quedas aquí acabaré follando contigo y no quiero hacerlo, Dios, no contigo... —se calla al darse cuenta de la forma en que lo ha dicho, como si le produjera asco y desagrado la sola idea, pero es demasiado tarde, ya que la ira y la humillación me hierven en la sangre.
—¡No tienes que follar conmigo, no soy una adolescente cachonda que va a saltar sobre ti en cualquier momento! —grito enfadada y a la vez dolida.
Sus ojos se cierran en señal de arrepentimiento pero estoy tan jodidamente enfadada que no dudo y tomo mi maleta, alejándome de él, pero no llego muy lejos cuando me agarra del brazo tirando de mí hacia la cocina. Me echa esa mirada salvaje y posesiva que me hiela la sangre. El torrente de sensaciones se dispersa por cada fibra de mi cuerpo pero no es nada comparado con la ola de calor que golpea mi sexo cuando me doy cuenta de que la cosa dura contra mi estómago es su maldita erección.
—No vas a ir a ninguna parte —me advierte respirando sobre mis labios y por un momento me olvido de cómo hablar o tan siquiera respirar.
No te dejes quebrantar, Maia.
—Lo haré —digo con firmeza—, tú no me vas a detener así que apartarte.
Lo dejo muy claro. Es inútil seguir discutiendo sobre algo que ambos no controlamos.
No se aparta, no rompe nuestra mirada, es casi como si quisiera hacer algo, dar un paso, pero yo no quiero que lo haga. Mis funciones cerebrales se anulan cuando su mano libre toma el mechón de pelo rebelde y lo pasa por detrás de mi oreja. La acción me deja sin aliento al ser tan íntima y el hecho de que mi pelo ya no obstruya nuestras miradas hace que el iris gris que él posee se conecte con el azul que llevo en los ojos.
Mierda.
—Sabes que acabaremos haciendo daño a los demás —respiro con fuerza e irritada conmigo misma por no poder permitirme lo que en realidad d***o.
Cierra los ojos soltando un suspiro cargado de emociones.
—Tienes razón, pero tú no irás a ninguna parte —Estoy a punto de alegar hasta que él habla, dejándome con una sensación de vacío atascada en el pecho—. El que se va soy yo...
Y así lo hizo, se fue hace cuatro días con la tonta excusa de "trabajo" y Emily no le tomó mucha importancia como al principio pensé que lo haría. Dijo que no es la primera vez que su padre se aloja en el hotel del que es propietario y aunque quise contarle la verdadera razón por la que nos dejó, no me atreví a hacerlo. Me culpo por ello, no debería tener que dejar su casa por mí. Nada de esto tenía que haber pasado.
Ahora, sólo estamos Emily y yo compartiendo nuestro tiempo juntos como las mejores amigas que somos. Es bueno pasar tiempo con ella y por pequeños momentos me hace olvidar que hay un espacio vacío en mis entrañas.
Hay una parte de mí que se fue con él ese día, esa parte lujuriosa, esa parte que no piensa con racionalidad al tenerlo cerca, esa parte que solo quiero ceder a lo que su cuerpo ordena a gritos. Sé que Derek hizo lo mejor para nosotros, sé que hizo lo que un hombre adulto haría pero estoy agotado de sentir esto en el pecho.
Le echo de menos cuando sé que no debería.
Y por más que intente no puedo actuar como si no pasara nada.
Derek se está abriendo paso poco a poco en mí y no sé qué hacer para que deje de hacerlo.
Las sensaciones que provoca en mí son prohibidas y por lo mismo se quedarán ahí, escondidas, en un rincón de mi mente, como secretos que no pueden revelarse. Secretos oscuros que solo se admiten en las noches, cuando las puertas se cierran.
Nunca pensé que tendría que lidiar con algo así. ¿Estoy loca? ¿Piensa él en mí de la misma forma que yo lo hago?
Me gusta pensar que no. No quiero que piense en mí porque eso sólo traerá más problemas y no los necesito. Emily es feliz conmigo aquí, ella es muy espontánea y divertida justo como lo recordaba. No se que diablos haría si la perdiera.
Pero, por otro lado, otro problema sumándose a la carga de mis hombros es su novio de m****a, viene hoy a la casa y no sé cómo tratar con él. Me enfado al verlo y sé que Emily piensa que es el mejor novio que ha tenido, pero no es cierto y no quiere darse cuenta.
Está tan cegada de amor porque sé muy bien que si no fuese así hace mucho tiempo se hubiera dado cuenta de la escoria que es y por esa misma razón no puedo abandonarla o tan siquiera pensar en traicionarla con su padre.
Emily va primero que nada y por eso necesito que Derek se quede justo donde está, porque solo así podré abstenerme de los pensamientos sucios que rondan mi cabeza al acordarme que él me desea por igual.