Jugando con fuego
Maia
Las ligeras gotas de agua en forma de lágrimas caen sobre mi cuerpo, llenándolo de una inmensa paz que no he sentido desde que llegué a esta casa, no he sido capaz de deshacerme de los pensamientos que comienzan a tomar terreno en mi cabeza. Por más que me regañe a mi misma, no puedo detener todo el torbellino de sensaciones que me golpean cuando lo veo, y todo este lío se debe a nada más y nada menos que Derek.
El padre de mi mejor amiga.
Ese hombre ha puesto mi mundo de cabeza y solo bastó un día para lograr lo que nadie más ha logrado. Me he convertido en la personificación de los nervios y de una adolescente hormonal que no puede controlarse. No sé qué sucede conmigo y tampoco logro comprender todas estas sensaciones que me avasallan el cuerpo cuando lo tengo a mi alrededor.
No me lo puedo sacar de la cabeza, aunque me da vergüenza admitirlo, he estado fantaseando con él, la excitación es tanta que puedo imaginarme cómo sería sentir sus manos acariciando cada espacio de mi. Puedo sentir sus labios haciendo de las suyas, perdiéndome en él. Y no es que me apene mi sexualidad o los sueños eróticos, lo que me apena es el protagonista de estos.
Me estoy volviendo loca.
Los pensamientos que vuelven a abundar mi cabeza hacen el efecto contrario en mi cuerpo, convirtiéndome en una olla de presión y me toca cambiar la temperatura para apagar lo que él ha encendido. Agua fría es lo que necesito para despejarme y olvidar todo este lío, no puedo actuar de esta manera, necesito enfocarme en mantenerme cuerda.
Cierro el grifo de la regadera y salgo de la ducha tomando una toalla para envolver mi cuerpo, me paro enfrente del espejo y lo limpio con mi mano para quitar lo empañado del vapor. Observo mi reflejo y esbozo una sonrisa al instante, me veo bien y sorpresivamente no hay ninguna ojera en mi rostro, como solía haberlas antes.
Salgo del baño y comienzo a vestirme, elijo un vestido sencillo, holgado con tirantes, ajustado. Aplico un poco de crema en mi cabello para dejarlo suelto ya que aún sigue húmedo. Por último echo un poco de perfume sobre mi cuerpo, amo los olores frescos y tropicales.
Ansiosa por empezar mi día comienzo a bajar las escaleras, sigo mi camino hasta llegar a la cocina. Un increíble y apetitoso olor a huevos me invade haciendo que suelte un leve suspiro por el aroma. De repente, un cosquilleo que no sé de dónde proviene, se instala en mi entrepierna, desencadenando una sensación inexplicable.
Mi cuerpo se pone rígido cuando siento una intensa mirada en mi nuca.
—Buenos días —su voz me interrumpe, haciendo que de un leve respingo por la sorpresa—. ¿Tienes hambre?
Ajusto mi mirada y me topo con un par de ojos grises quienes me observan fijamente esperando una respuesta, que no puedo dar porque mi boca se ha secado. Mi respiración se acelera haciendo que cada parte de mi cuerpo se tense.
Sus ojos siguen puestos sobre los míos, me intimidan, y mis piernas flaquean. No sé qué sucede conmigo pero tampoco tengo interés en averiguarlo enfrente de él cuando me mira de esa forma. Paso saliva en repetidas ocasiones y me obligo a mi misma a mantenerme firme y no permitirme sentir ninguna sensación indebida.
—Si, eh...claro —al fin me atrevo a contestar.
Me sonríe vagamente y siento que me derrito.
—Perfecto, justo estoy preparando el desayuno —comenta, bajando el fuego de la sartén.
Le hago una mueca, él solo asiente y se concentra nuevamente.
—¿Necesitas ayuda? —ofrezco, sintiendo la necesidad de compartir más tiempo con él, o de seguir escuchando su voz.
Una sonrisa llena de sorpresa se plasma en sus labios, puedo deducir lo que está pensando y me ofende.
—Disimula tu asombro —hago un mohín y él sacude su cabeza, reprimiendo una sonrisa.
—Lo siento, supuse que no sabías cocinar
—apenado, se disculpa conmigo—. Emily aún no aprende a cocinar y yo tontamente pensé que tú tampoco sabrías —explica.
Niego, restándole importancia porque no me siento ofendida, y lo de Emily no me sorprende, jamás se le ha dado lo de cocinar y no es algo que vaya a cambiar pronto.
—¡Hey! Tengo veinte años —siento la necesidad de recordarle—, y me considero una persona autosuficiente —refuto tratando de parecer seria, pero ya me estoy riendo y él también.
Nuestras risas hacen eco en la casa, incrementando un sentimiento que no debería crecer, ni mucho menos existir. Su cuerpo se tensa, el mío también y puedo sentir el calor que transmite su mirada porque me quema la manera en que sus ojos están sobre los míos. Una oleada de d***o me golpea con fuerza, pero logro contenerme.
—Está bien, te creo Maia... —ahí está de nuevo esa manera que tiene de pronunciar mi nombre. Esa jodida manera en que no quiero que lo haga—. Pero no te preocupes, ya he terminado, será para la próxima.
Joder, es que se me mojan las bragas cada vez que lo escucho nombrarme.
Me acerco al comedor tratando de ignorarlo, de ignorar todo lo que él provoca dentro de mí porque se de sobre todas las consecuencias que esto puede acarrear. La mesa ya está puesta y para mi mala suerte, hay demasiada comida para sólo tres personas, mi respiración se agita con la avalancha de recuerdos que me asalta. Aprieto los nudillos, tratando de llevar oxígeno a mis pulmones, no me puede suceder esto nuevamente, ya está en el pasado.
Me concentro en cualquier cosa, menos en la cantidad de comida y busco a Emily a mi alrededor, pero no hay rastro de ella. Al no encontrarla decido preguntarle a Derek.
—¿Has visto a Emily? —soy sutil—. ¿Por qué no está aquí?
Él niega, divertido, como si ya supiera la respuesta.
—No esperes a que se despierte temprano, Maia —menciona con media sonrisa—. Esa niña duerme tarde y se levanta tarde. Jamás la verás en los desayunos, pero siempre cenará con nosotros.
La palabra cenar se repite en mi cabeza infinidad de veces y prefiero omitir el hecho de que no me gusta cenar, intentando que no se de cuenta de mi repentino cambio, le sonrío y él me observa por más tiempo de lo que debería, como si pudiera leerme y solo esta vez, no me gusta que lo haga.
Desde anoche he querido salir y ver los paisajes de Hawái. Lo hablé con mi amiga por la noche y me dijo que estaría despierta antes que yo, pero no pasó así. Me debato en si debo preguntarle a su padre o no, pero quiero salir y prefiero no molestar a Emily, mucho menos si está dormida.
—¿Podría salir a explorar? —pregunto un poco risueña, no quiero quedarme a solas con Derek en la casa. Claro que no le diré eso—. Quiero conocer los lugares de aquí, Emily y yo íbamos a ir pero está dormida —aclaro.
Mentirosa.
Maldita conciencia.
Me siento en la silla dándole frente a Derek quien pone un plato en la mesa para mí, él se queda mirándome mientras sirve un poco de jugo en un vaso y me lo entrega con amabilidad sin desaprovechar la oportunidad de rozar mi mano al momento de hacerlo.
—¿Quieres ir tú sola? —inquiere metiéndose un pedazo de fruta en su boca, lo hace de manera lenta sin dejar de verme.
Lo observo, dándome cuenta que nunca había sentido tanta envidia de un pedazo de fruta.
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Él es el enemigo.
—Si —murmuro bajo, muy bajo—. Yo me las puedo arreglar sola.
Mi cuerpo comienza a sudar y me veo ejerciendo fuerza brutal sobre mi pobre tenedor. No me he atrevido a tocar un bocado porque me mira fijamente y temo hacer una babosada enfrente de él.
—No puedes ir —protesta con un tono que me desconcierta—, al menos no sola —me quedo atónita por su reacción y él se aclara la garganta.
Sacudo la cabeza, desentendida.
—¿Cómo que no puedo ir sola? —sonrío nerviosa—, tampoco me voy a perder, Derek —bromeo, pero él no me devuelve el gesto y me hace sentir estúpida.
Idiota.
—Yo voy contigo —casi me atraganto cuando lo dice—, puedo acompañarte y mostrarte el lugar, claro si eso es lo que tú quieres —finaliza con una sonrisa radiante y sospechosa, que me pone a temblar.
No, no otra vez.
Quiero que deje de mirarme de esa forma, j***r.
—¿Eh? No...yo puedo ir sola —suelto a la defensiva, intentando recomponerme del estado en que me tiene.
—¿No quieres ir conmigo, Maia? —pregunta fingiendo inocencia y su rodilla roza sutilmente la mía, por debajo de la mesa haciéndome tragar saliva.
¡j***r!
Ahí está él viéndome con fijeza mientras roza su rodilla con mi pierna desnuda, lo rasposo de sus vaqueros hacen que los vellos de mi piel se ericen y mi cuerpo comienza a reaccionar en contra de mi voluntad, arqueo la espalda con el cosquilleo que me recorre la columna vertebral, incrementando la excitación que no debo sentir. Me muerdo el labio, con sutileza, tratando de no emitir ningún sonido incoherente que delaten las ganas que tengo.
—Vamos Maia, ¿no quieres que te muestre esos lugares? —insiste, haciendo que mi boca se seque.
Mierda. ¿Qué hago?
Corre, corre.
Bendita conciencia y sus consejos de m****a.
—Puedo verlos yo sola —logro articular con dificultad—, no hay necesidad, pero gracias.
Su sonrisa se amplía y puedo ver la diversión plasmada en sus ojos, ¿cómo no puede estar nervioso? ¡Yo estoy muriendo!
Estoy apunto de mover mi pierna y parar esta locura que no nos traerá nada bueno, pero adentra más su rodilla haciendo que quede en medio de mi entrepierna, el oxígeno no llega a mis pulmones y puedo asegurar que mis mejillas van a explotar del ardor.
—No será lo mismo —finge tristeza—, yo puedo hacer que lo disfrutes, Maia —asegura con egocentrismo.
¿Por qué todo se siente tan s****l?
¿Es sólo mi imaginación?
Mi cuerpo se prende sin pedirme permiso y mis ojos lo observan, impacientes, esperando a ver cuál será su siguiente movimiento, se forma un silencio y empiezo a temer que pueda escuchar los fuertes latidos de mi corazón. Necesitamos parar.
—¿Los lugares?
Me siento estúpida al preguntarle, y su sonrisa me confirma que estoy en lo correcto.
—Claro que sí —afirma—, los lugares también te encantarán, Maia —su sonrisa se ensancha y me observa unos minutos para después levantarse de su asiento con una rapidez que me golpea el corazón.
No soy capaz de reaccionar, me encuentro pasmada y mi mente no procesa lo que acaba de pasar...no puedo ni pensar. Mi mente está en blanco y ya no recibo las señales que me envía mi cerebro.
La respiración se me acelera más de lo que me gustaría admitir, mi cuerpo está acalorado mientras mis manos sujetan los cubiertos de una forma nada amistosa. Observo el vaso de jugo que está a mi costado y no lo pienso dos veces antes de tomarlo por completo, como si esto pudiera calmar mi sequía. Mi excitación.
Solo fue un roce, Maia.
—Te espero en diez minutos afuera, no tardes demasiado, Maia —susurra detrás de mi oreja, masajeando el lóbulo y casi escupo el sorbo de zumo que había ingerido hace unos segundos.
Trato de contener la pequeña tos y el ardor que empieza a crecer en mi garganta, porque si sigo así él se dará cuenta de todo lo que provoca dentro de mí. Sin más que decir sale de la cocina, actuando de lo más normal como si no hubiera hecho nada malo.
Como si no me hubiera rozado la pierna de esa manera, tan sensual, tan placentera, tan tentadora....lo odio.
Odias que no siguiera, Maia
¿Acabo de pensar eso?
¡No!
Salgo de mi horrible trance y me encamino al baño en busca de un m*****o chapuzón para mi rostro, que puedo sentirlo en llamas por la vergüenza...o por la calentura, ¿qué importa? Solo necesito sacarme estas sensaciones que no pueden expandirse.
*******
Mis oídos perciben el silbido del aire que hace que las hojas de los árboles se muevan en sincronía, aunque el sol está en su máximo esplendor, el clima fresco permanece y nos envuelve de calor. Me permito suspirar intentando alejar las malas vibraciones, necesito bajar el calor corporal que tengo encima.
Camino por la calle detallando cada lugar, mi sonrisa se amplía a medida que doy cada paso, me es fácil ubicar a varios turistas quienes observan los alrededores con gran ilusión, las vistas si son paradisíacas, como las pintan en las páginas de internet. Hablando de vistas....Derek se mantiene a mi lado con la mirada fija en el camino, como si estuviera evitándome, de vez en cuando lo miro de reojo tratando de no sonrojarme.
No pude.
Todos nos observan, más las mujeres, pero a él parece no importarle y tampoco es que pueda decir mucho sobre sus expresiones faciales, las gafas de sol que lleva puestas no me permiten leerlo. Ocultó mi nerviosismo, disfrazándolo con una sonrisa, y trato de concentrarme en todo menos en el hombre que tengo al lado, aunque su aroma me está haciendo flaquear.
—Me alegra que estés aquí —su voz me hace voltear a verlo, curiosa.
¿Él ha dicho eso?
Si.
—¿Por qué? —inquiero y mi voz sale más emocionada de lo que hubiese querido.
Nuestras miradas se encuentran y siento que no respiro.
—Por Emily —replica sonriente pero la ilusión de mi rostro decae con notoriedad—, ella está muy emocionada de tenerte aquí.
No sé porque diablos siento una ola de decepción golpearme, no debería afectarme lo que dijo.
—Si, a mi también me alegra volver a verla después de tanto tiempo —me sincero—, ya la extrañaba.
Cuando termino la oración se detiene y por consiguiente hago lo mismo, sus manos viajan a su rostro y se quita las gafas, enfocando sus bellos ojos en mí.
No lo mires.
Tarde, ya lo estoy haciendo.
—Debo confesar que yo era el primero en oponerse a que vinieras —suelta y una punzada de dolor me atraviesa el pecho—, no estaba muy convencido de que era lo mejor para ella en este momento.
Derek arruga el entrecejo y no deja de verme como si esperara mi reacción, pero su comentario me ha desagradado y no puedo dejárselo saber, porque empezaría a cuestionarme.
Me pedirá respuestas que no tengo.
—¿Y ahora lo estás, Derek? —no se porque lo hago, pero suavizo mi voz y obtengo mi objetivo ya que lo veo pasar saliva nervioso.
—Lo estoy, Maia —me asegura con suficiencia—, pero necesito tu ayuda con un problema.
El tono que utiliza no es nada provocativo y podría jurar que hasta parece angustiado como si algo lo estuviera molestando. Inconscientemente me inclino hacia él pero no retrocede como lo anticipé.
—¿Qué pasa? —indago.
Él me observa, dubitativo, está analizando el panorama porque no sabe si confiar en mí y lo comprendo, yo soy la mejor amiga de su hija y mi lealtad está con ella.
Suelta un suspiro de resignación.
—Se trata del novio de mi Emily, su relación ha empeorado notoriamente estos meses —explica y lo escucho con suma atención—, necesito que convenzas a Emily que ese chico no le conviene, y créeme cuando te lo digo. Ese muchacho no quiere a mi hija —increpa con un tono que no deja cabida a las preguntas y me siento tonta.
¿Solo por eso aceptó que viniera? Para que me deshaga del novio de Emily.
Menudo idiota.
—No es mi relación y no puedo meterme —suelto indiferente—, Emily es bastante grande para saber con quien se relaciona y deberíamos respetar sus decisiones.
Contengo la respiración al ver su rostro endurecerse y sus ojos adquirir un brillo oscuro, enojo, me quedo muda, porque tal vez reaccione por mero impulso.
—Creí que te importaba Emily —no puedo evitar sentirme manipulada.
Lo miro con recelo, me concentro en lo que importa y empiezo a respirar más lento para no soltar palabrotas. Porque mi amiga si me importa pero no voy a destruir una relación solo porque él me lo pida.
—Me importa, pero te equivocaste de persona. Yo no voy a destruir su relación solo porque tú me lo pides —replico enojada—, será mejor que busques a alguien más.
Aprieta la mandíbula y concentra su mirada en mí.
—Maia, mi hija es lo más importante en mi vida y no quiero verla sufrir —relaja las expresiones faciales y sus hombros, aliviando la tensión porque ahora se respira un aire más sincero—, sé que puedes ayudarme. Disculpa mi reacción, tú no tienes la culpa.
La tensión en la atmósfera se disipa por completo y solo por un momento la idea de escucharlo no parece tan mala.
—¿Y por qué crees que él no le conviene? —trato de averiguar, él se vuelve a tensar haciéndome retroceder.
—Es un j****o vividor y un mujeriego —el enojo ya es visible en su sien—, hace unas semanas lo vi engañando a Emily con otra chica y estoy seguro que a él no le importa mi hija. Solo quiere el dinero que ella le da, porque sé que le da dinero aunque me lo niegue —me explica y me veo dudando de mi misma.
Él no parece mentir, pero si lo ayudo y resulta que el chico es inocente. ¿Qué hago?
—Dices que lo viste engañarla ¿no? —me atrevo a sostenerle la mirada—, ¿por qué no le dijiste? Eres su padre después de todo, ella te creería a ti.
No puedo evitar soltar las palabras con cierta ironía, pero aún así, él no pierde el temperamento y se mantiene firme, me sostiene la mirada como si quisiera hacerme entender sus razones.
—Le dije en efecto, y no me creyó —admite desilusionado—, ella cree que la quiero separar de su novio y que todo lo estoy inventado. Cuando no es así.
En efecto, quiere separarlos.
—Derek....
Susurro su nombre, con una nota de duda, porque no estoy del todo convencida.
—Ayúdame, necesitas platicar con ella, sé que te escuchará porque confía en ti —me interrumpe y la preocupación en sus ojos me hace replantear mis decisiones.
Espero no arrepentirme.
—Está bien, te ayudaré —acepto no tan convencida—, pero primero me aseguraré que lo que dices es verdad.
Se queda pensativo por unos momentos y pienso que se opondrá a mis condiciones, pero sonríe mostrándome su perfecta dentadura.
—Mañana lo comprobarás por ti misma —me asegura, enarcando una ceja—, él vendrá a la fiesta de bienvenida que Emily ha estado preparando para ti —comenta y una sensación de alegría se instala en mi al escuchar que Emily está preparando una fiesta solo para mí.
Asiento con una sonrisa en mis labios y él me observa de nuevo, con ese aire de excitación.
Estoy a punto de hablar pero una voz aguda captura la atención de ambos.
—¡Derek! —canturrean—, ¿qué haces por aquí? Tiene días que no te pasas por el hotel, estoy seguro que has tomado un descanso.
Ambos nos volteamos y me encuentro con un señor aproximadamente de la misma edad que Derek, pero este no tiene un cuerpo musculoso, es simplemente normal. Su rostro cuenta con una mandíbula definida y unos ojos avellana que me reparan sin disimulo. Varios mechones negros sobresalen sobre su piel pálida y le dan ese aire de señor.
—Puedo tomarme los descansos que quiera porque soy el dueño, Logan —menciona Derek, en tono pasivo.
El sujeto llamado Logan nos observa con un brillo acusador que me hace sentir incómoda. Como si estuviera haciendo algo indebido, pero no.
Solo lo piensas.
Maldita conciencia. Cállate de una buena vez.
—Claro que sí amigo —se ríe él solo.
Derek pone los ojos en blanco y no dice nada. Tiene cara de irritación, y no sé qué hacer.
—¿Y no me presentarás a esta dulcera, Derek? —cuestiona el tipo usando un tono desagradable.
Lo miro, extrañada por su atrevimiento y cuando me vuelvo hacia el padre de mi mejor amiga, observo a Derek quien tiene los puños apretados y una mirada de pocos amigos.
—No. —zanja Derek con voz ronca y firme.
Él tipo se desconcierta, pero suelta una risa y me voltea a ver con fijeza.
—¿Eres mayor de edad? —pregunta coqueto y ruedo los ojos.
—Para ti no... —susurro bajito para que no lo escuche, pero Derek si lo hace.
Esboza una sonrisa enorme y se queda mirándome con un brillo ardiente en sus orbes grises, haciendo que por un momento me olvide del sujeto que tenemos enfrente. Pasan unos minutos más y Logan se retira sin despedirse de ambos, como si estuviera enojado, pero sinceramente no me importa. Estoy enfocada en otra persona.
El ambiente se vuelve más pesado y un cosquilleo me recorre de pies a cabeza. Que calor hace aquí....
El corazón me late con intensidad y la sangre me comienza a bombear con más fuerza. Quiero gritar por la impotencia, pero afortunadamente contengo mis impulsos. Me obligo a mi misma a apartar la mirada y evitar que esta locura siga creciendo, pero cuando intento hacerlo noto su mano tomando mi mentón, dando una leve caricia que me sostiene firme ante él, haciéndome imposible voltear la mirada a otro lado.
Pierdo la habilidad para respirar cuando se inclina hacía mí, quedando demasiado cerca de mi rostro, tanto que puedo sentir su aliento caliente sobre mí cara y mis labios. Sus dedos pasan suavemente por la comisura de mis labios y ya no puedo soportarlo.
—Tienes unos labios apetecibles, Maia... —susurra y el corazón me deja de latir.
Mierda, estoy jodida.