Sensaciones
Maia
—¡Maia, baja a cenar! —grita mi madre desde la cocina.
Ruedo los ojos fastidiada, ella sabe perfectamente que no me gusta cenar, me molesta ingerir algún alimento en las noches, mi estómago es muy delicado y sé la razón del porque, pero no tengo interés en recordarla. Forma parte de mi pasado y ahí debe quedarse, sin embargo, se vuelve un constante recordatorio cuando mi madre insiste en que cene.
—¡No irás a ese viaje si no bajas ahora mismo, señorita! —la nota amenazante que usa no me gusta porque sé que mi madre puede cancelar mi viaje, si así lo decide.
Suspiro en el momento en que la duda me empieza a embargar.
Tengo que bajar y cenar o de lo contrario, mamá cancelará mi viaje de cumpleaños y no voy a poder reunirme con mi amiga. Hace tres días cumplí veinte años y mi padre me regaló un viaje a Hawái, lo que es realmente emocionante pero también, ahí es en donde vive mi mejor amiga; Emily.
Ella solía vivir aquí, en San Francisco, se mudó hace más de cinco años y vive en Hawái desde entonces. Me estaré quedando dos meses completos con ella.
En cuanto mi padre me entregó mi regalo no dudé en llamar a Emily y contarle todo, aprovechamos para arreglar los detalles del viaje ya que su padre accedió a que pasara una temporada con ellos. Mañana por la noche estaré viajando y me hospedaré en su casa. Ella vive con su padre solamente, su madre se fue a vivir a Texas después del divorcio, lo cual afectó mucho a Emily.
Me levanto de la cama y ruedo los ojos sintiéndome enfadada, me acerco al armario y saco una blusa descolorida, decente, y unos shorts de mezclilla rasgados ya que me gusta dormir en ropa interior. Pero obviamente no puedo bajar así enfrente de mi familia.
Me visto lo más rápido que mis manos me lo permiten, después doy varias vueltas tratando de buscar mi móvil hasta que lo encuentro debajo de mi almohada, suelto un suspiro cundido de resignación y salgo de la habitación dando un portazo.
—Ya sabes que no me gusta cenar —musito en un susurro, sentándome en la silla del comedor—. Hemos hablado de esto varias veces y te ha dado mis razones, mamá.
Mi madre entreabre los labios para reprimirme como siempre lo hace, pero se cualquier réplica muere cuando ve la figura de mi padre atravesar la puerta de la cocina. Intento no rodar los ojos porque me llevaría otro regaño por parte suya, a pesar de tener veinte años, siguen tratándome como si fuera una niña pequeña y sé que es por las acciones que hice en el pasado, pero necesitan dejarlo atrás porque no puedo seguir así.
Últimamente, he venido pensando en buscar un apartamento para irme de la casa de mis padres e independizarme, bueno, desde hace un año que quiero hacerlo, pero el que mi madre tuviera un preinfarto, cambió mi parecer y jamás volví a pensar en ello hasta ahora. Sé que necesito moverme o de lo contrario, mi madre seguirá controlando cada cosa que hago porque sigo viviendo bajo su techo.
Mi madre tiene esa pésima costumbre de recordarme ese dicho, "mi techo, mis reglas" lo cual es entendible y por eso estoy buscando un lugar para vivir.
—Sabes perfectamente que tienes que cenar, Maia —está vez habla mi padre—, no me gusta que duermas con el estómago vacío. Tú madre y yo estamos preocupados por ti desde que pasó...
Pongo los ojos en blanco y entro en pánico, prediciendo lo que está a punto de decir, sin embargo, se detiene a sí mismo cuando ve la expresión de mi rostro y siento que los ojos me arden. Me sé este sermón de memoria. Y ya he visitado un doctor y no hay nada de malo conmigo. No hay nada malo con mi cuerpo.
Todo eso quedó atrás.
—No quiero cenar —refuto irritada—, ya hemos hablado de esto. Quedamos que no volverían a presionarme.
Mi madre aprieta los labios y me lanza una mirada de advertencia, no le gusta que levante la voz.
—¿Volviste a recaer? —pregunta mi madre con una nota de miedo crispando en su voz, que ya he escuchado antes y lo odio demasiado porque no puedo dejarlo atrás—. Podemos pedir una ayuda diferente, hija. No tienes porque guardarte nada. —sigue con lo mismo haciendo que me atragante con mi propia saliva.
—¡No! ¿Qué dices mamá? —la observo atónita—, prometiste dejar el tema, sabes perfectamente que no me gusta hablar de eso.
Los labios le tiemblan y una sensación asfixiante comienza a aglomerarse en mi pecho.
—Es que hija... has dejado de comer en las noches. No es cosa de un día, siempre evades el tema —increpa mi padre—, y estamos preocupados, hemos pensado en recurrir a atención médica o tal vez psicológica.
Me preocupa el hecho de que mis padres no me crean, estoy bien. Claro que estoy bien. Incluso el médico les aseguró que tengo el peso adecuado pero insisten en que tengo un problema alimenticio lo cual no es verdad, no puede ser verdad. Esta vez es diferente, mi falta de apetito no se debe a eso.
Pero la vocecita dentro de mi cabeza tampoco se calla, nunca cesa, lo cual revive momentos que me he encargado de enterrar, ahora estoy dando todo para poder ser fuerte.
Resoplo con pesadez, me trago el enojo y la irritación que me corroe y solo le sonrío a mi padre para tranquilizarlo, pero él no me devuelve el gesto. Está enojado.
—Estoy bien, puedo comer en el día —me excuso—, no es necesario tener que cenar.
—¡Así no funciona, Maia! —se enfurece—. No puedes mal pasarte y lo sabes. Volveremos al mismo ciclo de siempre.
Tomo un respiro y aparto la vista, no quiero desmoronarme aquí.
—Bueno ya, dejemos el tema —interviene mi madre sabiendo que estoy a punto de echarme a llorar—. Ponte a cenar, señorita, y te lo terminas todo —reprende, queriendo aliviar la tensión, pero aún así, puedo ver el destello de decepción en sus ojos.
Tal vez las acciones que tomé en algún momento de mi vida repercuten en la actitud de mis padres, pero estoy cansada de que me recuerden esa parte que no quiero revivir.
Nuestros errores no nos definen. Somos mucho más que las malas decisiones que tomamos en algún momento de nuestra vida.
Pero mis padres todavía siguen viendo a la niña ingenua de quince años que no sabía cómo lidiar con todas sus inseguridades.
Sin tener más remedio, y queriendo evitar una discusión más fuerte, llevo el pedazo de pan a mi boca, lo mastico y lo paso con dificultad. Una expresión de disgusto se hace presente, mis padres lo notan pero omiten cualquier comentario, estoy muy cabreada cómo para tan siquiera escucharlos alardear un tema que ya está cerrado.
Siempre es el mismo dilema, no me gusta cenar y a ellos les gusta obligarme.
—Ya acabé —anuncio, levantándome de la mesa.
Mi padre se vuelve hacia mí y enfoca su mirada en mi plato. El cual no está del todo vacío.
—Maia...
—Ya no quiero más —murmuro en forma de súplica—, además tengo sueño y necesito arreglar mis cosas para el viaje. Aún me falta empacar un poco de ropa.
Me mira fijamente y termina cediendo.
—Solo por eso te salvas —advierte mi madre.
Sonrío triunfante y salgo de la cocina antes de que se arrepientan por dejarme ir sin acabar mi cena. Subo nuevamente a mi habitación y me recuesto en mi cama, permitiendo que mi cuerpo se relaje y mi respiración se tranquilice.
—Solo una noche más —susurro para mi misma.
Acomodo mi cabeza en la almohada de mi cama y cierro los ojos con lentitud para intentar dormirme, aunque es imposible, la emoción que siento por dentro no me permite ni respirar.
*******
El avión aterriza en mi destino y mis ganas de explorar el lugar se encienden de golpe. Debo de admitir que los aeropuertos nunca han sido de mi agrado, siempre hay un gentío que no te permiten ni pasar. Es un completo caos pero estoy feliz y eso es lo que importa.
Trato de ocultar mi irritación, que ya es muy visible, y me dirijo al pasillo de salida para recoger mi equipaje, Emily me mandó un mensaje hace unos minutos diciendo que ya estaba esperándome fuera del aeropuerto.
Camino con rapidez, evitando a todo mundo a mi alrededor, rodeo a la gente que se me atraviesa, logrando esquivarlos por completo, la máquina de donde tienen que bajar mi equipaje empieza a moverse y las maletas empiezan a bajar una por una en hilera. Varias personas se reúnen en un círculo para coger su equipaje al igual que yo.
Ignoro a todo mundo hasta que observo a mi maleta, me acerco con cautela y estiro mi mano para tomarla e irme.
Salgo del aeropuerto y el aire Hawaiano arremete contra mi cara, sonrío llena de alegría y me permito respirar con emoción, la emoción de un nuevo comienzo. Unas vacaciones que espero siempre recordar.
Visualizo a Emily a unos metros de mí, ella se encuentra recargada en una Jeep en donde yace un hombre muy guapo, que no reconozco, tiene pinta de señor maduro, no es de nuestra edad, eso es muy obvio, pero incluso con ese aire aseñorado me atrae más de lo que debería. Las hebras rubias y brillantes están acomodadas hacia su costado, intento detallarlo un poco más pero las gafas de sol que lleva puestas no me lo permiten.
Meneo la cabeza para apartar la vista y sin dudarlo, me acerco a mi amiga para saludarla, tenía años sin verla, y pese a que nunca perdimos comunicación, la extrañaba demasiado.
—¡Emily! —chillo emocionada y ella me regala esa sonrisa tan suya—. ¡Que esto es genial!
La sonrisa se amplía en sus labios, por el rabillo del ojo veo al hombre esbozar una sonrisa que se me hace la copia exacta de ella, pero aún así, las piezas no hacen clic en mi cabeza.
—¡No puedo creer que estás aquí! —dice con perplejidad.
—Yo tampoco —admito—, pero me alegro de verte, ha pasado tiempo desde la última vez que estuvimos juntas —suspiro con melancolía y ella pasa una mano por mis hombros, envolviéndome en un abrazo inesperado.
Me quedo un poco sorprendida, pero aún así, no dudo en recibir su abrazo con la misma euforia y el mismo sentimiento que ella me transmite después de tantos años. Hago un gran esfuerzo para no llorar, no me gusta ser tan sentimental, pero j***r, enserio había extrañado a mi amiga. Fue un golpe duro enterarme que ella se iba y tal vez si eso no hubiese pasado, las cosas que hice se hubiesen evitado. Y yo no tendría un pasado de qué avergonzarme.
—Ven, castaña —tira de mi brazo, sonriendo risueña—. Tengo que presentarte a mi papá, sé que te acuerdas de él —anuncia y el hombre que yace dentro del auto se baja, viniendo con dirección hacia nosotras.
¿Él es su padre? m****a.
El aire se vuelve pesado tanto que siento que me asfixio en mi propio cuerpo, el hombre se acerca a nosotros y las piernas empiezan a fallarme, él destila ese aire autoritario y de poder, lo cual no ayuda a aliviar el cosquilleo que me asalta de pies a cabeza. Mis ojos no pueden dejar de repararlo, su figura es enorme y la playera holgada que lleva puesta me deja ver sus marcados bíceps, que aunque no quiera, me terminan por secar la boca.
Estoy embobada, siento un magnetismo que me atrae hacia él como un puto iman. Su cuerpo musculoso no me deja concentrarme en mi amiga, mi mente está en blanco. No entiendo que está pasando conmigo, solo sé que tengo que dejar de mirarlo.
Dios, este hombre parece salido de una revista.
Mi cuerpo se acalora y una corriente eléctrica me recorre la columna vertebral, mi cabeza da mil vueltas como si no tuviera función cerebral. Y a pesar de llevar un top de tirantes y un short corto, me siento en llamas, como si de repente estuviera en el lugar más caliente del mundo.
¡Basta!
Maia tienes que centrarte, deja de mirar a ese hombre.
¡Deja de mirar al padre de tú mejor amiga!
—Hola... —habla con voz ronca—, mucho gusto, Maia —me saluda con una sonrisa que no atisba la amabilidad y puedo distinguir el tono sensual en su voz, como si estuviera saboreando mi nombre, palabra por palabra.
Decido dejar de verlo y recordar que él es el padre de mi mejor amiga, no puedo sentirme así, no puedo tener estos pensamientos. Este hombre es el único hombre que tengo p*******o mirar.
Mierda, ¿qué está pasando conmigo?
Paso saliva nerviosa.
—Mucho gusto señor.... —me detengo al no recordar su nombre.
Él se da cuenta y me sonríe mostrando su dentadura, trato de controlar mis nervios con todas mis fuerzas. Pero todo se va a la m****a cuando se quita sus gafas dejándome ver sus perfectos y hermosos ojos grises, con matices verdosos, unos ojos que jamás he visto y que haberlo hecho se ha convertido en mi perdición. Sus pestañas grandes y firmes me cautivan y provocan un desorden en mi interior.
Puedo jurar que todo en él es perfecto.
Él me mira con fijeza, como si estuviera inspeccionando cada partícula que me conforma, creo que se da cuenta de lo que hace porque su mirada se ensombrece y se pasa una mano por la cara, apartando sus ojos de mi anatomía.
Estoy a punto de decir algo para romper la tensión pero se adelanta.
—Derek —me recuerda sonriendo.
Extiende su mano para estrecharla con la mía, mis ojos lo retan y una sonrisa coqueta sale de mis labios, sin titubear tomo su mano y al instante me maldigo por haberlo hecho.
Su magnífico roce provoca que mi corazón se acelere y que una oleada de calor empiece a descender de mi pecho hasta mi entrepierna.
Estoy excitada y eso no es lo peor del asunto. Siento excitación por el padre de mi mejor amiga.
Me iré al infierno porque el cielo nunca fue una opción, no estando cerca del fruto p*******o.
—Bueno vámonos, tenemos mucho por hacer durante estos meses —Emily rompe la tensión y el contacto visual que tengo con Derek.
O más bien, con el padre de mi mejor amiga.
Exacto.
En eso tengo que enfocarme de ahora en adelante, que él es el padre de mi mejor amiga y que está fuera de los límites impuestos, él no es un hombre en el que yo puedo pensar, él está estrictamente p*******o.
>
¡No! Derek está p*******o para mí y tengo que aceptarlo.
Después de una media hora de camino, por fin llegamos a la casa de Emily dónde me estaré
quedando por dos meses....junto a su padre lo que es un dato irrelevante.
Claro que lo es.
El auto se detiene y yo soy la primera en bajarme, tratando de controlar mi entusiasmo por conocer el lugar, Derek se baja al instante y me observa por unos segundos haciendo que mis nervios se disparen. Emily se baja y Derek aparta la mirada de mí y solo carraspea como si se estuviera ahogando.
Disimulo una sonrisa y él me mira indignado.
Me acerco a la cajuela del auto y Derek me observa confundido, como si no supiera qué hago ahí.
—Necesito mis maletas —aclaro y él sonríe, negando.
—Yo las llevaré, no te preocupes —habla con cortesía y vuelve a un semblante serio.
Estoy a punto de negarme cuando Emily tira de mi brazo sin darme tiempo de tomar un respiro, para adentrarme en su humilde morada. Bueno, ni tan humilde.
Es prácticamente una mansión con vista al mar, es simplemente hermosa, tiene puertas de cristal por todos lados, hay mucho césped y plantas lo que le dan un toque tropical, además que cuenta con su propia piscina.
Esto es el paraíso.
Nos hacemos camino por la casa, y si por fuera es hermosa por dentro no hay palabras que logren describirla. Es preciosa, la isla de la cocina es mi parte favorita hasta el momento. Aparto la vista y dejo de inspeccionar todo el lugar, después lo haré con más tiempo.
Aún con el brazo de Emily sosteniéndome, subimos los escalones de dos en dos cómo solíamos hacerlo hace cinco años, cuando éramos unas niñas, ambas sonreímos como si pudiéramos recordarlo.
Recorremos un largo pasillo y Emily se detiene afuera de una puerta blanca.
—Esta será tú habitación por dos meses —avisa emocionada—, espero que sea de tú agrado, me encargué personalmente de decorarla conforme a tus gustos —admite con timidez.
Abre la puerta y no puedo evitar emitir un chillido de emoción al verla. Es fascinante, muy espaciosa, tiene una cama muy grande y apetecible, pero lo mejor es el umbral con las puertas corredizas que me ofrecen una de las mejores vistas.
—Si no te gusta podemos....
Niego rápidamente y ella me observa en espera a que diga algo, pero apenas puedo articular una oración coherente.
—No...no, es perfecta —sonrío y ella parece relajarse.
—¡Qué bueno que te gustó! —me abraza y estoy a punto de agradecerle cuando entra su padre con mis maletas.
Se detiene en la puerta y nos observa con una sonrisa radiante, Emily se da cuenta de su llegada y se separa de mí para recibirlo.
—Le mostraba a Maia su habitación —explica entusiasmada—, le ha gustado...
Mis mejillas se encienden y no puedo hacer nada para calmarme, siento que estoy en un puto sauna.
—Me alegro que sea así, Maia —esta vez dirige su mirada a mí—, estamos muy contentos de tenerte aquí, mi hija ha estado esperándote con ansias —comenta con suavidad, Emily asiente divertida.
De repente un móvil comienza a vibrar y todos nos quedamos callados, reviso mi móvil pero no es el mío, y por la confusión de Derek sé que no le pertenece a él, Emily saca el suyo y nos observa a los dos al mismo tiempo.
—Es Evan, tengo que tomarlo —se disculpa con la mirada—. ¿Papá podrías terminar de mostrarle la habitación a Maia? —le pregunta, pero es más bien una orden y él asiente, contento.
¡No!
Bueno sí.
¿Qué m****a estoy diciendo?
Me pierdo unos segundos y soy incapaz de verlo a la cara, mis piernas parecen gelatina y siento que si digo algo la terminaré cagando como siempre. No quiero hacer el ridículo enfrente de él.
—¿Te gustó, Maia? —pregunta con suavidad y alzo mi mirada demasiado rápido que mi cuello se estira demasiado.
—¿Eh? —trato de centrarme.
—Preguntaba si te gustó la habitación, Maia —menciona y se empieza a acercar a mí, su aroma tropical penetra mis fosas nasales y me veo ansiando su toque, porque siento la necesidad de saber cómo reaccionaría ante él.
Mi cuerpo se paraliza con los pensamientos sucios que me corroen y mis manos comienzan a temblar, sintiendo la terrible necesidad de tocar su cuerpo. Quiero sentir sus manos sobre mi piel desnuda, y ese pensamiento se recopila una y otra vez.
Mierda, ¿Qué me está pasando con este hombre?
—Si, la vista es muy bonita —admito encogiéndome de hombros, fingiendo un desinterés que no siento.
Él me mira con asombro y un brillo desconocido atraviesa sus ojos, como si quisiera decir algo y no se atreviera.
—Hay mejores vistas, Maia —canturrea con una nota de diversión en su voz y mi cuerpo se prende por la manera en que dice mi nombre.
Como si fuera un deleite que disfrutara en su paladar.
Estoy segura que alguien prendió la calefacción, es imposible que este calor sea natural.
—¿Cómo cuáles? —uso el mismo tono de voz y él me observa con intriga.
—Me encantaría mostrártelo —sus ojos me miran con intensidad haciéndome sentir expuesta. Desnuda.
—¿Las vistas? —pregunto atontada por no saber a qué se refiere.
—Sí eso también, Maia —y ahí está de nuevo esa voz ronca que me hace temblar.
Esperen, esperen. ¿Qué ha dicho?
—¿A qué te...
—¡Ya llegué! —aparece Emily en la puerta, interrumpiendo nuestra acalorada conversación.
Que oportuna.
Derek me muestra una sonrisa llena de diversión mientras que yo estoy muerta de los nervios, sudando ya que la temperatura de mi cuerpo ha subido al cien por ciento y no sé cómo bajarla.