Pídeme Lo Que Quieras
Maia
Despierto con el cuerpo acalorado por la temperatura de una anatomía que no es la mía sino la del hermoso hombre que descansa a mi lado con el rostro relajado y las expresiones suaves, que lo hacen lucir aún más irresistible. Sus brazos se aferran a mi cintura, mientras sus varoniles piernas se enroscan en las mías, llenándome en maneras diferentes, las cuales no sabía que podían existir.
Sonrío internamente, mi pecho se llena de una sensación contradictoria que le atribuyo a la atracción que no me deja estar quieta ni un segundo, lo observo embelesada y sin saber el impulso que me golpea, me acerco a plantar un suave beso en su mejilla, el roce me quema la carne de los labios y desencadena ese d***o de que esta no sea la última vez que pueda dormir a su lado.
Mi cuerpo se estremece cuando me doy cuenta de que su erección matutina me golpea el estómago, contengo la respiración, ahogando a mis pulmones y por primera vez intento hacer algo lógico y me aparto, sin embargo, un enorme brazo tira de mí y jadeo sorprendida por la fuerza que ejerce sobre mí, mi corazón late desesperadamente y vuelvo mis ojos en su dirección, queriendo saber qué es lo sucede.
Parpadea en repetidas ocasiones, abriendo los ojos lentamente y el pulso se me acelera cuando enfoca su mirada hambrienta sobre mí, creando una tormenta dentro de mi interior que no merma.
—Buenos días, castaña pervertida —murmura con la voz somnolienta y ronca, a la vez que esboza una sonrisa coqueta.
Las pulsaciones se me disparan, tanto que empiezo a creer que me estoy enfermando, porque no es normal sentir esto.
—Buenos días —formulo con dificultad.
Se talla los ojos con el dorso de la mano libre, lo miro fijamente y, por más que rece al cielo para no sentir nada, verlo así me hace sentir todo.
—¿Qué tal dormiste? —se endereza a mí lado—. ¿No te he molestado?
Niego rápidamente y él sonríe con ápice de diversión crispando su rostro.
—Dormí bien —admito—, no eres tan mala compañía después de todo.
Pone los ojos en blanco, atrayéndome más a él, nuestra distancia es casi nula, su cuerpo comienza a transmitirme ese calor absorbente y mi boca se seca con los sucios y detallados pensamientos que explaya mi mente, cosa que me hace estremecer porque el solo imaginarlo a él junto a mí, me prende.
—Voy a tomarlo como un halago de tu parte —asevera sonriente—, pero yo sí disfruté mucho durmiendo contigo, cariño...
Trago grueso y me quedo atónita por el torbellino de emociones que desencadena sus palabras.
Se inclina en mi dirección, hunde su cara en mi cuello, el roce de su nariz en mi piel me hace cosquillas, un escalofrío me sube por la espina dorsal y tengo que cerrar los ojos para buscar un respiro que me ayude a sobrellevar la sensación avasalladora.
—Hueles demasiado bien —gruñe suavemente y el tono me moja las bragas—, tu aroma me está volviendo loco.
No puedo evitarlo, mis dedos se enroscan en su pelo, él emite un ronco sonido que interpreto de manera positiva así que no me detengo, sigue haciendo lo mismo hasta que siento un ligero mordisco que me da un vuelco al corazón, jadeo sorprendida, doblando el cuello para darle más acceso a mi piel.
—No te detengas —le pido con los ojos cerrados—, dame uno más, solo uno más, Derek —mi mano encuentra su erección, se tensa, y gruñe dándome otro mordisco más fuerte.
A pesar de no nombrar lo que quiero, él sabe lo que d***o y por eso, se aparta de mi cuello y busca mis ojos, los mira con intensidad, casi puedo predecir lo que está pensando, se debate entre sí sobre qué hacer conmigo y por eso, cuando le sonrío con la l*****a palpitando en el aire que me comprime, me agarra de las caderas y me pone a horcajadas sobre él.
Mi respiración se acelera cuando siento su duro m*****o debajo de mi sexo, hasta la última fibra de mi cuerpo se estremece, desertando los deseos prohibidos que ansiamos, nos quedamos unos segundos así, analizamos lo que puede pasar y reparamos el panorama por enésima vez, diciendo si vale la pena continuar. Ni uno de los dos se mueve, nadie se atreve a dar el primer paso, él me toma de la barbilla y alza mi rostro para que lo vea a la cara.
Siseo entre dientes.
—Dime lo que quieres de mí, cariño —su mirada se ensombrece, adquiriendo un brillo perverso—, pide lo que quieras y es tuyo.
Tomo una bocanada de aire y sin apartar la mirada del iris gris que me llena de serotonina, le digo lo que en realidad d***o de él, sin rodeos.
—Quiero que me des un orgasmo —confieso en un suspiro.
La sonrisa lasciva que curva sus labios me hace suspirar ansiosa, porque sé que esta vez no hay un impedimento que lo haga negarse ante mi petición. Estamos a puertas cerradas y aunque quiero pensar en lo correcto, cuando me mira así solo puedo imaginarme lo que no debo.
Me agarra las caderas con ambas manos, me sujeta con la fuerza suficiente para que no pueda escapar de él y, sin siquiera preverlo, comienza a moverme suavemente sobre él, frotando su m*****o que roza mi sexo cubierto por un par de bragas y el shorts del pijama, pongo los ojos en blanco mientras la fricción surte el debido efecto, no pienso con coherencia y comienzo a soltar pequeños gemidos que lo hacen verme con anhelo.
Su tacto me quema la piel de una manera enloquecedora, desatando ese d***o que me hace mecer las caderas hacia atrás y hacia adelante, porque ya no puedo pensar en nada más que no sea él. Así que solo me meso sobre su hombría, a un ritmo brusco pero excitante, buscando esa sensación que me pone la piel sensible y la que me hace olvidar que el padre de mi mejor amiga me está dando lo que pedí
Sus gruñidos enloquecen mis sentidos, estoy tan perdida y fundida en el placer del roce que no me preparo para sentir su boca devorando mis pechos, no sé en que momento alzó mi camisón y tampoco me importa averiguarlo, me chupa y muerde el pezón de forma desesperada, que no dudo en tirar de su pelo para contener toda la emoción que palpita bajo mí, exigiendo que me deshaga de la ropa que no hace más que estorbar.
Sigue moviendo mis caderas a su antojo mientras su boca se alimenta de mis pechos, les presta a ambos la misma atención, pasando su cálida lengua por ellos, que me hace arquear la espalda en más de una ocasión. Nos movemos en sincronía y aunque no estamos desnudos, siento que no hace falta porque mi temperatura corporal está al máximo y puedo jurar que voy a explotar.
—Derek... —jadeo de manera suave en su oído.
El gruñido que me da como respuesta me hace sonreír extasiada, dispara mis pulsaciones y no dudo en acelerar mis movimientos cuando siento que mis piernas se tensan, notando esa avalancha de sensaciones que se concentran en la parte baja de mi abdomen, por su parte, su m*****o palpita bajo mí, aumentando la intensidad del momento.
—Vamos, cariño, déjate llevar —pasa su lengua por mi pezón izquierdo, rodeándolo.
Mi cuerpo se estremece entero con el cosquilleo que me hace arquear la espalda por la descarga de adrenalina y cuando el orgasmo me alcanza echo la cabeza hacia atrás, dejando escapar un gemido cargado de placer, liberando toda la tensión concentrada en mi sexo.
Unos segundos más tarde, sus jadeos atraviesan mis oídos y sonrío, sabiendo que él ha sentido lo mismo.
Respirando con dificultad, le miro fijamente, tratando de encontrar las palabras para decirle todo lo que se me atasca en el pecho, porque es demasiado para expresar.
—Quiero más —resoplo, ansiosa.
Él mira con exasperación y con ese aire abrumador que me hace estremecer de nuevo.
—No sé que diablos hacer contigo —tira de mi cabello sin ser brusco—, solo sé que necesito follarte en este instante, castaña pervertida.
El aire abandona mis pulmones de manera arrebatadora, porque lo miro con fijeza y no encuentro ningún rastro de mentira es sus orbes, ahogo un chillido de emoción y sin detenerme a pensar en las consecuencias, acorta la distancia y dejo un casto beso demasiado cerca de la comisura de su boca, rozando sus dulces labios.
Él suelta un suspiro cundido en irritación cuando me aparto de él, lo encuentro viéndome fijamente, con ese destello de confusión crispando su mirada. Puedo apostar que se está preguntando porque no lo he besado.
—Los besos a medias pueden olvidarse —aclaro su duda, citando sus palabras.
Él sonríe ampliamente, su mano acuna mi rostro y acaricia el contorno de mis labios suavemente, sin dejar de verme.
—A la m****a lo que dije antes, si de algo estoy seguro es que no quiero olvidar tus besos, Maia.
—¿Y si luego te arrepientes de haberlo hecho?
—De lo único que me voy a arrepentir es de no haberte besado —su respiración se vuelve pesada—. Porque si me voy al infierno, será con tu sabor en mi boca, cariño.
Y con eso dejo de respirar, porque no estoy preparada para los sentimientos que resurgen por la magnitud de sus palabras, ya que me hacen replantear la idea de ceder ante lo que quiero.
Las dudas se despejan, la culpa desaparece, el t******o se diluye, y sin pensarlo dos veces, me acerco a su boca para por fin saborear lo que tanto d***o, sin embargo, el sonido de unos pasos resuenan por el pasillo, acaparando la atención de ambos y cuando me encuentro con sus ojos, comprendo que el momento ha terminado y tengo que volver a la realidad donde Derek es el padre de mi mejor amiga, y no el hombre que me muero por besar.