Mi quinto día como empleada de Adrián Bryrne lo esperé con unas ansias insólitas y descarriladas. ¿Por cuál motivo? Porque al siguiente día era sábado y luego domingo, no lo tendría que ver, no tendría que trabajar con él, y podría pasar más tiempo con Jaz.
No sabía si era que el plan de seducir a Adrián estaba siendo una porquería del tamaño de China, o porque si desde lo del accidente no había pasado tanto separada de mi hermana que me tenía tan ansiosa del fin de semana. Fuese lo que fuese, tenía las intenciones de llamar su atención de alguna forma, u obtener información de sus finanzas personales, seguía siendo la misión.
Y no, ese hombre seguía sin darme acceso a los libros contables. Incluso la computadora de mi escritorio no accedía al servidor de la empresa todavía, no a los rincones que debería por mi posición. Eso fue una orden directa del jefazo del año.
Por más habilidosa que fuese hurtando tarjetas y contraseñas, eso era posible por el descuido, confianza y despiste de la gente. ¿Qué pasaba cuando alguien era tan impenetrable? Pero en algún momento de estos tres meses tendría que bajar la guardia.
Seguí por quinta vez la rutina que organice desde que trabajo en la empresa, que consistía en hacer el desayuno para Jaz y para mí. Despertarla, asistirla a cepillar sus dientes, a bañarla, a comer y esperar la llegada de la señora Dalia. Caminar bastante, tomar el metro y ser la camarera favorita de Adrián.
Para mi horror, también quería que llegara el lunes porque sería quincena, y necesitaba dinero tanto para el mercado semanal, como para comprarme unos zapatos más cómodos que los que llevaba. Eran mi único par, y a pesar de ser bajos, me lastimaban los pies de tanto que caminaba de aquí a allá, incluso usando medias pantys muy pasadas de moda, nada ayudaba.
—¿No tienes otro par de zapatos Lily? — me pregunta desde su escritorio y atacando una bolsa de papas fritas Mimi.
Yo por mi parte hice muy evidente mi problema al estar sobando con constancia mis tobillos, y pies sentada en mi propio escritorio.
—Lo tendré cuando paguen — rio algo apenada. Para que ella me de una mirada de lástima mal disfrazada.
—También deberías invertir en otra chaqueta, es muy grande para ti. Toda tu ropa lo es. No me lo tomes a mal, es un consejo sincero — me explica.
Finjo que avergüenza la situación y solo asiento. Puede que los zapatos muy pequeños no hayan sido premeditados, pero la ropa lo fue, fue específicamente premeditada. ¿Por qué? Porque necesitaba destacar, necesitaba que Adrián se fijase en mí, que me tuviese en sus recuerdos con constancia, y si ya de por sí trataba de ignorarme los más posible… si me vestía como Mimi o June de n***o o gris, se olvidaba de mi nombre.
Sé que le inquieta mi forma de vestir, para alguien acostumbrado a llevar un traje inmaculado distinto todos los días desde que trabajo para él, le debe incomodar. Así que estoy esperando que vocalice su disconformidad.
Todo es un juego mental, así como el que él jugó con Jaz.
Escucho mi teléfono sonar, y al contestar, es mi apreciado jefe, Adrián.
—Te necesito Liliana. Es urgente — me cuelga y llena de curiosidad. ¿Urgente? No había usado esas palabras conmigo mientras estaba por aquí.
No lo quiero impacientar, por lo que entro a su oficina con una sonrisa radiante, y casi corriendo a su escritorio como un perrito que está contento por ver a su amo.
—Buenos días jefe ¿en qué le puedo ayudar?
No me sorprende cuando Adrián se queda mirando mi chaquete verde pastel, y luego mi falda al mismo tono con cara de vergüenza ajena. Después niega enfáticamente.
—Hoy trabajarás fuera de la empresa — saca de una carpeta una hoja carta que me ofrece y yo tomo — necesito que compres todos esos ítems, sean envueltos y también que te encargues de reservar para una cena esta noche en alguno de los restaurantes allí señalados.
Bueno, me había percatado de varías cosas con esta secuencia de ordenes de Adrián. Una de ellas era que era un maniático de las listas. La segunda que tendría algo que hacer hoy y la tercera… que para comprar es necesario dinero. Tarjetas. Bingo.
Estudio la lista también para conocer qué debía comprar, y mis ojos se desconciertan a leer ítems como tres bolsas de diseñador, un set de joyería en oro, varias piezas de ropa y zapatos de marcas que no conozco.
—¿Alguien está de cumpleaños? — trato de adivinar, si será su madre o qué sé yo.
Adrián hace una mueca de fastidio que no sé si va dirigida a mí o a lo que sea que ve en su computadora. Luego me mira.
—No. ¿Quieres saber algo más? — me sonríe.
Pues yo también le sonrío y pretendo que no leo su odiosa respuesta.
—¿Para quién son todos estos regalos? Digo, si puedo saber. Debe ser alguien muy importante — rio un poquito. Lo suficiente para que Adrián vea que no hay caso conmigo esta radiante mañana, parece rendirse. Este suspira y se vuelve a enfocar en lo suyo.
—Son para mi novia — dice.
¿Novia? ¿Adrián tiene novia? Ese dato hace que me tambalee y que miles de posibilidades pasen frente a mis ojos. ¿Desde cuándo tenía a esta novia? ¿Sería una relación sería o un juego? ¿La tenía cuando se metió con mi hermana? ¿Eso quería decir que iba a engañar a chicas estúpidas de pueblo para mantener un noviazgo perfecto? ¿O solo era parte de su fetiche?
Puede que sí o que no, igual no eran respuestas que tendría en este instante.
—¿Para cuándo necesita todo esto?
—La noche. Antes de las 8 está bien. Dile a June que te explique cómo se maneja el transporte en esta clase de asignaciones — me detalla.
Yo asiento emocionada porque sé lo que vendrá a continuación. Una maravillosa tarjeta negra en estas manitas.
—Bien, bien. ¿Efectuó el p**o con alguna de sus tarjetas no? — le ofrezco diligentemente.
—Sí, claro — saca de una de sus gavetas un porta tarjetas y comienza a pasear el dedo entre ellas. Reluce el dorado, plateado y n***o, hermoso n***o — ¿crédito o débito te parece mejor?
Crédito, débito, alimenticia, de pensión, tarjeta de lo que fuese sabía exprimirla de manera eficaz, diligente y rápida. Eso sumado a todas estas compras extravagantes me haría sacarles algunos cientos de dólares a escondidas, y Adrián ni se enteraría al recibir sus facturas.
—¿Crédito no? — opto por decir dudosa.
Es cuando él me ofrece una de esas tarjetas que no son dadas a los simples mortales, de esa clase de tarjetas que destellan y te hacen escuchar el sonido de las puertas del cielo abriéndose. Mis dedos son guiados a tal maravilla con alegría, hasta que… él la quita de mi alcance en un movimiento veloz. Quedo desconcertada.
—No te dejo acceder a mis libros contables y crees te daré mis tarjetas personales — se burla de mí — tengo cuentas abiertas con todos esos sitios, preséntate como mi secretaria y muestra tu carnet. Eso será suficiente.
¿Qué? ¿Por qué? ¿Alguien me podría decir si este hombre sabe quién mierdas soy y por eso no confía en mí? Respiro con calma, eso es ridículo. ¿Qué iba a saber este ser de que era la hermana mayor infiltrada de aquella estúpida niñita con la que se divirtió por unas semanas?
Ahora soy yo la que niega vehementemente y continua con la asignación de este día.
…..
Tras la explicación de June sobre cómo la empresa tenía contrato directo con una línea popular de taxis de la ciudad, y llamarle a una unidad para que me sirviese como chofer personal, mi día de compras comenzó. Mi día al que debí llamar “El pseudo día de una Mujer Bonita”. Definitivamente Liliana Salas entrando en todas esas tiendas de alta alcurnia con su conjunto terriblemente entallado en verde manzana fosforescente, era para hacer gritar de horror los ojos de más de un vendedor estirado.
Casi todos seguían un mismo patrón, me veían deslumbrada por tanto lujo y ropa o accesorios con sobreprecio, y adaptaban una actitud altiva y muy juzgante con respecto a mi ouffit ochentero. Me preguntaban que qué hacía por allí o que qué quería, y solo bastaba que mostrase mi poderoso carnet de Bryrne Holdings, y dijese que era la secretaria de Adrián para que me ofreciesen champagne o vino.
Pero a diferencia de la película de Julia Roberts, yo no era la agasajada en verdad, eso lo era la novia misteriosa de Adrián. De la cual tuve que hacerme una imagen mientras le compraba los “pequeños” detalles que mi jefe le tenía preparado.
Cuando me tocó pasar por las tiendas de Balenciaga, Miu Miu y Fendi para las carteras, todas en tonos llamativos y diseños que a mi parecer parecían bastante ordinarios e infantiles, supe que la novia de mi jefe no era su aburrida contemporánea.
Cuando pasé por Cartier para lo del set a juego de pendientes y collar, y pregunté casualmente por los precios, supe que la novia de mi jefe era de muy alto mantenimiento.
Cuando pasé por una boutique privada con un nombre impronunciable en francés, y me empaquetaron la ropa de la lista, supe que la novia de mi jefe debía ser de cuna de oro también. Solo alguien que nació en una cuna de oro, o quizás sea una nueva rica, recibiría un vestido de más de dos mil dólares con la cara limpia.
Y cuando finalicé mi día yendo a un Zara para la compra de un par de zapatos, creo que confirme lo último. ¿Es que esa mujer era una pobre que se había sacado la lotería? ¿Quién era? ¿Cómo era la mujer capaz de ocupar los altos estándares de novia pública de un hígado al ajo como Adrián?
Envuelta en mis miles de preguntas llego a la empresa en el taxi con siete bolsas gigantes en las que se encuentran todos estos regalos extravagantes envueltos. Trato de entrar en uno de los ascensores, pero tanto es mi volumen por las bolsas, que no entro bien en uno con tres personas dentro. Así que decido esperar a uno solo para mí.
Al poder hacerlo me dedico a observarme en uno de los espejos del ascensor para darme una felicitación por lo desastrosa que luzco. Mi cabello marrón está desordenado y el frizz ha hecho estragos, mientras que eso de usar “maquillaje natural” ha dejado al desnudo el exceso de pigmentación que tengo en el área del bigote. Podría decir que tengo ojos bonitos para disfrazar este cuadro abstracto que era, sin embargo, esos eran ocultos por los cristales sucios de algún pegoste en mis lentes.
Pienso que sería de gran ayuda tener alguna mano libre, pero las puertas se abren y me decido que es mejor salir de todo este peso en la oficina del jefe.
—Un día productivo Lily — me felicita Mimi destapando una barra de chocolate desde su escritorio.
—Por fin lo estoy teniendo — le comento sin detenerme.
—¿Todo en orden? — me cuestiona June cruzada de brazos y con un aspecto preocupado.
¿De qué había que preocuparse? ¡Lucia maravillosamente … mal!
—Todo bajo control — digo sonriente para entrar empujando con mi hombro la puerta de la oficina de Adrián.
La puerta no se abre.
Por supuesto que no lo hace, debe estar cerrada, así que tengo que reír como si fuese una gracia ante June y Mimi, que me ven algo parecido a la compasión. Abrir, una puerta, es la tarea más simple del día, por lo tanto, hago maromas para abrir la cerradura, y ahora sí empujar con el hombro la puer…
La puerta es abierta aparatosamente frente a mí haciendo que me tambalee hacia adelante, y casi caiga al suelo de no meter mi pie derecho como soporte. Unas risas bajas escucho a mi lado y al ver de donde provenían… ¿de dónde más?
Era Adrián, había abierto la puerta muy rápido y se dedicaba a verme con el rostro en una sonrisa mala contenida.
—Todo bajo control ¿no? — me sonríe dándome a entender lo que de por sí ya sabía, que no tenía el control ni de mis propios pies.