Adrián estaba en su mundo, su oficina y yo en el mío, mi escritorio. Ese en el que me di cuenta de que finalmente me había dado acceso a los sitios estándares del servidor de la compañía, esos a los que June y Mimi podían acceder. Incluso había estado mandándome asignaciones por el correo corporativo. Nada del otro mundo, redacción de cartas, solicitudes e inventar excusas de que no podía atender a nadie porque estaba muy ocupado hoy.
Me sentía como una secretaría a toda honra, hasta mis compañeros de piso me dieron elogios por vestirme por primera vez en ese sitio con estilo. Me dijeron que “me veía bien”, “lucía profesional”. No llevaba nada a la moda o particularmente elegante, un pantalón y chaqueta grises. Lo último que quedaba del disfraz con el que entre aquí eran mis gafas falsas,
