El olor al dinero es complicado de explicar al no tratarse de papel moneda. Está en los materiales finos, en la localización de los objetos, en la belleza impactante que muestra, y así era la habitación de Samantha como fuese su apellido. Era una habitación sumamente espaciosa, con una cama que medía tanto como una cancha de fútbol y muchos espejos aquí y allá. Con la puerta cerrada, procedo a quitarme la ropa que tengo y a ponerme el conjunto de falda y camisa. Voy primero con la falda, es una en color n***o, simple y eficiente en su trabajo. De la que podría combinar con lo que se me pegase la gana. De segundo voy con la blusa, esa que estoy abotonando lentamente desde abajo pero cuyos botones son tan engorrosos que es complicado manejarlos con rapidez. —¿Cómo van las cosas por aquí