Desde muy temprano estoy en la empresa de piso en piso. Que si ve para allá para grabar tu huella dactilar, que si ve para aquel lado para llenar tal forma, que si el pato, que si la guacharaca. Para cuando me muestran mi escritorio fuera de la oficina del susodicho estoy más que agotada.
Y cuando lo veo entrar en la misma unos minutos después sin darme ni los Buenos Días, debo hacer acopio de mi paciencia. Así que, con paso suave, y actitud dócil entro en la oficina, sin tocar. Que algo me dice que si lo hago, no me responderá.
—Buenos días, jefe — le sonrió apretando la carpeta de la otra noche — ¿cómo amanece hoy?
Adrián hace acopio de la actitud de mierda de ayer. Me mira muy mal y se dedica a prender su computadora. Yo solo tomo las cartas en el asunto y me siento en el escritorio, abro la carpeta y trato de ser lo más habilidosa posible.
—Para hoy, acá se señala que necesita mi asistencia para tomar apuntes en una reunión virtual que tiene ¿no es así?
—¿Quién no puede tomar apuntes mientras oye a otros charlar? Lo puedo hacer solo — es su respuesta.
Trago saliva ante sus palabras. ¿Qué tal si le busco un sobrenombre más creativo que maldito? Me mido entre tri bastardo, y cuadru bastardo.
—Bien, como quiera. En otro apunte dice que le puedo ayudar con los libros contables del mes y-
—Apenas es tu primer día. No te daré acceso a esa información — resuelve sin verme.
¿Quintu bastardo será?
—Ok… ¿entonces qué quieres que haga? — digo desconcertada.
—Café. Me puedes traer café — me pide.
Café. Bien. Me levanto como puedo y voy a la cafetería de aquel palacio llamado empresa. Es una ridiculez lo grande que es, siento que estoy perdida en uno de esos aeropuertos que son obscenamente grandes, pero preguntando se llega a Roma.
Al llegar y pedir por un café, le sacó conversación a la empleada que me atiende. Es una señora que podría tener la edad de mi madre. En su placa en el uniforme puedo leer un Maira.
—¿Y llevas mucho trabajando aquí? — cruzo mis manos en el mostrador — sentí que me perdería llegando hasta acá.
Ella se ríe concentrada en servirme el café.
—Más que tu edad. ¿Eres la nueva secretaria del heredero? — me dice.
—Lo soy ¿algún consejo? Temo que me despida en cualquier instante — trato de no sonar atemorizada.
—Ten paciencia, no es tan malo como parece. Lo que sucede es que hay rumores — se tapa la boca como si no me quisiera contar algo que sé me contará.
—¿Rumores como cuáles? — indago.
—Parece que está en la empresa de paso. Y se marchará al terminar lo que está estudiando — me revela.
—Eso no hace sentido. Si es el hijo del dueño de esta empresa ¿para qué se irá a otro sitio?
Ella se encoje de hombros y procede a seguir con su lengua suelta.
—Tiene una mala relación con el papá y los hermanos. Te aconsejo que si se cruzan en tu camino, huyas de ese campo de batalla.
—¿Ellos trabajan aquí también? — investigo.
Sabía que el papá trabajaba en la presidencia, era el presidente, pero además de que tenía dos hermanos, no sabía más de ellos.
—Don Aidan Bryrne, está en el cielo, el último piso. No te acerques. Y los hermanos son unos descarrilados, tampoco lo hagas. Ya está listo, cuidado está caliente. Café bien cargado, dos de azúcar, es su favorito.
Esa es la advertencia final de Maira. Y la que me llevó analizando a su oficina. ¿Con qué una mala relación con su familia? ¿Era sorprendente? Era el estándar en las familias adineradas por lo que podía ver. Cuando llego, me encuentro a mi fabuloso jefe sumergido en su computadora.
—Acá está el café — le sonrió angelicalmente — ¿algo más?
—Déjalo ahí, y vete hasta que te vuelva a llamar — me ordena.
—¿No quiere un bocadillo o que le vaya a lavar el auto? — sorteo entre las asignaciones que este hombre puede mandarme a hacer. Porque parece que me ve como alguien incapaz de hacer alguna tarea de oficina en esta empresa.
—No me gusta repetir las cosas Liliana — me dice tan simpático.
Y tú a mí no me gustas, gruñón.
…..
Probablemente este haya sido el primer día de trabajo más poco productivo de la historia de una secretaria. Adrián ha pasado cuatro horas encerrado en su oficina, sin salir siquiera de ella. No me ha llamado, no me ha dejado que haga nada. Por lo que traté de hacer alianzas estratégicas en el lugar.
Tengo un pequeño escritorio frente a su oficina, y a mi lado hay un par de secretarias más. A la derecha está Mimi, amante de las golosinas, y a la izquierda June, amante del silencio. Almorzamos las tres juntas, y suenan agradables, aunque reservadas en relación a mi jefe. Quien no parecía nada reservada era Maira, que se extendió a hablar conmigo mientras buscaba más café para las secretarias.
De vuelta a mi escritorio, me cuestiono si siquiera he hecho un buen trabajo infiltrada en este sitio. Adrián no suena mucho como la imagen que Jaz tenía de él. ¿Por dónde era encantador ese hombre? ¿O siquiera agradable?
Debo revisar por si está vivo el susodicho y quiero tocar su puerta, pero no puedo porque escucho una discusión desde afuera.
—¿No piensas volver a casa? No me estás haciendo daño a mí, sino a tu madre — escucho una voz muy profunda de hombre.
—¿Por qué no le exiges eso a tus otros hijos? — escucho esta vez al gruñón para el que trabajo.
—No hables así de tus hermanos Adrián.
—Son mis hermanos cuando le convienen, cuando a todos se lo hace. ¿Pero yo cuento? Nunca he contado en esta familia.
Mucho silencio se oye a continuación y compruebo lo de que tenía pleitos de familia. Es algo que me podría servir. Yo también odiaba a mi padre, y los hijos que odiaban a sus padres solían llevarse bien.
—No vine a discutir contigo — escucho a la voz del padre, que debe ser Don mítico Aidan.
—Allí está la puerta — es la respuesta de Adrián haciendo que mi boca se abra. Atrevido el niño.
Vuelvo a mi puesto casi corriendo y finjo que estoy ordenando mis gavetas vacías con mucha dedicación, menos mal lo hago porque la puerta se abre y el jefe de jefes se marcha. Apenas puedo ver su espalda cuando entra en el ascensor, me da curiosidad de dónde sacó lo agraciado mi jefe, pero no puedo determinarlo porque demandantemente Adrián se planta frente a mí.
—¿Escuchaste algo?
Lo escuche todo jefe.
—¿Algo de qué? — finjo demencia inocentemente y sigo con lo de la gaveta con contenido imaginario — apenas llegue del almuerzo.
—Puedo ver que tus gavetas están vacías. Estoy parado frente a ti.
Mis manos se paralizan ante esa inminente verdad, y tengo que observarlo para inventarme cualquier cosa. Solo que quizás deba ir por la tangente.
—No te llevas bien con tu papá y hermanos. Disculpa por oír, pero… la familia es complicada ¿no? ¿Qué tal si te ayudo a esquivarles? Soy muy buena en eso — le pico el ojo.
—Y en meterte en lo que no te importa también — es la joya que me da ese hombre — quiero una ensalada cesar de almuerzo y más café, tráeme un termo completo.
Se vuelve a encerrar en su oficina, y yo me vuelvo a cuestionar cómo una personalidad tan desagradable conquisto a mi dulce Jaz.
……
Mi primer día como secretaria espía, futura estafadora, había sido más la de una camarera que llevó café, almuerzo y cena. Por lo que llegue más descansada de lo que hubiese imaginado a mi casa. Estoy metiendo la llave en la puerta cuando siento una mano posarse en mi estómago y unos labios en mi cuello.
—Adivina quién soy — no tengo ni que esforzarme para eso.
—¿No estás muy viejo para estas tretas Fran? — replico cansada.
Él me hace girarme tomándome de la cintura para que le observe. Lo hago viéndome sonriente y mostrando sus dientes blancos como la luna. Es de mi misma estatura, su rostro es de rasgos fuertes, y sus ojos entre el café y la miel, me miran traviesos.
—¿Y tú no muy joven para estar tan amargada? Dame un beso — dice antes de intentar besarme y yo respondo alejándolo con facilidad. Provoco sus risas. Era un payaso.
—¿Qué haces acá? Pensé que nos veríamos el domingo — le pregunto afincándome de la puerta sin abrir.
—Es que esto tenía que decirlo en vivo y directo — sus ojos se oscurecen entonces afincándose a un lado mío — tu objetivo vale más de 7 cifras.
—¿Cómo puede valer tanto si el papá está vivo y tiene 23?
—Parece que desde la mayoría de edad comenzó a prestar sumas a varios emprendimientos locales. ¿Conoces los supermercados BBB?
—¿Los bueno, bonito y barato? — trato de adivinar.
—Esos mismos. Él los impulsó. Ahora están por todo el país.
Vaya, el gruñón ya de por sí había nacido en una cuna de oro pero no se había conformado con eso, sino que había empeñado los barrotes para multiplicar su dinero. Que quisiera expandir sus alas sin estar bajo las órdenes de su papi sonaba con más sentido ahora.
—¿Cómo te va con eso de volverte una empleada de confianza? — juega con las gafas que llevo puestas — cuando pienso en una secretaria seductora no veo cómo este suéter grande y unos pantalones mal entallados son provocativos.
—Es porque piensas con lo que tú tienes en los pantalones.
—¿Cómo todos los de mi género? — me sonríe.
—Algo pasó este año que cambió a ese hombre. Tengo que adaptar mejor mi plan. Conocerlo mejor. Valdrá la pena la espera. Ya lo verás. Sé lo que hago — le aseguro.
—Siempre sabes lo que haces — afirma y comienza a susurrar — ¿puedes demostrármelo en el baño como la otra vez?
Fran y yo, teníamos ese tipo de relación. Compañeros de crimen y cama. Él se mudo a la capital hacia un par de años, por lo que me ayudó en lo de postularme para la empresa, y en el examen. Cuando decía que tenía muchos trucos los tenía. Le doy una sonrisa irónica.
—La otra vez no estaba la señora Dalia sinvergüenza. No arruinarás mi imagen de hermana esforzada, sacrificada y soltera, es la que me da esos descuentos con esa alma de Dios. Vete y vuelve el fin de semana con algo más que tu sonrisa bonita — le palmeo el rostro y entro en la casa sin mirar atrás.