CAPÍTULO 3.

2354 Words
Abro los ojos y me quedo ahí unos minutos viendo el techo, no queriendo levantarme. No quiero verle la cara a Kostas, menos a su hijo, ese egocéntrico y nefasto hombre que de seguro es igual a su padre… un golpe en la puerta me hace saltar en mi cama. Me pongo de pie, tomo la bata al pie de mi cama, atándola en mi cintura antes de quitar el seguro y abrir. Lois está de pie en mi puerta con expresión impasible. —El señor solicita su presencia en la mesa para el desayuno. «Quiero decir que no, quiero mandarlos al carajo, pero sé que es inútil y solo voy a ganarme un problema si me niego». Respiro profundo antes de responder. —Hágale saber al señor que estaré en el comedor en unos minutos. Ella asiente y con eso cierro la puerta, quedando de nuevo a solas. Dejo escapar el aire que no sabía que estaba reteniendo, me dirijo al baño donde me doy una ducha rápida y alistarme para el día. Lo más deprisa que puedo, me maquillo y peino mi cabello que no he mojado en la ducha. Busco en mi guardarropa y opto por un conjunto blanco de pantalón corte recto y chaqueta corta, manga larga. Tomo un top rojo de finos tirantes, escote corazón, todo lo completo con unos zapatos de tacón en color rojo. Me doy un repaso para que ni un cabello esté fuera de su lugar y dejo la habitación. Bajo las escaleras y encuentro a Kostas sentado en la mesa y no está solo, junto a este se encuentra su hijo. Mis pasos resuenan en el piso y me acerco hasta el lugar dispuesto junto a Kostas y frente a Atlas Petrakis. —Buenos días —digo en forma de saludo. —Buenos días, cariño. —Replica Kostas con tono suave y una sonrisa impropia de él. — ¿Descansaste? He tomado asiento, pero mi mano queda suspendido sobre la servilleta y lucho con la mi expresión de incredulidad al escucharle. —De hecho, lo hice —respondo, en cambio, y siento la mirada clavada en mí desde el otro lado de la mesa. —Como ustedes ya se conocieron, no hacen faltas las presentaciones, ¿no es así? —Así es, y debo decir que es todo lo que esperaba —murmura en tono frío antes de tomar un poco de su zumo. Kostas le da una mirada que no descifró, pero no replica. Así que decido intervenir. —Y, ¿cuánto tiempo estarás con nosotros? —Inquiero y él me observa con detenimiento. —¿Tienes prisa porque me vaya? —replica con gesto petulante. —No, para nada —pongo mi mejor sonrisa. —Solo quiero que el hijo de mi esposo esté cómodo. Sé que estoy rozando la fina línea con mi tono petulante. Pero me fastidia su mirada y actitud de superioridad. —No te preocupes, no pienso incordiar a la parejita, tengo mi espacio en el piso superior, si estoy aquí es porque mi padre pensó que era buena idea jugar a la familia feliz. —Por supuesto —espeto entre dientes, fulminándolo con la mirada. Lois entra trayendo mi desayuno que, por lo general, es más sustancioso que un maldito bol de frutas, pero hasta eso está monitoreando. El desayuno es tenso y silencioso, es evidente que Atlas no está de acuerdo con este matrimonio y está bien. Puedo entenderlo porque yo tampoco estoy feliz, pero creo que está apuntando su descontento a la persona equivocada. A mitad del desayuno, Kostas empieza a preguntarle sobre la empresa y el ambiente se aligera un poco mientras ambos hombres discuten de forma amena los avances de sus tratos. Me sumerjo en mi mundo imaginando el avance que haré hoy con el busto que estoy esculpiendo y siento cómo el ánimo vuelve a mí. Por lo general, Kostas va a la oficina que tiene en la ciudad en donde atiende a otros negocios ajenos a los astilleros y me deja sola, tiempo que aprovecho para ir al taller y hacer lo que me gusta. —Amelia, llamo hace un rato para invitarte al club y tomar algo —anuncia de repente Kostas llamando mi atención. —¿Hoy? —Inquiero y este asiente. —El chofer estará abajo esperando para llevarte y traerte de vuelta. —Su tono y expresión no deja replicas para negarme, entonces sé que mi mañana en el taller queda aplazada. —Le di tu número de teléfono, así que debes tener algún mensaje de ella. Yo iré con Atlas a la oficina. Está bien. —Murmuró. «Por mí puedes irte al infierno y no volver». Pienso viendo al frente, donde los ojos grises de Atlas me estudian en silencio. Y sé que él es el motivo de tanta amabilidad por parte de Kostas. Cuando el frío desayuno termina, subo a mi habitación y segundo después aparece Kostas en mi habitación. —¿Qué haces aquí? —Quiero que te comportes en el club, vas como mi esposa y tengo una imagen que mantener. —¿Algo más? —Siseó entre dientes. —Sí, quita esa maldita expresión de estreñida y sonríe como si fueras una recién casada que está enamorada, no seas estúpida y no des qué hablar. «Hijo de perra». —¿Otra cosa que quieras decirme, querido esposo? —preguntó con una enorme sonrisa. Kostas da un paso al frente y yo uno atrás. —Solo recordarte que conservas tu habitación porque Atlas no estás en este piso y no sabrá lo que pasa aquí arriba, así que no pienses que no puedo disciplinarte. —Ya veo, tu hijo no sabe la clase de padre que tiene. —Alza la mano en advertencia, pero me obligo a mantenerme en mi lugar. —No tientes tu suerte, Olympia. Recuerda que puedo venir y hacer valer mis derechos. —Me muerdo la lengua para no decirle que su mástil no se levanta, pero ni con obra divina. Pero sé que sería cruzar la línea y no va a salir bien. «Debo escoger mis batallas». —Ponte algunas joyas y algo de rubor en las mejillas porque te ves patética. Con eso sale de la habitación y no puedo evitar hacerle una peineta. Kostas se ha ganado mi desprecio en poco tiempo, solo quiero que me deje en paz. Me retoco el maquillaje, agrego un collar a mi atuendo y tomo mi móvil donde efectivamente tengo un mensaje de Amelia diciendo que me espera a las nueve en el club y así poder hablar un poco. Sé que esta salida a ese dichoso club es como la iniciación ante la sociedad que rodea a Kostas y si no quiero que haya represalias de su parte. Una vez lista, tomo mi bolso donde guardo mi móvil, algo de maquillaje y dinero antes de bajar al salón. Me sorprendo al encontrar a Atlas sentado en el sofá con postura despreocupada. —Sabes, aunque vistas como señora, quieras parecer una señora, se lo que eres. —No me digas, hijito mío. ¿Tan bueno eres leyendo a las personas? —Me atraviesa con la mirada, pero no me inmuto. —Eres una aprovechada y mi padre va a darse cuenta, de eso me encargo yo. —No te tardes en hacerlo. —Él está aquí para hacerme la guerra, no me queda la menor duda. Para él soy la mala de la historia, y su padre, el pobre hombre cegado por el amor. ¡Si supiera! —Despídeme de mi maridito, ya se me hace tarde y me esperan. Con eso me dirijo al elevador y dejo el ático. Cuento hasta diez para no sentirme ahogada. Me sucede en lugares cerrados, pero anoche estaba tan nerviosa, por lo que Kostas haría que mi miedo y sensación de ahogo no floreció. «Es algo que tengo para mí porque si él se da cuenta, sé que lo va a tomar como una ventaja sobre mí y es lo último que quiero». Cuando las puertas del elevador privado se abren, respiro aliviada y salto de él lo más rápido que me permiten mis pies. Asiento hacia el guardia de seguridad del vestíbulo y me encuentro con el chofer que se apresura hacia el coche y abre la puerta trasera. —Vamos al club —anuncio y este asiente antes de cerrar la puerta. No pone peros, así que es claro que sabe a dónde vamos. Toma el volante y nos alejamos del edificio. Mientras lo hace, el peso en mi pecho se aligera un poco más y siento que puedo respirar con menos pesadez. El club es como lo imaginé. Un lugar donde las personas con dinero se reúnen para presumir. Cuando llego a la puerta no tengo problemas para entrar, lo que me dice que Kostas ya agregó mi acceso. La mujer que me guía al área de la piscina donde Amelia me espera y me da un rápido resumen de lo que puedo encontrar aquí: cancha de tenis, spa, sala de juegos, área de piscina, restaurante y bar. Todos los juguetes para que ninguna de estas personas se aburra. Cuando llego al área de la piscina, veo a Amelia que se pone de pie haciendo que la mujer se detenga y me deje por mi cuenta. Lleva un vestido de día color blanco, suelto, escote halter de flores azules. Su cabello rizado está en un recogido desordenado y parece la viva imagen de la felicidad. —¡Me alegra que pudieras venir! —dice cuando llegó a ella y me da un abrazo rápido como saludo. Siento cómo nos observan y es claro que tienen curiosidad de conocer la nueva adquisición de Kostas Petrakis. —Me sorprendió que quisieras verme, pero ahora me alegro de haber venido, esto es hermoso. —Me sincero cuando tomamos asiento en la mesa. —Sí, si quitamos a las urracas que viene aquí a presumir y buscar los últimos chismes, es divertido venir. Un camarero llega y pedimos un café. Echo un vistazo y la mayoría de las personas en las mesas son mujeres. —Bien, te invité porque sería divertido conocernos más. ¿Qué me dices si vamos al spa y después almorzamos aquí? —Por supuesto —sonrió con amabilidad. Amelia mira por encima de mi hombro y rueda los ojos. —¿Qué? —Ya le cayó la mosca a la sopa —cuchichea antes de que una mujer alta, de cabello rubio, claramente tintado y ojos negros, se detenga en nuestra mesa, viste un conjunto deportivo de tenis y tiene una falsa sonrisa en los labios. —¡Hola, Amelia! Qué bueno que estés por aquí. —Su tono es chillón y me hace apretar los dientes. —Mira, quién tenemos aquí, ¿eres Olympia? —Asiento y no sé de qué me conoce esta mujer, ella parece notarlo porque continúa. —Me llamo Atenea y soy la sobrina de Kostas —anuncia mientras se sienta a la mesa. —Lo siento, no sabía… —Por supuesto que no, el tío es muy hermético, pero es un amor —chasquea los labios. Sí, como no. —Atenea está casada con el abogado de la familia Petrakis. —Comenta Amelia y es evidente que no la pasa. —Me contó mi marido que haces figuras de barro— se ríe —. Eso es asqueroso y de muy baja categoría, deberías buscar un mejor oficio. —¿En serio? ¿Cómo venir a gastarme el dinero de mi marido a este club? —suelto con desagrado y ella lanza una risita irritante. —Créeme, venir aquí no es gastar, yo le llamo invertir, ¿ves mi rostro? ¿Mi piel y cuerpo? Es divino, lo sé. Me cuido y me veo fantástica. —Por supuesto —murmuró. —Pero podemos hacerte unos retoquitos y te juro que vas a quedar divina. Porque estás mona, pero te falta algo… —Yo sé lo que te falta a ti —espeto entre dientes y Amelia se ríe ante la mirada incomprendida de Atenea, que claramente no comprendió mis palabras. «Sí, a ella le hace falta cerebro». —Bueno, me encantaría que vinieran a cenar con el tío a mi casa, pero sería algo elegante, —me mira de arriba abajo y sonríe —. Ya sabes, algo a la altura de los Petrakis. —Mira a Amelia y continúa—. Las joyas que compré este mes están divinas, deberías verlas, son auténticas, así como yo —le guiña. Y, ¡es como una maldita metralleta que no cierra el pico! «Esta mujer es insoportable». —Atenea. Me duele la cabeza —murmura Amelia—. ¿Podemos hablar más tarde? Además, creo que ya están llamándote —señala en una dirección y vemos a una mujer llevando un traje como el de la sobrina de Kostas. Esta se pone de pie y nos mira —tengo un partido que ganar, pero si las veo aquí, cuando acabe vendré y podemos hablar de cómo mejoré la piel de mi rostro, —se inclina hacia mí. —Nunca es temprano para el bótox. Créeme —señala mi rostro y la miro con los ojos abiertos. Con eso se va como regreso y resoplo. —¡Joder! Pero es que no se calla la imbécil esa —gruñe Amelia. —Es una envidiosa, ni la prestes atención. —¿Es siempre así? —Uy, sí. Habla de todos. Está al tanto de todo y siempre tiene algo que decir, ¡como si nos importara su jodida vida! —Sí. Es insoportable. —Su marido es un poco mayor que ella, es una infeliz que vive al pendiente de la vida de los demás para no mirar su desastrosa vida. —niega con vehemencia. —Tiene demasiado tiempo libre. Pero mejor, nos terminamos el café y vamos al spa. —No se diga más, vamos —replicó, sintiéndome un poco más animada con su compañía. Es bueno tener a alguien con quien hablar, para variar.
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