MESES DESPUÉS.
Aplico un poco de maquillaje alrededor del moretón en mi mejilla que es casi inexistente, pero no quiero correr riesgo de que alguien lo vea. Kostas me había recordado que estaba prohibido que sus visitas me vieran llevando uno de mis overoles con los que trabajo en el taller que he dispuesto en el piso de abajo.
Así que, estaba tomando un vaso de agua de pie en el balcón cuando Kostas apareció con dos de sus amigos de forma sorpresiva y tuve que saludarlos a pesar de mi apariencia. Él sonrió y se mostró muy atento frente a ellos, pero cuando se marcharon fue en mi búsqueda y me recordó que debe verme perfecta, y dejó salir su ira nuevamente. Una parte de mí quiere huir y alejarse, pero mi madre me necesita y no seré yo quien la deje desamparada.
Mi vida los últimos meses se basa en estar en el ático, y mantenerme lista para cualquier compromiso donde deba lucir del brazo de Kostas. «Además de eso, es obligatorio que mis uñas, cabello y piel luzcan radiante». De no ser así, él no estará feliz; lo mismo aplica con mi vestuario, siempre implacable. Luego de mi fatídica primera noche, no había osado a tocarme de nuevo, no hasta esa tarde, pero su maltrato verbal es constante. Al principio respondía con el mismo ahínco, pero creo que eso lo hacía más cruel que ignorarlo.
Dejo escapar un suspiro cuando termino y le echo un vistazo a mi vestido n***o estilo griego que he decidido usar esta noche. Mi cabello, uñas, maquillaje y vestido están perfectos y cada detalle en mí me hace parecer la perfecta esposa Petrakis. Kostas solo me ha dicho que iríamos al teatro a ver una pieza de ballet y debo verme a la altura. Una vez lista, tomo mi bolso de mano donde guardo algunas cosas para maquillarme. Dejo la habitación, bajo la extravagante escalera circular flotante de cristal y vidrio iluminado en oro rosa que dominan la estancia. En el salón ya espera Kostas que me mira con detalle. No veo por ninguna parte a Lois, así que supongo que se ha retirado a su habitación mientras que la segunda mujer que colabora en la casa se ha ido. Descubrí que solo Lois, como ama de llaves, se queda en el ático. Aún no descifro si es amiga o enemiga.
—Ves que no es tan difícil parecer una destacada dama.
—Si tú lo dices —murmuro en respuesta y este chasquea los labios.
—Debo hacer una llamada, así que nos vamos en cinco minutos, y no tomes nada, no quiero que te den ganas de ir al baño en medio de la función. —Pendejo. Con eso lo veo alejarse dejándome sola en medio del amplio salón, el ático ubicado en el Dean Martin Drive, el lugar es impresionante con techos altos, dominada por una lámpara de araña inspirada en la Metropolitan Opera House del Lincoln Center de la ciudad de Nueva York, pisos de mármol, habitaciones para invitados, un ascensor neumático de cabina transparente con acceso a los tres niveles del ático. Estoy tentada a pedirle uno de esos pisos a Kostas que sea mi espacio, ya que tiene todas las comodidades y así evitaríamos vernos a la cara. Diez mil pies cuadrados de elegancia y sofisticación, para mí, es una prisión.
Como lo anunció Kostas, cinco minutos después estamos de camino al teatro, en la parte trasera del auto. Intento mantener mis nervios a raya, mi mano roza encima del ostentoso anillo de diamante, corte asscher que representan mis cadenas, es un anillo corte.
—Solo puedes tomar una copa en el descanso, las mujeres tienen la costumbre de chismear y beber durante ese tiempo, algunas terminan algo ebrias, espero que tú no lo hagas.
—Mejor porque no solo sonrió y asiento como una jodida muñeca —siseo, la mano de Kostas toma la mía y la aprieta con un poco de fuerza haciéndome apretar los dientes y así no quejarme. Lo fulmino con la mirada cuando me libera. Frente al volante, su chofer mantiene la vista en el camino.
—Creo que eso sería mucho pedir, así que limítate a seguir lo que digo.
El resto del viaje lo hacemos en silencio. Cuando llegamos al teatro, el chofer abre la puerta al tiempo que uno de los chicos del valet parking hace lo mismo con Kostas. Cuando llega a mí, me da una falsa sonrisa y me ofrece su brazo. Contra todo lo que quiero, entrelazo mi brazo con el suyo y subimos las escaleras del teatro. Siento las miradas de las personas, sé que tiene curiosidad y me yergo mientras avanzo con la frente en alto, no por Kostas, es por mí.
Entramos al vestíbulo y ya las personas están caminando a sus lugares, pero nos detenemos frente a una pareja de mediana edad, el hombre tiene una mirada apreciativa mientras la mujer me escanea con curiosidad.
—Cariño, déjame presentarte a mis buenos amigos. Natalia y Gabriel Gallardo.
—Señores, un placer conocerles —digo mientras les doy la mano.
—Cuando me dijiste que tu esposa era hermosa, pensé que exagerabas — comenta el hombre y comparte una risa con Kostas.
—Gabriel y Natalia son de Madrid, pero tiene ya varios años en la ciudad y nos conocemos del club. —me hace saber Kostas como si eso tuviera relevancia para mí. —De hecho, vamos a compartir balcón con ellos.
—Qué divertido.
—Kostas Nos contó que te gusta hacer cosas con arcilla, ¿qué haces? Vasijas —comenta con una risa burlona.
—En realidad, soy escultora. Ahora mismo estoy trabajando en un busto del divino Aquiles. Digo, ¿si sabes quién es, ¿verdad?
—Creo que sí, es muy interesante —replica con una sonrisa falsa, y siento cómo los dedos de Kostas se hunden con disimulo en mi brazo.
—Pero, te aburriría con mis cosas —digo en tono afable.
—Mejor pasemos a nuestro palco —interviene Gabriel y le seguimos.
—¿Qué demonios haces? —Sisea cuando nos quedamos un poco atrás.
—Nada, solo responder sus estúpidas preguntas. —Replico, entornando los ojos.
—Sabes que la hiciste quedar como una estúpida. No seas desagradable.
—Entonces que ella no me vea como si fuera menos que nada —siseó con valentía antes de seguir el camino hasta el palco y tomo asiento.
La función es como espero, tediosa y larga durante el descanso. Kostas se reúne con sus amigos y a mí me deja rodeada de un grupo de viejas urracas que solo hablan de sus hijos.
Voy a necesitar dos copas más para aguantar el resto de la noche.
Me acerco a uno de los camareros y tomo una segunda copa y la sorbo manteniendo una falsa atención en mi entorno cuando solo quiero irme de aquí y no estar rodeada de estas personas.
—Dime que no soy la única que se aburre en este lugar —una mujer joven, alta, de cabello castaño y rizado, me mira mientras sorbe de su copa.
—Pensé que esta ciudad era divertida —replicó en tono de mofa y ella se ríe llamando la atención de algunas mujeres.
—Aquí solo está reunida toda la planilla del geriátrico, deberías conocer las verdaderas noches de esta ciudad. Por cierto, soy Amelia Williams.
—Olympia Karsoulis —me presentó con mi apellido de soltera.
—¿Pensé que eras la esposa de Petrakis? —inquiere con curiosidad.
Maldición.
—Sí, solo que no me acostumbro aún a usar el apellido de Kostas. —Miro alrededor y me encuentro con su mirada seria, me aclaro la garganta —Tú, ¿vienes con alguien?
—Sí, con mi padre, es uno de los hombres que habla con tu esposo y el Gallardo. Solo que no soporto a su mujer.
—Ídem —murmuró y ella ríe de nuevo.
—Y cuéntame, Olympia ¿qué haces hasta ahora?
—Realmente nada, no conozco a nadie en la ciudad y estos meses han sido de adaptación —miento un poco.
—Entonces, cuenta conmigo para enseñarte esta ciudad.
Niego.
—No creo que Kostas…
—¿Qué no crees de mí? —El brazo de Kostas me rodea y mira a Amelia.
—Quiero tener una atención con tu esposa, invitarla a comer al club y que conozca personas.
—Por supuesto que me gusta la idea —deja un beso en la sien que me causa un desagradable escalofrío. —Ella estará encantada. Y si nos disculpas, vamos de salida porque tengo un imprevisto; así que, disfruten el resto de la noche —con eso nos alejamos apenas dejándome despedirme de Amelia.
Dejamos el teatro, su mano tira de mí y subimos al auto que ya está en la puerta.
—Kostas…
—Cállate —susurra—. Cierra tu maldita boca, te dije que no tomarás más de una copa porque sabía que ibas a decir algo estúpido y no me equivoqué. Amelia es la hija de uno de mis amigos más cercanos. —Su mano me sostiene de la barbilla haciéndome un poco de daño —te di una orden y eres tan estúpida que ni eso sabes acatar. —Me suelta de malos modos antes de subir al coche.
Durante todo el recorrido, la tensión en el auto es palpable. Al llegar al edificio, me mantengo un paso atrás; él apenas lo nota debido a su enojo. Las puertas del elevador y pienso que va a continuar su camino, así que salgo en dirección a las escaleras.
—¡¿A dónde coños crees que vas?! —Grita —trae tu jodido culo aquí.
Respiro profundo y me doy media vuelta.
—Creo que estás enojado por una tontería…
Toma un florero que se hace añicos a mis pies, haciéndome enmudecer. Miro de reojo para encontrar a Lois, viendo la escena con gesto impasible. Kostas sigue mi mirada y ve a la mujer.
—¡¿Qué quieres?!
—Lo esperan en las despensas del piso de arriba —señala en dirección al elevador interno del ático.
Este asiente de mala gana y yo me quedo pensando si esa visita es por quien hemos dejado la función.
—Después hablaremos sobre cuán importante es obedecer, esposa —sisea antes de alejarse, dejándome a solas con Lois. Siento que me tiemblan las piernas, como me lo permiten las mismas, decido ir al bar y servirme un trago. Lois, en silencio, se mueve en el salón y empieza a recoger el desastre que ha hecho Kostas. Le doy un sorbo a mi bebida ámbar y siento cómo me quema la garganta. Es relajante.
Aun con el trago en la mano, volteó a verla.
—Lamento que vieras eso —susurró y ella niega.
—Señora, yo solo veo y escucho lo que me permite el señor —dice en tono bajo, terminando de apilar los restos del jarrón.
—¿Con quién está reunido Kostas? —Inquiero y ella me mira unos segundos en silencio. Arqueó la ceja y ella niega.
—El señor le dirá si es lo que desea. —Recoge todo dejando el piso limpio. —Buenas noches, — murmura antes de dejarme sola.
Resignada a la maldita soledad que parece la única constante en mi vida, me termino el trago, dejo el vaso y mi bolso en la barra y decido salir al balcón. Él mismo es grande y bien puede abarcar perfectamente una reunión. El viento nocturno ondea mi vestido mientras me acerco a la barandilla. Desde mi jaula de oro veo las luces de la ciudad. Cierro los ojos unos segundos imaginando el olor de la isla. Mi hogar, el mismo al que Kostas no me ha dejado regresar. «Dice que iremos, a su debido tiempo, pero ya no le creo nada». Abro los ojos, miro hacia abajo y por un momento, solo por un momento, imagino cómo sería ser una de esas personas que camina por la calle sin pertenecer a nadie. Porque sí, Kostas compró una esposa. Me convertí en una prisionera.
—Así que tú eres quien ha engatusado al viejo —una voz masculina me hace girar rápido y me encuentro con un hombre de pie a unos pasos de mí. Es alto, algo musculoso, de ojos claros, cabello oscuro y facciones marcadas. Lleva un traje de tres piezas a medida y está viéndome como a la espera de algo.
—¿Quién eres? —Digo lo primero que me llega a la mente. Este arquea la ceja con gesto socarrón y me estudia con detenimiento antes de hacer una mueca de desagrado.
—Soy Atlas Petrakis, el hijo de tu marido y tú eres la nueva adquisición de mi padre, ¿me equivoco?
Adquisición. «Bueno, no está muy lejos de la verdad, pero no quita que me sienta ofendida».
—Supongo que no estás aquí para felicitarnos —espeto en tono sarcástico. Da un paso al frente, acercándose un poco más, dejándome ver lo menuda que soy frente a él.
—Vine porque es evidente que mi padre no está tomando las mejores decisiones y una de esas está frente a mí. Dime, ¿de qué prostíbulo te saco?
Levanto mi mano para abofetearle, pero él me la detiene sin problema.
—No sabes quién soy, así que te exijo que me respetes.
—¿O qué? ¿Me vas a acusar? —Me suelto de malos modos y lo fulmino con la mirada. —Te sugiero que si eres inteligente, tomes tus cosas, te largues de esta casa y vuelvas al agujero de donde te sacó mi padre porque no tendrás un céntimo de él.
Dios, él está tan errado. «No sé qué imagen tiene de su padre, pero es claro que ambos conocemos dos caras diferentes de Kostas Petrakis». Y ahora no solo me toca lidiar con el padre, sino con el hijo.
Pero no dispuesta a dejarme intimidar por él, le doy una sonrisa soberbia.
—Es claro que ya tienes un concepto de mí sin siquiera conocerme.
—No necesito hacerlo, es tan evidente —me barre de nuevo con su mirada. —Pero pierdes tu tiempo, he venido a dejarle ver que eres una aprovechada.
¡Qué detestable! «Por eso dicen que la manzana no cae lejos del árbol».
—Estás tan equivocado —suelto con chulería, fingiendo una seguridad que no tengo. Paso a su lado, no sin antes darle una mirada. —Buenas noches y bienvenido a casa, hijito querido. —Su expresión es mortífera y su mandíbula se aprieta con evidente cabreo. Pero no espero más y entro. Una vez en el interior, cojo mi bolso sobre el mostrador y subo a mi habitación, feliz de no ver a Kostas en el camino.
En mi habitación echo el pestillo, arrojo el bolso en la cama y con manos temblorosas me dirijo a mi mesa de noche, de la cual saco un bote de ansiolítico que encontré en mi última salida al centro comercial para buscar el vestido que llevo puesto. Sé que no debería hacerlo después de ingerir alcohol, pero necesito tranquilizarme.
Atlas Petrakis era algo con lo que no contaba. Y es evidente que no ha venido para ser agradable conmigo.