CAPÍTULO 1.
Las luces de la ciudad iluminan la lúgubre noche, cada paso que doy es una tortura, pero logro llegar al cristal, me sostengo como puedo mientras mis extremidades protestan y siento el sabor metálico de la sangre en mi boca. Me deslizo por el mismo hasta que toco el suelo y dejo que el dolor me tome, hago una mueca y desplazo la mirada hacia la cama que domina la habitación donde mi verdugo me dejo después de golpearme de manera feroz. Un verdugo que un par de días antes juraba protegerme y cuidarme frente al altar.
«Kostas Petrakis es mi nuevo esposo y un hombre que me ha traído a esta jaula de oro donde solo he encontrado una terrible realidad». Ahogo un sollozo cuando mi costado protesta e intento respirar.
Si me hubiesen dicho que dejaría mi hogar, todo lo que conozco y me volvería el trofeo de un hombre detestable, habría dicho que ni por todo el dinero de Creso habría aceptado. Pero ahora me encuentro atada a Kostas Petrakis.
Flashback.
Mis manos se mueven sobre la arcilla en el torno y, como siempre me pasa, la paz me envuelve. Cada movimiento, forma y molde que hago con mis manos es refrescante…
—Olympia. Ulises, te necesita en su oficina —Eleanora, el ama de llaves de la villa, irrumpe en mi taller. Dejo escapar un suspiro porque ya no puedo esconderme más de su llamado. Echo a un lado algunos mechones de mi oscuro cabello con el dorso de mi mano y la observo con el ceño ligeramente fruncido.
—Eleanora…
—Vamos, niña. Está esperando por ti. —Titubea un poco —está con el viejo Petrakis.
Trago duro al escucharla, de mala gana apago el torno, me pongo de pie al tiempo de que me limpio las manos antes de lavarlas a conciencia. Dejo mis uñas lo más limpias que puedo, miro a través de la ventana y me deleito con la majestuosidad del mar egeo frente a la isla de Grecia.
—Dime una cosa, Eleanora. ¿Piensas que estoy loca por aceptar la demanda del abuelo? ¿Equivocada por casarme con Kostas Petrakis?
—Sé porqué lo haces y entiendo que te sientes comprometida. —Asiento y me trago el nudo de emociones. —Vamos, Ulises está ansioso.
«Por supuesto que lo está». Conozco al hombre que prácticamente me crio solo después de que mi padre falleciera y mi madre no tuviera la capacidad de ver por mí, hemos sido él y yo desde siempre y aunque es un hombre duro y algo arisco, jamás pensé que me obligara a hacer lo que estoy por hacer.
Seco mis manos ya limpias y la sigo, ajusto la camisa suelta que llevo y los pantalones ajustados, rehago mi coleta y me doy un poco de color en las mejillas mientras sigo a Eleanora por la casa de grandes ventanales hasta la oficina de mi abuelo y mi futuro esposo. Eleanora abre la puerta y se hace a un lado para que dé un paso al interior.
—Buenas tardes —digo en modo de saludo y veo a mi abuelo detrás de su escritorio y frente a este el señor Petrakis que se pone de pie rápidamente.
—Señorita, Karsoulis. Un gusto verla de nuevo.
—Olympia por favor —susurro tomando su mano en un apretón.
—Bueno, entonces puedes llamarme Kostas, después de todo serás mi esposa —evito estremecerme cuando dice esta última palabra.
Kostas es un hombre de unos sesenta años, su cabello ya está tintado con canas y su cara devela los signos de su edad. Pero lo poco que hemos hablado ha sido un hombre educado, un caballero y creo que al menos podemos tener una relación cordial.
—Olympia, cielo. Puedes servirnos un trago, por favor.
Asiento a la demanda de mi abuelo y me alejo del hombre que toma asiento nuevamente. Mientras sirvo los tragos me repito que es algo que debo hacerlo. Tomo los vasos y dejo uno frente a cada uno antes de tomar asiento en la silla vacía junto a Kostas.
—Le contaba a Ulises que, pretendo que sea mañana, necesito volver a Estados Unidos donde estoy residenciado actualmente.
Mis ojos se abren ante sus palabras.
—Pensé que viviríamos en la isla —susurro. —Yo necesito estar aquí —asevero al abuelo.
—No te preocupes, querida —continúa Kostas—. Puedes venir cuando sea necesario, pero necesito estar en mi residencia. Te va a gustar, ya que vivo en el corazón de las vegas. —Asiento sin saber muy bien si me gusta la idea o no. Pero nuevamente el motivo de hacer esto aparece en mi mente y asiento. —Mañana mismo serás mi esposa y podremos partir a Estados Unidos.
Miro al abuelo que asiente con una sonrisa satisfecha. Kostas se pone de pie y se despide de ambos antes de que me deje sola con el abuelo.
—Olympia, sé que es duro, pero es la mejor decisión que pudiste tomar.
—¿En serio? —Lo veo con los ojos abiertos como si fuera un ciervo frente a las luces cegadoras de un auto. —Cómo podía negarme si fuiste muy claro, o acepto a casarme con Kostas o no vas a seguir costeando la clínica de reposo de mamá, ¿crees que tengo opción?
Tenía diez años cuando mamá fue diagnosticada con esquizofrenia y desde entonces, ha estado recluida en una clínica de reposo. Entiendo porqué el abuelo escogió a Kostas. Los Petrakis son una familia acaudalada, se dedican a la industria naval donde son reconocidos y respetados, es lo poco que se gracias a los cotilleos de las personas, ya que son poco vistos en los círculos sociales de la isla.
El abuelo deja salir el aire atrayendo mi atención.
—Estamos en la ruina, Olympia. Kostas necesita una mujer bonita de su brazo , yo necesito dinero. El negocio es sencillo, también vas a beneficiarte, mantendrás el estatus al que estás acostumbrada y le darás a tu madre la estadía y el tratamiento que necesita. ¿Acaso no es la verdaderamente importa?
«Como si el maldito estatus me interesara». Sabe cuál es mi prioridad, y es claro que va a tirar de ella para conseguir lo que desea, Pero también se que no miente, la empaquetadora esta acabada y no tenemos la liquidez para levantarla. Sin contar que en la clínica no van a esperar por nosotros y mamá no puede quedarse sin los cuidados necesarios.
—Es tu hija —susurro conteniendo mis ganas de gritar. Pidiendo en silencio otra salida, pero el se mantiene imposible unos segundos antes de Asentir, pero no dice nada al respecto y sé que no hay poder humano que lo haga cambiar de opinión. Así que, me pongo de pie manteniendo una postura recta. —Espero que cumplas con tu palabra.
Sus ojos oscuros me estudian unos segundos antes de asentir.
—Algún día me lo vas a agradecer.
No respondo; en cambio, dejo su oficina, avanzo por el pasillo y salgo. aunó de los balcones con vistas al mar. Cuento hasta diez para no dejar salir un grito de frustración; en cambio, respiro profundo y me limpio una lágrima traidora que baja por mi mejilla.
Fin de flashback.
Me remuevo, alejando los recuerdos. Ahogo un gemido cuando intento levantarme, pero mi costado me dificulta el poder hacerlo. Así que apretó los dientes y contra todo pronóstico me pongo de pie, ahogando un grito de dolor antes de seguir mi camino hasta el baño. Cuando al fin llego, enciendo la luz y parpadeo ante el espejo, viendo mi rostro. Con incredulidad veo que tengo el labio partido, el pómulo hinchado. Desplazo mi mirada hacia los brazos y ya puede verse las marcas de los dedos alrededor de estos y mi cuello. Con dedos temblorosos abro la bata que encontré al pie de la cama y veo el enrojecimiento de mi costado, pero no creo que tenga alguna fractura.
Me estremezco y lucho contra las náuseas cuando recuerdo las asquerosas manos de Kostas sobre mi cuerpo y, la frustración de estos cuando me negué a complacerlo sexualmente. Fue algo que deje claro antes de la boda, pero al parecer después de firmar los documentos el pensó que ya no podía hacer nada para evitar su asalto. Error, pero sé que, lo que desato su odio fue el momento en el que no pudo obtener una erección y yo lo note, cuando lo mire con expresión sabedora me dio el primer golpe que me dejo en shock. El decente hombre que conocí en Grecia se convirtió en un energúmeno. Para después dejarme sobre la cama adolorida y llena de estos moretones. Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente, al tiempo que me alejo del espejo y me meto en la ducha, donde dejo que el agua lave cada herida, golpe y enjuague mis lágrimas.
«Pensé que sería fácil, pero no estaba muy lejos de la realidad».
Cuando mis dedos empiezan a arrugarse bajo el agua, decido que está bien. Tomo una bata de baño, me la pongo y salgo con pasos lentos, pero más seguros. Estoy a medio camino hasta la cama cuando la puerta se abre y aparece Kostas con semblante mortífero. La expresión suave y el tono conciliador cambio para convertirse en un hombre cruel y amenazante.
—Vaya, al parecer debí ser más severo —anuncia al verme de pie. Lo fulmino con la mirada y en respuesta él sonríe, aunque lleva la cara con mis uñas marcadas. «No se esperaba que reaccionara, pero lo hice, me defendí como pude bajo su ataque, pero él me aventaja en fuerza». Se hace a un lado dejando ver a una mujer de mediana estatura que viste una camisa blanca, manga larga y una falda negra por debajo de sus rodillas, completando el atuendo con zapatos bajos de tacón cuadrado. Sus ojos me encuentran y veo el horror en ellos. —Ella es Lois, mi ama de llaves de confianza. Si necesitan algo de mí, estaré en mi habitación. —Espeta antes de darse media vuelta y dejarme con la mujer que lleva un botiquín de primeros auxilios. «Como si quisiera algo de él».
Bastardo.
Los ojos verdes de la mujer me estudian con atención y se encamina hasta la mesa junto a un sillón que bien puede servir para una lectura cómoda.
—Señora, Petrakis. Por favor —pide en tono suave, señalando el sillón individual. No me hago de rogar y tomo asiento donde me indica.
—Puedes llamarme Olympia, si no te importa —susurró y ella asiente azorada con los ojos muy abiertos.
En silencio, me pone un ungüento en el pómulo, el labio y me da un par de analgésicos para el dolor cuando ve mi costado.
—¿Necesita algo más señora?
—Olympia —repito en tono cansado por el esfuerzo de ir hasta el baño y ducharme. —Y sí, puedes hacer dos cosas por mí. ¿Puedes quitar esas sabanas?
—Por supuesto. —Se apresura a hacer lo que le digo, tira de las sabanas que tiene un poco de sangre y sale de la habitación dejándome unos minutos sola antes de regresar con un cambio nuevo y de forma eficiente dejar las sabanas tendidas.
Me pongo de pie y, cuando la mujer pregunta de nuevo si deseo algo, niego. En silencio se retira, cerrando detrás de sí. Me recuesto en la cama y las lágrimas silenciosas ruedan hasta la almohada. Apago la luz de la lámpara y desde la cama puedo ver las luces de la ciudad a través de las paredes de cristal y pulsando un botón a un lado, las persianas empiezan a descender. Me quedo en penumbra y todo de mí, grita que salga de aquí, pero si lo hago no tendremos cómo pagar la clínica de mi madre… solo necesito encontrar la manera de aguantar todo esto.