—Quiero que de ahora en adelante sigas tres reglas sencillas al comer — dijo Benjamin—. La primera es que hagas cinco comidas al día: un buen desayuno, almuerzo razonable y una cena ligera. Entremedio dos colaciones sanas.
Sonaba sensato. A veces no desayunaba o no almorzaba por el ritmo frenético del trabajo. Aunque me mantenía en pie a base de dulces, luego llegaba a mi apartamento desesperada y me comía hasta las sobras vencidas. Sí, las cosas tenían que cambiar.
—Lo haré —me comprometí—. ¿Segunda regla?
—Aléjate de todo lo que sea procesado.
—¿Todo? —repetí descorazonada pensando en mis queridas y malvadas rosquillas.
—Todo —reafirmó—. No te lo estoy prohibiendo, Aysel, esto no es una dieta; el término clave aquí es elección. Puedes saltarte las reglas un día, pero no toda la sem
