—¡No, por favor! Hazle un gesto para que no venga.
—Imposible, ya casi está aquí. ¿Por qué no quieres verlo?
—Estoy impresentable: sudada, roja… —y gorda, pensé, pero me lo callé—. Dile que se va…
Tuve que cerrar la boca porque en ese momento llegó Gabriel.
—Hola Aysel, ¿primer día de entrenamiento?
—Eh, pues sí —respondí nerviosa—. Un poco difícil, la verdad.
—La primera vez cuesta un poco, pero después lo disfrutas.
Sus palabras me hicieron pensar en otras cosas que podría hacer por primera vez con él. De seguro las disfrutaría desde el día uno. Benjamin tenía razón, sí que mi imaginación estaba calenturienta. Sentí la sangre agolparse en mis mejillas, pero por suerte estaba tan roja que no creí que se notara.
Gabriel se agachó y quedó justo frente a mí.
—¿Para qué me llamaste, Benjamin? —dijo casi sin mirarlo.
—Quería saber si podías ayudar a Aysel con los estiramientos, pero ella está un poco adolorida, así que lo dejaremos para otra ocasión.
Los ojos azules de Gabriel buscaron los míos.
—¿Qué te duele, Aysel?
Como no sabía qué inventarle, solté lo primero que me vino a la mente.
—La muñeca.
Gabriel cogió mi mano. Su contacto me cortó la respiración.
—No parece inflamada —dijo examinándome, mientras se acercaba a mí —. ¿Te golpeaste?
Mi corazón se desbocó. Su cabeza estaba inclinada buscando alguna lesión, por lo que su cabello quedaba apenas a unos centímetros de mi nariz. Aspiré profundo el aroma fresco de su champú y me olvidé de todo lo que no fuera sentir sus dedos gentiles moviéndose sobre mi piel.
De pronto, él levantó la cabeza y me miró.
—¿Entonces, Aysel?
—¿Sí? —Me salió como un suspiro y no como una pregunta.
Benjamin carraspeó.
—Gabriel te preguntó si te golpeaste la muñeca.
—Ah, no. Seguramente hice un mal movimiento, pero nada de qué preocuparse.
Mi angelito me soltó. Extrañé como loca su contacto.
—Ponle atención de todas formas —me dijo—. Aplica algo de hielo y toma ibuprofeno. Si no es nada grave, con eso deberías estar bien.
—Gracias. Así lo haré.
Gabriel se despidió de mí. Yo seguí su musculosa espalda con la mirada hasta que lo perdí de vista.
—Oye, Aysel, lo tuyo es grave —La voz de Benjamin me sobresaltó—. Se te cae la baba por Gabriel.
—No es verdad.
—Le oliste el pelo —dijo como si eso lo explicara todo, (lo cual era cierto).
¡Qué-ver-güen-za-por-Dios! Benjamin me había visto olfatear a Gabriel como un perrito hambriento. Ojalá hubiera podido esconderme debajo de la colchoneta.
—¡Ay, no! ¿Crees que él se dio cuenta?
—Lo dudo, pero no tardará en hacerlo si eres tan obvia. Si tanto te gusta, ¿por qué no quisiste quedarte a solas con él? La mayoría de las chicas inventa cualquier excusa para estar a su lado.
—Yo no soy como la mayoría de las chicas.
—Sí, ya me estoy dando cuenta —dijo contemplándome con ojos entrecerrados.
Me sentí extraña frente a su mirada. No incómoda precisamente, pero sí sin saber qué hacer. No estaba acostumbrada a que los hombres me observaran, menos con ese dejo de admiración y suavidad de Benjamin.
—Entonces, ¿qué quieres a cambio de la clase? —le solté para acabar con el raro momento.
La expresión de Benjamin se tornó decidida.
—Leí acerca del seminario de iniciación al emprendimiento que organiza tu empresa Mentoring. Sé que no quedan entradas, pero de todos modos me gustaría asistir. Tengo mucho que aprender.
—Dalo por hecho. Puedes venir conmigo como mi invitado. ¿Eso es todo?
—No, hay algo más. Me gustaría participar en la competencia de ideas de negocios del cierre.
—¿Te refieres al torneo de pitch elevator? —Como Benjamin me miraba con cara de no entender a qué me refería, agregué—: ¿Sabes lo que es un pitch elevator, verdad?
—Algo así como hablar de tu negocio, ¿no?
Vaya, Benjamin necesitaba informarse bastante más.
—No es solo hablar de tu negocio —aclaré—. Es una exposición de él de tres minutos con parámetros de evaluación muy claros. Tienes que señalar cuál es el problema que tu producto resuelve, de qué forma y cuáles son sus ventajas competitivas. ¿Has hecho algún pitch alguna vez?
—No, la verdad es que no, pero aprendo rápido.
—No lo dudo, pero no me parece buena idea que te inscribas en el torneo si no tienes experiencia. ¿Por qué quieres inscribirte, de todos modos? Los premios ni siquiera son buenos.
Benjamin exhaló con cansancio.
—Estoy harto de perseguir clientes que no me dan ni la hora. Ni siquiera me rechazan, se limitan a ignorarme. Pienso que el torneo me servirá para descubrir qué estoy haciendo mal.
—Pues sí, pero te advierto que este torneo de pitch es bastante exigente. Como está dentro del seminario de capacitación, los jueces son extremadamente duros para que los emprendedores sepan cuáles son sus errores.
—Mejor que sean duros —respondió Benjamin con una determinación que me sorprendió—. Así ya de una vez por todas me entero en qué me estoy equivocando.
—No necesitas meterte al circo romano con los leones para saberlo. —Créeme que ya llevo varios meses en el circo romano, Aysel. Pase lo que pase en el torneo, la cosa no puede volverse peor. Quiero inscribirme — insistió.
Asentí resignada.
—Te inscribiré entonces, pero que conste que te advertí los riesgos.
—Me considero advertido. No te preocupes, Aysel —Sonrió—. Me prepararé bien. Seré el mejor gladiador.
No dudaba que esa fuera la intención de Benjamin. El problema es que él no sabía el tipo de fieras salvajes que le esperaba.