Benjamin bajó la vista meditándolo unos instantes. Cuando volvió mirarme su expresión era extraña. ¿Cautelosa? ¿Esperanzada, quizás? —¿Hay alguna otra razón por la que quieras ayudarme? —preguntó. Sí, te extraño tanto que duele y no sé por qué. —No —dije en cambio, incapaz de confesárselo—, solo las razones que ya te dije. Entonces, ¿qué dices, Benjamin? ¿Aceptas? —Hagámoslo —asintió—. Sé la ventaja que es que tú seas mi mentora y me ayudes con la presentación. Te creo si dices que puedo ganar. Me sentí más feliz de lo que me había sentido en días. Durante al menos dos semanas, él y yo estaríamos tan cerca como antes. —¡Genial, Benjamin! No sabía si aceptarías, pero por si acaso ya había hecho algunas averiguaciones. —Por supuesto que las hiciste —sonrió—. No serías tú si no estuvie