—Oh, Aysel —susurró sin dejar de besarme—. Aysel, Aysel. La urgencia con que pronunció mi nombre me hizo perder el control. Me aferré a sus hombros, acariciándolo por encima de esa barrera en que se había convertido su camisa. No me importaba que apenas a unos metros estuviera desarrollándose la fiesta o que pudieran vernos. Todo eso me daba igual, lo único que me importaba era sentir su cuerpo duro presionado al mío. —Benjamin… —gemí sin querer ni poder esconder el ansia que tenía de él. Él se estremeció y pegó su frente a la mía. —Vámonos a tu casa —musitó con aliento entrecortado y voz excitada —. Vámonos ahora. —Sí —acepté a toda prisa. Volví a besarlo, incapaz de pensar en nada más que no fuera lo mucho que deseaba sentirlo dentro de mí. Rápidamente fuimos por nuestras cosas. Ta