—¿No encuentras terrible la cantidad de inmigrantes que hay en el país? —se quejó Celia revolviendo su trago con un dedo para luego chupárselo —. Me cargan los negros; ojalá los deportaran a todos. Jodidamente genial; además de tonta era racista. Esa Hitler en tacones solo conseguía hacerme extrañar más a Aysel. Todo lo que a Celia le faltaba era lo que me atraía de mi pequeña. Si Aysel hubiera estado ahí ya le habría tapado la boca con una cátedra acerca de leyes e inmigración, aunque hubiera perdido su tiempo porque Celia no habría entendido nada. ¡Ay, Aysel, cómo te echaba de menos! Mientras Celia parloteaba, yo trataba de ignorar a Elena metiéndole la lengua hasta la garganta a Julio. Qué doble cita de mierda. No había poder en el universo que me obligara a quedarme. Mientras pensab