Capítulo 20

1326 Words
Era una noche de pizza en el sofá y una película vieja en la televisión. Los chistes tontos de papá. Las frases ingeniosas de Robbie, y su humor que es un calco del de papá. Taza tras taza de leche con chocolate. Quedarse hasta tarde poniéndose al día con papá y Robbie. Hablar del trabajo. Jugando una partida de cribbage, o dos. Siguieron sin mí y subieron la apuesta mientras yo trabajaba un poco más en mi portátil con los lloriqueos de ellos. Me alegré de haberlo hecho cuando papá le dio una patada en el culo a Robbie, dándole una paliza literal. Fue una noche tardía, pero fue divertida y hacía demasiado tiempo que no estábamos los tres solos pasando el rato así. Tal vez, esto era justo lo que necesitaba. Ya sabes, menos algunas otras cosas. El día siguiente lo pasé repartido entre el hospital y el vagabundeo en casa de papá viendo películas, tratando de no estar en una rutina tan deprimente. Fue duro... fue más que duro. Fue horrible, más aún cuando mamá quería que fuéramos a casa de la tía Beth, donde se estaba quedando. Por suerte, Robbie dijo que no por los dos, y yo no podía estar más contenta. Poco a poco fui trabajando en la lista del señor Steele, que no paraba de aumentar. Pide esto para mí. Cambia esto y aquello. Envía este correo electrónico por mí. Necesito que encuentres esto por mí. Cuándo estará hecho el horario de la próxima semana. No tengo esto. Necesito esto. Maldita sea, me estoy arrepintiendo ahora. Así es como transcurrió el resto de la semana. Saltando del hospital, evitando a mamá, demasiadas visitas a la panadería y a nuestro sitio de tacos favorito, y a casa de papá. Hubo muchas maratones de Harry Potter en el viejo sofá de papá que tenía cuando estábamos en el colegio. Además, el único consuelo eran las reposiciones de FRIENDS en el mismo canal de la sala de espera del hospital. Tampoco cambió mucho ese lugar, porque seguía oliendo a naftalina. Ah, y ahora, a café quemado. Entrábamos y salíamos de la habitación del abuelo, lo cual era extraño porque nunca estábamos realmente a solas con él. No es que quisiéramos estarlo, o eso creo. Estaba la mayor parte del tiempo durmiendo, o cuando estaba despierto, estaba cansado. No podía entender cómo se veía tan débil y pequeño. No como él mismo. Ya era bastante agotador estar en esa habitación abarrotada con todo el mundo, e incluso a nuestra edad, no parecía tener mucho sentido para Robbie o para mí. ¿Cómo se convierte alguien en adulto, sinceramente? El café del hospital y las repeticiones de FRIENDS eran lo que había, mientras mamá y sus hermanos pasaban la mayor parte del tiempo con el abuelo. Eso estaba bien para nosotros. A veces hacía mi trabajo en la sala de espera y por la noche en el sofá con Robbie a mi lado viendo el partido de fútbol con papá. Si me sentía juguetona, leía un libro después de gritarles a los dos para tener un poco de paz y tranquilidad. Papá llegaba tarde a casa y, al cincuenta por ciento, o bien traía algo a casa o bien preparábamos algo juntos. La mayoría de las veces se trataba de tostadas y alubias, o bueno, lo que sobraba. Ni que decir tiene que al final del día todos estábamos bastante agotados. No hace falta decir que todos estábamos bastante agotados al final del día El hombre del tiempo no necesitó decirme la previsión meteorológica para esta noche. Podía oírlo ondear entre los árboles de fuera y salpicar las ventanas con lluvia. No me parecía que fuera septiembre, lo que me hacía preguntarme si cada año, durante mis veintitantos años de existencia, olvidaba el frío que hace durante el otoño. Un escalofrío había nacido en mis huesos días antes de llegar aquí, y esta noche, era mucho peor. Sin embargo, el frío era adecuado, y de la peor manera imaginable. Los árboles se balancean con la brisa, ya que lo peor de la lluvia ha pasado. Me abrazo a mí mismo mientras doblo una esquina y otra. A estas alturas, sólo estoy dando giros a la izquierda y a la derecha al azar, y no sé dónde estoy. Bueno, de eso se trata, ¿no? Después de unos minutos más, me detengo y me siento en un banco contra la pared. Las paredes están decoradas con plantas en maceta, fotos de Jesús y escenas de la pradera. Soy la única en este pasillo, y me alegro de ello. Me enrosco un anillo en el dedo y miro a mi alrededor con curiosidad, pero sin pensar. Mentiría si dijera que no me preocupa un poco que alguien aparezca de la nada, y que ese alguien pueda ser uno de un puñado de personas. Lo que me asusta es escuchar que mi tono de llamada empieza a sonar fuerte de la nada. Juro por Dios que es uno de ellos. Lo saco del bolsillo y deslizo el pulgar por la pantalla sin mirar de quién se trata. —¿Hola? —Hola, Holte. Soy yo. Me preguntaba cómo va la lista y cómo te van las cosas... Además, necesito tu opinión sobre qué camisa debería llevar para la cosa a la que voy a ir esta noche. Necesita un toque femenino —la voz áspera del Sr. Steele se cuela por los altavoces. Un gemido zumbo contra mis labios mientras mi cabeza cae sobre mi mano, y veo la oscuridad. Por favor, no, tú no. —Lo siento, aún no he tenido la oportunidad de trabajar en él hoy, pero lo tengo casi todo hecho. Y creo que el morado es el que mejor te queda —respondo en voz baja, sin saber qué más decir o si debería hacerlo—. Hoy ha sido realmente eh, duro... no es un buen día para hacer cosas... Las fisuras que se habían ido extendiendo por el muro que me rodea finalmente se rinden y se agrietan. En una de las últimas palabras, se me va la voz, y mis ojos se nublan con la aparición de las lágrimas. —Oye, está bien. No te preocupes… Holte, ¿está todo bien, amor? —La preocupación pinta su voz, y más tarde me arrepentiría de no haberla escuchado. Me arrepentiría de no haberlo leído. —Aunque fuera honesto y… —Hago una pausa, escuchando el traqueteo mientras un suspiro lucha por llenar mis pulmones—. Si te dijera que no lo es, ¿qué dirías? —Mi mano golpea mi muslo con una palmada derrotada mientras la pregunta se instala entre nosotros y el aire vacío. El sonido de su carraspeo me hace saltar, y algo me dice que no debería haber ido allí. Demasiado pronto, Becky, demasiado pronto. —No sé por qué me he molestado, estoy... —Bueno, yo preguntaría cómo puedo ayudarte, Holte. Si las lágrimas no estaban ya muy orgullosas en mis ojos, ciertamente lo están ahora ante la llegada de sus palabras. La voz que sólo conozco por sus pocas versiones diferentes me asombra por completo, y me queda la duda de cómo algo de sonido suave y gentil puede vivir en ese mismo lugar. —Y si te dijera que... —Me pregunto si puede oírlo, la forma en que lo vuelvo a empujar dentro de mí. Hasta el último gramo que salta de nuevo con cada sollozo que sacude mi pecho. —No puedes ayudarme. —Yo diría que es una mierda. Aparto el teléfono de la oreja y veo cómo el número sube a través de mi visión oscurecida por las lágrimas. La oscuridad adorna mis ojos momentáneamente cuando otra me sacude de nuevo, pero con el sonido de su voz, no son tan malas como antes. Tal vez, esa sea la sorpresa más suave que he tenido en todo el día.
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