Capítulo 1
Los nervios me estaban dominando. Selección natural contra instinto de supervivencia.. Mala situación para mí, porque ahora necesitaba que mi mente dominara sobre mis miedos.
Respire una vez más y me seguí repitiendo las mismas palabras:
—Puedes hacerlo. Puedes hacerlo —murmuro en voz baja, con los ojos pegados a la luz LED naranja que sube cada vez más.
—No, no, no puedo. No puedo, j***r —gimo, pasándome una mano por los rizos despeinados por quinta o vigésima vez esta mañana. Un suspiro cargado cae de mis labios y sólo empeora cuando el número en la pantalla se registra en mí.
Bueno, antes de que pueda prepararme más, lo cual no es posible a estas alturas, las brillantes puertas se abren.
«Grrrr», pienso mientras doy un paso y casi tropiezo con la jamba de la puerta. Mis ojos se mueven rápidamente y, por suerte, nadie se da cuenta. Al menos, eso creo. Me acomodo el pelo hasta dejarlo sobre los hombros y aliso la vaporosa falda negra de mi vestido, preguntándome de repente cuántas arrugas le habré hecho desde que salí de mi piso.
Mi cabeza baja casi de inmediato y hurgo en la elegante tela, buscando nuevas arrugas.
—Van a pensar que se equivocan de persona cuando entre allí, estoy muy desaliñada _susurro en voz baja mientras me recojo un pelo largo y lo aparto con una mirada de asco—. No sé cómo me las arreglo para parecer medianamente presentable sobre el papel, porque cuando me vean se van a arrepentir de unas cuantas cosas.
Tras varios intentos de alisar las arrugas, finalmente tomo la siguiente esquina. Encuentro el mostrador de recepción y oigo que los teléfonos suenan por todas partes. Una mujer morena con un peinado que desafía la gravedad coge el suyo.
—Steele y Lawson, soy Michelle —dice en el auricular con una sonrisa.
Desvío la mirada con los ojos desorbitados y vuelvo a mirar al frente justo a tiempo para casi chocar con alguien.
—Lo siento, no me fijé bien por dónde iba —se apresura una voz, inclinándose para recoger algo.
—No pasa nada, yo tampoco —sonrío, agachándome y cogiendo una libreta amarilla.
—Gracias. Hoy se me sigue cayendo todo, ugh —suspira mientras se levanta de nuevo, poniendo el bloc de notas encima de sus cuadernos y carpetas. Los tiene apretados contra su pecho, vestido con una camisa de botones púrpura estampada.
Levanto la vista y me encuentro con sus ojos. Ojos del color del cielo en un día de tormenta, y de alguna manera bonitos aunque uno pensaría que no.
—Lo siento.
—Está bien, supongo que hay que acostumbrarse a estar aquí —sonríe, y un lado de su boca se convierte en una pequeña y encantadora sonrisa—. Oye, pareces un poco perdida. ¿Puedo ayudarte a encontrar algo o a alguien?
—Sí, de hecho me encantaría tu ayuda. ¿Podría indicarme la dirección de eh, Peter Jennings? —respondo, tomándome un segundo para recordar el nombre.
Es demasiado pronto para esto, y también demasiado alto con lo grande que es este edificio. ¿En qué coño estoy pensando?
—Claro que sí. Si vas por el pasillo y giras a la izquierda, su despacho es el tercero a la derecha —dice, girándose y señalando detrás de él. Su pelo rubio arenoso le cae sobre la frente y se lo echa hacia atrás mientras se gira para mirarme.
—Gracias... Nunca me dijiste tu nombre.
—Es Asher —sonríe, mostrando sus dientes blancos y parejos.
—Gracias por la ayuda . . Asher.
—No me importa ni un poco, me da un pequeño respiro de la locura que hay por aquí —murmura, y pienso que si lo hubiera conocido en la escuela, tal vez habríamos sido amigos. Tal vez si consiguiera el trabajo aquí, podríamos ser amigos, pienso esperanzada—. Fue un placer conocerte...
—Rebecca, Becky, como prefieras —me río brevemente, extendiendo la mano con una sonrisa.
—Ha sido un placer encontrarte, Becky. Buena suerte con Jennings.
—Gracias —digo. Asiente con la cabeza y se acerca un poco más sus pertenencias al pecho antes de arrancar.
Mis ojos le siguen por un momento con su camisa abotonada púrpura. Una manga remangada y la otra abrochada en la muñeca. Asher. Hmm. Me pregunto cuál es su historia.
Empiezo a pasar por las filas de ventanas que van del suelo al techo, percibiendo las miradas seguidoras y las palabras susurradas de los que pululan alrededor. Mis pies se mueven rápido y espero por Dios que no haya otro incidente de tropiezo. Lo espero especialmente, ya que tuve demasiada suerte de que nadie viera la última vez que ocurrió. Es decir, eso espero.
Un suspiro se agita en mis pulmones mientras mis manos se posan a los lados. Me tomo un segundo para alisar mi vestido, buscando de nuevo cualquier arruga o pelo. Mis ojos se dirigen a la puerta de cristal esmerilado ante la que me he detenido y al nombre grabado en ella. Me aclaro la garganta y levanto la mano cerrada en un puño. Llamo una vez y doy un paso atrás, mirando nerviosamente a mi alrededor. Vuelvo a girar la cabeza cuando se oye un pequeño crujido. La puerta se abre y aparece un hombre de unos veinte años ante mí.
—Hola, tú debes ser Rebecca Holte, supongo —saluda con gracia. Sus palabras fluyen al ritmo justo: ni demasiado lento ni demasiado rápido.
—Sí. Es un placer conocerlo, Sr. Jennings.
—Es un placer conocerla por fin, Sra. Holte. He oído hablar mucho de usted. Y veo que es usted muy puntual, lo que es aún mejor —dice sonriendo. Las líneas se forman alrededor de su sonrisa en el centro de sus mejillas—. Pase, pase.
—Gracias —digo en voz baja, siguiéndolo a su despacho. Sus dedos pasan por su pelo corto y cuidado del color de la arena. Seguimos intercambiando inútiles "buenos días", "cómo estás" y comentarios sin sentido sobre el tiempo.
Extiende una mano señalando las dos sillas negras que hay frente a su elegante escritorio de madera. Me siento en la de la izquierda y dejo el bolso a mis pies. Pongo las manos sobre el regazo y espero a que haga sus necesidades.
Camina detrás de su escritorio y mis ojos lo siguen. También recorren las fotos de sus paredes y las pocas que hay sobre su escritorio cuando llego. Una de él y de otro tipo con mucho pelo rizado. Él y este hombre están en medio de un apretón de manos con la cámara acaparando su atención. Corbatas y sonrisas.
Toma asiento frente a mí en su alta silla de oficina con aspecto de cuero, pero su atención parece estar en otra parte mientras teclea en su ordenador, mirando fijamente la pantalla y tecleando furiosamente.
Aprovecho el momento para seguir inspeccionando su despacho, y me encuentro con una decepción, porque ¿no se supone que los abogados tienen despachos más grandes que este? Todo lo que tiene aquí es su escritorio, estas sillas, una estantería y una planta que sobresale como un pulgar dolorido.
No tengo mucho espacio para hablar, me doy cuenta, pero ¿no lo son? Creí que ganaban mucho dinero. Espera, ¿cuál era el título de este tipo, de todos modos? Por supuesto, no puedo recordarlo ahora.
Sus finos labios se separaron en un resoplido y luego en una sonrisa incómoda:
—Lo siento, sólo estaba comprobando cómo estaba un colega mío. No he podido contactar con él esta mañana. Probablemente se ha quedado dormido y se ha retrasado un poco —se disculpa suavemente el Sr. Jennings, sus ojos azul cobalto se dirigen a mí.
Sus largos dedos empujan la parte superior de su portátil hacia abajo con un golpe satisfactorio. La luz capta el metal brillante de su dedo anular al mover la mano, y saca uno de esos blocs de notas legales.
Bueno, supongo que tiene sentido que los abogados y similares de un bufete de abogados los usen, porque de ahí viene el nombre, supongo. Pero aún así, no sé, parece tan cliché, y equivocado.
—Supongo que nos pondremos a ello entonces —dice, cruzando miradas conmigo y esbozando una breve sonrisa antes de volver al papel que veo cubierto de garabatos negros.
Cruzo las piernas y cruzo las manos sobre mi regazo, haciendo girar la banda de plata en mi dedo alrededor, alrededor y alrededor. Podría marear a alguien, pero, en cambio, me tranquiliza.
—Tengo algunas preguntas que me gustaría hacerte, no debería llevarme mucho tiempo.
—Sí, no hay problema.
Una pregunta tras otra sale de sus labios.
Mi disponibilidad.
¿Cuáles son mis puntos fuertes?
Y entonces, ¿cuáles son mis puntos débiles?
¿Por qué creo que soy adecuado para este trabajo?
¿Qué podría aportar a la empresa?
Pequeñas preguntas sobre mi currículum que, por supuesto, saca a relucir.
Las preguntas habituales de las entrevistas.
—Ya ha ocupado un puesto como éste, por lo que veo —menciona al azar. Rebusca en un cajón antes de ponerse sus gafas de pasta para leer mi currículum—. Hace unos años, dice aquí.
—Sí, lo hice. Me fue bastante bien y lo disfruté. Al final me ofrecieron un trabajo que era mejor para mí en ese momento. Terminé mi estancia allí antes de aceptar el otro trabajo.
Un "mmm" murmurado sale de él mientras asiente con la cabeza. Un mechón de pelo rubio sucio le hace cosquillas en el lóbulo de la oreja mientras se sienta con la barbilla en la mano, escribiendo algo.
Alguna cosa horrible, apenas puedo imaginarla.
«Cállate, Becky», me digo con un gemido interno.
Se oyen voces apagadas fuera de la puerta, que se abre y se cierra de golpe un segundo después. Jennings levanta la cabeza y se quita las gafas, que aún tiene en la mano, mientras mira con los ojos muy abiertos algo que está detrás de mí.
Bueno, alguien.
—Estoy un poco ocupado, por si no lo has notado —suelta, y espero por Dios que no me pongan en medio de una disputa entre marido y mujer. Dios mío.
—Bueno, no dejas de llamar a mi maldito teléfono, Pete, así que ¿qué demonios quieres? —replica una voz grave y lenta. Instintivamente, mis ojos caen sobre mi regazo. ¿O se trata de una disputa entre esposos esta vez?
Darse la vuelta definitivamente no es una opción, ¿pero quién es? Uf, ese acento del norte me suena a casa. Como el acento de mi abuelo que sobresale mucho. Tienen una voz tan encantadora. La tiene.
Él.
—¡Estoy en medio de una entrevista! —escupe, tratando de recuperar la compostura. Es una causa perdida.
Trago saliva y trato de que el azulejo n***o del bosque a mis pies me resulte interesante. Si eso no fuera lo más difícil, porque aunque lo es, la voz de este hombre lo es aún más.
—¿Para qué, eh? —dice el profundo calado.
Dios, ¿quién eres?
—¡Bueno, si te molesta tanto saberlo, es para ti!
Jennings se desgañitó. Intento no escuchar. En el momento en que esas palabras salen de su boca, mi curiosidad se desborda. Todo en mí quiere mirar hacia arriba, y todo intenta decirme que no lo haga.
—Ooo, ¿es ahora? ¿Me has conseguido una buena? ¿Eh, Pete? —pregunta.
Mi corazón comienza a latir más rápido en mi pecho, y con más trabajo. Sus pies se aceleran y, a continuación, oigo sus pasos que se acercan. Dios, no. Oh, j***r, sí. Me muero por saberlo.
—Hola, amor. Vas a ser mi nueva, ¿verdad? Petey dice que no puedo mantener una por mi vida, así que aquí está entrevistándome otra. ¿Cómo le va hasta ahora, Petey? ¿Crees que es una ganadora?
—Cierra la boca, Harry —pide con los dientes apretados. He levantado la vista y veo a Jennings sacudiendo la cabeza entre las manos. Su cuello pecoso está rojo como un tomate. El pobre tipo.
—Encantado de conocerte, amor... Soy Harry. He oído que podrías ser mi nueva asistente personal.
Mis ojos se posan en ellos al instante cuando me giro para mirarle.