Capítulo 12

2071 Words
No sé por qué pienso que hoy va a ser diferente. O más aún, mejor. Está lloviendo y el frío de mediados de septiembre está empezando a hacer mella. El otoño está bien encaminado. Es lunes, mi segunda semana aquí y eso no podría sentirse más como un montón de mierda. Parece que han pasado semanas, o más bien un mes después del infierno que fue la semana pasada. Al entrar en el ascensor desde el vestíbulo principal con un suspiro, se me han pasado los nervios de no querer volver al trabajo un lunes. Tengo el desayuno preparado y embolsado en mis manos, y un temor imperecedero a ver al señor Steele. Suspiro. Las puertas se abren con un suave tintineo y la caótica oficina me recibe con los brazos abiertos. O brazos que me arrastran hacia dentro. El teléfono suena con fuerza en la recepción y, a las nueve de la mañana, el vestíbulo está lleno de personas interesadas que buscan abogados. Salgo y subo a la decimoséptima planta, molesta por cómo se me cae el bolso del hombro. Desde luego, nada puede salirme bien hoy, y sé que esto es sólo el principio. He llegado al trabajo sin tiempo para nada. Me sorprende no llegar tarde. El tráfico era una puta mierda. Además, está la horrible lluvia que no ayudó a lo anterior. Además, la gente que no sabe cómo conducir, o cuál es el límite de velocidad. Para colmo, no había un buen aparcamiento ni siquiera cerca de la puerta. Ugh. Como si el mundo no se cansara de decirme lo mucho que me odia, vuelve a reírse de mí cuando veo lo que hay en mi mesa. Bueno, no sé si —qué— sería bueno para describirlo. —Me alegro de que no tuvieras prisa por llegar aquí esta mañana, Holte —dice el Sr. Steele con brusquedad cuando llego a mi mesa. En el que está sentado. Recostado en mi silla. Espero que la silla ceda y se caiga de cabeza. —¿De qué estás hablando? Son las nueve, no llego tarde. —Tienes que vigilar el tono que empleas conmigo, Holte. No me gusta —replica, sentándose y la silla chirría con él. Por favor, rompa. Por favor, rómpete. Dios, me gustaría que se cayera, es un idiota. —Lo siento, Sr. Steele. No entiendo lo que ha dicho. —Sabes, se supone que debes llegar cinco minutos antes todos los días, incluso diez. Podría cambiar tu horario a las ocho y cuarenta y cinco si eso te hace más fácil recordarlo —comenta sentándose con la espalda recta. Veo cómo se acerca al escritorio y cruza las manos mientras me mira a los ojos. ¿Qué coño haces aquí tan temprano? —Me disculpo. El tráfico era malo con la lluvia y el viaje de la mañana. —No querrás saber lo que pasa cuando llegas tarde al trabajo, Holte —dice, apartando la mirada hacia mi ordenado escritorio. Bueno, es difícil que esté desordenado cuando no tengo casi nada en él. En su mayor parte, sólo pequeñas notas que dejó cuando yo no estaba, un calendario de escritorio floral para darle un poco de diversión a mi trabajo, una pila de post-its verdes, el diario n***o pasado de todos sus contactos y, por último, una taza de bolígrafos y lápices que estaba aquí cuando llegué. Quién sabe cuántos años tiene esa maldita taza. Como si quisiera empeorar mi mañana, saca un bolígrafo de la taza marrón oscuro y lo hace girar alrededor de su dedo. El mismo bolígrafo y el único que me he traído de casa. Mi bolígrafo caro favorito. —Sí, por supuesto —murmuro, sin saber dónde mirar ni qué hacer. Se oye un fuerte chillido y veo un borrón en mi ojo. —Tengo una llamada importante en un par de minutos, así que no quiero que me molesten los correos electrónicos ni los golpes en la puerta ni las llamadas durante la próxima media hora. ¿Me oyes? —¿Me estás escuchando, Holte? —me ladra unos instantes después. Aparto los ojos de la pluma estilográfica negra con estrellas plateadas en el lateral-, más bien mi atención de él, ya que se la metió en el bolsillo como si no pudiera verle cogerla. —Sí, señor. Lo siento —respondo, encontrándome con sus ojos. Los pone en blanco de forma dramática. —Quizá no te disculparías tan excesivamente si hicieras bien tu maldito trabajo, Holte, y dejaras de j***r las cosas —me escupe. Ojos duros y concentrados en mí. Labios finos y rosados. Las cejas unidas con una arruga entre ellas—. Y cuando te hable, quiero que me mires y no que sueñes despierto. ¿Entiendes? —Sí, señor. —Y deja de llamarme señor, carajo, no es mi nombre —dice, sacudiendo la cabeza con un gemido. Me aguanto cuando me arranca la bolsa reutilizable de las manos. La misma que él insiste en que utilice cada vez que compro algo o necesito una bolsa por cualquier motivo. —Sí, señor Steele —murmuro, dándome la vuelta rápidamente y sentándome en la cálida silla. Dios, ¿cuánto tiempo ha estado aquí? Revisando más de mis cosas, sólo puedo adivinar. —Quiero mis correos electrónicos al día para las diez. —¡¿Qué?! —Me doy la vuelta para decirle, porque, por supuesto, sigue ahí de pie. Qué jodido asqueroso—. ¡No puedo hacer todo un fin de semana de correos electrónicos en una hora! —Y también quiero que esa maldita actitud tuya desaparezca para entonces —dice el Sr. Steele. Aparto la mirada y abro el cajón, cojo mi antiguo portátil y lo dejo en el suelo. Un: —Lo que sea —murmurado sale de mis labios mientras hago palanca y mantengo pulsado el botón de encendido. —¿Qué me acabas de decir? Giro la cabeza y encuentro sus ojos esperándome, ardiendo de ira. Lo mismo digo, amigo. —Nada. No he dicho nada, Sr. Steele. —Eso es lo que pensé. Será mejor que no estés murmurando cosas sobre mí en voz baja. Ahora, ponte a trabajar de una puta vez y termina esos correos electrónicos. No quiero tener que decir lo que pasará si no están hechos en la próxima hora —ladra, y se va con su bolsa azul que contiene toda su mierda especial de desayuno orgánico. Espero que el maldito fondo se te caiga encima, imbécil. Con un movimiento de cabeza y un intento de respirar tranquilamente, observo cómo el pequeño icono de la pantalla de mi ordenador cambia de color al arrancar. Arrastro mi café, doy un sorbo de precaución y tecleo mi contraseña. La pantalla de inicio se carga, una vieja foto que tomé de las montañas en unas vacaciones hace años y años llena la pantalla. Los iconos de la derecha de la pantalla empiezan a cargarse y hago doble clic en Chrome en cuanto aparece. Estoy en medio de escribir mi correo electrónico en la cajita cuando el T-Rex empieza a sonar. El día de hoy va a ser jodidamente largo, lo sé. —Esta es Becky. —Así no se contesta el teléfono. Dios, ¿podrías irte a la mierda y dejarme en paz ya? —Steele y Lawson, esta es Becky —repito, intentando sonar agradable y alegre y nada parecido a lo cabreada y estresada que estoy ahora mismo. —Eso está mejor. Espero escuchar eso cada vez que te llame. —Yo... pero el Sr. Jennings me dijo que si hace ese sonido de timbre significa que es como, de la empresa o de otro piso o lo que sea... que no necesito decir la primera parte. —Bueno um como, el Sr. Jennings no es tu jefe, Holte. Yo soy tu jefe, y he dicho que tienes que contestar el teléfono de esa manera, y así es como lo vas a hacer —insiste, burlándose de mí y de mi elección de palabras. Qué idiota. Dios, te odio. —Vale. —Bien, ahora el motivo por el que te he llamado —comienza, y no puede acabar antes—. ¿Dónde coño está mi café? —Me dijiste que no te consiguiera uno esta mañana —respondo, cambiando el teléfono a mi hombro mientras termino de teclear mi mierda de inicio de sesión. —¿De qué coño estás hablando, Holte? ¿Por qué demonios te iba a decir eso? Todas las mañanas me traes un café, nunca cambia. —Señor Steele, esta mañana me dijo que no le trajera uno. No me dijo por qué ni enumeró una razón, simplemente me mandó un mensaje diciendo que no había café esta mañana —respondo, esforzándome por disimular mi suspiro pero, j***r, es difícil. Sólo he estado aquí como diez minutos y ya he terminado. —No puedo creer que tengas el valor de mentirme, Holte. Es jodidamente increíble —me habla por lo bajo—. No quiero oír ni una palabra de ti ni verte en absoluto durante el resto del maldito día, así que aléjate de mí y haz tus cosas. Ya sabes el horario de hoy, y te enviaré la lista de recados que quiero que hagas. Eres un gran asistente, no vuelvas a olvidarte de mi maldito café —dice con un tono de desdén y rabia. Cuelga el teléfono con fuerza, y yo doy un respingo. Trago con fuerza mientras vuelvo a mi ordenador, con el correo electrónico activado. Los veinte nuevos correos electrónicos frente a mí. Tiene que ser una broma. Vacilante, abro el primero, y cuando veo el largo párrafo de texto que me espera mis ojos se cierran de golpe. Con un largo suspiro, me pongo de pie y empujo la tapa hacia abajo. Con la cabeza agachada y las palmas de las manos sudadas, encuentro el primer pasillo junto al ascensor y camino rápidamente hacia el baño. Empujando la puerta de la caseta y echando el cerrojo, me deslizo por el pequeño tabique y un sollozo brota de mi pecho. Unas lágrimas calientes cubren mis mejillas mientras me llevo las manos a la cara, aunque eso no mejore la situación. Caen de mi cara mojadas por las lágrimas que apoyo sobre mis piernas flexionadas, ocultando mi rostro entre los brazos cruzados. No lo entiendo. En absoluto. El viernes, estaba siendo amable conmigo, o lo que se dice amable para él. De hecho, se interesó por mi triste y jodida llamada telefónica. Quiero decir, creo. Se preocupó... Se preocupó por mí, de todas las cosas y personas. Fue un poco dulce. Quería hablar de ello. Ahora, hoy, ha vuelto a ser un completo imbécil. Pensé que estábamos llegando a alguna parte hacia el final de la semana pasada. Era casi civil cuando hablamos. Hablamos de los malditos Beatles, por el amor de Dios. Hoy no. Estoy segura de que las lágrimas caen sobre mi vestido. En cualquier caso, me quedo hecha un ovillo sobre la fría baldosa del suelo. Esperando por Dios que no haya nadie más aquí porque ni siquiera me he molestado en comprobarlo. Lo último que necesito hoy es recibir mierda de los compañeros de trabajo. Ya estoy en el fondo de la cadena alimenticia aquí. No necesito más gilipollas de gente insultándome. Tengo la garganta rasposa y seca cuando trago, una gran protuberancia en ella, parece. Con respiraciones temblorosas, las lágrimas caen una tras otra. Mi día acaba de empezar y ya estoy en mi punto de ruptura. Buen trabajo, Becky. No entiendo por qué tiene que ser tan imbécil y tratarme como una mierda. No estaba mintiendo, no soy un maldito estúpido. Definitivamente piensa que lo soy, y eso lo hace aún peor. Mi pelo se agolpa en mi cara mientras trato de encontrar mi respiración. Es difícil y tengo hipo junto con los otros sonidos vergonzosos que haces cuando lloras. ¿Qué sentido tiene ya este trabajo cuando me tratan como una absoluta mierda, y como si fuera un jodido? Todo lo que hago es esforzarme al máximo, y nunca he recibido un maldito agradecimiento de él. ¿Qué sentido tiene ya este trabajo cuando me tratan como una absoluta mierda, y como si fuera un jodido? Todo lo que hago es esforzarme al máximo, y nunca he recibido un maldito agradecimiento de su parte.
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