—Está bien, señor Steele —respondo, con las manos atrapadas en su largo pelaje. Girando la cabeza, le dirijo una sonrisa innecesaria. Esperaba que me la devolviera, pero lo único que veo es que sus cejas se fruncen increíblemente, haciéndome reír de nuevo—. ¡Sorpresa!
—Eso es seguro. Y no tienes que llamarme así, estamos fuera del trabajo, amor. Harry está bien y es mi nombre, al fin y al cabo... así que llámame Harry —titula, pasándose una mano por el pelo mientras yo asiento nerviosa. No sé si el color rosado de sus mejillas se debe al clima de 40 grados, a que persigue a su perro o a que tal vez... sólo tal vez me haya visto—. Lo siento mucho, Lola no suele ser tan odiosa. ¿Lo eres, Lols? Oh, ya veo por qué se ha convertido en una chiflada. Está enamorada del queso y lo huele a la legua. Es la cosa más amigable del mundo, como puedes ver. Cada vez que la llevo al parque o de paseo, hace como diez amigos nuevos.
—¿Es eso cierto? —Le arrullo a la perra alta. Aun así, su cola se mueve rápidamente mientras se sienta, con los ojos fijos en mi palo de queso—. ¿Puedo dárselo?
—Claro, pero a partir de ahora puedes convertirte en la persona de las golosinas, así que ten cuidado —asiente, subiéndose los pantalones caqui antes de arrodillarse sobre el edredón que había extendido en la hierba. Su risa se hace eco de la mía cuando el perro me lame los dedos, engullendo la golosina.
—Buena chica, Lola —sonrío, y me cuesta dejar de acariciar su suave pelaje—. ¿Qué r**a es, una mezcla de caniche?
—Sí, Goldendoodle estándar. El tamaño más grande.
Asiento con la cabeza para mirar sus ojos oscuros enmarcados por más rizos que cubren todo su cuerpo. Solo le faltan las orejas, cuyo pelaje se ve más recto allí.
—Eres una chica grande, ¿verdad, amor? ¿Cuántos años tienes, ¿eh? —Le digo, rascando bajo su barbilla y riendo cuando su lengua viene a colgar por el lado de su boca—. Sí, eres una chica guapa.
—Tiene cinco años. Parece una tontería, pero me la regalaron cuando me licencié en Derecho.
—Es un buen regalo —digo entre dientes, atreviéndome a mirarle a los ojos de nuevo, pero esta vez no están llenos de hielo. Siento que ahora puedo respirar un poco más tranquila, a pesar de estar sorprendida de ver esta faceta suya—. No sabía que te gustaban los animales.
—No soy completamente despiadado, Holte —tilda, haciendo que mis pensamientos se hagan realidad.
Con un encogimiento de hombros, me cuesta contener otra carcajada.
—Eh, no sé —viene mi suspiro, y luego nuestras risas conjuntas—. Tengo un nombre, sabes —le recuerdo, juntando las manos mientras Lola olfatea mi manta, enterrando su nariz en mi fiambrera.
—Oye, Snoopy, deja en paz el almuerzo de Becky. Tú ya has comido lo tuyo y más —le dice Harry a Lola, tirando suavemente de su correa rosa. Ella levanta la cabeza, mirando entre los dos con esos ojos de cachorro que reconozco al instante—. Y lo sé, no lo he olvidado. Es que me gusta llamarte Holte, supongo. Soy un animal de costumbres.
—Vale, Steele —respondo, inclinando la cabeza con mi comentario. Lentamente, su cabeza me sacude en respuesta. Pronto se olvida cuando la cachorra adulta se acerca a mí y se acurruca contra mis piernas, resoplando cuando apoya la cabeza—. Ooooo, creo que he hecho un nuevo amigo. Quizá haya un Steele por ahí al que le gusto.
—No te hagas ilusiones. Es amiga de todos. ¿No es así, Lo? —le dice a la perra, extendiendo una mano hacia adelante para alisar los rizos de su cabeza. Fijando sus ojos en los de ella, una sonrisa inclina sus labios hacia arriba, dejando mi corazón sesgado también. Hacia un cierto alguien. Esto de —tener un perro y ser tan dulce con él —y que sea ella, ciertamente no está ayudando a las cosas aquí. No, mi corazón no.
—Sé amable. Tu perro ya es más dulce que tú.
Su burla es automática y también el sonido de disgusto en su voz: —Cuidado, Holte. Estás olvidando quién es tu jefe.
—Sí, es la señorita Lola Steele. Mi Steele favorita ya —bromeo con la voz que se guarda para los bebés y los cachorros. Levantando la cabeza, la gira hacia mí. Vuelve la lengua feliz y su cola se mueve—. Oh, qué chica tan bonita. Sí, eres muy dulce, ¿verdad? —Las risas salen de mis labios cuando su lengua lame mis mejillas.
—Oye, cuidado con los besos, Lo. Estamos en un parque. Mantén la privacidad, ¿quieres? Ustedes dos son asquerosos.
Rodeando su cuello con mis brazos desde atrás, aprieto mi mejilla contra la suya en un abrazo. Mirando a Harry, sacude la cabeza antes de señalar con un dedo su boca abierta—. Amordázame.
—Sólo estás celoso de que mi Steele favorito no seas tú.
—No podría molestarme en preocuparme, si es que tienes que saberlo —dice, levantando los hombros para caer indiferente.
—¡Harry! —me burlo, haciendo que los hoyuelos cobren vida en sus mejillas. Sonriendo, se ajusta sus Raybans marrón tortuga en la cabeza, echando sus rizos hacia atrás una vez más—. Tu padre es un malvado, Lola. Después de todo, tiene un corazón de piedra.
Realmente no podía fingir que le importaba, con los brazos estirados detrás de él. Eso no hace que deje de mirar por encima de su camiseta de manga corta de color verde brillante decorada con guitarras eléctricas de dibujos animados. Unas Vans Old Skool del mismo color se posan en los extremos de sus largas piernas que ocupan casi toda la manta. ¿Por qué no me sorprende?