—Aprendí cuando era adolescente, un viejo compañero me enseñó algunas cosas. Cuando saqué esta cosa vieja del armario, no creerías todo el polvo que tenía.
Logro sonreír cuando me encuentro con sus ojos y me acerco a su escritorio, sin saber dónde sentarme o si voy a estar aquí el tiempo suficiente como para tener que sentarme.
—¿Para qué quería verme, Sr. Steele?
Se muerde el labio, sin responder. Sé que está posponiendo lo que sea, pero no sé qué podría justificar eso. Suele ser bastante rápido cuando se trata de mandarme y regañarme. Sin embargo, cada vez me pone más nerviosa.
¿De qué demonios podría querer hablar? ¿Me van a gritar por haber llegado antes y por atender una llamada personal en el trabajo?
¿No estaba su té lo suficientemente caliente esta tarde? ¿Demasiado azúcar o no lo suficiente? Maldita sea.
—Quería hablarte de lo que ha pasado hoy —empieza, y no puedo contenerme antes de cerrar los ojos y apretar los labios en una línea dura durante un instante.
Esto realmente puede empeorar, ¿no?
—Me disculpo profundamente por eso, Sr. Steele. Fue inapropiado que mi madre me llamara aquí en el trabajo, yo no tuve nada que ver. Lamento mucho haberle quitado su tiempo.
—Por supuesto, sé que no tuviste nada que ver con esto... ¡Dios, Holte, podrías callarte y dejarme hablar contigo! —exclama con los ojos grandes y enfadados. Doy un paso atrás sin darme cuenta de lo que estoy haciendo, y mi cabeza cae para mirar al suelo—. No, mírame, por favor. No quería decirlo así. Sólo...
—Tal vez debería irme. He aprendido la lección, y nada de eso volverá a suceder…
—No, no vas a ninguna parte, Holte. Esto es importante —dice, con un tono más suave que antes. Hay un suspiro, y esta vez no viene de mí—. No quería levantar la voz. Es sólo que... no me dejaste hablar antes de empezar a explicarte, lo cual no era necesario.
—Lo siento, Sr. Steele.
—¿Quieres dejar eso también? —murmura, exasperado y frotándose los ojos con la mano. El extraño sonido sin sentido del silencio golpea mis oídos mientras no se dice ninguna palabra. La goma elástica de mi interior parece que va a romperse mientras espero que diga algo. Cualquier cosa.
—Por favor, ¿me dejas ir? — Pregunto tímidamente y agotada, sintiendo otra oleada de malestar por haber dicho eso.
—No, Holte, no puedes irte todavía... Dios, ¿podrías mirarme y escuchar un minuto rápido? —murmura en voz baja.
—Holte... Por favor, mírame —Suena raro viniendo de él, esa palabra. Por favor. Nunca tiene que decirla, porque todo es una orden y no necesita el empujón de esa palabra suave.
Trago saliva y obedezco, levantando lentamente la vista hacia él. Con la garganta seca y la mente pesada, clavo los ojos en él. Ha dejado la guitarra en el suelo y está apoyada contra la ventana. Me pregunto cómo es posible que eso le parezca bien, sabiendo que todo tiene que ser de cierta manera para él.
—No estoy enfadado contigo —empieza, con un tono más bajo y que suena desconocido. Raro. Raro. Nuevo. Aterrador. Como un extraño. Cuando mis ojos se desvían, le oigo resoplar. —No lo estoy, Holte, lo juro. No estoy enfadado contigo por la llamada de antes. No fue tu culpa como sigues actuando que fue. Estoy frustrado, aunque lo admito, porque no me dejas decir nada al respecto. Te fuiste antes de que pudiera siquiera empezar a decir tu nombre.
—¿Qué diablos quieres decir al respecto? —Jadeo con fuerza, un suspiro cargado entre todas esas palabras. Un suspiro entra en mis pulmones y trago saliva. Está seco y se vuelve aún peor.
No, otra vez no.
—No sé, yo...
—Estoy bien, te lo prometo. No tienes que preocuparte por mí, no creo que lo hagas... Estaré aquí mañana, por supuesto. Puedo hacer mi trabajo perfectamente. No es nada, no ha pasado nada y no importa. No hace falta que digas nada —Las palabras salen a borbotones, y no sé qué sentido tienen, o si realmente tienen alguno. —Yo sólo... debería irme ya.
Me pregunto de dónde me viene mi afición a interrumpir.
—Espera.
Me doy la vuelta y me dirijo a la puerta, esperando tener la misma suerte que la última vez. El corazón me golpea la caja torácica mientras doy pasos rápidos. Sólo quiero salir de aquí y alejarme de él. Supongo que no se puede tener todo, ¿no?
Tirando de la puerta, casi me libero. Estoy poniendo un pie fuera de la puerta, cuando su mano empuja el pesado cristal y se cierra rápidamente con un ruido sordo. Me alejo con una respiración temblorosa, el miedo me envuelve lentamente al sentir su imponente estructura junto a mí.
¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué está haciendo esto?
—Dios, ¿podrías dejarme hablar por un minuto? —retumba, terminando con un fuerte gemido mientras me escondo en mí mismo. —Por favor, amor, sólo quiero ayudar, pero no me dejas hablar, j***r.
—Puedes ayudar dejando que me vaya. No quiero hablar más contigo sobre esto. No quiero hablar contigo, por favor déjame ir a casa. . . De todos modos, no es de tu incumbencia —me atraganté al escuchar lo pequeña que sonaba y lo asustada que estaba. No es el momento de cohibirse, pero es como si todo se agudizara. Todo es peor. Estoy cansada, agotada, estresada y aún más ansiosa que hace cinco minutos.
Sólo quiero terminar. Con este maldito trabajo, por ejemplo.
Mis ojos vagan entre los suyos y puntos aleatorios de la habitación para no tener que mirarle más que unos segundos. Al apartar la vista del lienzo de Van Gogh en su pared, mi atención vuelve a centrarse en él. Su manzana de Adán se balancea y su cabeza se mueve con un movimiento de cabeza. Lo siguiente que sé es que su mano se desliza por la puerta para sentarse en el picaporte y girarlo para abrirlo. Me deslizo junto a él y salgo por la pequeña r*****a una vez que es lo suficientemente grande, sin atreverme a mirar atrás.
Cuando me parece oírle decir algo, tengo que hacerlo. Al darme la vuelta, está de pie en la puerta mirándome. Las cejas dobladas y caídas, los labios girados hacia abajo lo más mínimo con una mirada en su rostro como si hubiera algo que se muere por decir.
¿He oído bien?
¿Acabo de oír al Sr. Steele disculparse conmigo?
...
Había sido una semana dura, y no parecía que fuera a ser más fácil. Lo que había empeorado era que había sido otro día terrible de trabajo para Harry. Para mi sorpresa, tumbarme en la cama compadeciéndome de mí misma era lo último que quería hacer ese sábado. Sabiendo que en pocos meses se avecinaba un invierno borrascoso, el sol me había llevado al exterior. Hacía mucho tiempo que no iba al parque, probablemente desde que era más joven, o con algún antiguo novio.
Hoy, me encontré preparando un almuerzo y un buen libro antes de ir a uno de los mejores parques locales. Parecía que no era la única que había tenido la gran idea, pero de alguna manera eso sólo lo hacía parecer más... correcto. El sonido de los perros ladrando y de los niños jugando me hizo sentir un agradable telón de fondo mientras abría mi nuevo libro, emocionada por perderme en él.
Sólo he leído un capítulo cuando mi estómago ruge, recordándome que en realidad no he desayunado. Abro mi fiambrera, desenvuelvo un palito de queso y lo pela lentamente. Una familia de tres miembros pasa por la acera con su cochecito. Dentro de él, su hijo pequeño parece bien agotado y eso me hace sonreír, esperando poder tener eso algún día. Los gorjeos de los reyezuelos y un tipo cercano que toca la guitarra flotan a mi alrededor hasta que oigo los ladridos de un perro. Suena casi como si estuviera detrás de mí.
Cuando miro por encima del hombro, eso es exactamente lo que encuentro: un perro rizado y castaño galopando hacia mí. Apenas tengo tiempo de distinguir a su dueño llamándole cuando el perro salta sobre mí, tirándome de espaldas. Mi reacción inmediata es reír mientras el simpático cachorro me lame toda la cara, moviendo la cola con locura.
—Hola, cachorro —digo con una risita, sentándome de nuevo y acariciando su pelaje rizado con mis manos. Se olvidan de mí por un instante y empiezan a olisquearme el brazo, hasta llegar a la mano que sujeta el queso. Quién sabe cómo lo había conservado—. Oh, ¿te gusta el queso?
—¡Lola! —llama alguien, sus fuertes pasos se detienen junto a mí—. Dios, lo siento mucho. Normalmente no está tan loca, no sé qué le ha pasado. ¿Estás bien? Espero que no te haya hecho daño, en realidad no haría daño ni a una mosca —explica el hombre. Ni siquiera necesito girar la cabeza para saber de quién se trata, ya que algo parecido al pavor me invade, robando la felicidad a su perro.