Capítulo 3

1585 Words
Con un suspiro silencioso, salgo con el teléfono en la mano y hago lo posible por evitar su contacto visual. Sé que probablemente me está juzgando duramente en este momento. Introduzco mi código de acceso y abro mis notas, sin saber cómo diablos titular esto, así que me apresuro a poner la fecha. 9 de septiembre de 2021. «Qué poco sabía que este día viviría en la infamia». Cuando termino, levanto la vista, no para encontrar sus ojos mirándome a mí, sino levantando a alguien detrás de mí. ¿Por qué me sigue pasando esto? Me doy la vuelta y, una vez más, me pilla desprevenida otro desconocido detrás de mí. Suspiro. —Pase, pase —dice Harry bruscamente a la mujer de mediana edad que está de pie tímidamente junto a la puerta. Una rebeca rosa se ciñe a su regordeta figura. Mira hacia abajo con un evidente resoplido y luego a su ordenador por un segundo. Sus ojos vuelven a flotar hacia la nerviosa mujer que se acerca lentamente a la silla de al lado. —Sí, por favor, siéntese, señora Mitchell. —Gracias por recibirme, Sr. Steele. —Muy bien —tararea en voz baja y distraída, mientras teclea en su caro escritorio Apple—. Oh, esta es la Sra. Holte. Me ayudará hoy, tomando algunas notas sobre su caso para más tarde. —Encantada de conocerla, señora Mitchell —saludo, enviándole una sonrisa mientras se quita el bolso marrón del hombro. —Por favor, llámame Patricia —insiste, cruzando las piernas y alisando sus pantalones de vestir mientras se pone cómoda. Parece que le cuesta moverse en el asiento. No puedo evitar ver cómo Harry la mira brevemente con desdén. Empiezo a temer aún más el resto de este día. No creía que eso fuera posible. —Bueno, señora Mitchell, ¿por qué no empezamos desde el principio con su marido? —Harry suspira, sentándose en su silla mientras me mira, y yo lo tomo como una señal. —Oh, sí. ¿Te refieres a mi marido mentiroso y tramposo y a su amante adolescente embarazada? Rayos. El día de hoy va a ser muy largo. —Maldita sea —gime en un suspiro perturbado mientras cierra la puerta de su despacho ... La señora Mitchell acababa de salir tras una consulta de una hora. Cierro la aplicación Notas de mi iPhone, con las manos acalambradas y doloridas después de todo ese maldito tecleo. —¿Puedo ofrecerle algo, Sr. Steele? —Me apetece mucho un café después de esto —comenta, mirándome. Veo que una pregunta flota en su rostro. Tal vez una sonrisa seguida de su comentario, pero no llega. En su lugar, se dirige a su escritorio y escribe rápidamente en su teclado, olvidándose de que estoy allí. Mis labios apenas se separan cuando los suyos empiezan a hacerlo, pero sus palabras salen más rápido. Ese amor por interrumpir, ¿eh? —Un café n***o de Starbucks, con dos chupitos de espresso y dos de caramelo —suelta. Apenas tengo tiempo de volver a sacar mis notas para anotarlo. —Sí, señor, por supuesto. ¿Hay algo más que pueda conseguir para usted mientras estoy allí? —pregunto y, para mi sorpresa, levanta la vista de la pantalla de su ordenador. Es una mirada breve que sólo dura unos segundos. —El bol de ensalada de verduras y arroz integral... —se detiene, con el labio inferior entre el pulgar y el índice mientras lo piensa—, así como un sándwich de pollo B.L.T. Ah, y usa esto. Termina, metiendo la mano en el bolsillo. Vuelve sosteniendo una gruesa cartera de cuero n***o. Se abre y, al cabo de unos segundos, me tiende una tarjeta de crédito dorada y metálica. Cuando extiendo la mano para cogerla, la retira. —Esta es la tarjeta de crédito de la empresa. Sólo la utilizarás en las compras que yo autorice. ¿Está claro? Asiento con la cabeza. —No deberías necesitarla nunca. Pero, si surge la ocasión de que lo hagas, el pin es 4912. No te preocupes por el límite. Es bastante nuevo y eso es asunto mío para preocuparme, de todos modos. ¿Has entendido todo eso? —Sí, lo tengo —digo, intentando no sonar repetitiva, pero ¿qué demonios digo que no haya dicho ya? —Enseguida se lo traigo, señor. Termino tomándolo de su mano extendida. A continuación, me pongo en pie y cojo mi bolso de camino a la puerta. Mis dedos húmedos rodean la fría manija de metal. Tiro de la puerta y atravieso el umbral. —¿Y, Holme? «Es Holte», casi replico, dándome la vuelta. Me encuentro con que sus duros ojos verdes ya me están mirando. Su cabeza se mueve con un ligero movimiento de cabeza. Me pregunto si la comisura de la boca que se levanta es un truco de la luz, o si acabo de sacarle la más mínima sonrisa. —Bueno, Holte, no olvides la col rizada extra en la ensalada y la mayonesa extra en el sándwich. Ah, y aguanta el brócoli. —¿Sostener el brócoli en qué? —repito, sujetando la puerta y mirándole fijamente desde el otro lado de la amplia habitación abierta. Él se limita a teclear en su ordenador haciendo quién sabe qué. —Adiós, Holte —finaliza la charla, pero sigo perdida. Estoy tan jodidamente perdida hoy, que ni siquiera es gracioso—. ¿Qué haces todavía ahí parada? Quiero mi almuerzo. —Sí, lo siento —respondo, dándome la vuelta y soltando la puerta. Creo que le oigo reír. Camino con un gemido exhausto mientras giro por el pasillo. Me detengo y miro a cada lado, sin saber de qué lado venimos. Él era el que guiaba y hacía bastante más de una hora. Joder. Giro a la izquierda al azar, y unos segundos después encuentro el vestíbulo principal. Casi choco con mi cadera contra un escritorio de mala muerte que se encuentra fuera del pasillo, alejado de los demás, sin un alma en él. Me pregunto quién se sentará allí. El buen y viejo ascensor. Subo y me apoyo en la barandilla trasera. Mi teléfono ya está en mi mano mientras busco en Google el Starbucks más cercano. Aparece un resultado tras otro, y me quedo con el primero. Me alegra ver que está a sólo tres manzanas. Sin embargo, mi aparcamiento está probablemente a mil pasos de distancia, es decir, en la otra dirección. Pongo los tacones en el asiento delantero y arranco el coche. Lo saco del aparcamiento y lo pongo en marcha. Estoy lista para salir hasta que mi iPhone explota con su tono de llamada genérico. El número es raro y largo. No lo reconozco, salvo que la ubicación es aquí en la ciudad. Contesto, porque si no lo hago puede que no dejen un mensaje. Eso me fastidia, y no quiero acabar lamentándolo. —¿Ya te has ido, Holte? —me dice una voz grave. Tengo que contener un gemido. —Ya estaba por ponerme en marcha. No sabía que tenía mi número, Sr. Steele. —Bueno, está en tu aplicación de trabajo, ¿no? Lo estaba mirando, en realidad. Tu currículum es bastante bueno, has tenido muchos trabajos, por lo que veo. Pete hizo un buen trabajo eligiéndote de entre todos los demás —dice Harry despreocupadamente, como si no estuviera perdiendo el tiempo y la gasolina sentado aquí al ralentí. Ya he aparcado el coche. —De todos modos, no es por eso por lo que te he llamado. Me gustaría hablar de tu currículum y demás, pero eso es para cuando vuelvas. Haz que ese café sea un venti. Caliente. —¿Qué es un venti? —¿Nunca has estado en Starbucks, o algo así? Casi siento que se burla de mí. Tengo que respirar con calma para no responderle. Aunque es una pena, necesito impresionarle en mi primer día, que ya ha sido un desastre. —No, lo he hecho. Es que no estoy familiarizada con las tallas, lo siento. Normalmente digo si quiero una mediana o, algo así. —Es un grande, Holte —suspira, tirando de mis hilos de paciencia. Sólo me empuja más al suelo con lo que estoy sintiendo hoy. Encantador. —Bien, gracias por explicarme eso, señor. —Deja de llamarme señor, ya. Me haces sentir viejo, Holme. No me gusta. —Lo siento —digo en voz baja, bajando la mirada. Juego con los lazos de pelo de repuesto que cuelgan de mi palanca de cambios. —¿Y podrías dejar de disculparte tanto? Dios mío —gime. Me siento y dejo caer la cabeza contra el reposacabezas. Espero a que diga algo más, porque es tan extraño que no sé qué decir a continuación. —Ve y tráeme la maldita comida, ya. Y si te apetece, cómprate tu propia comida ya que estás, con una factura aparte, por supuesto. Ah, y una cosa más: quiero un trozo de la tarta de mármol y chocolate, y el agua más grande que tengan allí —suspira y con eso, corta la llamada y se hace el silencio. Tiro el teléfono en el asiento del copiloto con un gemido de "como sea". Exhalando un largo suspiro, vuelvo a poner el coche en marcha. Casi me salgo de mi sitio y espero por Dios que nadie lo coja mientras estoy fuera. Si alguna vez vuelvo, aunque no estoy seguro de querer volver.
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