Oh, mi... No puedo pensar con claridad.
¿La razón? Muy simple.
Largos labios de chicle que muestran una deslumbrante sonrisa bajo sus largos rizos de chocolate. Entonces, alzo la vista y veo esos ojos verdes.
Cuando veo eso, sé que estoy jodida.
No ayuda que vaya vestido para impresionar. Un traje azul pastel ciñe su cuerpo delgado y alto. Una camisa blanca satinada con botones deja ver mechones de pelo en el pecho donde la ha dejado desabrochada. Me permite ver la tinta negra que decora su pecho. Simplemente, guau.
—Ho-hola —tartamudeo, clavándome las uñas en el muslo, probablemente rasgando mis mallas negras. Me maldigo mentalmente una y otra vez por el hecho de que ni siquiera puedo hablar con claridad. Pero Dios mío, es guapo, y esa sonrisa.
—Hola, cariño. ¿Cómo te llamas? —responde, sus gruesas pestañas hacen cosquillas en su piel bronceada cuando parpadea esos encantadores ojos verdes.
Mierda.
—Soy Becky... eh, Rebecca Holte. Pero, puedes llamarme Becky.
Así se hace, perdedora.
—Ah, es un bonito nombre el que tienes, amor. Me gusta, y me gustas tú. Entonces, ¿qué dices de ser mi asistente personal?
—Ni siquiera he terminado con su entrevista, Harry —terviene Jennings, y 'Harry' le tiende la mano, aunque le da la espalda—. Tengo cinco entrevistas más que hacer hoy. No puedes simplemente...
—Cállate, Pete. Soy tu jefe, puedo hacer lo que quiera... Y lo que es más importante, creo que es la adecuada para ello. Cancela las otras entrevistas... He encontrado a mi nueva asistente. Se llama Becky.
—La conoces desde hace tres segundos, quería hacer al menos un día de prueba antes de decidir nada.
—Entonces haremos eso, ¿no? —dice Harry con el comienzo de una sonrisa mientras me mira fijamente. Más que nada, quiero apartar la mirada. Tengo la sensación de que eso sería una mala idea—. Coge tus cosas y ven conmigo, amor, yo...
—Harry... —comienza Jennings, pero ya sé una cosa, y es que a 'Harry' le encanta interrumpir.
—He dicho que te calles, que sé lo que estoy haciendo. Al fin y al cabo va a ser mi ayudante, ¿no? —pregunta, habiéndose alejado unos pasos de mí, con los ojos acerados puestos en el señor Jennings.
Algo silencioso pasa entre ellos hasta que llegan a mí. En ese momento, mi corazón vuelve a galopar como un puto caballo por su sola mirada.
—Sígueme, amor. Espero que no tengas ningún plan para este día, porque hoy vas a recibir un buen entrenamiento nada menos que de mí. Tienes suerte.
Mi mano vuela hacia el bolso que está a mis pies. Me lo echo al hombro mientras me pongo en pie a toda prisa. Mientras tanto, él ya está en la puerta.
—Yo... —empiezo, pero él me devuelve la mirada y sus cejas se fruncen ligeramente, como si se atreviera a que yo dijera algo—. No. Soy... todo tuya.
—Bien, así es como me gusta que estén mis asistentes, todo para mí —sonríe, con sus largos dedos cubiertos de anillos rodeando el pomo de la puerta. Está listo para irse, mientras que yo apenas puedo estar de pie con estos tacones.
Mis labios se separan pero no sale nada, porque ¿qué digo? ¿Hay algo que deba decir? No digo nada. Me limito a asentir con una sonrisa forzada y le veo salir por la puerta.
Sus largas piernas se mueven rápido, más rápido que las mías con tacones. El pantalón azul pastel que viste sus piernas ondea a cada paso. Sus pasos son ruidosos y orgullosos sobre las baldosas de mármol con sus brillantes botas de cuero.
—¡Mira bien, Holte, no voy a parar porque no puedas seguirme! ¡Tengo una consulta a la que llegar y necesito tu ayuda! —me llama.
Hago una última mirada a Jennings detrás de mí. Lo encuentro sentado con cara de exasperación y la barbilla entre las manos.
—Buena suerte, la necesitarás. —Es todo lo que dice antes de sentarse con un suspiro y pulsar su teclado.
Lo tomo como otra señal para salir de aquí. Así que vuelvo a hacer footing con tacones. Mi baile del instituto no fue un éxito total, así que ¿por qué no volver a intentarlo?
Veo su cabeza de rizos hasta los hombros al final del pasillo. Corro más rápido, consciente de que todo el mundo podría verme. Las tetas rebotan y el pelo es un puto desastre, probablemente.
—¡Deprisa, Holme! —dice.
Suspiro y acelero.
—¡Es Holte!
—¿Cuál es la diferencia? —murmura delante de mí.
Después de unos momentos más, finalmente lo alcanzo y me detengo a su lado, jadeando para tomar aire.
—Lo primero que hay que saber sobre ser mi asistente es que nunca voy a parar por ti, porque tengo un montón de mierda que necesito hacer a diario. Y por eso, debes estar siempre preparado —dice, usando sus manos para hablar antes de meterlas en el océano de azul que cubre sus piernas.
Hmm, qué cosa para un abogado conocido. Vaya, no se queda ahí. De alguna manera no me había dado cuenta antes, pero ahora, me fijo en el collar de oro que interrumpe su pecho. La parte superior de un tatuaje de mariposa negra de tono suave asoma por su camisa. ¿Un tatuaje de mariposa? Hmmm, este hombre me llena de preguntas.
—Lo siento, señor. Todo esto es... un poco demasiado. No esperaba meterme en esto hoy, así que me disculpo.
—Está bien, pero no quiero tener que repetir nada, así que será mejor que recuerdes estas cosas. ¿Y, amor? — dice, con sus largas piernas moviéndose a una maldita milla por minuto me parece. Dios mío.
—¿Sí, señor?
—Llámame señor Steele —responde, y sus ojos se posan en mí con una leve sonrisa. Desvía la mirada y se detiene frente a una puerta de cristal esmerilado que lleva su nombre, y tira del pomo para abrirla.
Harry Steele.
Mi nuevo jefe.
Joder.
—Sí, señor —respondo, cogiendo la puerta y entrando en la habitación, presumiblemente su despacho, puedo adivinar con seguridad. Gira la cabeza y me dirige la misma mirada dura de antes—. Sí, señor Steele.
Sólo asiente con la cabeza mientras cruza la gran sala abierta. Se sienta en la silla de cuero n***o que hay detrás del gran escritorio de madera.
—Siéntese. Ah, y no olvides tomar notas. Espero que hayas traído algún tipo de aparato, o al menos un bolígrafo y un papel —me indica, acercándose al escritorio y levantando sus oscuras cejas.
—Sí, por supuesto —digo, inclinándome ligeramente para recoger mi bolso y revolver mi mano en su contenido. Sí, porque ¿quién coño se lleva el portátil a una entrevista de trabajo?