Hay un teléfono pegado a su oreja. Porque, por supuesto, está al teléfono. Es como, ¿cuándo no lo está? Esa sería la pregunta más fácil, parece. Cuando lo dejé esta mañana estaba en el teléfono. Ahora, estoy de vuelta y él está en el teléfono de nuevo, y mis brazos son pesados.
Ya no está de espaldas a mí y se gira, y establece contacto visual conmigo. Como hace a menudo, utiliza su mano para hablar y hace el pequeño movimiento de la mano para mostrar que, sea quien sea esta persona, no va a dejar de hablar.
Su mano cae y se mete en el bolsillo y asiente murmurando un:
—Sí.
Sin embargo, sus ojos vuelven a mirarme y veo que algo parpadea en ellos.
Oh, Dios. ¿Y ahora qué?
—De hecho, mi asistente acaba de entrar y parece que voy a tener que irme. Me necesitan para algo —murmura, y yo sacudo la cabeza.
Cuando vuelvo a mirar hacia arriba y mi visión se centra, está sonriendo y Dios, le queda bien. Espera, ¿qué fue eso, Becky?
—Sí, sí. Tú también tienes una buena. Adiós.
Doy un paso adelante, cargando con las dos bolsas cegadoramente pesadas que han estado cortando mis brazos durante los últimos diez minutos.
—Colócalos en las dos sillas negras de allí, Holte —indica, ahora en su iPhone. Sorpresa, sorpresa.
—¿Qué, estas sillas?
—Sí, esas sillas—, casi replica, y entonces dejo las bolsas recicladas reutilizables de lo que sea sobre la silla de cuero n***o frente a su escritorio. —Las odio. Son un puto desperdicio de espacio.
—Veo que estás teniendo un buen día.
—No me pongas a prueba, Holte —responde, jugueteando con su labio inferior. Gira su cuerpo para mirar hacia la ventana del suelo al techo empañada por el día lluvioso. Capto el breve suspiro que sale de sus labios y la forma en que aprieta un puño dentro de la manga de su brillante americana negra.
—Lo siento… Aquí está todo lo que querías.
—¿Pudiste conseguirlo todo?
—Sí —respondo, y él asiente lentamente, pero sigue sin mirarme. No es que lo haga nunca... bueno, supongo que lo hace cuando es importante o quizá es el único momento en que lo hace. Lo que sea.
—¿Aguacates?
Un asentimiento.
—¿El melón?
Mmmhmm.
—¿Era firme?
—Sí. Y tengo la mezcla de bayas como pediste. Tengo todo lo que querías.
—Sólo estoy siendo minucioso, Holte. Cálmate.
No creo que sea yo el que necesite relajarse.
—Voy a ir a terminar los correos electrónicos si no necesitas nada más.
—¿No te los terminaste antes de irte? —me pregunta sorprendido, mirando sorprendentemente hacia mí.
—Sí, pero he mirado el correo electrónico en mi teléfono mientras estaba fuera y ahora hay más —suspiro, y creo que se da cuenta de su error. Si lo hizo, no dice nada.
—Muy bien entonces. Tengo esa reunión pronto, así que termina eso y eres libre de irte.
—Gracias —respondo, apartándome el pelo de la cara y girándome, pero no a tiempo. Empieza a sonar el molesto tono del teléfono de su oficina, y no me importa porque me voy de aquí.
Bueno, hasta...
—¿Podrías cogerlo? —me pregunta. No debería haberme molestado en girarme, porque ahora vuelvo a tener que mirarle.
—¿Qué, por qué?
—Porque, de todas formas, tú respondes a mi teléfono. Ahora, deja de discutir conmigo y cógelo antes de que se acabe —replica, lanzándome esa mirada antes de volver a su maldito teléfono. Le devuelvo la mirada y él sacude la cabeza antes de chasquear la lengua. Mientras alcanza el teléfono que zumba, su iPhone plateado se le escapa de las manos y cae en el escritorio.
—Este es Harry Steele —responde bruscamente, sin dejar de mirarme y sin atreverse a romper el contacto visual. Las cejas dobladas y enfadadas. Los labios se ponen en una línea rígida. Dios, de verdad que me va a tocar.
—¿Y con quién estoy hablando? —Las gruesas líneas de pelo sobre sus ojos se levantan y se relajan un poco, las arrugas de su frente se suavizan mientras otra mirada sustituye a la anterior.
—Si me das un momento, te la traigo. Sí, de nada. —Su voz se ha suavizado, pero sólo por un momento. Es difícil saber si ha ocurrido o no, o si lo he imaginado.
El teléfono se aleja de su oreja y aprieta el botón de espera.
—Es para ti —dice, todavía con el teléfono en la mano.
—Lo sé, siento no haberlo entendido. Es que nunca había contestado a las tuyas, es raro.
—No, en realidad es para ti. Dice que es tu madre —me dice, con cierta naturalidad y algo más que no puedo leer.
—Oh, Dios —digo, llevándome la mano a la frente caliente por el comienzo de la vergüenza. —Lo siento mucho, no sé por qué llama aquí. Puedes decir aquí que no puedo hablar, y que la llamaré después del trabajo.
—Dice que... dice que sabe que no debería llamarte aquí, pero que es urgente —comenta, y alarga la mano, sosteniendo el teléfono hacia mí.
No me muevo.
—Cógelo, Holte.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro. Debe ser algo importante.
—Gracias — respondo rápidamente, ansiosa por ver de qué se trata mientras mis pies se mueven rápidamente hacia el escritorio y detrás de él por primera vez. Mis dedos envuelven el elegante plástico del teléfono tomándolo de él, notando que es mucho más bonito y nuevo que mi pedazo de mierda.
—Soy Becky —murmuro, y él se aleja y se dirige hacia la ventana del suelo al techo, pero puedo sentir sus ojos en mí.
—Hola, amor. Siento llamarte al trabajo, pero no podía esperar —responde mi madre de forma sombría. Trago saliva de pie, pensando en cómo me gustaría sentarme en su silla, pero no lo dejo pasar porque sé que nunca lo haría. Me sorprende que me deje estar detrás de su escritorio en primer lugar, pero la preocupación es demasiado espesa en mis venas como para dejarme admirar esta visión personal suya.
—¿Está todo bien, mamá?
—No, me temo que no, querida. Está empeorando, Becky. Tienes que subir... a casa —responde.
No. Dios, no.
—Mamá, no puedo... tengo trabajo —respondo, girándome e intentando hablar en voz baja por el micrófono, pero aquí hay un silencio de mil demonios. Uf.
—Becky.
—Sólo es el viernes de mi primera semana en este nuevo trabajo, mamá, no puedo irme, así como así. ¿No puede esperar hasta este fin de semana?
—No sé si estará aquí este fin de semana... o incluso esta noche, Rebecca — responde en voz baja, y yo la oigo. Oigo que se le quiebra la voz, y eso es lo que me llega.
—Mamá —empiezo, y ahí está para mí también. Mi pecho se levanta con una respiración temblorosa, y me alejo de él más que nada, pero no puedo ir más lejos. Por más que me aleje de él, sigue estando a pocos metros. Sé que puede escuchar, aunque intente no hacerlo. No sé, lo siento.
—¿No puedes hablar con tu jefe y pedirle unos días libres?
—No en este último momento —digo, tragando con fuerza y encontrando algo de equilibrio. Acabo de empezar en este trabajo.
Ella no dice nada, y yo no sé qué hay que decir. O si puedo decir algo más con la garganta cerrada por las lágrimas.
—Por favor, intenta hablar con él, cariño.
—No va a pasar, mamá. Sabes que iría si pudiera. Lo siento.
—Lo sé, cariño. Entonces hablaré contigo más tarde — dice antes de irse. Trago saliva y alejo el teléfono de mi oreja, sin querer colgarlo todavía porque eso significa que tendré que volverme hacia él.
Mis ojos se cierran con fuerza cuando la lágrima cae sobre mi mejilla. Jod*r, jod*r, jod*r, jod*r. No, por favor, no. Aquí no. Y, sobre todo, no delante de él.
Oigo que empieza a decir algo, como la primera sílaba de una palabra, pero no puedo hacerlo y no le dejo.
—Voy a ir a terminar esos correos electrónicos ahora —digo en voz baja, ni siquiera en su dirección ni nada parecido. Agacho la cabeza y me voy por el escritorio por donde he venido, sin atreverme a mirarle.
Me llama por mi nombre cuando salgo por la puerta, y un segundo después me apresuro a recorrer el pasillo preguntándome si me seguirá. No sé si me sorprendería que lo hiciera, sabiendo lo mucho que le gusta gritarme.
No lo hace y vuelvo a mi escritorio, me pongo los auriculares y subo el volumen. Levanto la tapa del portátil, mantengo pulsado el botón de encendido y dejo caer la barbilla sobre mi otra mano. Sin pensar, miro a mi alrededor mientras el ordenador se calienta, y un borrón me llama la atención. Cuando se enfoca, desearía no haber estado mirando en absoluto. Él no me ve mirando y eso lo hace un poco mejor, pero no es mucho.
Está cruzando el vestíbulo a mi derecha, con el portátil cerrado bajo el brazo y la americana puesta sobre su camisa abotonada que hoy parece sumergida en el cielo nocturno con sus tonos oscuros. Vuelvo a ver la camisa satinada mientras él se gira y echa un vistazo a la amplia sala. Encuentra mis ojos en él.
Mi corazón se tambalea cuando da un paso hacia mi dirección mientras sus ojos contienen una pregunta. No estoy segura de cómo me siento cuando Jennings asoma la cabeza por la puerta de la sala de conferencias a la que se dirigía el señor Steele, llamándole por su nombre. Sus rizos giran y miran a Jennings y de nuevo a mí durante una fracción de segundo. Lo rompo y vuelvo a mirar hacia abajo.
Segundos después, me doy cuenta de que no debería haber apartado la vista.
Como si nunca debiera haber cogido esa maldita llamada.
Bajando la tapa de mi ordenador, lanzo un suspiro que contiene más alivio que nada
Al bajar la tapa de mi ordenador, lanzo un suspiro que contiene más alivio que otra cosa. Mis ojos se meten en mi cabeza cuando lo oigo, antes de mirar con atención al T-Rex que suena. No. Ahora no, ya me voy. Aunque todavía no he fichado, así que técnicamente... bueno, jod3r.
—Esta es Becky — me ahogo después de pegarlo a mi oído.
—Oh, bien, me alegro de que no te hayas ido todavía. Necesito hablar contigo un momento — la profunda voz del Sr. Steele se cuela por el auricular. ¿En serio? Son las seis menos cuarto, ni siquiera debería estar aquí ahora. Se suponía que tenía que haberme ido hace una hora.
Con eso, trato de contener el suspiro que quiero lanzar, habiendo podido evitar cualquier contacto directo con él desde antes, cuando se produjo esa mierda. —Sí, de acuerdo, estaré allí en un momento.
—Bien — es todo lo que dice antes de que oiga el tono de llamada.
El teléfono vuelve a su soporte con un suave chasquido, y me tiro de la falda. Con una respiración depredadora, me quito la falda de tweed gris y las virutas de goma de borrar y las bolitas de pelusa de esta. Me paso los dedos por el pelo rizado despeinado antes de alejarme del escritorio y dirigirme a su pasillo.
Esta vez, un golpe y responde.
Eso es raro.
—Entra.
Aprieto la puerta para cerrarla detrás de mí y miro para encontrar algo parecido a un milagro. O posiblemente la cosa más extraña. Entonces, tal vez también un milagro.
—¿Desde cuándo juegas?
—Realmente me subestimas, Holte. Me ofendería, pero no me siento herido tan fácilmente — responde, con una pequeña sonrisa que sube por sus mejillas. Continúa tocando las cuerdas metálicas de la guitarra acústica que tiene pegada al pecho mientras está encorvado detrás de su escritorio.
Camino hacia las dos sillas negras sin pensar, mientras me tomo todo el tiempo del mundo, sin querer hablar con él ni siquiera verlo porque lo único en lo que puedo pensar es en la llamada telefónica de antes y en que lo más probable es que me haya visto llorar y lo haya oído también.
Maldita sea.
Nunca he estado más avergonzada.