Mi primer día en Steele y Lawson ha llegado por fin a su fin mientras espero el ascensor, con los teléfonos sonando a mis espaldas y con la mente más dolorida que nunca desde la universidad. Las puertas metálicas reflectantes se deslizan y el universo vuelve a reírse de mí cuando veo a la única persona que ya está en el ascensor. No parecen alegrarse más de verme que yo cuando levantan la vista de su teléfono, sólo para volver a él.
—Hola, señor Steele —le saludo en voz baja, segura de que no puedo irme sin saludarle. Tenía la sensación de que iba a andar con pies de plomo a su alrededor constantemente, si no para siempre.
—¿Te vas a quedar ahí parado? Date prisa, tengo que ir a un sitio —gime con un movimiento de cabeza.
Entro y marco el número del vestíbulo de la planta baja. Enseguida elijo el lado izquierdo y me apoyo en la barandilla de la pared.
Para paliar la incomodidad, aunque no creo que se pueda evitar, meto la mano en el bolsillo y salgo con el teléfono en la mano. La pantalla está repleta de notificaciones y las recorro con la mirada mientras el aparato emite un pitido a cada paso. Leo por encima de los textos, las notificaciones de Twitter junto con las de f*******: e i********:. Eso dura los dos minutos que montamos juntos en el ascensor en silencio antes de que se detenga lentamente.
—Nos vemos mañana, Holte —dice al salir del ascensor, sin mirar atrás ni volverse para decir nada más. Me muerdo la sonrisa que se me dibuja en los labios mientras las puertas se juntan para cerrarse y me pican las manos para batir el puño o algo así.
Bueno, supongo que tengo el trabajo entonces. Oh Dios, espero no arrepentirme de esto.
No estaba seguro de cuántos días habían pasado ya, pues todos se habían mezclado entre sí, tan miserables como el anterior
No estaba seguro de cuántos días habían pasado ya, pues todos se habían mezclado entre sí, tan miserables como el anterior.
—Llegas tarde —replica una voz, y mi corazón da un salto. Bueno, tal vez unos cuantos. La puerta se cierra tras de mí mientras me quedo de pie, desconcertada, y mis ojos se dirigen al Sr. Jennings, de pie frente al escritorio del Sr. Steele.
—Siempre llego tarde, Pete. Es mi maldito bufete, no tengo que llegar a tiempo todos los malditos días —responde el Sr. Steele, con algo que parece incredulidad en su mirada, probablemente por el hecho de que lo están retando.
Tengo la sensación de que eso no le gusta. No levanta la vista por ello, ni por lo que hace Jennings a continuación.
—¡Quita tu maldito culo de mi mesa, idiota! Puedes ir y sentarte en tu propio puto escritorio, pero no en el mío. Sal de aquí, bastardo. Me gustaría ir a trabajar si me dejas.
—Bien, pero te quiero en esa reunión con Rose y conmigo dentro de una hora, Harry —dice Jennings, moviendo el dedo ante mis abucheos. Se burla de él moviendo las manos dramáticamente mientras camina alrededor de su escritorio.
Observo cómo se encoge de hombros y se quita su largo chaquetón n***o para colgarlo en un soporte junto a la ventana. Todos los días me sigue sorprendiendo la ventana de su despacho que se extiende por toda la pared del fondo, con vistas a Londres en este frío y lúgubre día de otoño.
—Tendré tu culo en bandeja si no estás ahí.
—Oh, Dios, sabes que no tienes ningún maldito sentido, ¿no? Vete ya, Pete, antes de que te pongas en evidencia —suspira.
Trago saliva y doy un paso adelante, cogiendo uno de los posavasos del montón que hay en la esquina de su escritorio. Lo deslizo hacia él, coloco el gran café caliente sobre él y cojo una servilleta que despliego y coloco sobre el brillante escritorio de madera.
—Buenos días, Sr. Steele. ¿Cómo está usted hoy? —comento en voz baja, preparándome cuando Jennings da un portazo, haciendo sonar el cristal junto con los cuadros enmarcados que cuelgan de las paredes.
—¡Te lo mereces si crees que vas a dar un puto portazo, Pete! —le grita, sacudiendo la cabeza y suspirando mientras se muerde el labio inferior.
Las preguntas incómodas me invaden mientras lo coge y lo abre con la servilleta que tiene en el regazo. Le da un mordisco voraz al sándwich de salchicha y huevo con queso cheddar y, por supuesto, espinacas y otras cosas saludables que no me interesa saber.
A continuación, los copos de avena, otro alimento básico del desayuno. Avena integral. Corte de acero. Almendras fileteadas. Arándanos secos. Una cucharada de azúcar moreno. Y paquetes adicionales de stevia, o lo que sea el azúcar crudo de la pequeña tienda orgánica en la que estuve esta mañana para él. Ah, y no puede olvidar las cositas orgánicas de half and half, porque todo es orgánico por aquí. No sé cómo decirle que su Starbucks podría no serlo, pero lo dejaré para otro día, supongo. O quizás, nunca.
—¿Hay algo más que pueda ofrecerle, Sr. Steele? —pregunto, dando un paso atrás.
Mi mente se pasea por las arrugas y los pelos sueltos cuando mis manos rozan mi polvorienta falda verde. Su cabeza va de lado a lado en un silencioso "no" mientras mastica un bocado del sándwich caliente.
—No, siéntate, Holte. Hay algunas cosas que me gustaría repasar contigo ahora que llevas unos días aquí y te has puesto a tono —comenta, tragando saliva en medio de ella.
Qué bonito.
Me limito a asentir con la cabeza y me siento en la silla redonda negra, una de las dos que tiene sentadas frente a su escritorio y que parecen costar más que uno de mis antiguos sueldos. Se sienten como un puto malvavisco, así que les concedo eso.
—¿De qué quería hablar, Sr. Steele?
—Como mi asistente personal —empieza, limpiándose la boca con una servilleta antes de mirarme. Odio que haga eso cuando me mira. Es un billete de ida a "la hora de flipar"—. Tienes muchas obligaciones, como sabes. Empezando por tener mi desayuno listo por la mañana cuando llego a las nueve, más o menos veinte minutos según mi llegada. Luego, tomar notas durante las consultas de mis casos. Conseguir y traer los expedientes de esos casos. Atender mis llamadas y mensajes telefónicos. Responder a mis correos electrónicos y enviarlos también. Incluyendo una docena de cosas más, como ya vas sabiendo. Y la que quería repasar contigo esta mañana son mis finanzas. Tu lugar en eso es más o menos administrarlas: hacer los pagos de las tarjetas de crédito, cualquier otro p**o que pueda tener, y por último, asegurarte de que no estoy, ya sabes, malgastando completamente mi dinero.
—¿Se supone que tengo que ponerme encima de ti si compras demasiados dulces en Tesco, o demasiada basura en Target? —pregunto.
Sorprendido no es ni por asomo.
—Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo —responde, tomando otro bocado.
—Lo siento, no lo digo de forma grosera, pero ¿cómo voy a conseguir que me escuche, señor Steele?
—No sé, Holte. Ese es tu problema, no el mío. Sé creativo, o algo así. No es que tu sueldo dependa de ello, ni nada parecido —bromea. Tengo que resistirme a poner los ojos en blanco ante su intento de broma.
—Vaya, gracias por la ayuda —sacudo la cabeza, soltando un gemido frustrado—. Así que, en otras palabras, soy tu perra, ¿verdad?
Ahora hay una nueva mirada, y no sé cómo sentirme al respecto. Está sonriendo, una puta sonrisa de oreja a oreja. Su pulgar pasa por debajo del labio inferior para limpiar algo que no puedo ver mientras empieza a asentir. j***r.
—Sabes, creo que empiezas a gustar, Holte. Eres rápido con los pies.
Mentiría a todo el mundo y a mí mismo si dijera que no he sonreído por dentro al escuchar eso.
Hay más sacudidas de cabeza, más yo que él, mientras se baja el sándwich rápidamente. Habla entre bocado y bocado, y yo escucho. La rutina de la mañana.
—Así que tendrás mi lista de tarjetas de crédito, su compañía, sus números, códigos de seguridad, fechas de caducidad... toda esa mierda. Me gusta esperar unos días para ver si el nuevo asistente puede llegar a este punto antes de darle toda esta... Esta responsabilidad... Porque algunos renuncian a estas alturas, o los despiden porque están haciendo un trabajo de mierda. Así que, supongo que te felicito por haber llegado hasta aquí. Espero que no tengas ningún plan para dejarme pronto, Holte. Ya pagué por tu verificación de antecedentes y tuve que hacer todo el molesto entrenamiento. Dios mío, eso es lo peor. —Hace una pausa para dar un sorbo a su café, haciendo una mueca.
Debe de estar todavía caliente.
«Bien, te lo mereces, porque ese tuvo que ser el "enhorabuena" más mediocre que había oído nunca», pensé.
—Lo cubriremos todo más tarde, pero por ahora, quiero que vayas a tu escritorio y te pongas con mis correos y llamadas de esta mañana. Desafortunadamente, estaré en esa horrible reunión a las diez, probablemente hasta el mediodía, pero no vengas a buscarme a menos que sea importante.
—No te molestes a menos que el edificio esté en llamas, que vea a Kate Moss entrar por la puerta, que los Packers hayan perdido, o que un Beatle o Stone haya muerto —suspiro, recitando de memoria. Es la primera vez que lo consigo sin meter la pata u olvidar algo. Al parecer, es realmente algo, porque el señor Steele me da un asombroso aplauso de tres segundos. Actúa como si fueran tres segundos más de los que merezco.
—Así es, así que realmente, no quiero verte hasta después de la reunión. Bueno, a menos que te necesite para algo, entonces te buscaré.
—De acuerdo, me parece bien, señor Steele —respondo, poniéndome en pie.
—¿Y, Holme? —me dice, y giro cuando me detengo porque, por desgracia, no tengo otra opción. Su mirada me encuentra y mis cejas se alzan en una pregunta silenciosa antes de corregirle—. Por favor, intenta fingir que te gusto un poco, se vuelve bastante aburrido cuando te quedas sentado y no dices nada. Además, es una verdadera molestia tener que despedirte y buscarme otro asistente. ¿Está claro, Holte?
—Sí, señor Steele. Gracias, ahora voy a hacer mi trabajo con una sonrisa en la cara —me fuerzo, me duelen las mejillas de tanto sonreírle.
—Más te vale. Ahora, vete, ya —murmura, alejándome como de costumbre.
—Sí, Sr. Steele.
La sonrisa se me cae de los labios al milisegundo de darme la vuelta. Gracias a Dios, porque me duelen las mejillas y no podría hacerlo durante otros diez segundos. Ni tampoco estar cerca de él durante otros diez...