Pocas decisiones en mi vida se sintieron tan incorrectas como la de aquella noche, afuera había una tormenta, se acercaba un huracán y dentro estaba yo, atada de manos y piernas, mojada, fría y lejos del fuego. Estornudé. El marqués recogió los aretes del suelo, volvió a guardarlos en el sobre y lo metió a su bolsillo – es un sitio peligroso, hay un aquelarre de brujas muy cerca de aquí, a menos, que ya lo supieras. Le pedí a Roni que se escondiera para no levantar sospechas y tuve miedo al verlo quitarse la ropa, pero él estaba más interesado en vendar su herida que en mi persona, así que decidí actuar de manera inocente – hay rumores, siempre los hay, yo voy al bosque a cazar conejos y nunca he visto una bruja, creo que mienten. – ¿Sabes cómo luce una bruja? Asentí – son feas, gorda