Sabrás regresar

1137 Words
Después de comer media pizza con Álvaro, me fui a preparar para dormir. Le mostré un cajón con pijamas masculinas nuevas y me miró divertido. Yo le sonreí antes de reír y regresar al baño. Álvaro estaba metido dentro de las sábanas y no necesitaba preguntarme si estaba desnudo o no, sabía que lo estaba. Busqué una manta extra para ponerla en medio de nosotros. Él se rió a carcajadas y extendió sus brazos hacia mí. Me rodeó con ellos y me besó en la frente. —Ferroso es un niño. —¿Me haces un favor? —pregunté. —El que sea. —respondió mientras acariciaba mi espalda y nos mirábamos a los ojos. —Ferroso es un mocoso, pero quiero devolverle un poco de humillación a su hermana. ¿Podrías investigar a su marido, ver qué trapos sucios tiene? —Sé de quién hablas, y estamos hablando de fraudes y malversación. —Publica la malversación y envíale las fotos de las actividades a su casa. Si su silencio se rompe, el mío también. —¿Cuál es tu secreto? —Está amenazando con hacer pública mi relación con mi padre. Pero eso dañará a mis hermanos, especialmente a Max. Él me ha preguntado dos veces si somos hermanos. Esperaría más adelante con calma para poder decirle la verdad, pero él adora a su madrastra. He escuchado cómo le llama mamá y la trata con tanto respeto. Además, mi padre... él es la única familia que tengo y siempre sabe estar ahí sin importar el grado de metidas de pata que cometa. Álvaro asintió y supe que lo entendía. Me acogió con la sábana, que llamó ridícula, y me besó en la mejilla. Me abrazó y me prometió que en la mañana el mundo estaría en caos. Yo acaricié su pelo suave y sedoso hasta quedarme dormida. A la mañana siguiente, desperté y él estaba acostado a mi lado abrazándome, tratando de no respirar fuerte. Lo miré divertida y Álvaro dejó de contener la respiración. Reímos con más ganas y me informó que había pedido el mejor desayuno de toda la ciudad. Odio cuando la gente intenta tener detalles extravagantes, pero cuando llegamos a la cocina, solo había dos huevos, tocino y café. —No sé si te gusta el pan y los excesos, pero para mí esto es sencillo y rico. —¿En serio? —Sí. —Sonrió y Álvaro me tomó de la mano para llevarme al comedor. —¿Qué quieres, Álvaro? —Quiero una cita de verdad. —Me voy a vivir a México. —Ya he ido a México por ti. —Y tú puedes estar solo... o en una relación a distancia. —No, yo te invitaré a salir, te haré pensar en mí y en un mes o dos semanas, depende, me llamarás loco por mis huesos y me llamarás, o yo simplemente me desesperaré y iré, y seremos amigos hasta que realmente quieras más. —Desayunemos, tengo trabajo. —¿Qué estás vendiendo? —Un espacio para una tienda super exclusiva, pero es una sorpresa para su dueño. Hoy iremos a verlo a las nueve. —Perfecto, qué bien. —Sí. —¿Has pensado en estudiar negocios? —¿Negocios? —Sí, un curso básico. Seguro en México hay un montón porque no toda la gente es súper rica, y más de uno será de buena calidad. Tiene mucho terreno y propiedad, y algunos te servirán para armar tu propio negocio y luego venderlo. ¿Has escuchado de eso? —Sí. —Se aprende más con la práctica, pero yo lo hago mucho con restaurantes o lugares de entretenimiento. —Esos suenan... bien, hablé hace unos días con este cliente, quería bodegas para que su hermana metiera lo de sus clientes. Bueno, dibujé la bodega, le mostré la propiedad y estamos buscando los papeles. Ha sido una locura y tendré arrendado en unos meses. Hoy firmamos los papeles. —¿Unos meses? —Cinco años. Literalmente, pago los gastos de construcción en los primeros seis meses y después es solo ganancia. —Esa es una buena jugada. —Sí, estoy pensando que si en los primeros seis meses resulta bien, construiré otra bodega, para la misma chica o algún empresario necesitado. —Claro, es una excelente idea en realidad. —le miré y busqué en sus ojos para ver si era un chiste, pero Álvaro parecía genuinamente interesado. Sonreí y el intercomunicador de mi casa con la portería nos interrumpió. Sabía de inmediato quién era, pero mi orden había sido bastante clara, no lo quería aquí, no después de humillarme frente a su familia y amigos. Mi celular comenzó a sonar y continué conversando con Álvaro sobre negocios. Él confesó que lo que le dio la disciplina para empezar fue la cocina. —¿De verdad? —Sí, mi hermanita cocinaba... insípido. —Ambos reímos. —Entonces empecé a hacerme cargo de los almuerzos, la comida, bueno, todo. Y ella se casó, y su marido pensó que estaba tan descarriado que un colegio militar era lo que necesitaba. Los primeros ocho meses fueron duros, me golpeaban, castigaban, bueno, se cagaron en mí y en todo lo que me gustaba hacer. Luego empecé a vender droga en el colegio. —No... Álvaro. —Sí. —Y ¿qué hizo tu hermana? —Mi cuñado vino, pagó, me sacó de ahí y me mandó a rehabilitación y a clases de un montón de cosas y terapia. Cuando salí, tenía recién cumplidos 18 y quería matar a mi hermana, pero mi hermana podía retrasarlo si tenía problemas mentales, con drogas o un montón de cosas, y lo retrasó la muy perra hasta los treinta. —Ya quisiera — responde entre risas. —Me puse a lavar platos, la cocina tiene mucho crecimiento, y yo lavé, limpié, ordené, desempaqué, y poco a poco me fueron mostrando una vida de disciplina inalcanzable. Obviamente, no hubiese iniciado ahí sin el apellido de mi familia, pero entendí eso de vivir con lo mínimo, de apenas llegar a fin de mes, de dormir poco y levantarse temprano. Trabajar duro y que no te alcance, algo sobrevalorar, luego… puse mi negocios y comencé a consumir socialmente así que… a la mierda todo. —Eso es impresionante y decepcionante a la vez. —Lo que aprendí es que tenía que crecer solo, tenía que ser individualmente una buena persona antes de unir mi vida a la de alguien más porque, las inseguridades, inmadureces, los miedos, la locura, por qué no las drogas pueden dañarte la vida, pero juntas son letales, Mina. Te veo y sé que estás en ese proceso de encontrarte a ti misma, lo que te gusta y lo que no. Ve a México, cree, y si todo sale bien, sabremos volver a encontrarnos.
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