Ls garras del señor

1523 Words
Toda la vida he querido saber cómo alguien se despierta y toma la decisión: hoy voy a dejar a mi esposa. Siempre he querido saber qué siente y qué piensa esa persona que deja su comodidad y le arranca la felicidad a alguien a quien le procuró amor eterno. Toda la vida he querido entender, porque el "felices para siempre" termina en unos meses y no es infinito como la promesa simplemente lo dice. Yo nunca pensé tener tanto amor como para preocuparme por la posibilidad de la ruptura, el corazón roto o la decepción del amor no correspondido. Yo entendía a la perfección a Demetrio porque pensé un tiempo que la amaba, a su esposa, que la quería sobre todas las cosas, que ella ocupaba un lugar especial en su corazón y que le había fallado una vez, con mi madre o incontable cantidad de veces pero de ello no había registro. La miré, delgada, pequeña, rubia, muy elegante y dulce. Acarició el rostro de Maximiliano y le peinó con sus dedos mientras le preguntaba cuál es el lugar en el que calzaba mejor un proyecto como el de su hermana. —Ambos son preciosos —dice la mujer mientras observa las fotos de los edificios. —, pero este se ve impresionante, muy elegante y sobre todo exclusivo, como la marca de luna. —Sí, me parece bien, pero preferí llamarte —dice Max y ella sonríe, me mira de pies a cabeza, de una forma discreta y extiende su mano hacia la mía. —Un placer conocerte —anuncia la mujer. —Dice Demetrio que son primos —comenta la mujer y tomo su mano. —Sí, lejanos. —Ya, bueno, deberíais venir a casa. —Comenta Alicia Waitly, la mujer de Demetrio. Yo sonrío y suelto su mano mientras ella sigue hablando de los gustos y disgustos de su hija. Yo les propongo hacer un paseo corto por el lugar, sin embargo. No puedo comprometerme más, mi deber es acompañar a Felipe y verme bonita, y eso solo se consigue si voy por mi vestido, un look y definitivamente maquillaje. Me despido de los Waitly y voy a casa, tomo una ducha y pruebo el vestido, un impresionante azul y largo que me ha enviado la amiga de Maximiliano. Tiene bastante descubierto en la espalda, así que ato mi cabello en una cola para que no lo cubra por completo, pero le dé efecto de accesorio. Combino mi vestido con unos zapatos de tacón impresionantes y accesorios en color plata. Finalmente, espero a Felipe. Con la puntualidad que el evento amerita, él pasa a recogerme. Yo le espero fuera de mi edificio y lo veo salir con un traje de tres piezas, el pelo peinado hacia atrás. Mi novio besa mis mejillas, después mi mejilla, me mira a los ojos. Los sostenemos por minutos que se sienten cómo horas y ninguno encuentra las palabras correctas, las que deberíamos decir con tranquilidad. Pero es ahí cuando lo veo. El amor forzado que le llaman. Y entonces Álvaro se me viene a la cabeza, no solo porque ha estado insistente en que le llame, le escriba o lo que se avecina por su cabeza, sino porque con él las cosas fluyen. Con Felipe, hay que forzarlas. —Mina, yo... —Creo... que no estamos listos. —¿Para qué? —Para estar juntos, Felipe. —Mina tenemos un plan... —Sí, pero no quiero ensuciar lo que tenemos con celos, infidelidades o verdades a medias. Quiero recordar esto con cariño toda la vida. Y la verdad, lo mejor es terminar. Felipe se queda en silencio, podemos escuchar el ruido de todo o que nos rodea, pero el disgusto en su rostro es evidente y mayor en su voz cuando finalmente pregunta: —¿Hay alguien más? —No. —¿Entonces simplemente has ido a trabajar y se te borró el amor por mí? —He dicho todo lo contrario. Expliqué que te amo, pero tenemos planes diferentes, entre ellos no considero justo hacerte perder el tiempo o esperar algo que no va a pasar. No voy a ir a México y tú simplemente entenderás que me gusta ir a trabajar. No iré a México y será más fácil para ti. No me iré a otro país con la promesa de que las cosas cambiarán sin que pongamos esfuerzo, que no va a servir de nada. Nos miramos con tristeza el uno al otro porque en el fondo Felipe sabe que tengo la razón, el amor no tiene que ser incansablemente difícil, no debería sentirme incómoda por trabajar demasiado y menos nerviosa por mirar hacia una dirección u otra, amar, no debería ser sinónimo de celos y justificaciones. —Podemos... retomar esta conversación cuando regresemos? —pregunta Felipe y como no tengo nada más que decir abro la puerta y salgo del auto. Él sale poco después y vamos juntos a saludar a sus padres, a su abuelo y a la familia en general. Estoy conversando un rato con Enrique y su esposa cuando esta última me señala a su hermano en el bar. —¿Todo bien? —Sí, seguro es el trabajo. —Mina, quería hablar contigo —comenta la hermana de Felipe, esta se encarga de alejar a su cuñada de nosotras y su hermano se cruza de brazos. —No entiendo cómo eres tan grosera. —Quiero decirte esto enfrente de mi hermano —Replica la mujer. —Si no quieres cagarte en la vida de Demetrio, termina con Felipe, —me muestra su teléfono y en ella está mi partida de nacimiento, como única familia se lee su nombre y yo la miro a los ojos. Enrique le pregunta si ha enloquecido y me aparto de ellos dos. No puedo con la amenaza de arruinarle la vida a personas inocentes por gusto de una cabrona como Carlota, pero no tengo con qué igualar su oferta, con qué competir, y la verdad es que lo mío con el hombre que se sentó en el bar apenas llegar está terminando. No se trata de Demetrio o de mí, se trata de la imagen tan reducida que tienen sus hijos sobre la clase de hombre que es. Su esposa, la mujer de casi sesenta años con quien comparte esta vida, no parece merecer sus desórdenes retratados en periódicos, revistas y televisión. Busco con la mirada la salida del lugar. Un hombre se me acerca y me dice lo hermosa que me veo con ese vestido. Le doy las gracias y me aparto en busca de la salida. Definitivamente, no me queda nada por hacer aquí. Busco cómo alejarme del ruido, de la imagen de la pareja perfecta conformada por mis exsuegros. Un Felipe molesto e intoxicado por el alcohol, que no ha parado de beber desde que llegamos, me mira y camina hacia mí. Su mirada se encuentra con la mía y deja la copa de whisky en la barra para acercarse a mí. —¿A quién buscas? —pregunta.— ¿Estás interesada en tu próxima presa? —Felipe, estás borracho y creo que lo mejor es que nos vayamos. —Quédate, por favor, insisto, quédate y búscate un novio o un marido que te mantengan —dice y le empujo. —Nunca me has mantenido —Felipe me toma de la muñeca y el jalón que me da nos hace ganar unas cuantas miradas. —No Dios guarde... eso... eso... podría hacerme egoísta, lo tuyo es ponerte de cuatro patas y que te follen por todos lados —dice y me toma del rostro. —¿Cómo cobras ahora, en propiedades o billetes? —Suéltame, Felipe, estás borracho y me estás lastimando. —Felipe, suéltala —interviene Enrique. —¿Te estás escuchando? —Es una puta, es una perra, eso es lo que es. La gente a nuestro alrededor nos mira, y yo me aparto de los hermanos Ferroso. Simplemente, me voy caminando hacia la salida, con mi frente en alto y no hago falta prometerle nada a nadie. Tan lejos como esté de ellos, mejor para mí. Una hora más tarde llego a mi apartamento y veo a Álvaro dormido con un par de pizzas en el regazo. Me acerco y le toco el brazo. —¿Qué pasa? —pregunta asustado. —Hola. —No aceptas un no por respuesta. —Solo... parece que se te olvidó responder —comenta divertido. —He tenido la peor noche de mi vida. —Te ves preciosa, seguro que donde sea que estuvieras te veía hermosa. —Gracias —respondo y abro una de las cajas de pizza, cuatro quesos y mitad vegetariana. —No quiero tener sexo —reconozco. —Pero tampoco quiero estar sola. —Cenaremos, dormiremos y hablaremos mañana —propone Álvaro y asiento. Él se pone en pie y le señalo los elevadores mientras me acerco al guardia de turno. Le doy propina y le doy la orden de no dejar entrar a nadie, especialmente al señor Felipe Ferroso. Este asiente, y yo me despido para subir con Álvaro hacia mi apartamento.
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