Inténtalo

1696 Words
Raúl y yo siempre hemos tenido una de esas relaciones que no hay que forzar. No necesitamos mentirnos ni fingir. Solo somos Raul y Mina, y por eso podemos ir a un restaurante italiano, pedir todas las cosas que se nos ocurran y comer como los gordos que seríamos si no corriéramos unas diez veces al día. —Entonces, ¿qué pasó con el muchacho y el señor? —Nada, con el señor… no creo que funcione. Y Felipe… —Ferroso. —Sí, es muy celoso y quiere que esté todo el día con él. Obviamente, mi deseo no es ser la mujer de muchos hombres, pero tampoco de uno solo. Me prostituyo porque no sé hacer otra cosa, no porque quiera. Y tampoco me gustaría iniciar una vida con alguien en la que dependa 100 % de lo que quiera hacer o darme. —Claro, necesitas independencia. —Sí. —Y has valorado estudiar, mi oferta sigue en pie. —Es muy generoso de tu parte, pero he sucumbido y he conversado con mi padre —respondo—. Él piensa darme una herencia temprana. Realizaré un curso de bienes raíces y administración de inmuebles, y en unos meses me dedicaré a eso. —Es genial, Mina. Crees que eres tonta o débil, pero la verdad es que eres inteligente y, a diferencia de muchos, puedes entender las emociones de los demás sin demasiadas explicaciones. Eso... es oro. Mucha gente no cuenta con inteligencia emocional y académica. Lo único que te hace falta es trabajar en el autoestima y serás imparable. —¿Tú crees...? —Estoy muy seguro. En todos mis años de terapia he escuchado eso, que sin inteligencia emocional y autoestima, la inteligencia académica termina siendo insignificante. No puedes gestionar nada de lo que hace la vida brillante. —Cuéntame de ti. —Nada fuera de lo normal. Mi esposa y mis hijos andan visitando a su madrastra en Texas unos días. Yo trataré de ir el fin de semana. Y todo va bien. —¿Tu hermano? —Está en paz. Los dos conversamos por horas mientras comemos pizza y raviolis buenísimos. No puedo dejar de preguntarme por qué nos avergonzamos por comer cuando es tan rico. Esa noche regreso a mi casa sola, pero recibo un mensaje de Brenda. Brenda: ¿Nada de él? Mina: No. Brenda: No quiero ser esa amiga que cada vez que tienes un problema te recomienda mandarlo a la mierda, pero quiero que sepas que vales demasiado. Mereces un hombre que pueda afrontar tus defectos, tus virtudes, ayudarte a perdonar tu pasado, pero sobre todas las cosas, que quiera construir el mejor futuro para los dos, no para él o para ti, tiene que ser juntos. Mientras llega, quiero que sepas que siempre tienes una mano a la que aferrarte. Mina: Te amo mucho. Brenda: Yo te amo el doble. Te lo prometo. ¿Vienes a comer mañana? Mina: Sí, pero llevo la comida yo hecha. A la mañana siguiente, tan temprano como me despierto, tengo a Demetrio llamando a la puerta. Viene con el desayuno comprado y con lo que parece ser un asistente. Los dos compartimos una mirada y él sonríe. —¿Te desperté? —Sí. —Lo siento, cariño. Son las siete de la mañana. No sabía que dormías hasta tan tarde —Me da un beso en la mejilla—. Voy sirviendo el desayuno mientras te arreglas. Este es Franco, es quien nos ayudará con la mudanza. —Oye, hablando de eso, sé que tienes buenas intenciones, como un apartamento cerca del parque y todas esas cosas preciosas que hay en tu imaginación, pero me gustaría comprarlo yo. —Pon la prima y yo pago el resto. —Es mucho abuso. —Me puedes pagar a cuotas, pero es importante buscar un lugar de fácil acceso al trabajo, alimentos, compras y lo que sea que quieras hacer, sobre todo si eres una mujer sola en la ciudad. —Vale, lo que el señor diga. Él ríe y yo voy corriendo a mi habitación, tomo una ducha más corta de lo usual, me ato el cabello y me pongo ropa semi formal porque no quiero que me tomen como una persona poco seria. Cuando salgo, apenas me estoy maquillando, pero Demetrio parece estar deteniendo otro tipo de crisis. —Hijo, Max, dame hasta la tarde y hablamos —le pide Demetrio, escucha a su hijo un par de minutos más y asiente un par de veces antes de despedirse. Es obvio que está preocupado, pero no dice nada. Me invita a indicarle a Franco qué cosas debe empacar y yo les comento que es algo mío lo del cuarto, y el joven se va a revisar. Tomo asiento y me sirvo un poco de café. Le sirvo un poco a Demetrio y él me da las gracias antes de poner el desayuno frente a mí. Es todo un desayuno Mainvillano, cargado con todos los extras, y lo disfruto al máximo. Está espectacular. Demetrio me lleva por casi toda la ciudad y vemos apartamentos de lujo. Observo las diferencias y todos los espacios, y él me hace sus recomendaciones. Por ejemplo, mínimo tres habitaciones porque uno no sabe cuándo necesita albergar visitas y tampoco sabe cuándo tendrá hijos de la nada. Lo veo sorprendida y él se ríe. También me habla de las áreas residenciales, los lugares pet-friendly y yo asiento, impresionada por todo lo que me dice y pregunta. Demetrio verifica hasta la dirección en la que se baja la cadena y yo me río a carcajadas ante su minuciosidad. Nunca he visto a nadie tan detallista. —¿Te ha gustado alguno hasta ahora? —La verdad, sí, un par, pero me preocupa el precio anual de los condominios y me preocupa el espacio. Muy pequeños, muy apretados. —Vale, tengo una opción más amplia. Cinco cuartos en un Penthouse, oficina con vista al lago y un poco más lejos del centro —comenta Demetrio—. Es mi última opción. —Puedo negociar la cuota a cinco años. Yo asiento nerviosa y él me lleva a su auto. Asegura que hay otros estilos de casas que podrían ajustarse mucho más a lo que estoy buscando, y así lo hacemos. Intento tranquilizarme, pero cuando vamos a esta última casa entiendo que la búsqueda ha valido la pena completamente. Tiene cinco habitaciones, la principal muy grande, con baño. Una oficina pequeña, un gimnasio en casa pequeño, no más de lo que puedo ocupar. La cocina es amplia y una sala con vista. Y lo que más me gustó, un par de terrazas. Puede que ya no esté en el primer piso de nada, pero lo tengo todo aquí arriba. Me fijo en el precio de la prima y es perfecto porque puedo pagarlo al completo y aún tener un fondo de dinero del que he ahorrado. —¿Te gusta? —pregunta nuevamente Demetrio. —Me encanta. —Excelente, vamos a quedarnos con este. ¿Puedes, por favor, tenerlo listo para esta misma semana? —pregunta Demetrio y yo asiento. Él me pregunta si quiero ir a comer, y acepto porque me duelen los ojos y muero de hambre. Vamos a un restaurante pequeño a unas cuadras de aquí y Demetrio insiste en felicitarme por la compra, y yo le agradezco por su ayuda. Justo cuando llega la comida, recibo una llamada de Felipe, y decido ignorarlo, por mi bien y por el suyo. No tengo por qué sentarme a esperar y tampoco tengo que conformarme con que todo sea perfecto si se juega exclusivamente bajo sus reglas. Después de comer con el señor Waitly, voy y firmo todos los documentos por la propiedad que estoy adquiriendo. Él me entrega una tarjeta y me dice que como regalo puedo comprar unos cuantos muebles. Sonrío y le doy las gracias, justo antes de despedirme, y me promete que tan pronto como mañana en la tarde estarán mis cosas en el lugar. Compro la cena como prometí y desde temprano en la tarde voy con Brenda y todos a conversar un poco. El papá de mi amiga se ve moldeado por venir de trabajar en la construcción, y Brenda está algo más delgada. —Quiero hablarles de algo. —Uy, qué formal. —Siempre me tomo todo muy en serio —aclaro a Rod. —Yo... le he pedido ayuda a mi padre y con lo de mi liquidación he comprado un apartamento. Es algo grande para mí y creo que los tres cabemos perfecto. —Aahh, felicidades, princesa. Un apartamento es algo grandioso —me felicita Rod. —Ya sé eso, lo que quiero decir es que quiero que vivan conmigo, los dos. Yo tengo espacio de sobra y me gustaría compartirlo con ustedes. —¿A cambio de una renta? —pregunta Brenda. —No, lo que sobre de renta pueden utilizarlo para tu universidad u otra cosa. —No creo, Mina. No es lo mejor. Este es un regalo que te han hecho y que tú misma has comprado para ti. No me parece justo. —Ustedes son mi única familia. —Sí, pero no puedo aceptar vivir arrimado en tu casa. —Entonces paga una renta. —Ni siquiera si fuera 100 % tu dinero aceptaría. Te felicito, de verdad estoy muy orgulloso de ti, pero no puedo mudarme a tu espacio —insiste Rod, y Brenda sonríe antes de venir a abrazarme y felicitarme. Esta noche, cuando regreso a casa en taxi, por última vez a este lugar que llamo hogar, me encuentro con él, Felipe, sentado en las escaleras, esperándome. Lo miro y él a mí en silencio, antes de ponerse en pie y acercarse. —¿Qué estás...? —intento preguntar, pero me abraza y me besa. Me envuelve en sentimientos que busco sentir, en otros que intento mantener guardados en un cajón y no sacar nunca. Lo encuentro en cada límite de nuestros cuerpos, porque somos uno. Somos Felipe y Mina, y sus labios saben a promesa, a que tendremos todo lo que soñamos y más, mientras estemos juntos. Al menos eso intento creer.
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