Kagome mantenía su cuerpo pegado a la pared tratando de arrinconarse lo más que podía. Veía a las ratas pasar por sus pies y la piel se le erizaba, a ella no le gustaban las ratas. El frío de aquel lugar no ayudaba. Su cuerpo pedía a gritos una cobija o algo con que cubrirse, pero nada, ella necesitaba con urgencia el calor.
Los labios de la chica no dejaban de temblar a causa del frío y del llanto silencioso que brotaba de todo su ser. Un quejido se escapó de sus labios cuando su pie se raspó con un algo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que ese hombre la dejó allí. Solo sabía que debía escapar para no vivir nuevamente esa tortura.
Su estómago gritaba por comida y su garganta por algo de agua, pero en ese lugar solo había suciedad, oscuridad y soledad. Ella estuvo gritando por ayuda tal vez las primeras 2 horas, pero su garganta no soporto y ella tampoco. Necesitaba escapar. Ese era el único pensamiento que la joven tenía. Ella sospechaba que ya era de noche pues antes había un leve reflejo, pero ya ni eso. Oscuridad era todo lo que habitaba y ella temía y mucho.
Cuando escuchó ruidos y luego la luz nuevamente, sus ojos reaccionaron cerrándose. Parpadeó varias veces antes de mirar.
—Levántate mujer—así lo hizo, aún con las piernas doliéndole por la posición en la que estaba anteriormente.
Su cuerpo temblaba y eso hizo que Inuyasha sienta satisfacción. Ningún humano y menos ella tenía el derecho que hablarle en aquel tono, se dio cuenta de que la mujer no era tan sumisa como su rostro presentaba. Aunque eso no le importaba, la iba a volver dócil de cualquier manera y eso era algo que nadie iba a impedir.
Abrió el candado y consiguiente la celda. Vio los ojos rojos de la chica y sonrió. Ella como cualquier humano era vulnerable.
—¿Te gustó tu estadía en el lugar?—Kagome cansada levantó la mirada.
—No—musitó bajito.
—Eso pensé. Vete a tu alcoba—Kagome lo hizo, se alejó de aquel demonio con cuerpo humano, huyó de él.
Recordaba donde estaba la maldita alcoba gracias a que tenía buena memoria. Adentro se desnudó y fue a bañarse. Se sentía mugrosa. Gimió de dolor al recordar su raspón gracias a la fría agua. Ya lista se puso ropa y se acostó. Estaba agotada.
Inuyasha miraba a la chica que llevaba marcas con colores oscuro. La chica parecía más frágil que la última vez.
—¿Eso es todo lo que me darás?—preguntó haciendo que la joven levante la mirada. Una sonrisa sensual se posó en sus labios. Su cuerpo desnudo en la habitación del peli plata era todo un mérito.
—¿Por qué es ella la elegida mi príncipe?—preguntó con esa voz que detonaba pasión—yo he sido tan buena, amable y bondadosa con usted—murmuró acariciando la anatomía del hombre.
—Ella tiene algo que jamás entenderás—la chica lo miró directamente a los ojos.
—¿Qué es eso majestad?—la chica gimió al él golpear su trasero.
—No preguntes tanto—gruñó.
***
Kagome escuchó un sonido a pesar de estar sumida en un sueño profundo. Se levantó sintiéndose cansada, su cuerpo le pedia a gritos continuar descansando, pero sabia debía estar alerta. no confiaba para nada en las personas que ocupa aquella gigantesca mansión que se había convertido en su jaula. En su prisión. En su cautiverio.
—Despertaste mujer—ella se incorporó mirando a Inuyasha fijamente, tratando de que el odio que sentía por él no la delatara, no quería pasar otro día en aquel lugar.
—Mi señor—murmuró sintiendo la humillación de tener que hacer reverencia contra ese ser despreciable.
—El vestido que usarás lo traerán en un momento, te quiero lista—ella asintió y él sonrió—espero que no me guardes rencor, pero debes saber quien manda aquí. Eres mía, un objeto que compré y que tienes que agradecer que la haré mi esposa y no una concubina más—tragó en seco.
—Gracias mi señor, y perdone mi comportamiento de antes, no volverá a ocurrir—comentó en voz baja, suave, dócil, Inuyasha sonrió al ver su actitud.
—Eso espero, ya sabes lo que ocurre cuando me molesto un poco—Kagome tragó en seco y vio como el enorme cuerpo de ese hombre desaparecia al él cruzar la puerta y luego cerrarla.
Suspiró sintiendo el odio comenzar a florecer en su corazón. Cerró los ojos para luego levantarse y bañarse. Al salir sus ojos se abrieron al ver el vestido tan desvergonzado que había en su cama. Una chica que la miraba de mala manera esperaba al lado del vestido de pie. Kagome tragó en seco dándose cuenta de que vestidos así de descubiertos solo los había visto al pasar a comprar algunas cosas necesarias en la casa y lo traían puesto aquellas mujeres que intercambiaban su cuerpo por dinero.
—¿El señor dijo que me traerían un vestido ¿es ese?—preguntó temiendo la respuesta.
—Si, yo la ayudaré a vestirse—Kagome cerró los ojos un momento para controlar las ganas inmensas que tenía de llorar.
—Pero ese vestido—murmuró sin querer continuar.
—Es el que el señor eligió, la ayudo a cambiarse—mascullo la joven sin mucho entusiasmo.
Kagome aún sintiendo como sus mejillas se enrojecian se dejó ayudar sintiendo como la tela se ajustaba de una manera muy sensual en su piel. El tono blanco a pesar de ser muy bonito, dejaba el encanto cuando la tela solo ajustaba sus pechos y el enorme escote en sus pechos no la ayudaban para nada. El collar que se ajustaba a su cuello era un símbolo, y Kagome conocía cual era y eso solo la asustó.
—¿El señor dijo algo más?—preguntó de repente tragando en seco.
—Que no use calzado—Kagome frunció el ceño sin entender nada. La chica retocó su pelo en una coleta y al terminar le dijo que baje. Con el miedo grabado en cada poro de su piel Kagome anduvo buscando al tirano que ahora gobernaba su vida.