Cuatro

1067 Words
El calor que Kagome sentía en todo el cuerpo fue lo que la hizo despertar jadeando en busca de oxígeno. Sentía su piel extremadamente caliente y no era por tener fiebre, la calentuta de su cuerpo era algo fuera de lo que había sentido jamás. Su piel estaba muy sensible al tacto y esa era la primera vez que experimentaba aquella sensación. Su cuerpo iba vestido con la misma ropa del día anterior. No recordaba cuando había caído dormida, pero si que tenía mucha hambre por pasar todo el día en la cama. Captó movimiento y levantó la mirada llevándose un susto de muerte al ver a su futuro esposo mirarla en silencio. Sus ojos, como el día anterior, no mostraban nada de lo que pensaba y eso mantenía a la chica en alerta. —Buen día mi príncipe—Kagome se inclinó un poco aún sentada en su cama. Él no respondió, simplemente la miraba. —Te quiero lista—se acercó a ella y se sentó muy cerca de la azabache poniéndola en tensión—no me gusta esperar, así que trata de estar lista antes que llegue a tu alcoba ¿estamos? —ella asintió sin poder pronunciar palabra alguna. El hombre olisqueó su piel y se alejó de ella. Salió de la habitación dejando a la chica temblorosa del miedo. Odiaba a ese hombre. Kagome se alistó y caminó por donde el día anterior la habían guiado. Mordiéndose los labios y sus manos sujetando su vestido añoró tener otra oportunidad de ver a Hoyo y decirle lo mucho que lo amaba. Recordarlo solo hizo que la herida en su pecho creciera, como extrañaba a ese chico que robaba sus pensamientos, suspiros, como deseó tantas veces que fuese él su esposo y ahora su esposo sería una persona que no conocía para nada y a la cual le tenía miedo. Había algo en ese hombre que gritaba peligro. Kagome bajó las escaleras encontrándose a Inuyasha tomando té, lo supo por el olor, ese té era el favorito de ella. —Come—otra orden. En silencio Kagome tomó lugar y desayunó. Aún cuando su estómago le decía que no lo hiciera—no te esperes una ceremonia como boda. Nosotros celebramos de otra manera el comprometernos en matrimonio—confesó el hombre. Kagome limpió sus labios y enderezando su espalda lo miró. —¿Y cómo lo hacen?—los fríos ojos dorados quedaron en ella y se dio cuenta de lo que faltaba—mi señor—Inuyashs sonrió. Suya, esa chica era suya y de nadie más. —Ya lo verás, termina de desayunar—eso hizo aún odiando ls ideas de que la controle. Al terminar esperó a que su futuro esposo le diga que hacer—sígueme—eso hizo. Lo siguió por otros pasillos que conectaban con el jardín. Kagome amaba ls naturaleza, era como si vivía de ella. Con una sonrisa miró el hermoso jardín inundado de todo tipo de flores. Era hermoso. Era tan colorido. Era vida lo que a ella le estaban arrebatando. Miró de reojo al alto hombre que caminaba un paso más adelante que ella como guía. Él estaba robando su vida, su libertad. Y eso ella no lo iba a permitir. A pesar de que Kagome parecía distraída mirando el jardín en realidad se perdía en los pasillos que dejaba atrás. Estudiaba con la mirada si era posible escapar de esa fortaleza o si debía desistir. Habían guardias en todos lados. Eso causó que la chica maldiga en su interior. —Tu padre te vendió s mi—la voz de ese hombre hizo que la chica lo mirara. Cruzaron a otro pasillo. —Eso lo sé—respondió sin poder evitar. Su futuro esposo dio la vuelta para mirarla detenidamente. No le gustó para nada el tono utilizado por la chica. Inuyasha observó su nueva adquisición. No negaba que cada vez las escencias de las chicas eran mejores, pero la de esta lo tenía impactado. Tambien su belleza. A pesar de que sus manos demostraban trabajo forzoso por un largo tiempo, esos grandes ojos marrones brillaban. Inuyasha atribuyó el que esos ojos hipnotizaban al poder que guardaba la chica en su interior. No podía ser posible que esos ojos lo dejen de esa manera. A pesar de llevar ropa el sentía a la chica, un mal cuerpo ella no tenía. De hecho, él había estado fantaseando con el momento en donde podría marcarla como suya. Donde bebería de esa escencia que lo estaba enloqueciendo. Inuyasha estaba perdido por el poder de la chica. Se acercó a ella sujetando su mentón con fuerza, la chica soltó un quejido de dolor y eso le hizo sonreir. —Ten cuidado, pero mucho cuidado con el tono que utilizado para hablarme. No eres más que una mujer que compré, eres aquí una sumisa y por tu bien espero que tu mente no lo olvide—cada vez incrementaba la fuerza en su mano y Kagome sabía que le quedaría un color oscuro en ese lugar—como no te has portado bien, te llevaré a la sala de reflexión, para que pienses bien antes de volver a decir o utilizar tonos que no me agradan—la tomó de la mano y la hizo caminar. Los ojos de Kagome estaban guardando lágrimas por la humillación que sentía en aquel momento. Odiaba a ese hombre. ¿Cómo podía tratarla de aquella manera y hablarle así? Kagome solo se dio cuenta de que bajaban a un sotano cuando ya era tarde. —¿Qué es este lugar?—su voz templó al desconocer. —Este es el calabozo donde estarás hasta que reflexiones—Inuyasha de un golpe fuerte y un empujón la dejó caer dentro de una de las celdas. Cerró la puerta colocando el enorme candado y conservando la llave. —¿No me dejarás aquí cierto?—preguntó temerosa la chica ignorando el dolor que su cuerpo sufría a causa del brusco movimiento que el chico hizo en ella. —Aquí estarás hasta que reflexiones, eres mía, callada hasta que yo lo diga. Ya no te perteneces, me perteneces a mi y hasta que eso no te puede claro, no saldrás de aquí—ignorando las suplicas en llantos de Kagome, Inuyasha salió dejándola en aquel frío y sucio lugar sin darle una última mirada.
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