Tres

991 Words
Kagome despertó agitada cuando el carruje se detuvo, sus ojos se sentían cansados. Bostezó cansada del viaje y su espalda le gritaba que necesitaba un masaje urgente. La puerta se abrió y el mismo hombre que la había separado de el agarre fuerte de la mano de su madre sobre ella la miraba con indiferencia. Kagome salió estirando su cuerpo, el vestido flojo le llegaba hasta los tobillos y su cabello alborotado era algo lindo de ver dependiendo de la persona que la observara. Claro que en el caso de los guardias la miraban con curiosidad. ¿Cómo alguien tan normal iba a casarse con uno de los príncipes del Oeste? Ellos habían visto desfilar a mujeres mucho más hermosas y voluminosas que esa simple chica que ahora miraba todo maravillada, no comprendían que le pasaba a ese príncipe de pocas palabras las cuales solo pronunciaba si estaba de buen humor, o cuando se levantaba muy juguetón y solía hasta "bromear". La enorme fortaleza que ante los ojos chocolates se mostraba la maravilló y a la vez que la aterró. ¿Cómo espacapar de ese lugar? Los nervios de Kagome la hicieron tropezar cuando ella intentó caminar al llamado de el hombre de antes. Aún mirando los grandes muros rústicos que se levantaban con fiereza. Entró en silencio con total seriedad. Los pasillos la hacían sentir tan pequeña que se encogió en su lugar. Un frío recorrió su cuerpo como recordatorio de que estaba ingresando a un lugar peligroso, Kagome solo esperaba que el viejo que se quería casar con ella no la obligara hacer cosas que ella no deseaba. El hombre se presentaba cuando llegó a un enorme salón, pero Kagome solo miraba las grandes pinturas tétricas que habían en las paredes. Los pasos del hombre de antes se escuchaba alejarse y eso hizo reaccionar a la chica. La miraba de Kagome se desplazó con temor a lo que encontraría, pero en lugar de sentirse aterrada su ceño se frunció mirando al alto hombre que estaba parado al otro lado del salón. Era la primera vez que Kagome miraba una cabellera tan larga y de aquel color tan peculiar, el plata más brillante que sus ojos habían podido admirar. Esa hermosa cabellera era adornada con un rostro sacado del cielo. Kagome miró esa mina dorada que era su miraba y sintió como si alguien le gritara que era peligroso. Retrocedió un paso mirando con recelo al hombre. —¿Quién eres?—preguntó al fin mostrando una confianza falsa, pero era eso o estar temblando y por muy cobarde que ella se sintiera en aquel momento, no dejaría a nadie verla vulnerable de esa manera. —Soy Inuyasha Taisho, tu futuro esposo—respondió con voz neutra que solo causó un mal presentimiento en la azabache. —Eso no pue... Sus palabras se perdieron al recordar las de su madre. Ella debía ser inteligente y actuar prepotente en aquella situación no le servía de nada. —Identifícate, futura esposa—Kagome reunió la paciencia que poseía para no mandarlo al infierno y largarse de esa fortaleza. —Mi nombre es Kagome Higurashi príncipe, tengo 20 años y estoy... Inuyasha dejó de escuchar toda la habladuría que tenía que decir la chica, el aroma de ella lo tenía enloquecido, con ganas de soltar su bestia interior y por fin saciar la sed que tenía de ella. Sin poder luchar más sus ojos se deslizaron por el el pelo de la chica que caía suelto en su espalda. Con sus ojos grandes chocolates aterrada, pero pareciendo tan valiente, esa cualidad se le antojó apetitosa al príncipe quien en su interior sonría. Siguió su recorrido deteniéndose en los labios rosados de la chica que no paraban de pronunciar palabras mudas para sus oídos, todo lo que Inuyasha podía percibir era el movimiento que hacían. Sus ojos siguieron más abajo deteniéndose un tiempo considerado en su cuello, la piel limpia y suave que estaba en ese instante lejos de su alcance, pero que pronto ya no. Él podría saciar esa hambre por ella que lo estaba volviendo loco. El vestido amarillo que traía cubría desde sus hombros hasta sus pies, y eso tenía a Inuyasha molesto ya que no podía disfrutar de su anatomía como él deseaba. —Silencio—Kagome silenció al escuchar el sonido de su voz. La incomodidad que sentía era palpable. Ella era consciente de que la mirada de ese hombre sobre ella era lujuriosa. Lamentablemente para Kagome no era la primera vez que un hombre le regalaba era asquerosa mirada—espero que seas una buena esposa, Jaken te enseñará tu dormitorio, nunca le pongas seguro a la puerta, me gusta entrar cuando quiera sin problemas—Kagome sentía como su alguien la abrazarse desde atrás, pero miró de reojo y no había nadie. ¿Estaba enloqueciendo?—puedes retirarte—sin esperar un segundo más se dio a la fuga con el hombre que la guiaba en silencio. Los pasillos enormes y todo lo que sus ojos captaban eran objetos costosos que pensó jamás tener el poder de observar de cerca. —Aquí es—Kagome entró y el mismo hombre cerró la puerta. La enorme habitación la dejó impactada. La habitación que tenía cuando vivía en su casa debía compartirla con Kikyo y era una pequeñita parte de lo que era esta. Kagome revisó todo buscando objetos con los cuales poder defenderse y luego buscó por donde poder escapar. Abrió la ventana y salió al balcón. No, si bajaba por ahí moriría por la altura o por el ataque de pánico que le daría. Cansada entró y se acostó sin saber que cada movimiento que realizaba era visto por cierto peli plata que se mantenía con los ojos cerrados en su despacho. El no necesitaba mirar si la tenía dentro de su jaula. Su esencia era suficiente para él poder saber todo lo que la chica hacía.
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