Lo miro directamente a los ojos. Esos ojos negros, tan negros como su alma. Sus palabras crueles retumban en mi cabeza, la sentencia no pasa desapercibida para mí.
Mi sentido de la razón, me pide que huya, que corra lejos de él, de esta casa, de su familia y me vaya bien lejos donde no pueda tan siquiera mirarme, pero mi otro lado, ese que no se deja vencer, humillar o tan siquiera amenazar, quiere dar replica.
—No.
—¿Qué dijiste?
Su semblante cambia a uno sombrío, malévolo y amenazante, pero no flaqueo.
—Lo que oíste, Ares. Si termino o no embarazada, igual me iré, y lo haré sin llevarme ni un centavo de tu dinero.
—¡No lo harás! —su grito retumba en todo el amplio comedor junto con el golpe en la mesa.
—Si lo haré. Puede que seas mi esposo, puede que nuestra unión no haya sido la más correcta, pero no tienes derecho sobre mi cuerpo, muchos menos tomar una decisión que solo a mí me compete. ¿Tan cruel eres como para asesinar a tu propia sangre? —lo enfrento colocándome de pie—. Ojalá que no esté embarazada, ojalá que nunca pueda estarlo para que cuando tú mueras, muera contigo tu legado y tu descendencia. Eres un hombre malo y despiadado que oculta su naturaleza detrás de un fino traje, pero recuerda esto; yo también puedo ocultarme detrás de esta cara angelical. Bien que se aplica el dicho contigo; “es mejor un demonio conocido, que un ángel por conocer”. No te confundas conmigo —siseo con calma fingida.
Sin importarme a que esto sea mi destierro, lo miro directamente a la cara. Siento que mi corazón saldrá de mi pecho, incluso, creo que mis latidos pueden oírse. Por unos segundos, pienso en irme de aquí y no comer, pero eso sería hacerle considerar que le temo, y aunque no es mentira, es mejor no demostrarlo a la primera.
Ya bastante asustadiza me vio cuando me echó de nuestra habitación cuando despertó.
Vuelvo a tomar asiento bajo su mirada afilada. No bajo mi cabeza, noto que la contención de su crueldad está a punto de explotar y salir a la luz. Me la he jugado, pero si deseo sobrevivir aquí, lo haré siempre con mi voz en alto.
«No soporté un año entero para nada»
—Acércate —me ordena.
Frunzo mi rostro, incluso vacilo en sí hacerlo o no, pero basta una mirada a sus hombres para ponerme de pie y hacerlo. No deseo ser tocada por esos perros con traje.
Me levanto con mi frente en alto, sintiendo la adrenalina recorrer mi sistema. Cuando eso me sucede, simplemente no soy yo, y temo por lo que vaya a suceder ahora. Él me mira atentamente, su semblante me advierte una cosa; peligro.
Pero no me detengo, decido darle cara y enfrentar mi amenaza con dignidad, porque por mucho que me haya defendido, sé que he cometido una falta y eso él no lo dejará pasar.
Justo cuando estoy por acercarme, él extiende su brazo y me sujeta con fuerza de mi muñeca, causando que apriete mis dientes para evitar demostrar dolor frente a él el dolor que me causa.
—Vuelve a amenazarme frente a mis hombres o frente a quien sea y lo lamentarás, Abigaíl, ¿te quedó claro?
Brama cerca de mi rostro con rabia, ira contenida y ganas de hacerme llorar, pero no lo permito.
—Me estás haciendo daño.
—¿Y crees que eso me importa? —me acerca más a él—. Te hice una pregunta, exijo una respuesta.
—Ha quedado más que claro, Ares.
Sus ojos oscuros muestran lo oscuro de su alma. Por unos segundos, me escanea mi cara con su mirada para luego soltar su agarre y retomar la compostura con espalda recta.
—Aclarado eso, te sentarás a mi lado para poder desayunar en paz.
Siento que mis dientes se romperán en cualquier momento de tanto que los aprieto para no echarme a llorar.
Mis piernas tiemblan, mi corazón late demasiado fuerte, pero no le demuestro temor. Tomo asiento a su lado y con un leve temblor en mis manos, comienzo a comer ignorando su intensa mirada.
Todo permanece en silencio, solo se oye el sonido de los cubiertos en el plato. Por momentos siento que me ahogo, que me asfixio dentro en medio de un espacio tan abierto, pero sé que son mis temores lo que me están traicionando. Termino de llevarme el último bocado a mi boca, mastico, trago y bebo del zumo de naranja.
—Ya terminé, ¿puedo retirarme, o necesitas decirme algo más?
—Puedes hacerlo, y no olvides mis palabras.
Sin verlo a la cara, me levanto de mi lugar. Salgo de comedor sintiendo el peso de su mirada en mis hombros, pero no le demuestro un semblante abatido. Llego a las escaleras que dan hacia la parte de arriba y justo en ese momento, me topo con la señora Eliza. Ella, al verme, me da una mirada apenada.
De seguro oyó el grito, y presencio todo
—Vamos a ponerle hielo a esa muñeca.
—¿Puede ser en mi habitación? —pregunto en voz baja—. No quiero que me vea llorar.
Mis labios tiemblan, y siento el ardor en mis ojos.
—Espéreme ahí, iré en seguida.
Me sonríe dulcemente antes de irse a la cocina. Subo las escaleras casi que corriendo y cuando llego a mi habitación, avanzo hacia las ventanas y las abro para tomar un poco de aire fresco. Salgo al balcón y tomo asiento en una de las sillas acolchadas y me siento mirando hacia el jardín mientras acaricio con mi otra mano mi muñeca lastimada.
No hago ruido, solo dejo que mis lágrimas rueden por mis mejillas hasta caer en mi pecho. Tomo aire, busco la manera de calmarme y no desmoronarme.
«Necesito ser fuerte»
De nada más imaginar que esté posiblemente embarazada y él me obligue a abortar, me da terror. En mi mente, le ruego a Dios porque eso nunca suceda. Sé que los médicos dijeron que era fértil, que estaba bien, pero justo en este momento, ahora deseo tener un vientre seco, dañado y que nunca geste un hijo de ese hombre despiadado y cruel.
La señora Eliza entra y sin decirme ni una palabra, coloca una bolsa de gel frío en mi muñeca. Ella permanece en silencio mientras yo solamente respiro profundo y dejo que mis lágrimas saquen todo lo que siento justo ahora.
—Fuiste muy valiente allá afuera…
Su voz maternal me saca de mis cavilaciones.
—Creo que mi valentía es más una osadía, pero si por esa “osadía” detendré el que me haga daño, seré siempre “osada” con él.
—El señor Ares no es malo… —volteo al fin a mirarla con una ceja alzada—. Nada más es un hombre herido por el pasado, señora Abi… yo estoy segura de que si usted supiera la verdad, comprendería un poco el porqué de su actitud.
—¿Tú me lo dirás? —pregunto algo curiosa.
Ella niega de inmediato.
—No me compete a mí develar secretos ajenos. Algún día, su esposo se sentirá con la necesidad de decirle la verdad, y ahí usted decidirá si justificarlo o no.
Frunzo mis labios.
—Considero que si él supiera los míos, también me justificaría… pero el confesarnos las cosas está a años luz de suceder. Así que por el momento, solo me queda soportar las consecuencias de mis decisiones y sobrevivir a ellas.
Tomo el gel frío en mi mano y sigo yo frotándolo para aliviar la molestia. La señora Eliza se levanta y me dice que estará haciendo sus deberes, pero que si necesito algo, que no dude en buscarla.
¿Podrá ella darme dinero para salvar la empresa? Ojalá que al menos pudiera volverme estéril con tan solo chasquear sus dedos.
Necesito ver a mi madre, contarle lo que ha sucedido. Busco mi móvil y le envió un mensaje avisándole de que iré a la casa.
Mientras espero su respuesta, voy a ducharme para relajarme un poco y así quitarme su tacto de mi piel.
Frente al espejo me peino mi cabello. Aliso mi falda un poco y acomodo mi blusa. Tengo puesto un conjunto de falda y blusa en color lila. Es sencillo, pero elegante. La blusa es de hombros abombados, y el escote es tipo corazón, pero no vulgar. El largo de ella da justo donde está la pretina de la falda, mostrando nada más un poco de piel. Me combino con unos tacones blancos, y de joyas, un precioso collar de perlas.
Me aplico perfume, tomo la cadena de mi bolso y me lo coloco cruzado. Guardo mi móvil y salgo de mi habitación dispuesta a no volver al menos hasta la cena.
Justo cuando estoy bajando las escaleras, lo veo cruzar en su silla de ruedas mientras uno de sus hombres lo empuja. Al notarme, levanta su mano para que este detenga su caminar y con esos intensos ojos oscuros, me examina desde la cabeza hasta los pies.
Trago grueso, siento como mi corazón se desemboca ante el escrutinio de su mirada, pero sigo bajando cada escalón su bajar mi cabeza.
—¿A dónde vas? Yo no recuerdo darte permiso de salir.
—Yo no recuerdo habértelo pedido, Ares. Iré a casa de mi madre, siempre suelo visitarla a esta hora —miento—. ¿También arrancarás eso de mí?
Tensa su mandíbula, puedo ver como aprieta sus manos en el poza brazos de la silla, incluso, si pudiera caminar, estoy segura de que me abofetearía por mi manera de hablarle.
Me la estoy jugando, pero no me importa
—Lo único que ansío arrancar de ti, sería ese posible bebé —me da una sonrisa malvada—. Del resto, puedes hacer lo que te dé la gana, Abigaíl. Pero no olvides esto; si se te pasa por la mente estar con otro hombre mientras seas mi esposa, lo lamentarás. Por cómo vas vestida, dudo que sea una simple salida a casa de tu mami. Ten en cuenta que mis hombres te vigilaran y te seguirán en las sombras. Osa de verte a solas con alguien que no sea yo, y te destruyo a ti y a tu familia.
«¿Acaso está insinuando de que me iré a ver con un hombre?»
Lo miro con desdén pasando de él y de su repentina amenaza marital. Ares está loco, y ahora compruebo en carne propia que todo lo malo que dicen de él, es totalmente cierto.
«Es un hombre despiadado y cruel»