Uno de los perros guardianes de Ares, me abre la puerta para salir del auto. Tomo mi bolso y sacando una pierna y luego la otra, salgo sin mirarlo a la cara.
Esos hombres no me caen bien
—La estaremos esperando, señora West —informa cerrando la puerta.
Volteo a verle su rostro, y pienso que todos ellos están entrenados para no sonreír y ser felices.
¿Acaso les paga por parecer personas sin alma?
—Estaré todo el día aquí… —le aclaro con mi rostro fruncido—. ¿Qué harán durante todo ese tiempo? Pueden irse, mi padre me llevará a la mansión.
—Tenemos órdenes de esperarla —fija su mirada borde en mí—. El señor Ares lo ha ordenado.
—Espero que la paga valga la pena…
Es lo único que digo y le doy la espalda. Tengo a dos perros guardianes detrás de mí; uno conduce, el otro me abre y cierra la puerta, y estoy segura, de que estará otro más escondido espiándome.
¿Qué cree que haré?
Yo soy una inocente paloma comparada con él, así que no comprendo por qué tener detrás de mi seguridad si solo vendré a visitar a mi madre.
Realmente me frustra, pero decido ignorarlos. Camino directo hasta la puerta principal de la casa de mis padres y toco la puerta en espera de que me abran.
Bien puedo yo abrir y entrar como en los viejos tiempos, pero, luego de un año estar viviendo en otro lugar, hacerlo se me hace algo raro y hasta irrespetuoso.
—¡Señorita, Abi! —dice la mujer encargada de la limpieza—. ¡No sabía que vendría! Pase, pase…
Le do una gran sonrisa y la saludo con un cálido abrazo.
Cuando quedamos sin nada, y viviendo únicamente de las apariencias gracias a la gran casa que pudimos conservar, Beatriz –o Betty, como le digo yo– no nos abandonó. Todo el personal se fue, ya que no se les podía pagar igual que antes, pero ella siguió con nosotros sin importarle recibir menos paga, con tal de no volver a su país natal. Por tres largos años estuvo haciendo el trabajo de al menos cinco personas y nunca se quejó. Cuando me casé con Ares, y pasé a tener “acceso” a la fortuna, lo primero que hice después de establecer a mis padres a la comodidad nuevamente, fue aumentarle el suelo de inmediato. Betty pasó de cobrar la mitad de su sueldo, a recibir el de al menos tres empleados juntos.
—No te preocupes… quise darles una sorpresa. ¿Y mis padres?
—La señora Laura está tomando el té el área de tras, y su padre está en la empresa —responde.
—¿Puedes prepararme jugo de maracuyá bien frío? —le pido con un puchero—. No he probado uno que iguale el tuyo…
Ella accede de inmediato y ambas caminamos al interior de la casa, pero ella se va hacia la cocina, y yo sigo mi camino hacia el patio trasero.
Amo el jugo de maracuyá, y solo Betty sabe prepararlo como me gusta. En la mansión, a pesar de que Eliza les explica a las señoras de la cocina de que no me gusta espeso, ellas siguen haciéndomelo de esa manera y no me gusta. Lo prefiero puro, pero lo suficientemente líquido como tomarlo de un tirón; no con la pulpa en trozos.
Salgo de la casa y camino por el camino de piedras rústicas con cuidado, hasta llegar donde está mi madre sentada tomando el té y leyendo un libro.
Me encanta verla serena haciendo algo que ama.
—Hola, mamá…
—¡Abi! —se da la vuelta y se coloca de pie de inmediato—. ¡Qué agradable sorpresa, cariño!
Me acerco a ella y le doy un gran abrazo. Teníamos al menos unos tres meses sin vernos cara a cara, únicamente hablábamos por llamadas. Según la abuela Débora; una mujer casada no debe de pasar tiempo en casa de sus padres para que así pueda madurar.
En parte la entiendo, por otra no tanto
—Hola mamá… —tomo asiento y ella hace lo mismo—. Me alegro de verte, pero mi visita no es para darte buenas noticias.
—¿Sucedió algo con Ares? —pregunta alarmada.
Sé que se refiere a su estado de salud, y no es que ella le desee la muerte; para nada. Cuando supo que Ares despertó, ella se alegró muchísimo la verdad. Aun sabiendo las intenciones de haberme casado con él, mi madre se alegró de que ese hombre no se muriese.
—Sucedió de todo con Ares, mamá…
Con toda mi calma y paciencia, comienzo a contarle todo lo sucedido desde el momento en que ese hombre despertó de su fatídico coma. Evito llorar frente a ella, pero no puedo ocultarle el temblor en mis labios. Omito la discusión de esta mañana, y que me haya hecho daño en la muñeca con su fuerte agarre. Le cuento sobre la inseminación, pero no sobre la sentencia dictaminada por mi esposo. No vale la pena alarmarla y que luego no resulte embarazada.
Sería preocuparla por nada.
—Quiero que me seas sincera, Abi… —sostiene mi mano—. ¿Crees poder continuar?
—No echaré un año por tierra, mamá… creo que si Ares se digna a darme una oportunidad para al menos soportarme, podríamos llevarnos bien.
Pienso que soy la que realmente desearía llevarse bien con él.
—Mi Abi… casarte con Ares fue nuestro boleto, pero no quiero que te condenes a ti misma a un matrimonio infeliz… sé que debí de decírtelo aquel día cuando decidiste sacrificarte, y realmente me arrepiento de haberte orillado a eso… —limpia con delicadeza sus lágrimas—. Se supone que él nunca despertaría, pero así Dios permitió que sucediese. Eres mi única hija, y pienso que ya te condenaste bastante. Si deseas abandonar y salir de ahí, quiero que sepas que cuentas con mi apoyo…
No quería llorar, pero al oírla me es imposible contenerme. Lloro en su regazo como aquella niña pequeña consentida que un día fui. Si ella supiera que mi esposo está en la espera de saber si estoy embarazada para arrancarme de mí a su propio hijo, sin duda me pediría salir de ahí cuánto antes.
Pero prefiero callarlo
—Si en dos meses de convivencia, las cosas resultan peores, aceptaré el divorcio y me iré de esa casa como llegué; sin nada.
Dos meses será suficiente para saber si estoy o no en espera, supongo…
—Yo me encargaré de hablarlo con tu padre.
Le agradezco recomponiéndome un poco. Saber que cuento con su apoyo, me da algo más de tranquilidad.
Yo no pienso perder delante de él, pero necesitaba desahogarme con alguien. Mientras venía en el auto, estuve ideando un plan en mi cabeza para que Ares al menos pueda tolerarme.
Durante un año lo toqué y él ni cuenta se dio. Lo vestía en las noches, lo afeitaba, lo peinaba e incluso, amanecía abrazando su cuerpo en las mañanas. Puedo hacer lo mismo pero de manera sutil. Él es hombre, y ningún hombre puede resistirse a los coqueteos de una mujer, y mucho menos si la mujer finge “inocencia” en ello.
Eso era algo que hacía con él; jugando a la inocente para luego terminar dándonos los mejore besos del mundo en su habitación.
Puedo aplicar el mismo juego con Ares.
Betty me trae lo que le pedí, junto con unas rodajas de pan tostado con mermelada. Le agradezco con una gran sonrisa y comienzo a disfrutar de lo que me hizo con tanto amor. Mi madre me cuenta cómo va la empresa, y todos los malabares que mi padre ha tenido que hacer con el dinero que el abogado de Ares les ha estado girando para mantenerla un poco más a flote. Cosa que me alegra muchísimo, porque si sigue así, pronto se podrá sostener nuevamente por si sola. Le cuento como voy en mis clases, y todo lo que debo de hacer para adelantar algunas materias de tener que detener mis estudios si llego a estar embarazada.
Por un momento me olvido del drama, y de todo lo que he asado en estos últimos días. Mi madre me comenta que hay una gala dentro de unos meses de toda la alta sociedad de Nueva York, y que espera realmente ser invitada. No se preocupa por mí, porque sabe perfectamente de que Ares West será un invitado de honor, lo que sinceramente me da igual.
Esas fiestas a estas alturas me parecen irrelevantes. Tengo asuntos más importantes con que lidiar.
Pero como mi madre es una risueña, ella ve todo como un cuento de hadas. Incluso, me sugirió que sería provechoso de que Ares se fijara al menos de manera s****l en mí.
¿En serio, mama?
A veces no la entiendo.
El día se me fue por completo. Almorcé con mis padres, luego merendé con mi madre, ya que mi papá se devolvió a la empresa; el solo vino porque yo estaba.
Conversar con mi madre me sirvió de mucho. También, gracias a ella, supe que él estaba de vuelta en la ciudad.
No sabría qué hacer si me lo llegase a topar; mi herida está aún muy latente.
Terminar tres años de relación, y con un compromiso oculto, no fue fácil para mí.
Él fue mi primera vez. Con él viví muchas cosas, y tener que cortar todo con la excusa de “ya no te amo”, me dolió en el alma.
Aún recuerdo su cara, la confusión cuando le entregué el anillo de compromiso. La decepción de haberle roto el corazón, y la desdicha de hacerlo creer que ya no lo amaba,
Falso. Aún lo amo, pero tuve que hacerlo.
Deseo no topármelo, realmente deseo no volverlo a ver, porque a pesar de haber transcurrido un poco más de un año, el recuerdo de nuestra relación sigue latente en mi mente y corazón.
Me despido de mi madre con la promesa de mantenerla informada de cualquier situación. Frente a la puerta le doy un abrazo, y cuando giro para comenzar a caminar hacia el auto, los dos perros guardianes están listo esperando por mí. Uno afuera con la puerta trasera ya abierta, y el otro dentro, detrás del volante.
Camino y antes de entrar, veo a lo lejos a su madre salir de su casa. Tan linda como siempre; tan elegante y bien vestida. Ella al verme, abre sus ojos realmente sorprendida de verme después de un año. Me saluda con su mano, regalándome una gran sonrisa, pero puedo notar la pena en sus ojos.
A ella no pude mentirle; ella me conoce desde niña y es como una segunda madre para mí.
Mientras entro al auto, recuerdo lo mucho que le lloré contándole lo que haría y todo lo que le diría a su hijo.
Ella me comprendió, siempre lo hizo
—¡Abi— oigo su voz llamándome.
—Un momento por favor —le pido al perro antes de que acelere—. Solo la saludaré.
Vuelvo a salir del auto y sin importarme de que le vayan con el chisme a mí “lindo esposo” la abrazo con una felicidad inexplicable. Ella se alegra de verme, de poder saludarme al fin. Yo tenía un año que no venía por estos lados; son mis padres lo que me visitan en la mansión.
A veces creo que la abuela Débora no me quiere cerca de ellos.
—Señora Jensen… ¿Cómo ha estado?
—Puedes decirme Caroline, niña… no creas que por estar casada, debes de tratarme de usted.
—Lo siento… ¿Cómo has estado, Caroline?
La oigo responderme. Me dice que está de maravilla, que las gemelas ya están por entrar a la universidad y de que la casa se siente vacía sin ellas, ya que están en Boston en el proceso de mudanza. También me cuenta de que le harán una fiesta de despedidas a ambas el fin de semana. La oigo decir que gracias al cielo, su hijo regresó de Europa y al menos tiene su compañía.
—Y él… ¿Cómo está? —pregunto.
—Ha cambiado, pero está bien. No te preocupes Abi, las cosas suceden por algo…
Me regala una sonrisa conciliadora y solo Dios sabe que me estoy conteniendo para no llorar.
No quiero que los perros me vean
Me despido de Caroline porque no quiero que piense que quiero saber de él; aunque si me gustaría. Antes de entrar al auto, me invita a la fiesta de las gemelas. Prácticamente, me insiste en estar presente y así darles un abrazo a ellas antes de que se vayan, porque según, han preguntado por mí desde hace meses.
—Haré el intento de venir, lo prometo.
Mi respuesta le da calma y nos despedimos de manera oficial.
Entro al auto nuevamente y me coloco el cinturón de seguridad. Saco de mi bolso mi móvil y lo primero que veo es diez llamadas perdidas de un número desconocido. Decido ignorar eso, ya que no suelo indagar cuando son llamadas de números que no tengo agendados.
Comienzo a revisar mis fotografías. Una risilla se me escapa al ver las fotos que me he tomado con Ares mientras estaba en coma.
La foto con la mascarilla siempre será mi favorita. ¿Cómo es posible que siendo hermoso, sea tan feo al mismo tiempo? Tengo más de cinco selfies con él; en una le hice unos moñitos.
En mi defensa, estaba aburrida
Pero la que siempre será mi favorita, será la del día de spa. Mi mente me trae a memoria sus crueles palabras y una rabia se acumula en mi pecho. Pienso en borrar las fotos, incluso vacilo en sí hacerlo o no, pero no lo hago. Deslizo la pantalla varias veces hasta llegar a otra fotografía instantánea.
Lucíamos realmente enamorados.
Estamos bajo las sabanas, y acabamos de tener una primera noche increíble. La foto la tomo él, y dijo que al verla, recordaría siempre la noche donde me hizo suya por primera vez
Tengo el mismo recuerdo justo ahora.
Llegamos a la mansión, y el guardia me abre la puerta para salir. Ya es de noche, incluso, creo que ya es la hora de la cena, pero no tengo hambre.
Recordar cosas del pasado me quitó el apetito.
Entro a la mansión y la primera en recibirme es la señora Eliza.
—Señora Abi, el señor Ares lleva más de veinte minutos esperándola en el comedor…
—¿Sucede algo? Yo no tengo ganas de comer —le digo algo cansada.
—Debería de ir a sentarse y al menos simular que comerá algo. Es señor Ares no esta de buen humor…
—Nunca está de buen humor… —bufo.
Decido hacerle caso y caminar con ella detrás de mí hacia el comedor. En cuanto llego, me encuentro con la sorpresa de que está toda la familia reunida. Veo a la abuela Débora, a mis suegros, mi cuñado y su esposa, junto con algunos primos y otra mujer que desconozco, pero que recuerdo haberla visto en la boda.
Supongo que es amiga de alguno de ellos.
—Buenas noches —saludo con una sonrisa—. No sabía que tendríamos visitas, lo lamento.
—Si tan solo te dignaras a contestar tu teléfono, no nos harías esperarte. Ahora ven, siéntate donde te corresponde —ordena con desdén.
Era el quién me llamaba entonces.
Aprieto mis dientes para contener lo que pienso. Bajo la atenta mirada de todos, me siento “donde me corresponde”, es decir; a su lado.
—Lo lamento, estaba ocupada… —le digo en voz baja posando mi mano sobre la suya—. Prometo responderte al primer tono.
Le do una dulce sonrisa, acariciando el dorso de su mano con la yema de mi pulgar. Noto que se tensa, veo como aprieta su mandíbula endureciendo su semblante. La rigidez no pasa desapercibida para mí, así que con sutileza y sin dejar de sonreírle, aparto mi mano antes de que él reaccione de mala gana y me acomodo en mi lugar.
Dije que usaría un último recurso, y no vacilaré.