Todo en la casa es un caos total. Todos están consternados, mi suegra tuvo un colapso de llanto y alegría al saber que su hijo ha despertado luego de cuatro años en coma, y con la posibilidad de morir debido a su mal estado. La señora Eliza está feliz, súper contenta de que su señor despertara, su hermano está incrédulo, preocupado y algo feliz, supongo. La casa se llenó de la familia, en este momento la habitación está repleta de primos, tíos y abuelos paternos. Todos celebran, todos están dando gracias a Dios por el increíble milagro en la vida de Ares. Hasta el mismo doctor no puede creer lo que acaba de suceder. Él mismo dejó muy claro que su salud era delicada y que nos preparáramos para lo peor, pero ahora luce atónito chequeando a Ares West, quien me mira con ojos de halcón, dispuesto a clavarme las garras en el cuello.
Estoy al final de la habitación, alejada de todos, casi al lado de la puerta, para correr si es necesario.
Él se encuentra sentado en la cama, con su espalda recta recostada en el espaldar acolchado, a pesar de que todos le hablan, y él responde con una calma que aterra, no ha despegado su mirada de mí, al punto de hacerme sentir temor.
Podría estar feliz por él, porque al final es un ser humano y pudo superar la muerte. Podría estar contenta, al menos, porque el doctor ha dicho que él está en perfectas condiciones, que bastará terapia y cuidado para volver a ser el mismo hombre de antes. Podría al menos sonreír aliviada porque su tormento ha acabado, pero no puedo hacerlo. No cuando me mira con semejante odio, dándome a entender, que a partir de hoy, comenzará mi infierno.
—¿Tú quién eres?
Su pregunta es directa, fría y sin rodeos.
Todos los presentes voltean a verme haciéndome sentir pequeña. Quisiera hablar con él cómo le he estado haciendo mientras estaba inconsciente, pero no puedo, las palabras se me atoran en mi garganta porque estoy aterrada. El hombre frente a mí, a pesar de tener un semblante sereno, exuda peligro. Se nota que es un hombre que es mejor tenerlo como amigo y no como enemigo.
—Yo… yo soy Abigaíl —me aclaro la garganta para continuar—. Soy Abigaíl, tu esposa.
Desconozco si debía de dar esa información tan fuerte a alguien que acaba de despertar de una coma, pero no pienso, no razono si soy imprudente porque su mirada oscura causa estragos en mí.
Siento que el aire me falta.
Me mira sin decir ni una palabra, todo queda en un silencio sepulcral, que hasta podría oírse un alfiler caer.
—Fuera de aquí —ordena.
Me quedo con mis pies enterrados en el suelo sin dar crédito a su orden. Lo miro impasible, sintiendo justo ahora lo que él siente por mí; desprecio.
Yo estuve con él durante un año, a pesar de que mis intenciones no son las más sensatas, yo por un largo año le he hablado, lo he arropado en las noches, lo he peinado, afeitado, le he leído libros y cantado alguna canción que coloco en mi móvil. No lo quiero, pero no fui tan mala persona como para tratarlo como un objeto inerte. No puedo creer que me eche de aquí, sin ni siquiera dignarse a conocerme un poco.
—¿Acaso no me has oído? ¿O necesito llamar a uno de mis hombres para que te desaparezca de mi vista? —pregunta sereno.
Levanto mi mentón, no dejándome intimidar por el peligro que emana de él. Aunque por dentro estoy muriéndome del pánico.
—No es necesario, yo misma saldré —digo sin bajar mi cabeza.
La señora Eliza se me acerca y no duda en tomarme por el brazo.
Nunca dejo de mirarlo, hasta que me toca darle la espalda y salir de la habitación. Mis manos sudan, siento el temblor en ellas. La mujer acaricia mi espalda, diciéndome que no debo de temer, que su señor Ares es buena persona, y que debo de comprender que acaba de despertar de un fatídico coma.
Sé que ella tiene razón, pero mi temor se adueñó de mi cuerpo, y el resentimiento de mi corazón.
Le pido que traiga mis cosas a la nueva habitación donde me está llevando, que no deje nada de mis pertenencias en ese lugar. No quiero estar cerca de él, no quiero ni siquiera verle la cara. Al menos hasta que mi enojo disminuya.
Una parte de mí le da la razón la señora Eliza, y solo por eso, me tomaré el resto del día para drenar mi rabia y tratar luego de entablar alguna amistad tolerable entre ambos.
No soporté un año atada a él por nada. No deje a Evans por nada.
Me tiro en la cama y comienzo a llorar de la rabia, la impotencia que tengo de haber sido tan cruelmente tratada por él. Sé que no tengo derecho a exigir un buen trato, porque al final del día, mis intenciones no son las correctas, pero esperé que al menos me tratase con algo de respeto frente a toda su familia, porque si el señor de la casa no me respeta, ¿acaso los demás lo harán? No lo creo.
Lloro porque sé que mi vida una vez más dado un vuelco. Mi estadía en esta casa ya dejará de ser algo grata, para convertirse en un infierno. Ares despertó del inframundo dispuesto a darme guerra, a hacerme vivir una agonía total con su presencia.
[…]
No sé en qué momento me he quedado dormida, pero la voz de la señora Eliza me hace abrir mis ojos.
—Señora, se ha quedado dormida con la misma ropa de ayer. Ya amaneció, debe de bajar a desayunar.
La miro confundida, veo mi ropa, también miro hacia el balcón. Ya es de día, los rayos del sol iluminan mi habitación.
—¿Él está despierto? —pregunto frotando mi rostro.
—Está en el comedor esperando por usted. Debería de alistarse rápido, arreglarse un poco y así poder intentar conocerlo.
Asiento. Ella tiene razón, si quiero poder levantar la empresa y mantener el estatus que mis padres ha tenido por el año transcurrido, debo de al menos intentar ser su amiga.
Me doy una ducha rápida, me visto con algo sencillo, pero bonito; un vestido sin mangas color melón. Peino mi cabello de lado, dejándolo con algunas ondas, y me aplico un poco de maquillaje. No suelo arreglarme mucho, pero si quiero que ese hombre me tolere, al menos debo de intentar lucir como una esposa digna.
Bajo nerviosa al comedor, la señora Eliza en cuanto me ve aparecer, me sonríe. Tomo asiento alejada de él, al menos unos cuatro asientos, pero eso parece no importarle mucho. Está sentado en una silla de ruedas, en la cabecera de mesa, como el señor de la casa, con una taza de café en su mano, su espalda recta y rostro endurecido. Primera vez lo veo usando algo que no sea su pijama de seda, y a decir verdad, luce bastante sexy. El n***o de su camisa, contrasta perfecto con el tono de su piel. También se nota algo de musculatura, a pesar de estar un poco delgado.
—Buenos días —lo saludo con un nudo en mi garganta.
Basta una mirada a uno de sus perros guardianes, para que el hombre le quite la taza en su mano y la coloque en la mesa. Cruza sus dedos sobre sus piernas, y me mira como un animal salvaje a punto de comerme.
—Ya sé lo que hicieron mientras yo estaba en coma. No te culpo, a veces suele, salirse con la suya siempre, solo por el hecho de yo tenerles respeto y alta estima.
Dejo salir el aire con lentitud, siento un poco más de calma al oír que no está enojado por eso.
—Tu familia es muy buena. Estoy segura de que no tienen malas intenciones.
Alza su ceja tupida mirándome con interés.
—Vaya, ya veo que te adaptaste muy bien como para haberte casado con un hombre en coma—comenta relajado, pero algo me dice que no lo está. Me quedo callada sin saber qué decir ante eso. No es que esté adaptada, ya es la costumbre, una que ella misma me impuso—. Si quedas embarazada, iremos para practicarte un aborto de inmediato. No quiero un hijo contigo —dice sin más.
«¿Qué me ha dicho?»
Mis labios tiemblan, siento que mi alma ha abandonado mi cuerpo y estoy segura de que mi rostro está pálido, mostrando el terror que sus crueles palabras me han causado.
—Estarás en mi casa hasta saber si estás, o no embarazada de mí. De estarlo, te llevaremos al médico para sacarlo de ti, te recuperarás, y luego nos divorciaremos. Tú te irás y no tendrás nada que ver conmigo ni con mi fortuna, de no estar embarazada, te irás sin nada en tus manos de igual forma —dice con calma.
Esa tranquilidad en sus palabras, son suficientes para que mi cuerpo comience a temblar, siento que mis sienes palpitan, y que el aire me falta.
Ares West me ha traído el infierno en la tierra, uno que está lejos de acabar, y sea cual sea el resultado de la inseminación artificial, será mi destierro. Mi desgracia.