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La Pequeña Esposa De Ares West [Libro 1/Saga West]

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Mi nombre es Abigaíl Castlle, con tan solo diecinueve años, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Pasé de tenerlo todo, a quedar sin nada. De vivir una buena vida, siendo parte de una de las familias más respetadas de la sociedad de Nueva York, a ser repudiados por las familias más influyentes.

Para volver a nuestra antigua vida, y recuperar todo lo que perdimos, debía de cometer un sacrificio; casarme con Ares West. Un hombre poderoso, perspicaz, inteligente y demandante. También despiadado, vengativo e inhumano. Eso era todo lo que yo sabía de él.

Ares, había quedado en coma hacía tres largos años a causa de un inexplicable accidente automovilístico. Y con un diagnóstico que empeoraba cada día.

Su familia busca quien se case con él en estado vegetativo, para dejarle toda su herencia, y yo seré la afortunada elegida. Seré yo quien se convierta en la respetable señora West. Mis intenciones no son buenas, pero debo de soportar dos años y así cumplir mi plan. Algo fácil, o eso supongo. Solo espero que él nunca despierte.

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Un Sacrificio
Un Sacrificio El tan esperado día al fin llegó. Mi vestido blanco es precioso, los detalles bordados a mano en mis mangas son tan sutiles, como exquisitos. Los cristales que tiene en la orilla del escote en forma de corazón le dan ese toque glamoroso. Mi peinado es perfecto, al igual que mi maquillaje. Luzco hermosa, me veo como una princesa, pero no me siento como una. Ni todo el maquillaje perfecto, ni todas las prendas preciosas del mundo, junto con el más costoso vestido, me harán sonreír de corazón. Yo, Abigaíl Castlle, con tan solo diecinueve años, estoy por casarme con un hombre que está en coma. «Lo que sea por mi familia» pienso. Jackson Castlle, un hombre consumido por sus vicios y apuestas me llevó a cometer este sacrificio. Tuve que dejar a mi verdadero amor, y entregarme a alguien que nunca conoceré. Es increíble como mi mundo perfecto se vino abajo, todo por culpa de mi padre. Éramos una familia respetada en la alta sociedad de Nueva York. Siendo dueños de una empresa de fabricación de electrodomésticos, que, durante cuarenta años, se mantuvo como una de las mejores del país, hasta que llegó el vicio a su vida. Los juegos de apuestas se convirtieron en la amante de mi papá, llevándolo a alejarse de mi madre y los negocios. Viviendo una vida de derroche por todo el mundo en casinos, rompiendo por dentro un matrimonio de veinticinco años, destruyendo el hogar que de niña conocí. La vida desenfrenada de mi padre hizo que la empresa se viniera a pique. Desde que comenzó a apostar, mayores fueron las deudas que las ganancias. Si se ha mantenido al flote por estos últimos cinco años, es debido al legado que tiene en la ciudad. Tras la caída de la empresa, pasamos de ser una familia respetada y con estatus, a una familia clase media, sin estatus, sin dinero y la burla de la alta sociedad. Dejé de ver a mis amigos, dejé los viajes, la ropa de diseñador, las galas y eventos. Pero todo me dio igual, porque nada es peor que haber vivido el dolor de ver cómo el matrimonio de mis padres también iba en picada. Por eso mi sacrificio. Hay un hombre en la alta sociedad de Nueva York, muy rico, poderoso y respetado por todos; también temido. Según las malas lenguas, ese hombre tiene negocios en los bajos mundos. Es malo, vengativo y peligroso. Lo lamentable de su historia, es que ni todo el poder, ni todo el dinero que posee, pueden despertarlo del estado vegetal en que se encuentra. Por causa de un accidente, ese hombre quedó en coma. Ya lleva dos años así. Nunca lo conocí, pero sí oía su nombre mucho en las reuniones. Cruel, prepotente, despiadado y lleno de maldad, era lo que algunos decían. Inteligente, audaz, admirable, ingenioso y sagaz, decían otros. Su accidente conmocionó la ciudad, y el hecho de que haya quedado en coma, aún más. Pero aun de esta manera, se casará. Aunque él no lo sepa. Y es aquí donde entro yo, la “feliz novia” que se casará, sacrificándose para poder obtener el dinero que necesita. Incluso, me siento obligada a ser la esposa de Ares West. ¿Pude oponerme? Por supuesto que, si tuve esa opción, pero ¿cómo te niegas a ser la futura heredera de todo el patrimonio West? Estando en mi posición, sin dinero, sin estatus, sin poder pagar la universidad, con una empresa al borde de la quiebra, ser la esposa de un hombre en estado vegetal, no es una idea tan descabellada. O esa es la excusa que me digo todos los días para no sentirme tan miserable. No soy tonta, aunque a veces me tomen como una por quedarme callada. Algún interés la familia de ese hombre vio en mí para pedirme casarme con él. Soy joven, no tenga ya anda que perder y sinceramente, si nos valemos por posiciones, yo sería la más beneficiada es todo esto, ¿no?, o tal vez porque fui la única que no se negó en hacerlo, ya que supe que todas las demás chicas se negaron de inmediato. Unas por miedo a lo que han oído de él, otras por no desgraciarse la vida con un hombre en coma y quedar posiblemente viuda siendo tan joven. Lo que ellas no saben, es que ese hombre nunca despertará, o al menos eso me dijo su familia. Y es así como mi vida hoy cambiará por completo. Yo solo espero que mi sacrificio valga la pena. Yo no amo a ese hombre, ni siquiera lo conozco, pero haría cualquier cosa por mi familia, así sea casarme con un muerto en vida. Al ser la señora Abigaíl West, podré levantar la dignidad de mi familia, o al menos el dinero para volver al hacer que la empresa vuelva a sus mejores años de gloria. Me aseguraron que yo tendría acceso a esa herencia, nada más espero que cumplan con su palabra. Dos toques en la puerta me sacan de mis desdichados pensamientos. —Adelante —digo poniéndome de pie. Veo a través del espejo a mi madre. Luce hermosa con su vestido pulcro y elegante. Es lo poco que le quedó de nuestra antigua vida —Luces preciosa, hija —me dice acercándose y toma mis manos—. Todos verán lo hermosa que eres. —Eso es lo que menos me importa, mamá, solamente quiero que este día termine. —Sé que no es fácil para ti hacer esto, sé lo mucho que estabas enamorada de Evans y lo mucho que te costó terminar con él por este sacrificio para la familia, pero todo sacrificio tiene su recompensa, Abi —acaricia mi mejilla—. Ambas sabemos que los vicios de tu padre harán que nos quedemos en la calle pronto, pero al ser la señora West, podrás velar por ambas, también por él. Podrás levantar la empresa. No vas a necesitar más el dinero de los West, y si deseas, te divorcias luego. —Es fácil decirlo. —Sé que podrás con eso —me da una sonrisa conciliadora—. Siempre has sido astuta. No digo nada, me trago mis palabras para no salir corriendo de aquí. Ya dimos nuestra palabra a esa familia, negarme a última hora y huir lejos de ellos por miedo, lejos de Evans, por sentirme miserable, por haberle roto el corazón como lo tenía planificado, sería nuestro exilio. Ambas salimos de mi habitación para irnos a la mansión West; ahí será llevada a cabo la ceremonia. Me quedo mirando dentro del auto la mansión de la que ahora soy dueña. Mi corazón martillea en mi pecho al saber que pronto lo tendré que ver. No quiero bajarme, pero al pensar en mi futuro planificado, me obligo a llenarme de valor y salir. —Señora, bienvenida —me saluda la mujer que lleva más de media hora afuera del auto esperando por mí—. Soy la señora Bennett, la encargada de la casa y estoy a sus órdenes y servicios. Felicidades por la boda Me dice con una leve reverencia. —¿Cuál es su nombre? —pregunto con interés. —Eliza —me responde algo nerviosa. —Muy bien señora Eliza, no es necesario que sea tan formal conmigo y mucho menos que me haga reverencias —le digo con una leve sonrisa—. Con que me trate bien es suficiente para mí. A pesar de que no me sonríe, puedo notar la calma que le dan mis palabras. Tal vez supondría que soy una ambiciosa, despiadada e interesada que llegaría a imponer, pero en realidad no. Soy una joven buena, aunque eso no cambia lo último. Yo sí me casé por interés con su señor. —La llevaré a la habitación del señor West —me dice invitándome a entrar—. La señora Fátima la está esperando. También están sus cosas, podrá cambiarse ese vestido. Mi pulso se dispara al oír que mi suegra me está esperando. Sería la primera vez que hable con ella como tal, ya que, en la boda, solo me abrazó y se fue. Camino sujetando mi vestido, viendo con embeleso lo enorme que es esta mansión. Son al menos tres pisos, y toda la fachada de afuera es una obra de arte arquitectónica. No me quiero imaginar el interior. La exploraré en cuanto pueda. Camino detrás de la señora Eliza, quedándome atónita de lo hermosa, elegante y refinada que es la mansión por dentro. Luego de salir del ascensor, llegamos al último piso. Caminamos por el ilustre corredor, hasta llegar a una gran puerta de roble en color caoba oscuro. Eliza la abre invitándome a pasar al interior de la habitación, me quedo mirando desde afuera cómo mi suegra se pone de pie con una sonrisa, y yo trato de ofrecerle otra de regreso, pero me sale más una mueca nerviosa. ¿El motivo? Ares West se encuentra acostado en la gran cama, con sus ojos cerrados, conectado a las máquinas que están a su lado derecho. Paso sin dejar de mirarlo. Su piel se ve algo pálida, pero, aun así, no deja de verse perfecta y delicada. Las facciones en su rostro son endurecidas, pero eso no le quita los finas que son. Mandíbula cuadrada, cejas tupidas, largas pestañas y labios carnosos. Este hombre realmente es hermoso. Qué lástima que esté muerto en vida. Puedo notar que es un hombre grande, estoy segura de que puede llegar a medir casi un metro con noventa. Tiene sus cabellos negros, tan negros como la noche, y eso lo hace ver aún más pálido, pero en realidad su piel es algo bronceada. —Es realmente guapo, ¿verdad? —me pregunta tomando mis manos—. Si lo hubieras conocido antes del accidente, estoy segura de que te hubieses enamorado de él. No lo creo, ya tenía a quién amar. —Tal vez… —comento nerviosa—. ¿Yo dormiré aquí? Pensé que tendría una habitación para mí sola. Es que… es… —Lo sé —me interrumpe con voz calmada—. Sé lo que estás pensando justo ahora, y te comprendo, pero debes de dormir con tu esposo, hablarle para que él te conozca, y cuando algún día despierte, no seas una desconocida para él. Puedo notar la esperanza en sus palabras, el anhelo de que ese milagro ocurra, pero yo sé que eso nunca sucederá, los médicos han dicho que es imposible, y si aún están aquí, es nada más porque ella como madre se niega a dejarlo ir. —Le hablaré cada noche —le digo con una genuina sonrisa. ¿Qué más podría decirle?, no soy despiadada. —Esta es tu casa, Abigaíl. Siéntete libre de imponer lo que desees a Eliza, ella será tu nana, y lo que pidas, ella te lo concederá. Tampoco dudes en visitarme o pedirme algo si lo necesitas, ahora eres una hija para mí. —Muchas gracias, señora West. —Dime suegra, y Fátima cuando te sientas a gusto —me besa ambas mejillas—. Te dejaré para que descanses —me abraza con cariño, como si de verdad me quisiera—. Gracias por aceptar casarte con mi hijo. Sin más, sale de la habitación dejándome sola. Si ella supiera mis verdaderas intenciones, no creo que me vuelva a dar un abrazo. Me giro y miro al hombre que está sumergido en un gran letargo. Dejo salir el aire que tenía retenido y me acerco con cautela, nerviosa y con el corazón latiéndome fuerte. Su respiración es calmada, aunque se note relajado, igual su rostro está endurecido, como si estuviese lleno de ira. —Hola, Ares, me llamo Abigaíl, y soy tu esposa —hablo mientras me desprendo de mi vestido de novia—. Tu abuela me ha elegido para eso, y solamente lo acepté por un motivo. Tener tu apellido es mi boleto dorado. Yo no te quiero, tampoco quiero hacerlo, así me dolerás menos cuando mueras. No te considero tonto, sé muy bien lo que se dice de ti. Solamente espero que no me odies por eso. Mi corazón se detiene, siento que mi alma abandona mi cuerpo, y el terror se apodera de mí. Dos perlas oscuras me miran fijamente. Una mirada oscura, intensa, fría y carente de brillo. Mis piernas flaquean, comienzo a sudar y justo cuando voy a decir alguna palabra, vuelve a cerrarlos dejándome estática en mi sitio. Con manos temblorosas me coloco nuevamente mi vestido, salgo como alma que lleva el diablo de la habitación, en busca de la señora Eliza para notificarle que su señor ha despertado. No corro mucho, porque me la topo en el corredor. —¡Él ha abierto sus ojos! —digo en medio de una crisis—. ¡Ha abierto sus ojos! Digo de manera frenética, nerviosa y llena de pánico. Si él ha despertado de esa coma y me ha oído, estoy muerta. —El señor suele hacer eso —mi cara de confusión le saca una sonrisa—. Es un reflejo de los músculos de los párpados, pero no significa que ha recobrado la conciencia. Vayamos nuevamente a la habitación, la ayudaré a cambiarse ese vestido. Me quedo callada y dejo que me lleve. Yo sé lo que vi, y la mirada que Ares me dio no fue de una persona inconsciente. Llena de nervios, dejo que la señora Eliza me guie nuevamente a la habitación. Permito que me quite el vestido, y me vista con la delicada bata de seda. La dejo quitarme la diadema en mi cabeza, al igual que mis pendientes. Incluso, la dejo quitarme el moño y peinar mi cabello. La dejo, solo porque estoy tan perpleja y llena de miedo, que me es imposible mover un músculo. Solo puedo ver al hombre que duerme en la que ahora será también mi cama. En mi mente repaso el momento una y otra vez, sabiendo dentro de mí, que no fue una mirada vacía la que me dio, pero eso no se lo puedo decir a la mujer tras de mí, sería revelar mis verdaderas intenciones y todo se iría al caño. —Ya verás que pronto te acostumbrarás, igual que nosotros. Me da una cálida sonrisa y me pide descansar. Antes de salir de la habitación, me informa que vendrá por mí para desayunar. Resignada, me voy a mi lado de la cama, y con el corazón en la boca, me acuesto en la orilla, casi a dos metros de él. —Lo lamento —digo. Me cubro por completo y me dispongo a dormir.

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